Tema: Desarrollo de las potenciales
Tú puedes más
Había un campo muy bonito donde la naturaleza estaba
llena da variadas formas de vida.
Para cada ser vivo, fuese animal o vegetal, Dios le
había dado características maravillosas, con las cuales
Él esperaba que colaboraran en la edificación de un
mundo bueno y feliz. Sin embargo, en ese campo algunas
cosas no estaban yendo como deberían.
Había una semilla que había caído en tierra fértil.
Traía en sí el potencial para volverse un gran árbol.
Pero ella, muy tímida, prefería permanecer escondida
entre las hojas caídas, sin llamar la atención.
El potrillo había nacido saludable y con piernas largas.
Podría correr por el pasto, ejercitando la musculatura
para volverse un animal grande y fuerte. Sin embargo,
miedoso, no quería arriesgarse a caer o perderse. La
mayor parte del tiempo se quedaba parado, esperando que
el tiempo pasara.
Sucedía algo parecido con el pajarito hornero. Él tenía
el instinto y la capacidad de construir su casa y formar
su familia. Pero, sin querer dedicar los esfuerzos
necesarios para cargar el barro y moldear su morada,
posponía el inicio de sus tareas.
La semilla, el potrillo y el pajarito creían que sus
actitudes les traían tranquilidad. El problema es que,
al contrario de sentirse bien con la decisión que
tomaron, se sentían mal.
La semilla pasaba los días como si fuese una piedrita
del suelo, pero ella no era eso. El comportamiento del
potrillo se asemejaba al de un animal enfermo. Pero él
estaba sano. El pajarito no asumía las tareas que le
daba a su especie el reconocimiento de ser uno de los
mejores constructores de la naturaleza. Era como si
hubiera nacido sin la habilidad que poseía.
El tiempo pasaba, y ellos se sentían cada vez peor.
Incluso comenzaban a dudar de sus capacidades. A veces,
veían a alguien haciendo lo que ellos también podrían
realizar y se quedaban incómodos, avergonzados. Buscaban
disculpas para aliviar sus conciencias, pero no se
convencían a sí mismos.
Algunas veces, el viento soplaba haciendo un pequeño
ruido que ellos oían como un pedido de la naturaleza,
diciéndoles: “¡Tú puedes más!”.
Un día, una familia fue a pasar por ese campo. Una de
las personas de esa familia era una niña linda y llena
de energía. Curiosa, jugaba y corría por todas partes,
queriendo aprovechar al máximo esa oportunidad.
La niña, tan pronto vio al potrillo, salió corriendo
para acercarse. Él se asustó y, con miedo de ella, salió
corriendo. La niña alegremente continuó corriendo, y
pronto era como si los dos estuvieran jugando a
perseguirse. Corrían
y se detenían, cansados. Después,
uno de los dos volvía a correr y el otro acompañaba.
Olvidando sus miedos, el potrillo hasta saltaba durante
la carrera, divirtiéndose como nunca. Deseó tener
piernas más fuertes para poder correr más rápido y
reconoció que nunca había experimentado una sensación
tan buena. Su miedo a correr se fue.
Más tarde, la niña fue hasta un pequeño árbol y se sentó
en una de las ramas, balanceando su cuerpito en el aire.
La familia se sentó a la sombra que éste hacía para
descansar y comer una merienda. La semilla deseó ser ese
árbol en el cual la niña jugaba. Imaginó que podría
hacer una sombra aún más grande que esa. Se quedó tan
entusiasmada con esa idea que su voluntad de
desarrollarse se volvió más grande que su timidez.
El hornero, admirando esa familia feliz, sintió ganas de
tener también su propia familia y pensó que todos sus
esfuerzos valdrían la pena para eso.
En poco tiempo, las cosas cambiaron en ese campo.
La semilla creció y se transformó en un árbol enorme,
capaz de ser visto de lejos. Los pájaros venían a comer
sus frutos y se abrigaban en sus ramas. Incluso hacía una
gran sombra que aliviaba el calor de todos a su
alrededor. La semilla, ahora árbol, sentía su autoestima
renovada.
El potrillo pasó a ejercitarse, corriendo solo o con
otros animales. Se volvió un caballo imponente que daba
ejemplo de fuerza y coraje a quien lo viera. Comenzó a
sentir mucha confianza.
El hornero encontró motivación para comenzar su trabajo
y, siguiendo la tradición de su especie, construyó un
nido admirable donde él y su esposa tuvieron sus
polluelos. Cada día, al volver a casa y encontrar su
familia, se sentía realizado.
Y fue así como, cumpliendo la programación de Dios y
desarrollando sus potenciales, todos fueron muy felices.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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