“Caminando a lo largo del mar de Galilea, vió a dos
hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano André, que
lanzaban redes al mar, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid
en pos de Mí y Yo haré de vosotros pescadores de hombres.
Y ellos, inmediatamente, dejaron las redes y lo
siguieron. Un poco más adelante, vió a otros dos
hermanos Santiago, hijo de Zebedeo y su hermano Juan,
los cuales, con su padre, Zebedeo, componían las redes
dentro del barco. Los llamó, y ellos dejando en el mismo
instante el barco y al padre, Lo siguieron.” (Mateo,
4:18-22; Marcos, 1:16-20)
“Salió de nuevo para la bera del mar, y toda la multitud
iba a Su encuentro y a todos enseñaba. Al pasar, vió a
Levi, hijo de Alfeo, sentado en el puesto de cobro, y le
dijo: - Sígueme. Y, levantándose, Lo siguió.” (Marcos,
2:13,14)
“Se dirigíran a Cafarnaun. Llegando el sábado, Jesús
entró en la sinagoga y comenzo a enseñar. Y todos se
maravillron con su doctrina, porque enseñaba como quien
tiene autoridad y no como los escribas.” (Marcos,
1:21,22)
Ven y sígueme, decía Jesús. Y los llamados Lo seguían.
Palabras simples, gestos simples, chamamiento simple. Y
todo dejaban para, bajo una inmensa fascinación, ir a Su
encuentro y colaboraron en Su sublime misión de
diseminar la Buena Nueva, el Evangelio, Doctrina del
Amor y de la Simplicidad.
¿Quién era ese Hombre, de mirada dulce y humilde, mas
impregnado de la mayor grandeza, pleno de Amor y Piedad
por los dolores humanos, que a todos cautivaba y que,
con Sus palabras profundas y sabias arrastraba a las
multitudes ansiosas por beber de las enseñanzas y
bálsamos que producían en lo más recóndito de sus almas?
¿Quién era ese Hombre, de vestiduras pobres, gestos
humildes, que no tenía siquiera donde recostar la cabeza,
acompañado por un equipo escogido entre los más humildes
de Galilea, que a todos extendía las manos en gestos de
profundo Amor, y a quien bastaba una mirada, una
imposición de las manos, o hasta incluso, un ligero
toque en sus ropas, para alcanzar curas y bendiciones,
detentoras de los mayores consuelos a los afligidos y
desheredados del mundo?
¿Qué Hombre era ese que, en la Tierra, se presentaba
casi como un mendigo, pobre entre los mas pobres, mas
que, visiblemente, detentaba un poder inmenso,
intermediario del proprio Dios, a quien llamaba Padre?
Enviado de lo Alto, descendio de los Páramos de Luz,
donde se situaba, como Él mismo dice, a la derecha del
Padre desde antes de la formación de la Tierra, fue el
Espíritu más sublime que jamás pisó suelo terrestre.
Gobernador Planetario, como nos vienen a esclarecer los
Espíritus colaboradores de la Doctrina Espírita,
cocreador con Dios en la formación del mundo terreno, y
desde ahí, según los desígnios del Creador, responsable
Mayor por nuestros destinos. Permaneció vigilante, de
mirada atenta, a lo largo de las evoluciones y
revoluciones planetarias y de sus habitantes, que hemos
sido nosotros, era tras era, y que, somos, al final, Sus
hermanos menores, a quien jamás abandonó, a pesar de los
pocos méritos que, a veces, hemos manifestado.
Colaborando con la voluntad del Padre, fue enviando
numerosos mensajeros, a través de los tiempos, que nos
fueron alertando y apuntando el camino del Bien, cada
uno a su manera, y de acuerdo con nuestra capacidad de
entendimiento y absorción de las Verdades Espirituales.
Fueron ellos los profetas de las más diversas religiones,
surgidos por todos los rincones del mundo y en todos los
tiempos.
Hasta que, llegada la hora, Dios pensó por bien enviarLO
en persona. Así se hizo Maestro, Médico de las Almas,
Profeta Mayor, y descendió, a través de los caminos de
luz que unen Cielos y Tierra, hasta este mundo de dolor,
sufrimiento e ignorancia, para encaminarnos de forma
segura, dando a conocer las Leyes del Padre, en la
tentativa de apartarnos del mal y, de esa forma,
liberarnos del dolor. Abandonó Sus tareas sublimes en el
Mundo Mayor, donde imperaba entre los Espíritus de Luz,
y aceptó, con toda la humildad y grandioso Amor, la
incumbencia de vivir entre nosotros, diseminando luz y
enseñando a través de la palabra y, por encima de tudo,
de los maravillosos ejemplos que llenan los evangelios.
Los discípulos por Él escogidos, ciertamente sus
colaboradores desde el Mundo de Luz de donde provenía, y
previamente enviados para ese amoroso fin, eran los más
humildes de los hombres, en un país humilde, esclavizado
bajo el yugo romano, sin derechos de ciudadania,
trabajadores ignorantes (delante del concepto humano),
mas de corazón abierto, listos a seguiLo y emprender la
grandiosa y difícil misión de diseminar Su Evangelio por
el mundo, para que nadie quedase olvidado y todos
tuviesen la misma oportunidad de redención.
Fue así que, después de Su regreso al Mundo de Luz de
donde provenía, donde retomaría con certeza Sus tareas
junto al Padre, y de donde continuaría a trabajar por
nuestra evolución, sus discípulos continuaron en la
Tierra Su Misión de Amor. Fue así que, con los corazones
llenos de dolorosa nostalgia e inmenso amor, imprimirían
tal vivacidad y vigor aquello que contaban del
maravilloso Maestro y la forma como presentaban Su
Doctrina, que conquistaron millares de corazones e
hicieron Cristianos a gente de todos los credos, entre
judíos y gentiles, contribuyendo para que el
Cristianismo llegase hasta nuestros días y a todos los
continentes.
Y lo hicieron con tal certeza de aquello en que creían
que su Fé no dudó en enfrentar sacrificios, amarguras, o
escarnio de la sociedad de entonces, humillaciones,
martirios, la muerte. Ellos sabían, porque creían en el
Maestro, que la muerte y los dolores del mundo nada eran
delante de las promesas de felicidad anunciadas por
Jesús. Y, por encima de todo, ellos sabían que el
Evangelio no podía ser detenido porque provenía de Dios
y se destinaba a cambiar el mundo. Y que, después del
martirio y la muerte, se encontrarían delante del Gran
Amigo que los esperaba para acogerlos en Sus brazos
amorosos, porque Él mismo garantizaba: “Yo voy, más voy
a prepararos un lugar junto a mí Padre”.
Bendecidos aquellos que convivieron con Entidad tan
Sublime, Jesús, que fueron capaces de entender Sus
enseñanzas, Lo acogieron humildemente en su corazón y
fueron capaces de, con todo el coraje y abnegación, dar
de Él testimonio, entre dolores y martirios, sin
desistir ni renegar la Verdad.
A esos corazones abnegados tenemos mucho que agradecer.
Sin ellos, no tendríamos hoy la bendición de una
doctrina sublime que es el Cristianismo. El Espiritismo,
continuación del Cristianismo, Consolador Prometido por
Jesús, nos trajo, entre su numerosa literatura
subsidiaria, encantadoras historias, dictados por
Emmanuel al médium Chico Xavier, que nos relatan escenas
verídicas de esos tiempos inolvidables, haciéndonos
revivir sacrificios y esperanzas que prueban bien el
valor de los primeros Cristianos. Podemos apuntar, como
ejemplos, algunos títulos que vale bien la pena conocer
y cuya lectura aconsejamos, sea por la belleza literaria
imprimida por el benefactor Emmanuel, sea por los
testimonios y enseñanzas, que continuan hoy tan válidos
como entonces: Hace Dos Mil Años, Cincuenta
Años Después y Ave, Cristo.
¿Y hoy? ¿Y nossotros?? ¿Qué nos es pedido a nosotros?
¿Cuál es el testimonio que el Maestro Jesús, Sublime
Amigo, espera de nosotros? El tiempo fue pasando y
nosotros, de reencarnación en reencarnación, fuimos
pasando por los diversos siglos terrestres, a lo largo
de estos más de dos milenios, desde la permanencia de
Jesús entre nosotros. En cada uno de esos siglos,
testimonios diferentes fueron siendo exigidos a quien
verdaderamente creía en la Doctrina de Jesús y se hizo
Su verdadero Misionero. Desde las arenas romanas, a las
hogueras de la inquisición, a los océanos cruzados y
otros peligros enfrentados para llevar el Cristianismo a
los pueblos de África y América, las persecuciones a los
Espíritas en los tiempos de la oscuridad de dictaduras
que impedían la propagación de los credos no
tradicionales, muchas situaciones fueron vividas que
exigieron de los seguidores del Cristo los mayores
testemonios de Fe.
¿Dónde estaríamos nosotros, en cada una de esas épocas?
¿Qué testimonios habremos sido capaces de dar? ¿Cuántas
veces habremos sido llamados a trabajar en la mies del
Señor? ¿Cuántas veces habremos nosotros encarado con Fe
y Coraje la tarea de dar de Él testimonio? ¿Y cuántas
veces habremos rechazado, temerosos o, peor aun,
acomodados a situaciones que exigían menos virtud y
valor? Por la gracia del Padre, que en Sus Leyes a todo
provee, somos bendecidos por el olvido, al pasar de una
reencarnación a otra. Decimos bendecidos porque, solo
Dios sabe como nos sentiríamos al recordar en pleno
nuestros propios fallos y como nos podríamos sentir
“tullidos”, por la conciencia culpable y avergonzada, en
el propósito de aceptar nuevas incumbencias. Mas Dios no
quiere que vivamos agarrados y condicionados en demasía
por un pasado culpable, como tampoco no desea que la
falta de humildad que aun nos caracteriza pueda ser
obtáculo al recordar las victorias alcanzadas.
Tenemos el sentido del deber impreso en la conciencia y
eso nos basta para apuntar el camino. Tenemos la
Doctrina de Jesús, y hoy la Doctrina Espírita, que no es
más que la Doctrina Cristiana renacida. Eso nos basta.
Volvamos a la cuestión: ¿Y hoy, qué se espera de
nosotros? ¿Cuál es la especie de testimonio que nos cabe
dar, como Cristianos y como Espíritas (una y la misma
cosa, repetimos)?
Vivimos un tiempo muy diferente, evidentemente. La
libertad religiosa, por lo menos en los países
occidentales, es una realidad, más o menos alargada. Ya
no somos obligados a testimonios por los sacrificios
físicos. No obstante, no estamos exentos de sacrificios
morales y espirituales. Un Cristiano/un Espírita, antes
de mas, sin dejar de respetar las creencias individuales
de su prójimo, y sin ostentarse en detentor de la Verdad
(que sería falta de humildad y, por eso, un pésimo
testimonio y gran falta de amor), tiene que estar listo
a testimoniar su creencia, sin verguenza, sin miedo del
descrédito, con coraje. Y con conocimiento. Fue Kardec
que aconsejó: Espíritas amaos e instruíos. Sin estudio
doctrinario no hay verdadero conocimiento, solo
pseudoconocimiento. De ahí nos faltan argumentos válidos
cuando somos, en ciertas ocasiones, enfrentados con
detractores, o incluso apenas con curiosos, junto a
quien podríamos dar testimonio de la Doctrina
Consoladora, y quedamos del lado de acá por no saber
cómo explicar aquello en que decimos creer. Dejamos de
dar testimonio y, lamentablemente, llegamos, a veces, a
enredarnos en discusiones religiosas estériles que solo
inducen a la incredulidad. Estudiemos y hagamosno
humildes. Como Jesús fue humilde.
Mas, el verdadero y más grandioso testimonio que somos
llamados a dar, en los días de hoy, y para el cual no
tenemos disculpa si fallamos continuamente, es el del
buen ejemplo, de la honestidad, del trabajo en favor de
nuestro semejante y de la sociedad que nos acoge para
las actuales experiencias y pruebas. Es el de la
práctica de la caridad material y/o espiritual, donde
fuera necesaria a nuestra acción voluntaria abnegada. Es
el de la renuncia a las faltas, errores, defectos,
vicios que aun nos encadenan el alma al mal que no
sabemos expurgar de nosotros. Es el de abandonarnos
paulatinamente a la materialidad excesiva, el orgullo,
la vanidad, el egoísmo, el comodismo, la exaltación de
la personalidad, el sensualismo, la maledicencia, y
tantas otras manchas que nos obstaculizan la visión
espiritual y nos impiden de buscar y construir el Reino
de Dios en nosotros y en el mundo que habitamos. Son
estos los sacrificios que Dios quiere de nosotros. Son
estas acciones de testimonio. Nos enseña el Espiritismo
que un buen Espírita, como un buen Cristiano, que son
una y la misma cosa, se conoce por el bien que practica
y por el sacrificio de apartar de sí todo lo que aun es
obstáculo a su evolución espiritual. Que aquellos que
nos conocen como Cristianos y/o como Espíritas
identifiquen en nosotros, y a través de nosotros, lo que
es, al final, esto de ser Cristiano y de ser Espírita.
Dijo Jesús, en su tiempo: “Ven y sígueme”. Lo dijo para
el pueblo que Lo oía y dejó todo para Seguirlo. No
fueron palabras de la época. Fueron palabras para todo y
siempre. Se destinan a nosotros, que Lo oímos, en aquel
tiempo, y continuamos hoy necesitando de oírlas.
¿Estaremos preparados, finalmente, para Seguirlo,
dejando “todo”, significando ese “todo” lo que somos
como seres inferiores predispuestos a caminar para la
espiritualidad superior? Jesús espera por nosotros. “Ven
y sígueme” continuan siendo Sus palabras.