Tema: Autoconocimiento; reforma íntima
El canario Peleón
En una hacienda alejada de la ciudad vivían muchos
animales. Había animales criados por el hacendado y
también los que vivían en la naturaleza de alrededor.
La hacienda era un lugar calmado, donde la rutina era
muy conocida por todos. Cualquier
cosa distinta era notada al instante.
Por eso, cuando el dueño de la hacienda compró un carro,
fue un alboroto general. El vehículo hacía mucho ruido y
levantaba polvo en el camino de tierra.
Los animales nunca habían visto nada igual. Todos
estaban curiosos y comentaban:
- ¡Increíble! ¿Qué será eso?
- El hacendado parece estar muy contento.
- ¿Será peligroso?
- ¿Vamos allá para verlo?
Poco a poco, algunos de ellos se acercaron a conocer de
cerca la novedad.
El perro olió todo y se hizo pipí en un neumático. El
gato saltó sobre el capó, vio que estaba caliente y
pensó que lo mejor era bajarse. Los
pajaritos pasaban volando por encima, observando todo.
Una de esas aves era el canario Peleón. Él tenía ese
apodo porque era muy violento y siempre buscaba bronca.
Cualquier motivo, así fuera pequeño, ya era suficiente
para querer pelear.
Después de los primeros vuelos que Peleón hizo alrededor
del carro, vio en el costado del carro a otro canario
muy antipático, que no le gustó ni un poco.
Los días pasaron, y los animales todavía comentaban
sobre el carro, cada vez descubriendo más cosas sobre
cómo era y lo que hacía. Descubrieron que el dueño lo
usaba para ir a lugares lejanos, sin cansarse. Vieron
que el vehículo no era peligroso y comenzaron a darse
cuenta por qué al dueño le gustaba mucho. Al canario
Peleón, sin embargo, no le gustaba el carro ni un
poquito. Un día, el Picaflor le preguntó por qué y él
explicó:
- No es que no me gusta el carro. Son
los canarios que viven en las cajitas de los costados
del carro. ¡Son muy maleducados! Desde la primera vez
que me vieron, me recibieron con mala cara. Cada vez que
voy allá para hacer algunas preguntas ellos me tratan
mal y terminamos peleando. Me picotean fuerte el pico,
me empujan con sus alas. Deben creerse muy importantes
solo porque viven en las cajitas del carro. ¡Son
unos orgullosos insoportables, eso sí!
El Picaflor decidió ir a conocer a los canarios, pues
era un pájaro muy amigable. ¡Se llevaba bien hasta con
Peleón! Quién sabe tal vez él pudiera pacificar la
situación con una conversación.
Pero cuando el Picaflor llegó cerca de la primera cajita
del carro, no vio ningún canario, pero sí otro picaflor,
que le sonreía y venía a su encuentro.
El Picaflor pensó que el otro tenía una actitud muy
simpática. Sonrió y lo saludó con
la cabecita. El otro hizo lo mismo. Después, dio una
voltereta en el aire, demostrando
su alegría al ver al nuevo amigo. Inmediatamente,
el otro repitió su gesto.
El Picaflor, feliz, se acercó, siempre con bastante
educación, y preguntó si ahí también vivía algún
canario.
El picaflor de la cajita no respondió, pero se mantuvo
sonriente y respetuoso. Después de un tiempo el Picaflor
se despidió y se fue.
Buscó a Peleón y le contó lo que había pasado. No
encontró a los otros canarios, pero había conocido a un
picaflor muy simpático.
- No habló conmigo. Tal vez no podía hablar, pero pensé
que era aun así muy genial.
- Entonces tuviste suerte. Yo tuve mala suerte –
respondió Peleón.
Cada día que pasaba los animales de la hacienda
aprendían más sobre el carro. Un día, escucharon al
dueño llamar a una de las cajitas laterales “espejo
retrovisor”.
Pero pasó mucho tiempo hasta que los animales
entendieron que nadie vivía en los
retrovisores. El
espejo solo mostraba sus propios reflejos.
Cuando hicieron ese descubrimiento, muchos pajaritos y
animales pequeños quisieron verse en el espejo y conocer
su apariencia. Iban
y venían hacia el carro, divirtiéndose con eso.
Peleón, desconfiado, decidió también ir hacia el espejo
y comprobar si era verdad lo que estaban diciendo.
Rápidamente, se dio cuenta de la realidad y voló lejos
avergonzado.
- Entonces, ¿así soy? ¡Qué cara tan molesta! ¡Qué
antipático! ¡Qué peleón! – dijo el pajarito, un poco
asustado por darse cuenta de que su apodo no era
exageración.
El canario Peleón fue uno de los pocos que no se
divirtió con el espejo, pero fue quien más sacó provecho
al ver su propio reflejo. Pues solo así, conociéndose a
sí mismo, es que tuvo condiciones de mejorar. Él empezó
a vigilar sus reacciones y su modo de lidiar con los
demás, volviéndose más amigable.
El canario consiguió hacer su reforma íntima,
substituyendo mucho de sus defectos por cualidades. A
todos les empezó a agradar y nunca más fue llamado
Peleón.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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