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Igualdad de los derechos del hombre y de la
mujer |
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A lo largo de la historia, la mujer siempre fue dominada
por el hombre y tuvo sus derechos muy limitados. Como
nuestro análisis es fundamentado en el campo religioso,
iniciaremos nuestro trabajo con base en referencias
bíblicas, como veremos a continuación:
La purificación después del parto:
“... Si una mujer concibiera y tuviera un hijo varón,
será inmunda por siete días...” “Después quedará ella
treinta y tres días
en la sangre de su purificación; ninguna cosa santa
tocará, y no irá al santuario hasta que se cumplan los
días de su purificación; ninguna cosa santa tocará, y no
irá al santuario hasta que se cumplan los días de su
purificación.” “Mas, si tuviera una hembra, será inmunda
dos semanas, como en su separación: después quedará
sesenta y seis días en la sangre de su purificación.” (Lev,
cap. 12). Interesante notar que la discriminación
comienza en el nacimiento. El nacimiento de una niña
impone una pena mayor a su madre.
La prueba de la mujer sospechosa de adulterio:
“Y el espíritu de celos vino sobre él, y de su mujer
tuvo celos, por ella se habría contaminado, o sobre él
vendría el espíritu de celos, y de su mujer tuviera
celos no habiéndose ella contaminado. Entonces aquel
varón tratará a su mujer delante del sacerdote, y
juntamente traerá su oferta por ella. (...). Y el
sacerdote presentará la mujer delante del Señor, y
descubrirá la cabeza de la mujer; y la oferta memorativa
de manjares, que es oferta de los manjares de los celos,
pondrá sobre sus manos, y el agua amarga, que trae
consigo la maldición, estará en la mano del sacerdote
(...). Y el agua amarga, maldecida, dará a beber a la
mujer, y el agua maldecida entrará en ella entrará en
ella para amargar. (...) ... el agua maldecida entrará
en ella para amargar, y o su vientre se hinchará, y a su
muslo caerá, y aquella mujer será por maldición en el
medio de su pueblo. Y si la mujer no se hubiera
contaminado, mas estuviera limpia, entonces será libre.
(...). “Esta es la ley de los celos, cuando la mujer, en
poder de su marido, se desvía y fuera contaminada.”
(Números, cap. 5)
‘Véase el poder que tenía el marido sobre la esposa: “en
poder de su marido”. Era muy fácil para un hombre
librarse de su mujer, cuando lo desease, pues la prueba
a que ella era sometida era casi mortal, pues sería muy
difícil no enfermar tomando aquel brebaje.
Así era tratada la mujer entre los judíos, hasta la
venida de Jesús. En verdad, había leyes para castigar
también al hombre adultero, pero eran los hombres que
las aplicaban...
“También el hombre que adultera con la mujer de otro,
habiendo adulterado con la mujer de su prójimo,
ciertamente morirán el adultero y la adultera.
(Levítico, cap. 20).
Jesús tuvo que enfrentar esa situación de dominio
absoluto del hombre en relación a la mujer, cuando
defendió a la adultera, hablando a la conciencia de
aquellos que la acusaban y estaban listos a apedrearla
hasta la muerte: “Y los escribas y fariseos le trajeron
una mujer cogida en adulterio; y poniéndola en medio, le
dijeron: Maestro, esta mujer fue cogida, en el propio
acto, adulterando. Y en la ley nos mandó Moisés que
tales sean apedreadas. ¿Tú pues que dices?” (Juan, 3 a
5: 8).
Estaban los hombres ya preparados para la ejecución,
portando las piedras que serían tiradas sobre la mujer,
cuando el Maestro profirió la celebre sentencia: Aquel
que de entre vosotros esté sin pecado sea el primero que
tire la piedra contra ella. (Juan, 7: 8).
Delante de esas palabras, proferidas con profundo amor y
no en tono acusatorio, la multitud se deshizo y la mujer
fue liberada. Jesús, sin embargo la advirtió: “Ni yo
tampoco te condeno: vete y no peques más.” (Jun, 8: 11)
Son muchas las referencias de la presencia y actuación
de mujeres en el grupo que seguían a Jesús: “... y
andaba de ciudad en ciudad, y de aldea en aldea,
predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios;
y los doce iban con él. Y algunas mujeres que habían
sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades:
María, llamada Magdalena, y Juana, mujer de Cusa,
procurador de Herodes, y Suzana y muchas otras que lo
servían con sus haberes.” (Lucas, 8: 1 a 3).
Nótese que Lucas parece querer justificar la presencia
de mujeres en el grupo de Jesús, al decir: “que lo
servían con sus haberes”, lo que vale decir que ellas no
estaban allá como iguales, más sí apenas como
servidoras.
Entre tanto, Jesús no discriminaba a nadie. Amparaba,
curaba, atendía a todos con la misma distinción. Las
mujeres, a pesar de la restricción que la propia
sociedad les imponía, no se sentían inhibidas de
aproximarse a Jesús: “He que una mujer que hacía ya doce
años padecía de un flujo de sangre, llegando por detrás
de él, tocó la orla de su túnica. Porque decía consigo:
si yo solamente tocara su túnica quedaré sana. Y Jesús,
volviéndose, viéndola dijo: Ten ánimo, hija, tú fe te
salvó. E inmediatamente la mujer quedó sana.” (Mat, 9:
20 a 22).
A pesar de las restricciones impuestas por los hombres,
las mujeres se sentían inclinadas a aproximarse al
Maestro, pues eran recibidas con respeto y cariño: “Y,
estando Jesús en Betania, en la casa de Simón, el
leproso, se aproximó a él una mujer con un vaso de
alabastro, con ungüento de gran valor, y lo derramó
sobre la cabeza, cuando estaba sentado a la mesa. Y los
discípulos, viendo eso, se indignaron diciendo: ¿Por qué
ese desperdicio? Pues este ungüento se podía vender por
gran precio, y dar el dinero a los pobres. Jesús, sin
embargo, conociendo esto, les dijo: ¿Por qué afligis a
esta mujer? Pues practicó una buena acción conmigo. Por
cuanto siempre tenéis con vosotros a los pobres, mas a
mí no me habéis de tener siempre (Mat, 26: 8 a 11).
Cuando Jesús fue crucificado, las mujeres, sin poder
obrar, valientemente testimoniaron la crucifixión,
conforme el relato de Marcos: “Y también allí estaban
algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales María
Magdalena, María madre de Santiago, el menor, y de José,
y Salomé. Las cuales también lo seguían y lo servían,
cuando estaba en Galilea; y muchas otras, que habían
subido con él a Jerusalén. (Mar, 15: 40 e 41).
En el desarrollar del drama del Gólgota, las mujeres
aparecieron más que los hombres. “Y pasado el sábado,
María Magdalena, y María madre de Santiago, y Salomé,
compraron aromas para ir a ungirlo.” (Mar, 16: 9).
Ya desencarnado, con su cuerpo espiritual, Jesús
apareció primeramente a Magdalena, próximo al lugar
donde sería su túmulo: “Y Jesús, habiendo resucitado en
la mañana del primer día de la semana, apareció
primeramente a Magdalena, de la cual había expulsado
siete demonios. (Mar, 16:9).
La aparición de Jesús a Magdalena fue tan importante al
punto de ser relatada por los cuatro Evangelistas.
“Y en el primer día de la semana María Magdalena fue al
sepulcro de madrugada, siendo aun oscuro, y vio la
piedra retirada del sepulcro. Corrió, pues, y fue a
Simón Pedro, y a otro discípulo, a quien Jesús amaba, y
les dijo: Se llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos
dónde lo pusieron.” (Ju, 20: 1 y 2).
Pedro y Juan constataron que el cuerpo ya no estaba más
allí y se fueron, mas María Magdalena permaneció en el
lugar, llorando. “Y María estaba llorando fuera, junto
al sepulcro. (...) Y vio a dos ángeles vestidos de
blanco, sentados donde estuvo el cuerpo de Jesús, uno a
la cabecera y otro a los pies. Y le dijeron ellos:
Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se
llevaron a mi Señor y no sé donde lo pusieron. Y
habiendo dicho eso, se volvió para atrás, y vio a Jesús
en pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús:
¡María! Ella, volviéndose dijo: Rabboni (que quiere
decir, Maestro). Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras?
¿ A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano,
le dice: Señor, si tu lo llevaste dime dónde lo pusiste
y yo lo llevaré. Le dice Jesús: ¡Maria! Ella,
volviéndose dice: Rabboni (que quiere decir Maestro).
(Juan, 20: 15 y 16). María Magdalena fue y anunció a los
discípulos que vio al Señor. (Juan, 20: 18).
Las otras mujeres llegaron después al lugar donde sería
el túmulo de Jesús, y conversaron con un Espíritu que
allá estaba: “Mas, el ángel, respondiendo, dijo a las
mujeres: No tengáis miedo, pues yo sé que buscáis a
Jesús, que fue crucificado. Él no está aquí porque ya
resucitó, como había dicho. Venid, ved el lugar donde el
Señor yacía.” (Mat, 28: 5 y 6).
Como se ve, la presencia y la actuación de las mujeres
era notable: “Es verdad que algunas mujeres de entre
nosotros nos maravillaron, las cuales de madrugada
fueron al sepulcro y, no encontrando su cuerpo,
volvieron, diciendo que también habían visto una visión
de ángeles, que dicen que él vive.” (Lucas, 24: 22 y
23).
Mas, a pesar de las edificantes lecciones de Jesús, la
mujer continuó siendo dominada, discriminada, explotada,
hasta incluso en el seno de las religiones cristianas
que se formaron a partir de los primeros siglos. Así
pasaron los años, hasta que al final del siglo XVIII, el
Movimiento Feminista, preparado por filósofos y por
escritores, apareció en la época de la Revolución
Francesa, pero luego fue cayendo en el olvido.
En 1869 surge en Londres una obra que sensibilizó la
opinión pública, La Sujeción de las Mujeres, de
Stuart Mill, tenida como la primera denuncia de la
opresión sufrida por las mujeres. Mas ni incluso esa
obra fue capaz de sensibilizar a los medios religiosos:
la mujer continuó siendo tratada como ser subalterno,
sin ninguna actuación relevante en el ámbito religioso.
Continuaba siendo explotada.
En los Estados Unidos, en la ciudad de Cotton, en el dia
8 de marzo de 1857, murieron 129 mujeres en un ataque
incendiario de la polícia que, incapacitada de retirar a
las huelguistas del interior de la fábrica donde
trabajaban, incendiarón el local. La huelga fue motivada
por la reivindicación de una reducción en la jornada de
trabajo.
El tiempo pasó, y solo en 1910, la activista alemana
Clara Zetkin, durante la Segunda Conferencia Anual de
Mujeres, en Copenhague consiguió establecer el Día de la
Mujer, en una lucha que se alargó hasta los días
actuales.
El Libro de los Espíritus fue
la primera voz que se levantó en defensa de los derechos
de la mujer en el medio cristiano. Allan Kardec,
profundo conocedor de las enseñanzas y de los ejemplos
de Jesús, en lo tocante al acatamiento y respeto a la
mujer, trató con los Espíritus Superiores con los cuales
dialogó en la elaboración de El Libro de los
Espíritus, haciendo una pregunta, cuya respuesta
sería innecesaria para su esclarecimiento personal, mas
que serviría de alerta principalmente a aquellos que
detentaban en sus manos poderes en el ámbito religioso:
“¿Son iguales delante de Dios el hombre y la mujer y
tienen los mismos derechos?” La respuesta de los
Espíritus fue clara y concisa: “¿No otorgó Dios a ambos
la inteligencia del bien y del mal y la facultad de
progresar?” (O L. E, ítem 817).
El posicionamiento espírita no agrada a muchos hombres
que se juzgan superiores, principalmente en lo tocante a
la reencarnación, que nos enseña que somos Espíritus
inmortales, pudiendo reencarnar como hombre o mujer,
dependiendo de nuestras necesidades evolutivas.
Delante de la inferioridad de la mujer en fuerza física,
Kardec pregunta a los Espíritus con los cuales dialogó:
“¿Con que fin más débil físicamente que el hombre es la
mujer?” La respuesta de los Espíritus es clara y
concluyente: “Para determinar funciones especiales
(...)” (O L. E., item 819).
Mas, para maior esclarecimiento, Kardec aun insiste:
“¿La flaqueza física de la mujer no la coloca
naturalmente bajo la dependencia del hombre?” La
respuesta de los Espíritus es clara y no deja duda:
“Dios a unos dio la fuerza, para proteger al débil y no
para esclavizarlo.” (El L. E., ítem 820).
Aun para que quedase evidenciada la no superioridad del
hombre sobre la mujer, Kardec pregunta a los Espíritus:
“¿Las funciones a que la mujer es destinada por la
Naturaleza tendrá importancia tan grande como las
encomendadas al hombre?” La respuesta de los Espíritus
fue clara y concisa: “Sí, y hasta mayores. Es ella quien
le da las primeras nociones de la vida.” (El L. E. ítem
821). El entendimiento de esa respuesta de los Espíritus
se da perfectamente cuando es recordada una expresión
muy usada en el pasado, proferida delante de alguna
acción serena o noble de alguién: “Esa criatura tuvo
cuna”.
Mas apenas años después, en 1869, conforme ya dijimos,
es que fue publicada la obra La Sujeción de las
Mujeres, de Stuart Mill, que despertó la opinión
pública para el tema de la igualdad de los derechos del
hombre y de la mujer.
Aunque haya disminuido mucho en los últimos tiempos, el
mal ejemplo dado por muchas religiones que discriminan a
la mujer tiene efectos negativos fácilmente constatables
como se puede notar, hasta incluso en el mundo
científico. Por ejemplo: muy pocas personas conocen el
nombre de la descubridora del radio, siendo ella
conocida como Madame Curie, apenas por el nombre del
marido...
De entre las religiones cristianas de la actualidad, el
Espiritismo, reviviendo los ejemplos de Jesús, se
destaca por reconocer integralmente la igualdad absoluta
de derechos entre el hombre y la mujer y ofrece
oportunidad de ocupación de todas las posiciones, tanto
en el campo doctrinario como en el administrativo.