Tema: Envidia
Campeonas en la vida
Desde pequeña, Isabel siempre fue una niña muy activa.
Le gustaba hacer volteretas, ser la mejor y hacer
ejercicios difíciles que ninguna amiga lograba hacer.
Su madre, viendo que ella tenía talento para el deporte,
la inscribió en una escuela de gimnasia. A Isabel le
gustaban mucho las clases. Prestaba atención, se
esforzaba para poder realizar los movimientos y pronto
progresó bastante.
Pero, después de un tiempo, Isabel parecía desanimada
con los entrenamientos y llegaba a casa desalentada.
Un día, su madre le preguntó:
- ¿Qué pasó, Isabel? Te
gustaba tanto ejercitarte. ¿Ya no te gusta más?
- No es eso, mamá. Todavía me gusta mucho. Pero creo que
nunca voy a ser tan buena como algunas de mis
compañeras.
- Hija, no pienses así. Ellas
deben haber comenzado antes que tú. Si
entrenas mucho, también vas a ser buena.
- Pero Tereza comenzó después que yo y ya puede hacer
todo lo que yo hago. Ella es súper flexible y súper
fuerte. Ella va a lograr superarme pronto, pronto. Yo
intento esforzarme al máximo. Pero no sirve, ¡ella
siempre es mejor! ¡Creo que no quiero ir más! – dijo
Isabel, casi llorando.
- Querida, si Tereza tiene mucho talento, debemos
alegrarnos por ella. Cada uno tiene un camino diseñado
por Dios. Nosotras no podemos evitar las oportunidades
que Él le dio a ella – dijo la madre con cariño. – De la
misma forma, lo que Dios ha planeado para ti, ni ella,
ni nadie, podrá impedirlo. No tienes que desviar tu
atención vigilando el camino de ella, tienes que
concentrarte en tu camino y en dar lo mejor de ti.
Para concluir, la mamá además le recomendó:
- Isabel, no dejes que la envidia te ponga contra ella,
en vez de eso alienta a tu amiga. Ese sentimiento malo
solo les hará mal a las dos. Mira en ella una
inspiración para ti. No sirve de nada competir contra
Tereza. Intenta competir contigo misma y vencer tus
dificultades. Cambia tu pensamiento malo por uno bueno.
Por ejemplo, piensa que, entrenando con Tereza, puedes
rendir incluso más.
Isabel sabía que su madre tenía razón. Cultivar
la envidia de Tereza y pensar en abandonar los
entrenamientos la había estado haciendo daño. Por
eso, resignada, dijo con una sonrisa:
- Está bien, mamá, voy a intentarlo… También porque no
podría dejar de practicar gimnasia que tanto me gusta.
Y así Isabel continuó con su rutina. Los días de las
clases de gimnasia, ella se arreglaba,
se recogía el cabello, cogía su botellita de agua e iba
feliz. Era
siempre puntual. Casi nunca faltaba.
Mirando a Tereza con buenos ojos, Isabel logró volverse
su amiga. Siempre elogiaba a Tereza y la abrazaba cuando
lograba realizar un ejercicio nuevo.
Tereza realmente tenía mucho talento. Cuando
las niñas participaron en el campeonato,
quedó en primer lugar. Isabel
también ganó una medalla, pero quedó en tercero.
Un día, Tereza comenzó a patinar. A la niña le gustó
tanto el patinaje que cambió de deporte. Isabel todavía
prefería la gimnasia y siguió en ella, siempre
entrenando y perfeccionándose. Participó en muchos
campeonatos en su vida de atleta y ganó muchas medallas,
incluso el primer lugar.
Tereza asistió a muchas competiciones. Animó mucho a
Isabel, gritaba entusiasmada y aplaudía a su amiga en el
podio.
Algunas veces, Isabel perdía. Y Tereza estaba ahí para
abrazarla también.
Isabel y Tereza tuvieron las experiencias que escogieron
y que, al mismo tiempo, Dios les permitió.
Las dos amigas fueron campeonas en el deporta, pero lo
importante es que también fueron victoriosas en la vida.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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