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Por abreviación del sufrimiento, el suicidio
jamás será solución |
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“El suicida no huye al sufrimiento sino para
encontrar la tortura.” Léon Denis1
Dificílimo juzgar actos y conductas, ya nos orienta la
Doctrina Espírita, enseñanza basada sabiamente en las
generosas Leyes de Dios. Hay tantas variantes envueltas
en el móvil de la ejecución de un acto cualquiera, que
es practicamente imposible evaluar con precisión las
razones y motivaciones de nuestras actitudes, sea para
el bien o para el mal, como ejemplos:
1. Es el pasado manifestándose a través de la temida sombra,
sugiriendo constantemente la transgresión de los
principios morales y éticos.
2. Son
las conquistas de reencarnaciones anteriores
presentándose por medio de la luz que existe en
todos nosotros, apuntando nobles y seguros caminos.
3. Los antiguos desafectos ahora en el plano etéreo
tienen también significativa participación en nuestras
decisiones al inducirnos a esta y no a aquella
deliberación invariablemente en el camino del mal.
4. Los Espíritus protectores siempre nos intuyen en
dirección al bien.
5. Son las influencias del medio en que se vive dictando
normas y comportamientos.
7. Surgen
los consejos de los amigos, no siempre con juicios.
8. Tenemos también la educación recibida de la familia.
O sea, son variadas las fuerzas motivadoras
impulsándonos a obrar de esta o de otra forma.
En función de esta realidad, considerando tantos
estímulos existentes, podemos afirmar ser raro quien
posea plena conciencia de las motivaciones íntimas
llevándolo a navegar por los mares de la vida en este y
no en aquella otra regla.
Siendo así, jamás deberemos juzgarnos con extrema
severidad al punto de aplicarnos la pena de muerte,
destruyendo nuestro “abnegado” cuerpo, valioso préstamo
divino, abreviando nuestra preciosa existencia sea por
cual o cuales motivos fueran.
Algunos se castigan auto aplicandose la pena capital,
creen que sus inadvertidas conductas representaron
pecados irremisibles, en parte por el desconocimiento de
sí mismos, no admitiendo ninguna atenuante a lo que
hicieron, creen, por cuenta de este raciocinio
equivocado, ser ahora los últimos de los últimos,
olvidándose de que no hay privilegiados, tampoco
renegados, de la bondad y misericordia de Dios.
Somos todos hijos del mismo Creador. Él, a nadie
deshereda y no castiga eternamente, a propósito, tampoco
no castiga por ningún motivo, pues Sus Leyes buscan
permanentemente el bien de todos nosotros, siendo
siempre educativas. Los infortunios que nos alcanzan no
pasan de respuestas amargas a lo que hicimos y
continuamos haciendo. Todo ocurre dentro de los
principios inmutables de la Ley de Causa y Efecto, una
Ley justísima e igualitária, no contemplando
subterfúgios, mucho menos atajos. Es un principio a ser
exaustivamente estudiado por todos para mejor
comprensión de las propias jornadas y algunos porqués de
las particularidades de la existencia, guiandonos sobre
los caminos que deberemos tomar de modo a evitar
sufrimientos innecesarios.
En función de nuestras aun limitadas percepciones de la
realidad, suponemos que hay sufrimientos en demasia,
asperezas indebidas, dolores injustos, problemas demás:
¡Jamás!
El orden divino sigue invariablemente en la dirección de
capacitarnos para adquirir una fortaleza moral y ética,
a través de pruebas, fortaleciéndonos y preparándonos
para mejor servir dentro de las incontables tareas
existentes en la mecánica del Universo, todo bajo la
Magnánima supervisión de la Eterna Bondad.
Cuando no observamos la propiedad de las pruebas que
debemos vivir y desviarnos de sus educativas lecciones,
somos llevados naturalmente a las experiencias
desagradables, no previstas en nuestras particulares
jornadas y generadoras de futuras expiaciones. De esa
forma, desobedeciendo el curso natural de las necesarias
pruebas, iniciamos un viaje por mares revueltos,
inciertos e incluso desconocidos, sujetos, a partir de
entonces, los dolores e inquietudes que podrían haber
sido evitadas, mas no fueron.
Delante de estas nuevas adversidades, jamás podemos
imaginar que no podremos atravesarlas, todas alcanzarán
un término, en esta existencia o en la próxima, sin
excepción, sean cuales fueran, al extinguírsela, tan más
rápido cuanto fuera nuestro nuevo posicionamento delante
de la vida, no transgrediendo más los principios
divinos, buscando única y exclusivamente el bien, sea en
que situación fuera.
Y para ayudarnos en este intento, la más adecuada
directriz que debemos incorporar a nuestras existencias
es el conocimiento de nosotros mismos, conforme enseñó
el sabio Sócrates, gran iniciado, enviado antes incluso
de la venida del propio Jesús.
La Doctrina, varios siglos después, sugirió una
expresión-acción para adquirir este conocimiento, siendo
sintetizada en la conocida Reforma Íntima. En función de
esta propuesta, varios autores y pensadores se
dispusieron a escribir sobre el tema, en una tentativa
de motivarnos, así como orientar a cómo realizar este
importante e intransferible emprendimiento aplicado a
nosotros mismos.
Entre otras, tenemos una literatura dedicada a la
Reforma Íntima, orientada por Cairbar Schutel,
representando una buena ruta para ayudar en la
construcción de esta importante conquista, que deberá
ser conducida no apenas en esta etapa de aprendizaje,
sino en otras existencias.
Según la definición de esta expresión-acción, en la obra
citada2: Reforma Íntima es el renovar de
las esperanzas interiores, teniendo por meta el
fortalecimiento de la fe, la solidificación del amor, la
incesante búsqueda del perdón, el cultivo de los
sentimientos positivos y la finalización en el
perfeccionamiento del ser. O por otra, también puede
ser entendida como autoeducación, un tema
rutinariamente discutido, está en significativa
evidencia en la actualidad, con todo, realización de
hecho raramente alcanzado.
Como ya tuvimos muchas existencias, hay una inmensidad
de experiencias consolidadas, encubiertas por el olvido
del pasado, aliadas a los muchos estímulos del presente,
dirigiéndonos, sin que siquiera percibirlos. Precisamos
observar cuidadosamente nuestras tendencias instintivas
para vislumbrar lo que ya fuimos, con esta comprensión,
y con las nuevas propuestas del presente, preparamos
nuestro futuro, siendo este tan más tranquilo y feliz en
cuanto nos dispusiesemos a controlar ahora el llamado
“hombre viejo”, dando espacio en nuestra existencia
actual para el florecer del “hombre nuevo” que deseamos
ser.
Las aguas que rodaron en nuestras existencias no pueden
más ser recuperadas, se fueron, como dice el dictado
popular: “aguas pasadas no mueven molinos”. Entre tanto,
podemos y debemos utilizar las lecciones agotadoras
cuando el pasaje de estas aguas ya probadas, para bien
aprovechar las nuevas aguas presentándose en este eterno
presente.
Caso no nos dispongamos a iniciar esta construcción de
nosotros mismos, el proceso de autoperfeccionamiento,
obrando poco a poco, dentro de los acertados principios
divinos, será de esperarse que, cuando estuviéramos cara
a cara con las muchas tribulaciones de la existencia,
meditemos en salir, si así podemos expresarnos, por la puerta
de atrás de la vida, representada por el suicidio,
arrepentiéndonos y sorprendiéndonos amargamente más al
frente.
Las declaraciones de los suicidas, conforme se presentan
por sus propios relatos, son de decepción, fracaso,
amargura y profunda tristeza. ¿Cómo gustarían de volver
al momento exacto del acto desesperado para reavilitarse
y, quien sabe, dar más una oportunidad a la vida?
Arrepentidos, ahora prueban la continuidad de la vida, a
la cual intentaron desesperadamente escapar. Imaginaron
la muerte como solución última y se espantarón con la
realidad de la vida.
Además, algunos se dieron cuenta de que el escenario que
se diseñaba en la antigua caminata, cuando alucinados y
desalentados atentaron contra la propia vida, no terminó
como habían imaginado. Finalmente entendieron tener
soluciones jamás meditadas, reconociendo ahora, poseer
Dios muchas formas de sustentarnos.
En las horas de extrema soledad, cuando nos sentimos
desamparados, olvidados, desengañados, tristes,
aguardemos pacientemente el término natural de las
lecciones que la vida nos ofrece, aprendamos a aceptar
resignadamente estas preciosas lecciones, no siempre por
nosotros deseadas, con todo, absolutamente necesarias
para nuestro crecimiento espiritual.
De esta forma, querido amigo lector, enfatizamos: El
suicidio nada resuelve, al contrario, todo complica.
¡Confiemos incondicionalmente hoy y siempre en Dios!
Bibliografia:
1 DENIS,
Léon. Depois da Morte. Trad. João Lourenço de
Souza. 11. ed. Rio de Janeiro: FEB Editora, 1978. Parte
Quarta – Além-túmulo. XXXVI – Os Espíritos
inferiores.
2 GLASER,
Abel. Reforma Íntima. Pelo Espírito Cairbar
Schutel. 12. ed. Matão/SP; Casa Editora “O Clarim”,
2012. Introdução, item 1.
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com
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