El añorado
escritor y
conferenciante
Pedro de Camargo
- Vinícius -
(Piracicaba -
SP, 7/5/1878 -
São Paulo,
11/10/1966), en
el texto
titulado El
sueño de Lutero,
dice que cierta
vez Lutero
soñaba que
estaba en los
umbrales de los
tabernáculos
eternos, cuando
interrogó al
ángel que estaba
allí de guardia:
- ¿Están ahí los protestantes?
- No, aquí no se encuentra un protestante siquiera.
- ¿Qué me dices? ¿Los protestantes no alcanzaron la
salvación mediante la sangre de Cristo?
- Ya le dije y repito: no hay aquí protestantes.
- ¿Entonces, será que aquí esten los católicos romanos,
miembros de aquella iglesia que abjuré?
- Tan poco conocemos aquí a los hijos de esa iglesia; no
existen aquí romanos.
- ¿Estarán, quién sabe, los partidarios de Mahoma o de
Buda?
- No están, ni unos, ni otros.
- ¿Se dará, por acaso, que el cielo esté
deshabitado?
- Tal no ocurre. Incontestable son los habitantes de la
casa del Padre, ocupando todas sus múltiples moradas.
- Me dice, entonces, deprisa: ¿quién son los que se
salvan y a qué iglesia pertenecen en la Tierra?
- A todas y a ninguna. Aquí no se piensa en
denominaciones, ni en dogmas. Los que se salvan son los
que visitan las viudas y los huerfanos en sus
aflicciones, guardándose exentos de la corrupción del
siglo. Los que se salvan son los que procuran
perfeccionarse, corrigiéndose de sus defectos,
renaciendo todos los días para una vida mejor. Los que
se salvan son los que aman al prójimo y renuncian al
mundo con sus fascinaciones. Los que se salvan son los
que porfían, transitando por el camino estrecho,
sembrado de espinos: el camino del deber. Los que se
salvan son los que obedecen a la voz de la conciencia y
no a las reclamaciones del interés. Los que se salvan
son los que trabajan por la causa de la justicia y de la
verdad, que es la causa universal, y no por el
engrandecimiento de causas regionales, de determinadas
agremiaciones con títulos y rótulos religiosos. Los que
se salvan son los que aspiran a la gloria de Dios, el
bien común, la felicidad colectiva. Los que se salvan...
- ¡Basta! atajó Lutero, ya comprendiendo todo: preciso
volver a la Tierra e introducir cierta reforma en la
Reforma.
No sabemos si de hecho es verdadero este sueño atribuido
a Lutero. Con todo, es el caso de decir: si él no soñó
así, debería haber soñado.
Que se edifiquen las palabras del ángel los espíritas y
también los teosofistas con su terminología agreste.
Pues, si Lutero no indagó sobre los tales, es porque en
la época del sueño no existían aquellas denominaciones.
Si existiesen, ciertamente el ángel habría dicho de
ellas lo mismo que dice de los demás.
Otro texto interesante de Vinícius se titula La
pesadilla de Loyola. Ignacio de Loyola fundó los
Jesuitas en el 1534, determinado a reprimir la libertad
de conciencias. La Compañía de Jesús no conocía los
medios, para meditar solamente de los fines inmorales a
que se suponía. En este texto, Vinícius dice que un
día, cuando Loyola se encontraba en aquella idea fija,
que tanto lo obcecaba, de conquistar el mundo, cayó en
una somnolencia profunda y tuvo una pesadilla. Se vio,
sin saber cómo, a las puertas del infierno. Guardaba el
camino del Hades luminoso demonio de cabellos retorcidos
y cola erizada, terminando en plumaje. El General lo
interpela:
- ¿Están ahí los herejes y los ímpios padeciendo la
justa punición que merecen?
- Os engañáis. Los ímpios y los herejes se convirtieron
y alcanzaron la salvación.
- ¡Ah! ya sé, están ahí los homicidas, los ladrones, los
incendiarios, los bandidos?
- No están. Se purificaron en el camino del dolor, donde
expiaron sus crímenes: están salvados.
- Comprendo ahora. ¿Se encuentran bajo los dominios de
Satán los perjuros, los tiranos que oprimierón los
pueblos, los ricos avarientos que menospreciaron la
pobreza, los sátiros y los políticos profesionales?
- Aun no acertaste. Todos esos pecadores encontraron en
la sentencia - quien con hierro hiere con hierro será
herido - el medio de rehabilitación. Fueron redimidos,
pasando por lo que hicieron pasar a los otros.
- En este caso, el infierno no pasa de un mito. ¿Una vez
que nadie es condenado, el Hades no es más que una
ficción cuyo prestigio, fundado en mera fantasía,
acabará desapareciendo, poniendo así en peligro el valor
de la Compañía?
- Errastes una vez más. El infierno, cuyos portales con
ufanía guardo y defiendo, es una realidad. Hay mucha
gente aquí dentro. ¿Queréis saber quienes son los
condenados? Son los hipócritas, los falsos mentores del
pueblo, que mercadearon con la religión, abusando de la
credulidad de los pequeños y corrompiendo la conciencia
de los grandes. Son los mercaderes del templo, los
traficantes de la fe, los que devoraron las casas de las
viudas y de los huerfanos a pretexto de oraciones. Son
los embrutecedores de la razón, los piratas del
pensamiento, los enemigos de la verdad. Son, finalmente,
aquellos que otrora, en un grito colérico y ronco,
clamaban a Pilatos: ¡Suelta a Barrabás! ¡Crucifica a
Jesucristo!
- ¡Vaya! ¡Qué horrible pesadilla! Esta solo recuerdan al
Diablo - dice Loyola, levantándose despavorido: pues
escuchaba aun el eco lejano de aquel vocerío que exigia
la crucificación del Hijo de Dios.
Los dos textos tienen mucho en común. Y por ellos vemos
que no basta el rotulo religioso, para la regeneración y
el progreso de las almas, pues el hombre, en su
trayectoria evolutiva, es el mismo constructor de su
felicidad o desdicha, o sea, benefactor o verdugo de sí
mismo. Dios no tiene necesidad alguna de castigarlo de
esta o de aquella manera, una vez que le concedió el
libre albedrío, a fin de que él pueda, a través del
esfuerzo propio, perfeccionarse cada vez más y avanzar
en la senda del progreso y de la perfección espiritual,
otorgándole amorosamente todos los recursos necesarios e
indispensables para que él consiga este deseo.
La reencarnación es uno de ellos.
No obstante, es bueno que se sepa que la Ley de Causa y
Efecto está siempre de sobreaviso, vigilando todos sus
actos en el palco de la vida, "dando a cada uno según
sus obras", como prescribe el Evangelio. Y como no
podría ser de otro modo, esa ley se aplica a todos,
indistintamente, de suerte que ninguna persona, por más
rica y poderosa que sea, venga a burlar con sus
artimañas sus dispositivos santificantes.
Siendo así, cuando el hombre pasa por el proceso
expiatorio y sufre mucho aquí en la Tierra, todo indica
que él hizo mal uso de su libre-albedrío en otra
existencia, o incluso en esta, donde se sigue que él
debe culpar a sí mismo y no acusar a los otros por sus
infortunios, que son oriundos de sus propias
transgresiones de los preceptos divinos.
Pasando, por tanto, por las sucesivas encarnaciones, él
tiene la libertad de obrar de esta o de aquella forma,
cometiendo en la mayor parte de las veces los menores
desatinos y arbitrariedades y, como dice el dictado
popular, "quien siembra viento, coge tempestad", lo que
viene a confirmar la enseñanza espírita de que "la
siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria".
Todavía, el hombre, al revés de agradecer humildemente a
la Providencia Divina por esa dádiva preciosa e
inestimable, que le propicia rescatar todos los débitos
por intermedio de las pruebas remisoras a que se somete
en la escuela terráquea, prefiere salir por la tangente,
juzgándose siempre un ajusticiado, atribuyendo, por vía
de regla, la causa de sus padecimientos físicos y
morales al destino y a la mala suerte.
Traemos todo dentro de nosotros y todo depende de
nuestra voluntad para iniciar cualquier cosa. Cielo,
infierno, alegría, tristeza, desespero, esperanza, todo
está de acuerdo con nosotros. Somos nosotros que damos
el valor a determinado problema, el enfoque que juzgamos
conveniente, lo cual, a veces, no hace por merecer
aquella preocupación. Tudo está de acuerdo con nuestra
conveniencia.
Léon Denis (Foug, distrito de Toul, França, 1/1/1846 -
Tours, Francia, 12/4/1927) dice que la voluntad es la
mayor de todas las potencias. Tenemos el libre albedrío,
la decisión a tomar, la libertad de pensamiento. Y ese
pensamiento tiene mucha fuerza, sea él bueno o malo,
positivo o negativo. Cuando pensamos, nos ligamos
mentalmente con un objetivo y mobilizamos la energía que
está a nuestro alrededor. Ella puede obrar tanto en el
sueño profundo como en la vigilia, porque el alma
valerosa que para sí misma estableció un objetivo lo
procura con tenacidad en todas las fases de su vida,
determinando, así, una corriente poderosa, que mina,
despacio y silenciosamente, todos los obstáculos. Cada
alma es un foco de vibraciones que la voluntad pone en
movimiento. Si el hombre conociese la extensión de
recursos que en él germinan, tal vez quedase deslumbrado
y, en vez de juzgarse débil y temer el futuro,
comprendería su fuerza y sentiría que él mismo puede
crear ese futuro. Querer es poder y el poder de la
voluntad es ilimitado.
Conociendo la fortaleza que hay dentro de nosotros,
podremos encaminar seguramente para los caminos que nos
auxiliarán a materializar nuestros objetivos
edificantes, ya que traen confort al alma. Si traemos
con nosotros la perspectiva de la felicidad, significa
que el gérmen de la certeza está latente, a la espera de
aflorarse para prosperar.
Infelizmente el hombre se perdió a sí mismo en el afán
de tener, y del tener siempre más. Eso lo ha vuelto una
isla, ajeno a todo que no esté incluido en su propio
egoísmo. El progreso tecnológico vino a probar su
inteligencia, aproximar distancias, sin embargo
distanció las proximidades. El hombre occidental del
siglo XXI tiene extrema dificultad de conviver consigo y
se dejó vivir por la necesidad de lo que está fuera de
sí mismo. Se volvió incapaz de estar solo, de oír la voz
del silencio o de encantarse con la melodía de los
vientos. Cuando no está inmerso en los complicados
juegos de ordenador, está imantado a la televisión, al
teléfono, al celular, desesperadamente agarrado al
exterior y dependiente de cosas y personas como
condición de sobrevivencia.
Es preciso perder el miedo de convivir con nosotros, de
interiorizarnos, conocernos y bastarnos, porque la
felicidad y el equilibrio no están en otro lugar que no
dentro de nosotros. No debemos reducir nuestros deseos y
aspiraciones a una realización material. Hay ideas mucho
más importantes, como nuestra realización como hijos de
Dios, por el esfuerzo constante y consciente de
aprendizaje y perfeccionamiento moral.
Vivimos todo el tiempo apegándonos a cosas, personas,
lugares, como si todo y todos estuviese a nuestra
disposición, durante toda la existencia. Los miedos que
nos angustian, los fantasmas que nos afligen, casi
siempre, son el miedo de las perdidas: perdida de la
juventud, de la belleza, del dinero, de la salud, del
prestigio, del poder, del empleo etc. Ese apego, que
nos esclaviza, nos vuelve capaces de las mayores
atrocidades contra nosotros mismos y contra otros, por
mantener el estado de cosas que satisfacen nuestro
egoísmo. El sentimiento de posesión, que nada más es que
la institucionalización del apego material, es lo que
nos vuelve infelices y angustiados delante de la vida.
Nadie es dueño de cosa o persona alguna, a no ser de su
propia conciencia, y "la conciencia de sí mismo es el
nível más noble de la conciencia humana” (Divaldo P.
Franco).
Somos tan solamente asociados en la obra divina. Lo que
es del mundo queda en el mundo; ¿entonces por qué nos
apegarmos a lo que tendremos que dejar? Somos eternos
como Espíritus, no como encarnados, y solo nos es legado
como fortuna aquello que somos; lo que tenemos es
perecible. La materia y las pasiones son perecibles.
Todo exceso es pernicioso, toda exageración es
enfermedad, y el hombre solo se vuelve dueño de su
destino cuando adquiere el hábito de controlar sus
pasiones.
En la vuelta del milenio, en el advenimiento de la nueva
era, es preciso aprender a crecer, y crecer es
conquistar gradualmente todas nuestras potencialidades.
Conquistar potencialidades es cultivar la autoestima, es
reconocerse y amarse para ser capaz de irradiar amor, es
desprenderse de apegos e idolatrías, es dejar de estar
feliz para ser feliz, es ser feliz por la vida que late
dentro y fuera de nosotros, es ser capaz de "vivir en el
mundo sin ser del mundo", es cautivar por el amor sin
volverse cautivo por el egoísmo.
Por fin, apreciemos, del libro Viña de Luz, el
mensaje de Emmanuel, por la psicografia de Francisco
Cândido Xavier, titulada En nuestra lucha:
“En nuestra lucha diaria, tengamos suficiente cuidado en
el uso de los poderes que nos fueron prestados por el
Señor.
La idea de destrucción nos asalta la mente en ocasiones
incontables.
¿Asociaciones de fuerzas menos esclarecidas en el bien y
en la verdad? Somos tentados a movilizar procesos de
aniquilamiento.
¿Compañeros menos deseables en los trabajos de cada día?
Intentamos abandonarlos de una vez.
¿Cooperadores endurecidos? Dejarlos al desamparo.
¿Manifestaciones apasionadas, en desacuerdo con los
imperativos de la prudencia evangélica? Nuestros ímpetus
iniciales se resumen a propósitos de sofocación
violenta.
¿Algo que nos contrarie las ideas y los programas
personales? Nuestra intolerancia cristalizada reclama
destrucción.
Entre tanto, ¿cuál es la finalidad de los poderes que
reposan en nuestras manos, en nombre del Divino Donador?
Nos responde Pablo de Tarso, con mucha propiedad,
esclareciéndonos que recibió facultades del Señor para
edificar y no para destruir. No estamos en la obra del
mundo para aniquilar lo que es imperfecto, mas para
completar lo que se encuentra inacabado.
Renovemos para el bien, transformemos para la luz. El
Supremo Padre no nos concede poderes para diseminarlos a
la muerte. Nuestra misión es de amor infatigable para la
Vida Abundante.”