Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Valor de las cosas pequeñitas


El valor de las cosas pequeñitas


Era sábado en la tarde. Mauricio estaba en su casa y sin ganas de salir al compromiso que tendría más tarde.

Él formaba parte del grupo de jóvenes del centro espírita que frecuentaba con su familia. Los jóvenes habían programado una actividad de apoyo a los que vivían en las calles. Consiguieron dinero, compraron los ingredientes y esa tarde prepararían sándwiches para repartirlos al comenzar la noche.

Al comienzo a Mauricio le gustó la idea, ayudó a programar las actividades, pero ahora que había llegado el día tenía pereza y pensaba:

- Habrá otras personas allá. No voy a hacer mucha falta. Por eso el trabajo es en grupo, para que todo salga bien, aunque falte alguien. ¡No voy, no!

Mauricio se acostó en el sofá para descansar un poco y pronto se quedó dormido. Mientras dormía comenzó a soñar.

Se vio saliendo de casa y yendo por la calle. Conforme andaba se daba cuenta de que las cosas eran muy diferentes. El paisaje era extraño. Casi no había vegetación. Todo estaba seco y polvoriento.

Mauricio tenía curiosidad. ¿Qué estaría pasando? De repente, alguien apareció cerca de él y explicó:

- ¿No sabes? Es el desánimo de las cosas pequeñas.

- ¿Qué? ¿Cómo así? – preguntó Mauricio.

- Es que las cosas pequeñas, que componen una cosa grande, comenzaron a pensar que no eran importantes, que las otras partes de la cosa grande no las necesitaban. Y, entonces, decidieron dejar de hacer lo que hacen. Unas de las primeras en detenerse fueron las gotas de lluvia. Cada gota piensa que no hará falta. Pero sin cada una de ellas no se forma la lluvia. No ha llovido en varios días por esa razón. Las abejas y otros insectos también se detuvieron. Dicen que la polinización de las flores del mundo es un trabajo enorme y que cada uno de ellos no hará falta. Las abejas ya no están produciendo miel, porque la colmena no recibe el néctar que cada obrera traía.

Mauricio miró los árboles y solo vio ramas.

- Déjame ver si entendí. Las hojas piensan que no hacen falta para formar las copas de los árboles, ¿verdad?

- ¡Acertaste! – dijo la persona que conversaba con él.

Mauricio se puso triste al ver todo transformado de esa manera. Preocupado, comenzó a correr de vuelta a casa.

Pero al divisar su casa, se acordó de que estaba hecha de ladrillos. Inmediatamente uno por uno, los ladrillos comenzaron a deshacerse y la casa comenzó a desmoronarse.

Desesperado, el joven comenzó a gritar:

- ¡No! ¡No hagan esto! ¡Por favor, ladrillos, cada uno de ustedes es muy importante! ¡Yo quiero mi casa!

Mauricio se despertó llorando y se sintió aliviado al darse cuenta de que eso había sido un sueño y que todo estaba bien.

Aún echado, se quedó pensando en su sueño y en su compromiso con los otros jóvenes. Comprendió que él era solo una persona del grupo, pero que ese grupo necesitaba de él, como él necesitaba de todos.

Miró el reloj y vio que todavía tenía tiempo.

Mauricio, entonces, se arregló muy rápido y fue al centro espírita para ayudar a su grupo en la actividad que habían programado.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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