Tema: Alegría
El Sapo y el Jaguar
Ya estaba oscureciendo y el sapo Tenorio, como
acostumbraba a hacer por las noches, cogió su violín, se
sentó en el pasto cerca del lago y empezó a cantar.
Tenorio no era un sapo grande, ni bonito. Pero a todos
les agradaba. Siempre sonriendo, tenía una alegría
contagiosa. Optimista, de buen humor y simpático,
Tenorio era capaz de mejorar cualquier conversación,
elevando el ánimo de quien conversara con él.
En poco tiempo, otros sapos fueron llegando. Algunos
cantaban junto a Tenorio y otros se acercaban solo para
escuchar. Las canciones más animadas hacían a los sapos
saltar, danzar y divertirse mucho.
Gracias a Tenorio, los sapos del lago empezaron a ser
más unidos y felices. Se reunían cuando él tocaba y
pasaban buenos momentos juntos, volviéndose amigos al
poco tiempo.
La alegría de los sapos atraía inclusive a otros
animales – como los patos, tortugas y conejos.
La fama de los cantos llegó a oídos del jaguar, el
animal más temido de los alrededores.
Él era muy poderoso y bravo. Y también muy infeliz, pues
donde llegara todos corrían de él o se escondían. Era
respetado, pero no tenía amigos.
El jaguar decidió investigar las fiestas de los sapos y
descubrir por qué todos eran tan alegres en ellas. Se
escondió en un matorral y observó las canciones y las
danzas animadas. Reparó en el pequeño sapo Tenorio, que
tocaba contento su violín incentivando a los demás a
cantar con él.
De repente, el jaguar dio un salto y apareció en medio
de todos. Sin decir nada, cogió a Tenorio entre sus
dientes y salió corriendo, dejando atrás a los animales
confundidos y asustados.
La desesperación fue general. Principalmente para
Tenorio, que, en verdad, quedó blanco de tanto miedo.
El jaguar, después de algunos minutos, se detuvo y soltó
al sapo, que dijo, casi sin voz:
- ¡Por amor a Dios, don jaguar, no me coma!
- ¡No es necesario hacer drama! No te comería ni aunque
tuviera hambre. ¡No te ofendas, pero tienes un sabor muy
amargo! – respondió el jaguar, limpiándose la boca con
la pata.
- No me ofendo. Por el contrario, ¡estoy feliz de
escuchar eso! – dijo el sapo, aliviado. – Pero,
entonces, ¿por qué me trajo hasta aquí?
- Soy fuerte, bonito, grande y respetado. A pesar de
eso, creo que tú eres mucho más feliz que yo. Tú no
tienes nada de más y, aun así, estás siempre alegre.
Sapito, quiero tu felicidad, tu alegría de vivir. Y vas
a enseñarme cómo conseguirlo. ¡Ahora! – gruñó el jaguar,
con cara molesta.
Tenorio tragó en seco. Pensó un poco y dijo:
- Don jaguar, ¡no sé por qué soy así! Pero
dudo de que sea porque estoy agradecido por lo que
tengo. No soy un animal con muchos atributos, pero esa
fue la voluntad de Dios para mí. Todos los días busco
estar en sintonía con las leyes de nuestro Creador. Hago
lo mejor que puedo para cultivar el bien y la alegría.
Con mi violín, que tampoco toco tan bien, paso momentos
felices. ¡Y es solo eso! Llevo una buena vida, sin
querer ser más que nadie. Pienso que la alegría es
consecuencia de todo eso.
- ¿Solo eso? Si lo dices así parece fácil. La mayoría de
los animales que conozco está siempre preocupada con su
reputación, su imagen… Y se esfuerzan en parecer más
felices de lo que son en verdad.
- Pienso que es solo buscar hacer la voluntad de Dios,
cumpliendo lo que él programó para nosotros. ¡Y
agradecer por todo! – dijo el sapo.
- ¡Está bien! – dijo el jaguar. – Voy a intentar hacer
eso, sapo. Puedes irte, si quieres. Disculpa, pero no
voy a llevarte de regreso, ¿está bien? Tienes
un sabor amargo, ¿sabías?
- ¿Puedo irme? ¡Gracias! – dijo el sapo, aliviado.
Puedes dejar que vuelva solo.
Y, despidiéndose, dijo:
- Tengo un sabor amargo, ¿no? ¿Sabías que tu aliento de
jaguar no es nada bueno? – Tenorio mostró una sonrisa
para que el jaguar se diera cuenta de que estaba
bromeando. – Aun así, me gustó conversar contigo. ¡Chau,
hasta pronto!
El jaguar también sonrió con la broma amigable del sapo.
Tenorio volvió al lago y fue recibido con gran alegría.
En esa noche hicieron la fiesta más grande para
conmemorar.
El jaguar intentó seguir la recomendación de su nuevo
amigo. Pasó a observar más la vida y todo lo bueno que
tenía. Se volvió más tranquilo y, de vez en cuando,
hasta aparecía en las fiestas de Tenorio, que lo recibía
muy contento.
Tenorio continuó tocando su violín. Con su manera de ser
humilde y espontánea, mostraba a todos que la alegría,
esa virtud tan deseada, se encuentra en cosas muy
simples.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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