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El arrepentimiento y su relación con la culpa y
el autoperdón |
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Al leer o releer “El Cielo y el Infierno”, de Allan
Kardec, principalmente en su segunda parte, se constata
el gran valor atribuido al arrepentimiento, tanto por
parte de los Espíritus en las más diferentes situaciones
morales y espirituales (suicidas; criminales arrepentidos;
Espíritus endurecidos; Espíritus medianos etc.) como por
los mentores espirituales (Falange del Espíritu de
Verdad) y por el propio Codificador, Allan Kardec.
Esa constatación parece estar en oposición a la actual
tendencia del movimiento espírita en términos de
elecciones de temas, sobre todo en lo que se refiere a
estudios y conferencias.
La necesidad de arrepentimiento han sido dejada de lado
en muchos sectores de nuestro movimiento y raramente esa
palabra, “arrepentimiento”, ha aparecido en los títulos
de conferencias, seminarios y en las más recientes “lives”,
tan en voga en este periodo de cuarentena.
Intentando profundizar ese análisis, percibimos que los
temas “autoconocimiento” y “autoiluminación” continuan
con gran prestigio (lo que nos parece perfectamente
justificable). Y podríamos añadir las discusiones sobre
“autoperdón” y “transformación moral” o “reforma
íntima”. De hecho, al estudiar a sí mismo, el ser humano
inevitablemente identifica sus maldades morales y, al
identificarlas, desenvuelve estrategias para mejorarse a
sí mismo, utilizando la oración y la disciplina en el
bien (lo que está en concordancia con la recomendación
evangélica “Mirad, vigilad y orad para no caer en
tentación...”).
En ese proceso, la identificación de fallos en sí mismo
debería llevar al individuo al arrepentimiento, para
encaminarlo a la reparación de los daños que causó.
Ocurre que, frecuentemente, la identificación de sus
fallos lleva al individuo a la llamada “conciencia de
culpa”, la cual, si es exagerada, puede ser tan o más
nociva al Espíritu inmortal que el mismo equivoco
cometido.
Realmente, la palabra “culpa”, y todas sus implicaciones
traumatizantes y autopunitivas, han sido rechazada en la
actualidad por varias escuelas psicológicas así como por
una búsqueda por una espiritualidad sin la herencia
ancestral de las religiones tradicionales castradoras y
condenatorias. Siendo así, un énfasis en la necesidad de
“autoperdón” ha sustituido el empleo del concepto de
culpa (lo que nos parece razonable) y también,
sorprendentemente, del concepto de arrepentimiento (lo
que, por otro lado, no nos parece adecuado, a la luz de
la Doctrina Espírita).
La llamada “culpa” consiste en una condenación a partir
de un error. Obviamente, el equivoco en cuestión surge
de la ignorancia y/o inmadurez en la administración de
su libre albedrío. Por tanto, estamos de acuerdo que
“equivocado”, “sufridor”, “ignorante” son términos más
apropriados para designar a aquel que erró en la
administración de su vida moral, cuando comparamos tales
expresiones con la caracterización “culpable”.
No obstante, el arrepentimiento consiste en la necesidad
del Espíritu consciente de su error y que busca la
reparación delante de su propia conciencia, el prójimo y
las Leyes Divinas.
Aparentemente, algunos compañeros han sustituido el uso
de las palabras/conceptos “culpa” y “arrepentimiento”
por “autoperdón”, lo que, en principio, podría indicar
una cierta confusión.
Al percibir que está equivocado, es muy justo no
sentirse “culpable” y, mucho menos, “condenado”, pues
somos todos Espíritus en evolución, lo que no quiere
decir que el individuo no pueda sentirse verdaderamente
arrepentido. De hecho, el arrepentimiento muchas veces
es inevitable y hasta imprescindible para que ocurra,
subsecuentemente, una mejora más efectiva y lucida por
parte del Espíritu inmortal.
Al estudiar “El Cielo y el Infierno”, de Allan Kardec,
percibimos que el gran choque moral/emocional de los
Espíritus recién desencarnados y sus arrepentimientos
muchas veces bien doloridos están asociados a una
ausencia de “autocrítica” y “arrepentimiento” durante a
vida física.
Arrepentimiento y autoperdón no son mutuamente
excluyentes. Pueden y deben coexistir. ¡¿Si yo no me
arrepentí, de que me voy a autoperdonar?! ¡¿Si no me
reconocí equivocado, como puedo mejorar más
efectivamente en relación a mis defectos específicos?!
En la propia “Parábola del Fariseo y del Publicano”,
percibimos que el arrepentimiento del publicano fue
fundamental para que él volviese para casa
“justificado”. Semejantemente, en la “Parábola del Hijo
Pródigo” percibimos que el personaje-título de la
parábola, “cayendo en sí”, hizo un análisis de sí mismo,
de sus condiciones actuales, y decide pedir para que el
padre lo acepte como mero funcionario. Queda implícito
un profundo arrepentimiento asociado a una madurez y un
deseo de mejorar su comportamiento.
Por otro lado, el estado de “Espíritu arrepentido” no
representa la misma cosa de “Espírito culpable” y mucho
menos “Espíritu condenado”.
Un dictado antiguo establece que lo que diferencia el
medicamento del veneno es la dosis. Podríamos aprovechar
esa idea para discutir esa cuestión sobre el
arrepentimiento. Realmente, en dosis excesivas, y sin el
apoyo del autoperdón, el arrepentimiento podría resbalar
en estados auto-obsesivos, profundamente enfermizos para
el individuo. Por otro lado, el total olvido de la
necesidad del arrepentimiento sincero frente a nuestros
tropiezos morales puede llevarnos a un estado de ilusión
en cuanto a la propia realidad espiritual e inducirnos a
una especie de reforma íntima sin foco en nuestras
necesidades más prioritarias. Esa situación, muy
frecuente en diversos Espíritus recién desencarnados,
nos hace recordar de la recomendación evangélica de que
“quitásemos primero la viga de frente a nuestros ojos
para después retirar la paja del ojo de nuestro hermano”.
Después de la identificación, muchas veces sorprendente,
de fallos groseros en nosotros, que desconocíamos, es
inevitable algun nivel de arrepentimiento, lo que puede,
sí, impulsar al ser humano para ser alguién mejor.
¡¿Sería el caso de cuestionarnos: Pablo de Tarso habría
prescindido de un profundo arrepentimiento para
desenvolver su transformación moral?!
Una buena reelectura de la segunda parte de “El Cielo y
el Infierno” puede reforzar nuestra comprensión de los
aspectos saludables del arrepentimiento, sobre todo
cuando él no presente las características autopunitivas
exageradas que comumente atribuimos a ese concepto, que
consiste en importante paso para la renovación
espiritual.