Un día de esos,
revolviendo los
estantes de un
espacio virtual,
encontré un
libro del que
nunca oyera
hablar en la
bibliografia
espírita: Cuentos
espíritas,
de Amalia
Domingo Soler.
Esa consagrada
autora es
responsable por
el surgimiento
de buenas obras
doctrinarias, y
por uno de los
más bellos
romances
espíritas ya
escritos: Memorias
del Padre Germán.
Compré y lei el libro. Supe que se trataba de una
traducción del español hecha por David Caparelli,
publicada por la editora USE-Madras, de São Paulo. Es
una extensa antología de cuentos, con bella presentación
del historiador y escritor Eduardo Carvalho Monteiro
(1950-2005), que revela hechos dramáticos de la
biografía de la autora y sitúa el contexto social y
político de España en el periodo en que vivió Amalia
Soler.
Practicamente todas las historias de ese libro, según la
autora, fueron escritas sobre hechos reales ocurridos
con personajes que ella conoció, habiéndose relacionado
con muchos de ellos. Amalia (1835-1909, Sevilla) hace
desfilar pungentes dramas humanos, en cuanto va
aplicando metódicamente los principios espíritas para
elucidar ciertas cuestiones.
Las marcas en el rostro del hombre
Uno de los textos, sin embargo, no trae ninguna historia
y sin observaciones sobre lo que Amalia llama de “Mis
ideales”. Reflexionando sobre la trayectoria humana,
basada en los incontables libros que leyó y en su
experiencia de vida, concluye que jamás la inventiva de
los mayores escritores, filósofos y artistas retrató la
vida con tan vivos colores en cuanto la amarga realidad
lo hace. Nada más propicio para el estudio de la
naturaleza humana, sugiere ella, de lo que leer
atentamente “en el rostro del hombre y en la sonrisa de
la mujer” las marcas de su dolor.
La aceptación de la filosofía espírita hizo a Amalia
aproximarse a muchos infelices. Muchos de ellos la
buscaban y espontáneamente contaban sus dramas íntimos.
Con otros, Amalia tuvo el “trabajo de ir leyendo línea
por línea en las arrugas de su cara, en la expresión de
sus ojos, en la inflexión de su voz y en la amarga
sonrisa de sus labios”.
Con todo ese rico material de experiencia humana, Amalia
escribió sus crónicas y estudios propagando el ideal
espírita.
Dificultad en cambiar
La verdad del Espiritismo, para Amalia, viene de la
“influencia moralizadora que ejerce sobre el carácter,
las costumbres y las pasiones humanas”. De hecho, este
es el principal resultado que se puede esperar de quien
lo estudia con seriedad y decisión.
De la misma forma pensaba Allan Kardec. Es siempre
faborable y útil leer, releer sus orientaciones. Kardec
definía así los propósitos de la Doctrina Espírita: “El
Espiritismo tiende para la regeneración de la humanidad
(...) Ahora, no pudiendo esa regeneración operarse sino
por el progreso moral, de ahí resulta que su objetivo
esencial, providencial es el mejoramiento de cada uno”
(¹).
“Nada es más difícil en la Tierra – dice Amalia en su
texto – que cambiar el modo de ser del hombre; existen
vicios tan arraigados y malas costumbres tan arraigadas,
que dominan absolutamente, y todo lo que se consigue,
entonces, en una existencia, es avergonzarse de ellos y
tratar de ocultarlos. Esto ya es algo, de manera que se
comienza por evitar dar un mal ejemplo, sin embargo,
está lejos de ser lo suficiente para regenerarnos”.
Amalia Domingo reprodujo ahí la misma preocupación de
Kardec en la pregunta 800 de El Libro de los
Espíritus: “¿No es de temer que el Espiritismo no
consiga vencer la indiferencia de los hombres y su apego
a las cosas materiales?” Los Espíritus explicaron a
Kardec: “Sería conocer bien poco a los hombres pensar
que una causa cualquiera pudiese transformarlos como por
encanto. Las ideas se modifican poco a poco, como los
individuos, y son necesarias generaciones para que se
apaguen completamente los trazos de los viejos hábitos.
La transformación, por tanto, no puede operarse a no ser
con el tiempo” (...)
El Espiritismo no produce santos
Amalia revela en “Mis ideales” una franqueza que
practicamente no se ve en el resto del libro Cuentos
espíritas, lleno de dulzura y comprensión humana. Su
lenguaje enérgico expone una dura realidad: “El
Espiritismo no vino para producir santos; vino para
operar una gran reforma, profunda, transcendental, y por
esta razón su trabajo es lento, porque cuanto más
gigantesca es la obra, de más tiempo se necesita para
llevarla a cabo”.
Y aquí, como que para justificar la expresión
“gigantesca obra”, Amalia añade: “debiendo también
considerarse que el Espiritismo encuentra a la humanidad
sumergida en la más humillante degradación”.
Allan Kardec ya dijo que “Las ideas nuevas no pueden
establecerse de repente y sin obstáculo” (²), y que la
misión del Espiritismo “es combatir la incredulidad, la
duda, la indiferencia” (³).
Y dijo aun en la Revista Espírita de octubre de 1860:
“¿Qué filosofía es más capaz de liberar el pensamiento
del hombre de los lazos terrenos, de elevar su alma para
el infinito? ¿Cuál la que le da una idea más justa, más
lógica, más apoyada en pruebas patentes, de su
naturaleza y de su destino?”
Las religiones y la falsa ciencia
Por esas reflexiones, podemos evaluar el camino arduo
que las ideas progresistas y humanitarias precisarán aun
recorrer para que el hombre ocupe una posición digna en
el concierto de los mundos. Y a esa posición él tendrá
que llegar por el propio esfuerzo, sin depender más del
acoplo a instituciones formales como las religiones
dogmáticas y la ciencia sofisticadamente materialista,
por ejemplo.
Amalia dice con total razón que “las religiones han
enflaquecido al hombre y la falsa ciencia lo hizo
orgulloso”. Eso hace que el Espiritismo, que es parte
del programa divino para la evolución humana en la
Tierra, tenga “que luchar contra los ignorantes y con
los vanidosos, o sea, con los tontos de buena fe y los
mentecatos envanecidos con su afán de saber”.
Cabe al Espiritismo romper el cerco de la ignorancia y
de la mala voluntad para, como avisa Amalia, “despertar
en el hombre el sentimiento de su dignidad, haciéndolo
comprender que no hay más cielo ni más infierno que
nuestras obras, buenas o malas” (subrayado mío).
Una revolución completa
En “Mis ideales”, Amalia demuestra comprender muy bien
las finalidades del Espiritismo cuando alerta que él
“está llamando para una revolución completa en todas las
clases sociales, en todas las esferas de la vida, en
todas las inteligencias, y obra tan colosal no se puede
consumar en un corto espacio de años; pues cuesta mucho
al hombre separarse de los vicios que le agradan y de
religiones que lo tranquilizan con sofismas que parecen
verdades, en cuanto no se analizan a la luz de la
razón”.
Si es cierto que el conjunto de la humanidad precisa de
la colaboración del tiempo para la madurez espiritual,
es cierto también que los “tiempos llegaron” cobrando
reacción de cada uno para el inicio de las
transformaciones.
En ese sentido, el Espiritismo precisa mostrar a qué
vino, y los espíritas, que son importantes agentes (no
los únicos) de los cambios, no pueden perder este
momento de testimonio histórico. Tienen que alinear el
discurso a las acciones para combatir el pensamiento
materialista caduco. Es preciso insistir hasta la
extenuación en la idea de que el Espíritu es todo, la
materia nada. El hombre no sabe más qué hacer para
saciar la materia, ya exhausta, en cuanto el Espíritu
continua con sed, hambre, ansia de justicia, amor y
libertad. La materia quedará aquí corrompida en una
tumba. El Espíritu seguirá adelante, deseando ser cada
vez más libre.
Tener la intuición de esas verdades es un comienzo,
muchos tienen, mas no basta. Lo que hace la diferencia
en esta vida es “en la otra” y tener la certeza apoyada
en la razón. Eso modificará todo.
Los espíritas contemporáneos tienen, por tanto, un
compromiso improrrogable.
(¹) Allan Kardec, Revista Espírita,
agosto de 1865, “O que ensina o Espiritismo”, Edicel.
(²) Allan Kardec, Revista Espírita,
novembro de 1864, “O Espiritismo é uma ciência
positiva”, Edicel.
(³) Allan Kardec, Revista Espírita, marzo
de 1865, “El Sr. Allan Kardec a los espíritas dedicados
en el caso Hillaire”, Edicel.