Tema: Que no sepa la mano izquierda lo que da la derecha
La caridad de
André
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El señor André vivía en una pequeña ciudad y era
dueño de un almacén donde vendía alimentos. Era
un hombre muy bueno, atento con las personas y,
por eso, su comercio tenía buena clientela. |
Él acostumbraba a ofrecer dulces a los niños, que lo
llamaban Tío André, y quedaba feliz con sus sonrisas.
Muchas personas pasaban por su tienda, pero eran pocas
las que sabían de las buenas acciones que André hacía.
De vez en cuando, André atendía a las personas pobres,
que no tenían dinero para comprar toda la comida que
necesitaban. Pero él siempre encontraba la manera de
ayudarlas. Y para que no se avergüencen, disimulaba su
ayuda.
André se equivocaba en la cuenta a propósito para cobrar
menos. Si, aún así, la persona no tenía dinero
suficiente para pagar, decía:
- Otro día, cuando vuelvas, traes el dinero y me pagas.
Así, no voy a perder a mi cliente, ¿está bien?
Pero él nunca cobraba la deuda después.
A la hora de envolver la mercadería, era común que André
colocara golosinas en el paquete, pues sabía que ciertos
clientes nunca podrían comprar dulces, aún si quisieran
comer uno.
Muchas veces, André preparaba bolsas con diversos
víveres y las llevaba, de noche, hacia el barrio más
pobre de la ciudad. Sin que nadie lo viera, dejaba las
bolsas en la puerta de las casas de familias
necesitadas.
André vivía ayudando a los necesitados. Si dependiera de
él, nadie pasaría hambre.
El tiempo pasó y André se volvió viejo. Una mañana se
sintió mal y pidió ayuda a su vecino por teléfono. El
vecino vino rápido, pero solo encontró el cuerpo de
André echado en su cama.
El fin de su encarnación había llegado y su Espíritu,
liberado de la materia, fue recibido en el plano
espiritual por sus seres queridos.
André, ahora en espíritu, pronto se recuperó de la
desencarnación y se puso muy feliz al ver que estaba
entre Espíritus iluminados y buenos. Muy amorosos, ellos
le explicaron que había vencido las pruebas de la vida,
pues había sido un verdadero cristiano y aliviado el
hambre de innumerables hermanos.
André, humilde como era, agradeció conmovido, sin
hallarse merecedor de tanta felicidad y reconocimiento.
Sentía que apenas había hecho lo que su conciencia
pedía.
André nunca fue rico, ni tuvo un cargo importante. En la
Tierra, era una persona común. Pero, para Dios, tenía
mucho valor.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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