Tema: No juzgar
Una gran lección
Había, en una ciudad de Arabia, un viejo sabio llamado
Al-Besan. De todos los países vecinos y de todos los
lugares de su patria venían hombres y mujeres buscándolo
para consultar sobre diversos asuntos.
Él escuchaba a todos con paciencia y, al final, daba una
opinión que era aceptada como si fuera una sentencia del
juez.
Un día, llegaron hasta él dos hombres. Uno vestía
lujosamente y su porte altivo inspiraba confianza y
respeto. El otro, al contrario, con apariencia
atolondrada y andrajosa, causaba inquietud y malestar.
- ¡Sabio Al-Besan! – dijo el de traje rico, después del
saludo de costumbre. – Encontré a este hombre en el
camino. Estaba gimiendo y me pareció herido. Lo llevé a
mi casa y ahí estuvo durante sesenta días, teniendo la
mejor atención posible.
El desconocido hizo una pausa y, notando la simpatía y
el interés que sus palabras causaban en todos los que
rodeaban al sabio, continuó:
- Ahora no quiere irse de mi casa sin que le dé un
camello, treinta monedas y cien dátiles.
Al-Besan mantenía silencio mientras los concurrentes
murmuraban, agitados.
- ¡Él es un ingrato y explotador! – decía alguien.
- ¡No hay un hombre tan injusto como ese! – comentaba
otro.
- ¡Fue rescatado de la calle donde habría muerto de
hambre y todavía tenía la intención de explotar a su
benefactor! – consideraba un tercero.
Pero Al-Besan habló:
- ¡Silencio! Vamos a escuchar la explicación del huésped
– y, ante el espanto de todos, agregó: - Te lo ordeno,
¡habla! ¡Ahora
es tu turno!
El árabe tonto, haciendo una reverencia, dijo
humildemente:
- ¡Plazca a los cielos que yo encuentre justicia! Mi
nombre es Issar, el tonto, y, por eso, nunca tengo la
razón. De hecho, este hombre me llevó a su casa y todo
cuanto dice es verdad…
Nuevo murmullo de los presentes. ¡Era increíble la
desfachatez del andrajoso! ¡¿Cómo Al-Besan podía admitir
tal descaro?! Así pensaban los que miraban la escena,
sin emocionarse.
- Sin embargo, yo tenía un camello y se quedó en su
casa. En mi alforja había doscientos dátiles y sesenta
monedas de plata.
En ese momento, se hizo un completo silencio en el
lugar. El interés crecía en torno a la narración de
Issar. Y este continuó, con una nueva reverencia:
- ¡Sabio Al-Besan! Estoy dispuesto a dejar treinta
monedas de plata y cien dátiles por mi tratamiento, pero
quiero llevarme otro tanto y mi camello.
Issar se calló y todos miraron al árabe de porte altivo.
Estaba con la cabeza gacha, avergonzado. Entonces, se
avergonzaron también por el juicio precipitado que
habían hecho.
Y el sabio Al-Besan dio la sentencia:
- Este caso no tiene importancia ni dificultad – dijo.
Issar se llevará el camello, las treinta monedas y los
cien dátiles, y su benefactor quedará bien pagado por
los servicios que realizó.
La audiencia había terminado. Al-Besan se retiró a sus
aposentos y los que estaban ahí salieron meditando la
gran lección recibida.
Extraído del libro Cuenta Más,
vol. 4, FERGS.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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