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En los refugios del entendimiento |
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“El único medio de evitar o atenuar las consecuencias
futuras de una falta está en repararla, deshaciendola en
el presente. Cuantos más nos demoramos en la reparación
de una falta, tanto más penosas y rigurosas serán, en el
futuro, las consecuencias.” (1)
¡Orgullo, enemigo invisible! Donde se evidencia su
influencia aparecen la rebeldia y la acritud, preparando
la perturbación y la discordia. De esta manera,
invigilantes e infelices, transformados en terribles
fantasmas de incomprensión y de intransigencia,
envolviéndonos en la propia sombra y, en lastimoso
aislamiento de Espíritu, no sabemos entender y perdonar
para también ser perdonados y entendidos. Nos responde
la vida en todas las cosas y en todas las criaturas
según la naturaleza de nuestro llamamiento. Podremos así
entender que recogeremos del Padre los estímulos al
futuro y padeceremos los reflejos del pasado a
proyectarse sobre nuestra existencia.
Surgen delante de nosotros los errores cometidos, las
ofensas inesperadas, las discordias y disgustos, del
punto de vista humano, como siendo invitaciones a la
inercia, mas, en la esencia semejantes luchas son
pruebas justas e indispensables que equivalen a
consultas del plano espiritual acerca de la capacidad de
superación de nuestras flaquezas, a examinar nuestro
grado de humildad, entendimiento y amor.
Sin embargo, llega el día en que somos intimidados al
test de dignidad personal, sea por la crítica del
insulto o por el espino de la desconsideración. Somos
alcanzados en el amor propio y, si no disponemos
suficientemente de humildad y compasión, he que el
orgullo herido se asemejará en nosotros al fuego de la
cólera que irrumpe produciendo pensamientos
descontrolados, que aniquilan preciosas edificaciones
espirituales del presente y del futuro. Estemos alertas
contra semejante poder letal orando y bendiciendo,
sirviendo y disculpando, olvidando el mal y restaurando
el bien.
Es preciso no nos olvidemos de que la cólera a nada
remedia en tiempo alguno, quedando claro que si erramos
será necesario rectificar, reparando con sinceridad las
consecuencias de nuestras faltas; entre tanto, si la
obligación cumplida nos garantiza la conciencia
tranquila, cuando la provocación de las tinieblas nos
desafie, tengamos el coraje de no conceder al mal
atención alguna, absteniéndonos de pasar recibo en
cualquier cuenta perturbadora que la injuria o la
maledicencia nos quieran presentar.
Seamos la lámpada encendida para los caídos en la
ceguera de la negación; el apoyo a los que tropiezan en
el camino; la buena palabra que reajuste el ánimo de los
que yacen traumatizados por el asalto de las tinieblas.
Dominémonos para que podamos controlar circunstancias,
comandando nuestras emociones, alineándolas en el camino
de equilibrio y del discernimiento, de modo que nuestra
frase no resbale en la intemperancia. El hombre prudente
es lento para la ira y se honra en ignorar una ofensa.
Por tanto, bien aventurados los pacificadores porque
serán llamados hijos de Dios.
Procuremos, así precavernos contra semejante
perseguidor, vistiendo el corazón con la túnica de la
humildad porque ese extraño verdugo que nos estimula el
egoísmo en todas parte, se llama orgullo. En vista de
eso, cuando recibiéramos quejas amargas que nos hieran
injustamente, sepamos oírlas con paciencia
absteniéndonos de incitar a los hermanos del camino a
las tramas de la sombra, trabajando sinceramente para
deshacerlas.
Luego, delante de los que se desvarían en la crítica,
observemos la facilidad con que nos entregamos a los
juicios irreflexivos y ponderemos que seríamos
igualmente impulsados al brasero de la crueldad si no
fuese algún ligero límite de prudencia que conseguimos
mentalizar.
Es importante colocarnos en el lugar de los que yerran
para que nuestro raciocinio descanse en el abrigo del
entendimiento. Si así procedemos, seremos clasificados,
en verdad, entre los pacificadores bendecidos por el
divino Maestro, comprendiendo, al final, que la criatura
humana, aisladamente, no consigue garantizar la paz del
mundo, no obstante, cada uno de nosotros puede y debe
mantener la paz dentro de sí.
Esclarece el evangelista Lucas, en el capítulo 15,
versículo 7: “Os digo que así habrá alegría en el
cielo por un pecador que se arrepiente, más que noventa
y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. Toda
falta que se comete, todo mal practicado es una deuda
contraída y que precisa ser reparada. Como no existe
injusticia, el despertar de una conciencia correcta y la
moral elevada posibilitará la resolución del mal,
disolviéndolo en el bien y en la práctica de la caridad.
El camino más eficaz para el control de la agresividad
es el de la educación íntima: la búsqueda de
conocimientos para el superior entendimiento de la
propia personalidad, así como el cultivo de la
religiosidad y de la espiritualidad que buscan un mejor
direccionamiento de los ímpetus e impulsos y una mayor
concienciación de nuestras responsabilidades delante de
nuestra caminata terrena.
Con los postulados Espíritas la educación moral
espiritual se destaca, pues su principal objetivo es el
perfeccionamiento del Espíritu por medio de la conquista
de níveles más elevados de conciencia. En el comentario
de Allan Kardec, en El Libro de los Espíritus sobre
la cuestión 964, entendemos que: (...) “todas
nuestras acciones son sometidas a las Leyes de Dios, no
hay ninguna de ellas, por más insignificante que nos
parezca, que no pueda ser una violación de esas leyes.
Si sufrimos las consecuencias de esa violación, no nos
debemos quejar sino de nosotros mismos, que nos hacemos
así los artífices de nuestra felicidad o de nuestra
infelicidad futura”.
Nos compete, de esta forma, la obligación de reconocer
que nosotros, Espíritus encarnados y desencarnados que
hoy nos dedicamos al Evangelio explicado por la
codificación, guardamos esclarecimientos en torno de las
realidades esenciales de la vida y del Universo.
Esclarecimientos y convicción que la mayoría de los que
profesan en muchas escuelas religiosas de la Tierra
están lejos, aun, de alcanzar.
¿Es razonable concluir que si nosotros que sabemos tanto
de la “verdad”, aun ofendemos a otros sin percibir, como
ejercer demasiada severidad delante de aquellos hermanos
que nada reciben de lo mucho que conocemos y recibimos?
Reflexionemos en eso y abramos el corazón al
entendimiento y a la misericordia, pues solamente así
encontraremos en nosotros mismos la fuerza del amor
capaz de garantizarnos la construcción del reino de
Dios.
Aceptémonos como somos: débiles, imperfectos, rebeldes o
reincidentes en el mal, mirándonos en el espejo de la
razón pura, razonando, observando los puntos vulnerables
en torno de los cuales nuestras faltas reaparecen. Así,
desacertando, reacertaremos; errando, abrazaremos la
corrección y estaremos, de este modo, convencidos ante
la misericordia de Dios de que todo día es tiempo de
progresar, aprender, mejorar y renovar.
Bibliografia:
1. KARDEC, Allan – O Céu e O Inferno –
38ª edição – Editora FEESP –São Paulo/SP – 1ª parte –
capítulo 7- parágrafo 27 – 1992.
2. XAVIER, Francisco Cândido – Justiça
Divina – ditado pelo Espírito Emmanuel – 14ª edição
– editora FEB – Brasília/DF – lição 6 – 2018.
3. XAVIER, Francisco Cândido –
Religião dos Espíritos – ditado pelo Espírito
Emmanuel – 22ª edição –editora FEB – Brasília/DF –
lições 20 e 69 – 2013.
4. XAVIER, Francisco Cândido -
Encontro Marcado – ditado pelo Espírito Emmanuel –
14ª edição – editora FEB – Brasília/DF – lições 4, 13,
14 e 15 – 2013.