“Yo os
sumerjo en el
agua para el
arrepentimiento,
mas el que viene
depués de mí es
más fuerte que
yo, del cual no
soy digno de
calzar sus
sandalias. Él
nos sumerjerá en
el Espíritu
Santo y en el
fuego.” Mateo,
3:11.
Comprendiendo que el conocimiento de la Ley opera la
liberación de mentes atadas a los procesos
personalistas, en reductos sombrios de ignorancia y
corrupción, el precursor Juan Bautista puede ser
interpretado, conforme sus declaraciones sabias y
justas, con la propia ley de la justicia revelada a su
pueblo. Nos enseñó que la disciplina antecede a la
espontaneidad.
Así, con la iluminación espiritual de nuestro interior
adquiriremos valores sagrados de la indulgencia y, para
que nos edifiquemos en esa claridad divina, será
necesario educar la voluntad, curar enfermedades
psíquicas seculares que nos acompañan a través de las
vidas sucesivas. Para tanto precisamos comenzar por la
disciplina de nosotros mismos y por la continencia de
nuestros impulsos. Apaguemos entonces, la hoguera de la
impulsividad que nos incita a los actos impensados o a
la queja sin razón y avancemos adelante amparados a la
tolerancia constructiva, porque si hoy no conseguimos
realizar la tarea que el Señor nos confió, a ella
volveremos mañana con mayores dificultades para la
necesaría recapitulación.
Podremos, de este modo, dimensionar el papel del
precursor Juan Bautista, volviendo rectas sus sendas,
preparando el camino del Señor. Él mismo dio testimonio
de lo que predicó al someterse a la decapitación en
rescate de lo que hizo cuando estaba encarnado en la
piel del profeta Elías.
La reencarnación es el camino de la gran luz, por tanto
amemos y trabajemos; trabajemos y sirvamos pues a cada
nueva existencia daremos un paso en el camino del
progreso y nos despojaremos de todas las impurezas,
llegando el momento de no necesitar más de las pruebas
de la vida corpórea. Entendemos entonces, que todos los
Espíritus tienden a la perfectibilidad y Dios nos
proporciona los medios de conseguirla con las pruebas de
la vida en la Tierra.
Cuando tenemos consciencia, encontramos en la doctrina
de la reencarnación una consoladora esperanza. El amor
tiene su esplendor en la consciencia cósmica, pues, como
Luz divina enciende en el corazón de la criatura, es
capaz de transformar todo para el bien, en la sublime e
ilimitada expansión de potenciales, generando campos de
felicidad y ambientando la fuerza creadora de Dios, que
nada mais es que la fe, fuerza poderosa e imbatible en
la visión del Espíritu que ya no se mueve por apariencia
o juegos de intereses personales.
Reconociendo que todo esfuerzo evolutivo produce valor
agregando notas de efectivo aprendizaje a las aulas,
Juan Bautista fue el misionero del arrepentimiento. No
obstante, en el respeto al orden universal debemos
recordar la enseñanza de Jesús sobre su primo: “Entre
los nacidos de mujer no se levantó nadie mayor que Juan
Bautista, mas el menor en el Reino de los cielos es
mayor que él”. Mateo, 11:11-14.
Juan Bautista fue la voz que clamó en el desierto;
trabajador de la primera hora, fue el símbolo rudo de la
verdad que arranca las más fuertes raíces del mundo,
para que el Reino de Dios prevalezca en los corazones.
Expresó la austera disciplina que antecede a la
espontaneidad del amor y la lucha para que se deshagan
las sombras del camino. Juan fue el primer signo del
cristiano activo, en guerra con las propias
imperfecciones de su mundo interior, a fin de establecer
en sí mismo el santuario de su realización con el
Cristo. Por esa razón es que dice Jesús sobre Juan: “de
los nacidos de mujer, Juan Bautista es el mayor de
todos”.
Él cargó con la responsabilidad de abrir para la
humanidad la Era Evangélica, volviéndose el símbolo del
cristiano que se sacrificó por la verdad, y su
conciencia enmarcó la diferencia evolutiva entre él y
Jesús. Nos compete resaltar que, en las expresiones
rudas de su vida, él recibía la confesión de los
pecadores, sumergiéndolos, símbolicamente, en el río
Jordán, mientras Jesús – el Pan que descendió de los
Cielos, la Luz del Mundo, el Camino, la Verdad y la Vida
– actuaba por amor y misericordia, proponiendo al hombre
nuevo – la renovación.
Lavemos el Espíritu de los errores, pues también
partimos para la reencarnación con el propósito de
purificarnos, o sea, mudar pensamientos y conceptos para
el bien. Nos disponemos a adoptar propósitos dignos de
arrepentimiento, partiremos para una nueva vida como
Espíritu que, aun en el plano espiritual, se entrega
confiante y esperanzado a la nueva tarea en el terreno
reencarnatorio.
Arrepentirse es caminar para el cielo. Aprendemos con
Jesús que Dios se hace presente en todos los rincones
del Universo, especialmente en el interior de cada uno.
Es la religión verdadera, en que el bien se hace a toda
hora y en cualquier circunstancia y sin tiempo
determinado. Juan preparaba el camino para que Jesús
pudiese darnos la llave del Reino de los Cielos y
enseñarnos a trilla para el alcance de la armonía
personal estableciendo ese reino en los corazones.
El evangelista Juan, en el capítulo 3, versículo 30,
aclara: “Es necesario que él crezca y yo disminuya”. Precisamos
dejar que el Maestro crezca en nosotros, mas, para
tanto, necesitamos disminuir, o sea, hacer el
ajustamiento de la personalidad a los patrones del amor
en trabajo, cooperación y simplicidad, pues el tierno
Rabi es el libertador de nuestras vidas cuando nos
disponemos a la vivencia espontánea para el bien de
todos.
Juan nos ofrece sustanciosas reflexiones doctrinarias
hoy encontradas en el Espiritismo. El Evangelio es
espontaneidad cuando el sacrificio personal ya no se
caracteriza por opresión o coacción. El “Venid a mí”, o
“Tened buen ánimo” del Cristo son apelos amorosos,
balsamizantes, a predisponer a los seres oriundos de
rudos aprendizajes evolutivos a los estados más altos y
coherentes de la vida íntima.
Volviendo a Mateo en el capítulo 3, versículo 11,
asimilamos que el sumergir en el Espírito representa la
sintonía que tenemos con las fajas depuradoras que nos
gobiernan, en que permanecen los Benefactores redimidos
de nuestra comunidad terrestre. El fuego, al contrario
de las malas impresiones humanas, es la fuerza moral que
arde e ilumina por emanación de la conciencia pacificada
y al servicio de Dios. Capaz de transformar a todo y a
todos, promoviendo conforme podemos observar en la
historia del Cristianismo, en que los convertidos se
volvían, voluntariamente, antorchas vivas, consumiéndose
en amor, renuncia, fe y humildad para clarificar y
renovar los patrones estrechos del mundo.
Aun hoy, matriculados en la escuela del aprendizaje
espiritual, estamos diariamente siendo convocados al
reexamen de la importancia reencarnatoria, confesando
ante a nosotros mismos los errores cometidos,
alimentando el firme propósito de superarlos. Es
preciso que accionemos el arrepentimiento, reparando los
errores para no quedarnos apenas con los sentimientos,
mas trabajar, pues cada uno recibirá según sus obras.
Delante de las propuestas que nos abren en el plano de
la conciencia en derivación de un pasado culpable, el
Espíritu cuando es empeñado en arrepentimiento sincero,
inducido al esfuerzo renovador, auxiliará
definitivamente en los desequilibrios del alma. Por
tanto, volviéndonos para los intereses espirituales, por
la valorización del prójimo y cambios de tendencias en
el empeño de mejoría íntima, nos vamos ajustando a la
verdadera ruta de liberación, caracterizada en Aquel que
es el Camino, la Verdad y la Vida.
Bibliografia:
ABREU, Onofre Honório – coordenação – Luz
Imperecível – 10ª edição – Editora União Espírita
Mineira – Belo Horizonte/MG – lições 3,6, 8 e 11 – 2015.
KARDEC, Allan – O Livro dos Espíritos –
16ª edição – Editora FEESP – São Paulo/SP – questões 168
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XAVIER, Cândido, Francisco – O
Consolador – ditado pelo Espírito Emmanuel - 29ª
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2013.