Especial

por Maria de Lurdes Duarte

Siguiendo a Jesús

“Caminando a lo largo del mar de Galilea, vió a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano André, que lanzaban redes al mar, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid en pos de Mí y Yo haré de vosotros pescadores de hombres. Y ellos, inmediatamente, dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante, vió a otros dos hermanos Santiago, hijo de Zebedeo y su hermano Juan, los cuales, con su padre, Zebedeo, componían las redes dentro del barco. Los llamó, y ellos dejando en el mismo instante el barco y al padre, Lo siguieron.” (Mateo, 4:18-22; Marcos, 1:16-20)


“Salió de nuevo para la bera del mar, y toda la multitud iba a Su encuentro y a todos enseñaba. Al pasar, vió a Levi, hijo de Alfeo, sentado en el puesto de cobro, y le dijo: - Sígueme. Y, levantándose, Lo siguió.” 
(Marcos, 2:13,14)


“Se dirigíran a Cafarnaun. Llegando el sábado, Jesús entró en la sinagoga y comenzo a enseñar. Y todos se maravillron con su doctrina, porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.” 
(Marcos, 1:21,22)


Ven y sígueme, decía Jesús. Y los llamados Lo seguían. Palabras simples, gestos simples, chamamiento simple. Y todo dejaban para, bajo una inmensa fascinación, ir a Su encuentro y colaboraron en Su sublime misión de diseminar la Buena Nueva, el Evangelio, Doctrina del Amor y de la Simplicidad.

¿Quién era ese Hombre, de mirada dulce y humilde, mas impregnado de la mayor grandeza, pleno de Amor y Piedad por los dolores humanos, que a todos cautivaba y que, con Sus palabras profundas y sabias arrastraba a las multitudes ansiosas por beber de las enseñanzas y bálsamos que producían en lo más recóndito de sus almas?

¿Quién era ese Hombre, de vestiduras pobres, gestos humildes, que no tenía siquiera donde recostar la cabeza, acompañado por un equipo escogido entre los más humildes de Galilea, que a todos extendía las manos en gestos de profundo Amor, y a quien bastaba una mirada, una imposición de las manos, o hasta incluso, un ligero toque en sus ropas, para alcanzar curas y bendiciones, detentoras de los mayores consuelos a los afligidos y desheredados del mundo?

¿Qué Hombre era ese que, en la Tierra, se presentaba casi como un mendigo, pobre entre los mas pobres, mas que, visiblemente, detentaba un poder inmenso, intermediario del proprio Dios, a quien llamaba Padre?

Enviado de lo Alto, descendio de los Páramos de Luz, donde se situaba, como Él mismo dice, a la derecha del Padre desde antes de la formación de la Tierra, fue el Espíritu más sublime que jamás pisó suelo terrestre. Gobernador Planetario, como nos vienen a esclarecer los Espíritus colaboradores de la Doctrina Espírita, cocreador con Dios en la formación del mundo terreno, y desde ahí, según los desígnios del Creador, responsable Mayor por nuestros destinos. Permaneció vigilante, de mirada atenta, a lo largo de las evoluciones y revoluciones planetarias y de sus habitantes, que hemos sido nosotros, era tras era, y que, somos, al final, Sus hermanos menores, a quien jamás abandonó, a pesar de los pocos méritos que, a veces, hemos manifestado.

Colaborando con la voluntad del Padre, fue enviando numerosos mensajeros, a través de los tiempos, que nos fueron alertando y apuntando el camino del Bien, cada uno a su manera, y de acuerdo con nuestra capacidad de entendimiento y absorción de las Verdades Espirituales. Fueron ellos los profetas de las más diversas religiones, surgidos por todos los rincones del mundo y en todos los tiempos.

Hasta que, llegada la hora, Dios pensó por bien enviarLO en persona. Así se hizo Maestro, Médico de las Almas, Profeta Mayor, y descendió, a través de los caminos de luz que unen Cielos y Tierra, hasta este mundo de dolor, sufrimiento e ignorancia, para encaminarnos de forma segura, dando a conocer las Leyes del Padre, en la tentativa de apartarnos del mal y, de esa forma,  liberarnos del dolor. Abandonó Sus tareas sublimes en el Mundo Mayor, donde imperaba entre los Espíritus de Luz, y aceptó, con toda la humildad y grandioso Amor, la incumbencia de vivir entre nosotros, diseminando luz y enseñando a través de la palabra y, por encima de tudo, de los maravillosos ejemplos que llenan los evangelios.

Los discípulos por Él escogidos, ciertamente sus colaboradores desde el Mundo de Luz de donde provenía, y previamente enviados para ese amoroso fin, eran los más humildes de los hombres, en un país humilde, esclavizado bajo el yugo romano, sin derechos de ciudadania, trabajadores ignorantes (delante del concepto humano), mas de corazón abierto, listos a seguiLo y emprender la grandiosa y difícil misión de diseminar Su Evangelio por el mundo, para que nadie quedase olvidado y todos tuviesen la misma oportunidad de redención.

Fue así que, después de Su regreso al Mundo de Luz de donde provenía, donde retomaría con certeza Sus tareas junto al Padre, y de donde continuaría a trabajar por nuestra evolución, sus discípulos continuaron en la Tierra Su Misión de Amor. Fue así que, con los corazones llenos de dolorosa nostalgia e inmenso amor, imprimirían tal vivacidad y vigor aquello que contaban del maravilloso Maestro y la forma como presentaban Su Doctrina, que conquistaron millares de corazones e hicieron Cristianos a gente de todos los credos, entre judíos y gentiles, contribuyendo para que el Cristianismo llegase hasta nuestros días y a todos los continentes.

Y lo hicieron con tal certeza de aquello en que creían que su Fé no dudó en enfrentar sacrificios, amarguras, o escarnio de la sociedad de entonces, humillaciones, martirios, la muerte. Ellos sabían, porque creían en el Maestro, que la muerte y los dolores del mundo nada eran delante de las promesas de felicidad anunciadas por Jesús. Y, por encima de todo, ellos sabían que el Evangelio no podía ser detenido porque provenía de Dios y se destinaba a cambiar el mundo. Y que, después del martirio y la muerte, se encontrarían delante del Gran Amigo que los esperaba para acogerlos en Sus brazos amorosos, porque Él mismo garantizaba: “Yo voy, más voy a prepararos un lugar junto a mí Padre”.

Bendecidos aquellos que convivieron con Entidad tan Sublime, Jesús, que fueron capaces de entender Sus enseñanzas, Lo acogieron humildemente en su corazón y fueron capaces de, con todo el coraje y abnegación, dar de Él testimonio, entre dolores y martirios, sin desistir ni renegar la Verdad. 

A esos corazones abnegados tenemos mucho que agradecer. Sin ellos, no tendríamos hoy la bendición de una doctrina sublime que es el Cristianismo. El Espiritismo, continuación del Cristianismo, Consolador Prometido por Jesús, nos trajo, entre su numerosa literatura subsidiaria, encantadoras historias, dictados por Emmanuel al médium Chico Xavier, que nos relatan escenas verídicas de esos tiempos inolvidables, haciéndonos revivir sacrificios y esperanzas que prueban bien el valor de los primeros Cristianos. Podemos apuntar, como ejemplos, algunos títulos que vale bien la pena conocer y cuya lectura aconsejamos, sea por la belleza literaria imprimida por el benefactor Emmanuel, sea por los testimonios y enseñanzas, que continuan hoy tan válidos como entonces: Hace Dos Mil AñosCincuenta Años Después y Ave, Cristo.

¿Y hoy? ¿Y nossotros?? ¿Qué nos es pedido a nosotros? ¿Cuál es el testimonio que el Maestro Jesús, Sublime Amigo, espera de nosotros? El tiempo fue pasando y nosotros, de reencarnación en reencarnación, fuimos pasando por los diversos siglos terrestres, a lo largo de estos más de dos milenios, desde la permanencia de Jesús entre nosotros. En cada uno de esos siglos, testimonios diferentes fueron siendo exigidos a quien verdaderamente creía en la Doctrina de Jesús y se hizo Su verdadero Misionero. Desde las arenas romanas, a las hogueras de la inquisición, a los océanos cruzados y otros peligros enfrentados para llevar el Cristianismo a los pueblos de África y América, las persecuciones a los Espíritas en los tiempos de la oscuridad de dictaduras que impedían la propagación de los credos no tradicionales, muchas situaciones fueron vividas que exigieron de los seguidores del Cristo los mayores testemonios de Fe.

¿Dónde estaríamos nosotros, en cada una de esas épocas? ¿Qué testimonios habremos sido capaces de dar? ¿Cuántas veces habremos sido llamados a trabajar en la mies del Señor? ¿Cuántas veces habremos nosotros encarado con Fe y Coraje la tarea de dar de Él testimonio? ¿Y cuántas veces habremos rechazado, temerosos o, peor aun, acomodados a situaciones que exigían menos virtud y valor? Por la gracia del Padre, que en Sus Leyes a todo provee, somos bendecidos por el olvido, al pasar de una reencarnación a otra. Decimos bendecidos porque, solo Dios sabe como nos sentiríamos al recordar en pleno  nuestros propios fallos y como nos podríamos sentir “tullidos”, por la conciencia culpable y avergonzada, en el propósito de aceptar nuevas incumbencias. Mas Dios no quiere que vivamos agarrados y condicionados en demasía por un pasado culpable, como tampoco no desea que la falta de humildad que aun nos caracteriza pueda ser obtáculo al recordar las victorias alcanzadas.

Tenemos el sentido del deber impreso en la conciencia y eso nos basta para apuntar el camino. Tenemos la Doctrina de Jesús, y hoy la Doctrina Espírita, que no es más que la Doctrina Cristiana renacida. Eso nos basta. Volvamos a la cuestión: ¿Y hoy, qué se espera de nosotros? ¿Cuál es la especie de testimonio que nos cabe dar, como Cristianos y como Espíritas (una y la misma cosa, repetimos)?

Vivimos un tiempo muy diferente, evidentemente. La libertad religiosa, por lo menos en los países occidentales, es una realidad, más o menos alargada. Ya no somos obligados a testimonios por los sacrificios físicos. No obstante, no estamos exentos de sacrificios morales y espirituales. Un Cristiano/un Espírita, antes de mas, sin dejar de respetar las creencias individuales de su prójimo, y sin ostentarse en detentor de la Verdad (que sería falta de humildad y, por eso, un pésimo testimonio y gran falta de amor), tiene que estar listo a testimoniar su creencia, sin verguenza, sin miedo del descrédito, con coraje. Y con conocimiento. Fue Kardec que aconsejó: Espíritas amaos e instruíos. Sin estudio doctrinario no hay verdadero conocimiento, solo pseudoconocimiento. De ahí nos faltan argumentos válidos cuando somos, en ciertas ocasiones, enfrentados con detractores, o incluso apenas con curiosos, junto a quien podríamos dar testimonio de la Doctrina Consoladora, y quedamos del lado de acá por no saber cómo explicar aquello en que decimos creer. Dejamos de dar testimonio y, lamentablemente, llegamos, a veces, a enredarnos en discusiones religiosas estériles que solo inducen a la incredulidad. Estudiemos y hagamosno humildes. Como Jesús fue humilde.

Mas, el verdadero y más grandioso testimonio que somos llamados a dar, en los días de hoy, y para el cual no tenemos disculpa si fallamos continuamente, es el del buen ejemplo, de la honestidad, del trabajo en favor de nuestro semejante y de la sociedad que nos acoge para las actuales experiencias y pruebas. Es el de la práctica de la caridad material y/o espiritual, donde fuera necesaria a nuestra acción voluntaria abnegada. Es el de la renuncia a las faltas, errores, defectos, vicios que aun nos encadenan el alma al mal que no sabemos expurgar de nosotros. Es el de abandonarnos paulatinamente a la materialidad excesiva, el orgullo, la vanidad, el egoísmo, el comodismo, la exaltación de la personalidad, el sensualismo, la maledicencia, y tantas otras manchas que nos obstaculizan la visión espiritual y nos impiden de buscar y construir el Reino de Dios en nosotros y en el mundo que habitamos. Son estos los sacrificios que Dios quiere de nosotros. Son estas acciones de testimonio. Nos enseña el Espiritismo que un buen Espírita, como un buen Cristiano, que son una y la misma cosa, se conoce por el bien que practica y por el sacrificio de apartar de sí todo lo que aun es obstáculo a su evolución espiritual. Que aquellos que nos conocen como Cristianos y/o como Espíritas identifiquen en nosotros, y a través de nosotros, lo que es, al final, esto de ser Cristiano y de ser Espírita.

Dijo Jesús, en su tiempo: “Ven y sígueme”. Lo dijo para el pueblo que Lo oía y dejó todo para Seguirlo. No fueron palabras de la época. Fueron palabras para todo y siempre. Se destinan a nosotros, que Lo oímos, en aquel tiempo, y continuamos hoy necesitando de oírlas. ¿Estaremos preparados, finalmente, para Seguirlo, dejando “todo”, significando ese “todo” lo que somos como seres inferiores predispuestos a caminar para la espiritualidad superior? Jesús espera por nosotros. “Ven y sígueme” continuan siendo Sus palabras. 

         
 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita