Especial

por Cláudio Bueno da Silva

¿A qué vino el Espiritismo?

Un día de esos, revolviendo los estantes de un espacio virtual, encontré un libro del que nunca oyera hablar en la bibliografia espírita: Cuentos espíritas, de Amalia Domingo Soler. Esa consagrada autora es responsable por el surgimiento de buenas obras doctrinarias, y por uno de los más bellos romances espíritas ya escritos: Memorias del Padre Germán.

Compré y lei el libro. Supe que se trataba de una traducción del español hecha por David Caparelli, publicada por la editora USE-Madras, de São Paulo. Es una extensa antología de cuentos, con bella presentación del historiador y escritor Eduardo Carvalho Monteiro (1950-2005), que revela hechos dramáticos de la biografía de la autora y sitúa el contexto social y político de España en el periodo en que vivió Amalia Soler.

Practicamente todas las historias de ese libro, según la autora, fueron escritas sobre hechos reales ocurridos con personajes que ella conoció, habiéndose relacionado con muchos de ellos. Amalia (1835-1909, Sevilla) hace desfilar pungentes dramas humanos, en cuanto va aplicando metódicamente los principios espíritas para elucidar ciertas cuestiones.

Las marcas en el rostro del hombre

Uno de los textos, sin embargo, no trae ninguna historia y sin observaciones sobre lo que Amalia llama de “Mis ideales”. Reflexionando sobre la trayectoria humana, basada en los incontables libros que leyó y en su experiencia de vida, concluye que jamás la inventiva de los mayores escritores, filósofos y artistas retrató la vida con tan vivos colores en cuanto la amarga realidad lo hace. Nada más propicio para el estudio de la naturaleza humana, sugiere ella, de lo que leer atentamente “en el rostro del hombre y en la sonrisa de la mujer” las marcas de su dolor.

La aceptación de la filosofía espírita hizo a Amalia aproximarse a muchos infelices. Muchos de ellos la buscaban y espontáneamente contaban sus dramas íntimos. Con otros, Amalia tuvo el “trabajo de ir leyendo línea por línea en las arrugas de su cara, en la expresión de sus ojos, en la inflexión de su voz y en la amarga sonrisa de sus labios”.

Con todo ese rico material de experiencia humana, Amalia escribió sus crónicas y estudios propagando el ideal espírita.

Dificultad en cambiar

La verdad del Espiritismo, para Amalia, viene de la “influencia moralizadora que ejerce sobre el carácter, las costumbres y las pasiones humanas”. De hecho, este es el principal resultado que se puede esperar de quien lo estudia con seriedad y decisión.

De la misma forma pensaba Allan Kardec. Es siempre faborable y útil leer, releer sus orientaciones. Kardec definía así los propósitos de la Doctrina Espírita: “El Espiritismo tiende para la regeneración de la humanidad (...) Ahora, no pudiendo esa regeneración operarse sino por el progreso moral, de ahí resulta que su objetivo esencial, providencial es el mejoramiento de cada uno” (¹).  

“Nada es más difícil en la Tierra – dice Amalia en su texto – que cambiar el modo de ser del hombre; existen vicios tan arraigados y malas costumbres tan arraigadas, que dominan absolutamente, y todo lo que se consigue, entonces, en una existencia, es avergonzarse de ellos y tratar de ocultarlos. Esto ya es algo, de manera que se comienza por evitar dar un mal ejemplo, sin embargo, está lejos de ser lo suficiente para regenerarnos”.

Amalia Domingo reprodujo ahí la misma preocupación de Kardec en la pregunta 800 de El Libro de los Espíritus: “¿No es de temer que el Espiritismo no consiga vencer la indiferencia de los hombres y su apego a las cosas materiales?” Los Espíritus explicaron a Kardec: “Sería conocer bien poco a los hombres pensar que una causa cualquiera pudiese transformarlos como por encanto. Las ideas se modifican poco a poco, como los individuos, y son necesarias generaciones para que se apaguen completamente los trazos de los viejos hábitos. La transformación, por tanto, no puede operarse a no ser con el tiempo” (...) 

El Espiritismo no produce santos

Amalia revela en “Mis ideales” una franqueza que practicamente no se ve en el resto del libro Cuentos espíritas, lleno de dulzura y comprensión humana. Su lenguaje enérgico expone una dura realidad: “El Espiritismo no vino para producir santos; vino para operar una gran reforma, profunda, transcendental, y por esta razón su trabajo es lento, porque cuanto más gigantesca es la obra, de más tiempo se necesita para llevarla a cabo”.

Y aquí, como que para justificar la expresión “gigantesca obra”, Amalia añade: “debiendo también considerarse que el Espiritismo encuentra a la humanidad sumergida en la más humillante degradación”.

Allan Kardec ya dijo que “Las ideas nuevas no pueden establecerse de repente y sin obstáculo” (²), y que la misión del Espiritismo “es combatir la incredulidad, la duda, la indiferencia” (³).   

Y dijo aun en la Revista Espírita de octubre de 1860: “¿Qué filosofía es más capaz de liberar el pensamiento del hombre de los lazos terrenos, de elevar su alma para el infinito? ¿Cuál la que le da una idea más justa, más lógica, más apoyada en pruebas patentes, de su naturaleza y de su destino?” 

Las religiones y la falsa ciencia

Por esas reflexiones, podemos evaluar el camino arduo que las ideas progresistas y humanitarias precisarán aun recorrer para que el hombre ocupe una posición digna en el concierto de los mundos. Y a esa posición él tendrá que llegar por el propio esfuerzo, sin depender más del acoplo a instituciones formales como las religiones dogmáticas y la ciencia sofisticadamente materialista, por ejemplo.

Amalia dice con total razón que “las religiones han enflaquecido al hombre y la falsa ciencia lo hizo orgulloso”. Eso hace que el Espiritismo, que es parte del programa divino para la evolución humana en la Tierra, tenga “que luchar contra los ignorantes y con los vanidosos, o sea, con los tontos de buena fe y los mentecatos envanecidos con su afán de saber”.

Cabe al Espiritismo romper el cerco de la ignorancia y de la mala voluntad para, como avisa Amalia, “despertar en el hombre el sentimiento de su dignidad, haciéndolo comprender que no hay más cielo ni más infierno que nuestras obras, buenas o malas” (subrayado mío).

Una revolución completa

En “Mis ideales”, Amalia demuestra comprender muy bien las finalidades del Espiritismo cuando alerta que él “está llamando para una revolución completa en todas las clases sociales, en todas las esferas de la vida, en todas las inteligencias, y obra tan colosal no se puede consumar en un corto espacio de años; pues cuesta mucho al hombre separarse de los vicios que le agradan y de religiones que lo tranquilizan con sofismas que parecen verdades, en cuanto no se analizan a la luz de la razón”.

Si es cierto que el conjunto de la humanidad precisa de la colaboración del tiempo para la madurez espiritual, es cierto también que los “tiempos llegaron” cobrando reacción de cada uno para el inicio de las transformaciones.

En ese sentido, el Espiritismo precisa mostrar a qué vino, y los espíritas, que son importantes agentes (no los únicos) de los cambios, no pueden perder este momento de testimonio histórico. Tienen que alinear el discurso a las acciones para combatir el pensamiento materialista caduco. Es preciso insistir hasta la extenuación en la idea de que el Espíritu es todo, la materia nada. El hombre no sabe más qué hacer para saciar la materia, ya exhausta, en cuanto el Espíritu continua con sed, hambre, ansia de justicia, amor y libertad. La materia quedará aquí corrompida en una tumba. El Espíritu seguirá adelante, deseando ser cada vez más libre.

Tener la intuición de esas verdades es un comienzo, muchos tienen, mas no basta. Lo que hace la diferencia en esta vida es “en la otra” y tener la certeza apoyada en la razón. Eso modificará todo.

Los espíritas contemporáneos tienen, por tanto, un compromiso improrrogable.

 

(¹) Allan Kardec, Revista Espírita, agosto de 1865, “O que ensina o Espiritismo”, Edicel.

(²) Allan Kardec, Revista Espírita, novembro de 1864, “O Espiritismo é uma ciência positiva”, Edicel.

(³) Allan Kardec, Revista Espírita, marzo de 1865, “El Sr. Allan Kardec a los espíritas dedicados en el caso Hillaire”, Edicel.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita