Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Buen carácter


La carrera


A Carlos le gustaba practicar deportes y estaba entrenando mucho para participar en los juegos escolares que sucederían pronto en su ciudad. Muchas escuelas, inclusive de otras ciudades, participarían en el evento.

Carlos entrenaba atletismo e iba a competir en la carrera de larga distancia.

El profesor de educación física, que era su entrenador, llevó a Carlos hasta el lugar del evento unos días antes de la competencia. Ahí, ellos entrenaron toda la carrera, desde la salida hasta la llegada, repasando todo lo que Carlos debería hacer para salir bien y conseguir una medalla.

El gran día finalmente llegó. Carlos estaba ansioso, pero optimista. Él sabía que era un buen corredor, pues era el mejor de su colegio.

Varios atletas fueron llamados, cada uno en su categoría. Las pruebas fueron realizadas con mucha alegría por parte de los compañeros y familiares presentes.

Cuando llegó el turno de Carlos, varios niños fueron llamados también. Ellos se posicionaron en la línea de partida, dieron la señal de partida y comenzaron a correr.

Carlos sabía qué hacer. Daba largas zancadas, controlaba la respiración y medía el esfuerzo para que lo le faltara aire al final, ya que era una carrera larga. Tras la partida, el niño ya se distanciaba de la mayoría de los otros competidores, corriendo delante de ellos.

Solo un participante corría cerca de Carlos, y era un excelente corredor también. Él vestía el uniforme de un colegio de otra ciudad y Carlos pronto se dio cuenta de que no sería fácil ganarle.

Los dos se distanciaban cada vez más de los otros corredores. El chico se adelantó y Carlos iba un poco atrás. La multitud gritaba y aplaudía esa emocionante carrera.

Los muchachos, cansados, forzaron sus zancadas un poco más al acercarse a la meta, dando lo máximo que podían.

Carlos se dio cuenta de que el niño iba a ganar, pero no dejó de esforzarse, pues también quería llegar lo más rápido posible.

De repente, sucedió algo inesperado. Había una línea blanca pintada en el suelo unos metros antes de la línea de meta, que servía de marcación para otra actividad que se realizaría en esa pista. El chico de la otra escuela, pasando la línea blanca, dejó de correr y levantó los brazos alegre, pensando que había ganado la carrera.

Carlos, que estaba justo detrás, notó la confusión que había hecho el competidor. Él había entrenado en esa pista anteriormente, pero el chico no.

Carlos, entonces, aún corriendo, alcanzó al niño y le puso la mano en el hombro. Jadeante, simplemente señaló con la otra mano la línea de meta que tenía delante.

El chico entendió el mensaje y corrió unos metros más, terminando la carrera. Fue el primer puesto y Carlos ocupó el segundo lugar, llegando poco después.

Solo entonces los dos se detuvieron para descansar y recibir los saludos de la multitud.

Después de recomponerse, Carlos regresó junto a sus compañeros en la gradería y uno de ellos preguntó:

- ¿Por qué hiciste eso, Carlos?

- ¿Qué cosa? – preguntó Carlos, sin entender lo que el otro quería decirle.

- ¡Dejaste que el chico de la otra escuela ganara! Podrías haber aprovechado su error y ganar al final.

- ¡No, no podría! – respondió Carlos con firmeza. - ¡De hecho él ganó la carrera! Hice lo mejor que pude y, sin embargo, él estuvo delante de mí todo el tiempo. ¿Crees que sería correcto que me llevara la medalla de oro sin merecerlo, aprovechando que él es de otra ciudad y no entrenó en pista como yo?

El compañero no dijo nada más. Sabía que Carlos había actuado correctamente.

- ¡Felicitaciones, Carlos! ¡Lo hiciste genial! ¡Hiciste tu mejor tiempo! - dijo alegremente el entrenador, abrazando al niño.

Carlos se mostró feliz con el elogio recibido. Había estado un poco triste por haber quedado en segundo lugar, pero las palabras de su profesor le recordaron que él había hecho todo lo posible y por eso también era un ganador.

En el momento de la premiación, el ganador del primer lugar, Carlos y el niño que quedó en tercer lugar subieron al podio y recibieron sus medallas.

El niño ganador, entonces, tomó el brazo de Carlos y lo levantó en un gesto de gratitud, demostrando que Carlos también era un campeón.

La multitud emocionada hizo mucho ruido, aplaudiendo, silbando y gritando el nombre de Carlos, quien se sintió muy feliz.

Carlos regresó a casa sintiendo su corazón sin preocupaciones. Incluso con la medalla de plata, se sentía ganador. Había vencido en la prueba de la vida, que es más importante y que nos otorga méritos y triunfos verdaderos.


(Historia basada en hechos reales.)


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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