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Discursos
prolijos de
la
horizontalidad |
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Las
consecuencias
del Espiritismo
son innumerables
porque tocan
todos los ramos
del orden social
“Yo soy el
camino, la
verdad y la
vida.”
- Jesús. (Jun.,
14:6.)
La humanidad vive en vana agitación y se pierde en la
confusión de cosa ninguna, muchas veces presa en
procesos obsesivos, descorazonados ante la enmarañada
trepadera de pensamientos puramente materialistas sin
espacio para meditaciones en el ámbito espiritual. ¡¿Cómo
podrían crecer pensamientos de orden espiritual en
terreno tan agreste?!
Mas, si a través de los conocimientos filosóficos y
científicos de hoy, el hombre aun no consiguió elevarse
de la ignorancia, ahí está el Espiritismo, facultando el
norte, clareando los caminos para evitar los tropiezos.
Enseña Kardec: “(...) La vida terrestre es apenas un
breve pasaje conductor a mejor vida. Incontestablemente
los hombres progresan por sí mismos y por los esfuerzos
de la inteligencia; mas, entregados a las propias
fuerzas, solo muy lentamente progresarían si no fuesen
auxiliados por otros más adelantados, como el estudiante
lo es por los profesores”.
El Espiritismo es el profesor mayor, que nos
“enseñará todas las cosas”, conforme afirmación de
Jesús.
En el libro básico La Génesis, capítulo IV, items
13 a 17, leemos lo siguiente: “(...) todas las
religiones son acordes en cuanto al principio de la
existencia del Alma, sin, con todo, lo demuestran. No lo
son, sin embargo, ni en cuanto a su origen, ni con
relación a su pasado y a su futuro, ni, principalmente,
y eso es lo esencial, en cuanto a las condiciones de que
depende su suerte venidera. En su mayoría, ellas
presentan, del futuro del Alma, y lo imponen a la
creencia de sus adeptos, un cuadro que solamente la fe
ciega puede aceptar, ya que no soporta un examen serio.
Ligado a sus dogmas, a las ideas que en los tiempos
primitivos se hacían del mundo material y del mecanismo
del Universo, el destino que ellas atribuyen al Alma no
se concilia con el estado actual de los conocimientos.
No pudiendo, pues, sino perder con el examen y la
discusión, las religiones hayan más simple proscribir
una y otro.
De esas divergencias en lo tocante al futuro del hombre
nacieron la duda y la incredulidad, que dan lugar a un
penoso vacio. El hombre encara con miedo y ansiedad lo
desconocido en que fatalmente tiene que penetrar y
glacial se le antoja la idea de la nada. Le dice la
conciencia que alguna cosa le está reservada para más
allá del presente. ¿Qué será? Su razón, con el
desenvolvimiento que alcanzó, ya no le permite admitir
las historias con que sus antepasados lo calentaron en
la infancia, ni aceptar como realidad la alegoría. ¿Cuál
es el sentido de esa alegoría? La ciencia le rasgó un
rincón del velo; no le reveló, sin embargo, lo que más
le importa saber. En vano él la interroga y nada le
responde ella de manera perentoria y replica de moldo a
aplacarle la sed de conocimiento y calmarle las
aprensiones. Ahí se encuentra el crucial generador de su
frenesí para las cosas de la vida material, ya que este
es el colofón natural ofrecido por la inseguridad sobre
lo que concierne a la Vida Futura. Ese es el inevitable
efecto de las épocas de transiciones, cual la que señala
hoy la vida en la Tierra: derruir corroído edificio del
pasado, sin que aun el del futuro se encuentra
construido.
Si la cuestión espiritual permaneció, hasta los días
actuales, en estado de teoría, es que faltaban los
medios de observación directa, existentes para comprobar
el estado del mundo material, conservándose, por tanto,
abierto el campo a las concepciones del espíritu humano.
En cuanto el hombre no conoció las leyes que rigen la
materia y no puede explicar el método experimental,
anduvo errando de sistema en sistema, en lo tocante al
mecanismo del Universo y a la formación de la Tierra.
Lo que se dio en el orden físico, se dio también en el
orden moral. Para fijar las ideas, faltó el elemento
esencial: el conocimiento de las leyes la que se haya
sujeto el principio espiritual. Estaba reservado a
nuestra época ese conocimiento, como lo estuvo en los
dos últimos siglos o de las leyes de la materia.
Con el auxilio de la facultad mediúmnica a la luz del
Espiritismo, el hombre se encontró en posesión de un
nuevo y eficiente instrumento de observación. La
mediumnidad fue, para el mundo espiritual, lo que el
telescopio fue para el mundo astral y el microscopio
para los de lo infinitamente pequeños. Permitió que se
explorasen, estudiasen, de visu, las relaciones
del mundo espiritual con el mundo corpóreo;
que, en el hombre vivo, se destacase del ser material o
ser inteligente y que se observasen los dos a actuar
separadamente. Una vez establecidas las relaciones entre
los dos planos de la vida, fue posible, al hombre,
seguir al Alma en su marcha ascendente, en sus
migraciones, en sus transformaciones. “Se puede, en fin,
estudiar el elemento espiritual.”
En el mes de
agosto de 1868,
aparece en la
Revue Spirite el
siguiente
raciocinio de
Kardec: “el
fisiologista no
admite el
Espíritu; ¿mas
que hay de
admirable? Es
una causa y él
se puso en el
estudio con un
método que le
impide
precisamente la
investigación de
las causas.
No queremos someter la causa del espiritualismo a una
cuestión de fisiología controvertida, y sobre la cual
nos podrían recusar con derecho. El sentido íntimo me
revela la existencia del Alma con una autoridad muy
otra. Cuando el materialista fisiológico fuese tan
verdadero como es discutible, ni por eso nuestras
convicciones espiritualistas quedarían menos enteras.
Fortificado por el testimonio del sentido íntimo,
confirmado por el asentimiento de mil generaciones que
se sucederán en la Tierra, repetiríamos el viejo adagio:
‘la verdad no destruye la verdad’, y nosotros
esperaríamos que la conciliación se hiciese con el
tiempo. ¡Mas de qué peso no nos sentimos aliviados
cuando vemos que, para negar el Alma y dar esta
declaración como un resultado de la Ciencia, el sabio,
por confesión propia, partió metodicamente de esa idea
que el Alma no existe!
Leemos muchos libros de fisiología, en general muy mal
escritos, mas lo que nos llamó la atención fue el vicio
constante de los raciocinios del fisiologista
organicista, cuando sale del asunto para hacerse
filósofo. Se lo verá constantemente tomar un efecto por
una causa, una facultad por una sustancia, un atributo
por un ser, confundir las existencias y las fuerzas etc.
`¿Qué espíritu exacto y claro, por ejemplo, jamás puede
comprender el pensamiento tan conocido de Cabanis y de
Broussais, que ‘el cerebro produce, secreto el
pensamiento?’ Otras veces, el hombre positivo, el
hombre de la observación y de los hechos, el hombre de
la ciencia, nos dirá seriamente que cerebro ‘almacena
ideas’. Aun un poco, él las diseñará. ¿Es metáfora
o galimatias?
(...) Ahora, la existencia del mundo invisible, en medio
de nosotros, parte integrante de la humanidad terrena,
canal de las Almas desencarnadas y fuente de las Almas
encarnadas, es un hecho capital inmenso; es toda una
revolución en las creencias; es la llave del pasado y
del futuro del hombre, que en vano procuraron todas las
filosofías, como los sabios en vano buscarán la llave de
los misterios astronómicos antes de conocer la ley de
gravitación. Que se acompañe la fila de las
consecuencias forzadas de ese único hecho: la existencia
del mundo invisible en torno de nosotros, y se llegará a
una transformación completa, inevitable, en las ideas,
para la destrucción de los preconceptos y de los abusos
de ellas derivados y, por consecuencia, a una
modificación de las relaciones sociales. ¡He adonde
lleva el Espiritismo! Su Doctrina es el
desenvolvimiento, la deducción de las consecuencias del
hecho principal, cuya existencia acaba de revelar. Sus
colofones son innumerables, porque, poco a poco, tocan
los ramos del orden social, tanto en lo físico como en
lo moral. Es lo que comprenden todos los que se dieran
al trabajo de estudiarlo seriamente, y que se
comprenderá mejor aun más tarde, mas los que, solo le ha
visto la superficie, imaginan que él esté todo entero en
una mesa que gira o en preguntas pueriles sobre la
identidad de los Espíritus”.
Joanna de Ângelis nos ofrece el siguiente consejo1:
asume el compromiso del autoperfeccionamiento
espiritual y no vaciles en el emprendimiento.
Lucharás
contra factores
vigorosos de naturaleza
interna, que parecerán
conspirar, impidiéndote
la
promoción
de
los
valores relevantes.
Enfrentarás
obstáculos
que se aumentarán,
dificultándote
la
marcha. Sorprenderás
sutiles
invitaciones y
fuertes
imposiciones
incitándote
a
desistir.
Crecerán
problemas desafiantes,
agotándote
los
esfuerzos
de perseverancia,
en
una
conspiración
en
favor de
la
deserción.
Te incitarán
al
desánimo
y
repuntarán
acusaciones
heridas
en
ruda
agresividad contra tus propósitos de ennoblecimiento.
(...) Considera la vida física una carretera kilometrada
a iniciarse en el nacimiento y cerrándose en la tumba.
Ten en mente que después de la tumba, igualmente se
alarga la vida, en la condición de una ruta que se
pierde en las estrellas que recorrerás...
Cada etapa representa un desafio o varios que te cumple
vencer. Conquistado un trecho, otro se distiende a la
vista, aguardando. La victoria solamente será tenida
como valida, después de la conclusión de la jornada,
cuando podrás hacer una segura evaluación de las
conquistas y un examen de las experiencias. “Superada la
marca de cada kilometro, no te detengas relacionando los
fracasos, porque eso te atrasará el avance”.
No seamos como los fariseos, que discutían larga e
inutilmente las bagatelas en interminables arengas,
mientras lo más importante quedaba por hacer...
Las polémicas se traban incesantemente en torno de la fe
en los círculos del farisaísmo moderno. Y eso ya viene
de lejos. Al tiempo de Jesús, esa situación provocó la
siguiente enseñanza de Él 2: “un gran señor
recibió noticias alarmantes de un vasto agrupamiento de
siervos, en una zona distante de la sede de su gobierno,
que se veían fustigados por una fiebre maligna, y
deseoso de socorrer a sus tutelados, les envió
mensajeros de confianza, conduciendo medicamentos
adecuados a la situación. Los emisarios, no obstante,
tan pronto se vieron fuera de las puertas del señor,
comenzaron a desentenderse en cuanto a la elección del
mejor camino.
Unos pedían el atajo, otros la planicie sin espinos y
otros pedían el pasaje a través de los montes. Largos
días perdieron en la disputa, hasta que el grupo se
disolvió, cada falange atendiendo a los propios
caprichos, con absoluto olvido del objetivo principal.
Reducidas ahora, numericamente, las expediciones
sufrieron con más rigor los golpes esterilizantes de las
opiniones personales. Los viajantes no cuidaban si no de
inventar nuevos motivos para el conflicto inútil. Entre
los que marchaban por los caminos más cortos, por la
planicie y por la sierra, labraron discusiones
improductivas, contundentes e interminables. Días y
noches preciosas eran perdidas en comentarios ruidosos
en cuanto a la fiebre, en cuanto a la condición de los
enfermos o en cuanto a los paisajes de alrededor. Horas
difíciles de amargura y desarmonía, de momento,
interrumpían el viaje, siendo a mucho coste evitadas las
escenas de peleas y homicidio.
Por coincidencia los tres equipos llegaron juntos al
destino y, porque el viaje se atrasó en virtud de las
interminables contiendas, todos los enfermos murieron
por la penuria de los recursos prometidos. La muerte los
devoraron, uno a uno, mientras los mensajeros
discutidores perdían el tiempo precioso en inútiles
arengas.
El Maestro fijó en los aprendices la mirada muy lúcida y
adujo: en este símbolo, tenemos el mundo atacado por la
peste de la maldad y de la incredulidad y vemos el
perfil de los portadores de la medicación celeste, que
son los religiosos de todos los matices que hablan en la
Tierra en nombre del Padre. Los hombres iluminados por
la sabiduría de la fe, entre tanto, a pesar de haber
recibido valiosos recursos del Cielo para los que sufren
y lloran, en consecuencia de la ignorancia y de la
aflicción dominantes en el mundo, olvidan las
obligaciones que les señalaban la vida y, sobreponiendo
los propios caprichos a los propósitos del Supremo Señor,
se desmandan en desvarios verbales de toda especie. En
cuanto alimentaran el disturbio, livianos y distraidos,
los necesitados de luz y socorro desfallecerán por la
falta de asistencia y dedicación.
La “discusión, por más provechosa, nunca debe
distraernos del servicio que el Señor nos dio para hacer”.
___________________
[1] - FRANCO,
Divaldo.
Oferenda.
Salvador: LEAL,
1980, p. 163 e
174.
[2] - XAVIER, F. Cândido. Jesus no Lar. 36. ed. Rio [de
Janeiro]: FEB, 2008, cap. 23.
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com
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