Salviano, amigo de una tía mía, es conductor de autobús
jubilado. Incluso así, aun trabaja. Adélia, esposa de él,
es cocinera de calidad. Para reforzar el sueldo
doméstico y ayudar a pagar la facultad del hijo menor,
ella ya hizo sorbete, empanada y afines. Actualmente,
cocina y entrega comidas rápidas. Todos los días, cuatro
opciones de platos, además de guarniciones y bebidas.
Cierta vez, Salviano, en conversación con mí tía,
declaró, de forma no pretensiosa y sonrriente: “Aquí en
casa hay siempre plátano y naranja. “¡Las otras frutas,
no da para comprar, mas plátano y naranja no faltan!”Ya
hace un tiempo que esa tía me contó eso. En la época,
Adélia aun no entregaba comida a domicilio y en el país
no estaba el horror que está hoy. Puede ser que la
situación de la familia haya mejorado, no sé. Incluso
así, considerando el hecho de que Salviano aun conduce
autobuses y Adélia continua desdoblándose en el fogón,
todo lleva a creer que la frutera continua poco
diversificada. Si fuera así, concluyo que si el hecho de
solamente conseguir comprar dos tipos de frutas me
incomodaba hace algunos años, hoy, cuando me acuerdo de
esa historia, la incomodidad retorna. Y aumenta porque
Salviano no tenía conciencia de la gravedad de lo que
decía, en la época.
Nuestro país es tierra generosa. Tenemos una inmensa
biodiversidad, que va de la Amazona al cerrado, pasando
por la caatinga, las pampas, Mata Atlântica... Aquí,
“plantándose, todo va”, como dice la carta de Pero Vaz
Caminha, escrita en 1500, cuando los portugueses aquí
arribaron. Es inmenso, por tanto, la profusión de
productores de frutas, legumbres y verduras. ¿Por qué,
en un país tan rico de suelo fértil y agua abundante,
hay tanta gente como Adélia y Salviano?
Thiago Lima, profesor de relaciones internacionales de
la Universidad Federal de Paraíba (UFPB) y coordinador
del grupo de investigación sobre hambre y relaciones
internacionales de la misma institución, es espírita,
para nuestra suerte. El 20 de mayo de 2021, él concedió,
al Colectivo Espíritas a la Izquierda, una entrevista en
que aborda temas graves relacionados al hambre.
Con vastos datos disponibles, ya que es estudioso de la
cuestión (y a la luz de la doctrina espírita), Thiago
muestra que nuestro país tiene su historia fundamentada
en el hambre, y bajo varios aspectos. Uno de ellos
evidencia: Brasil produce más alimentos para exportar
que para alimentar a la población nativa. De esa forma,
cuanto menos el brasileño coma, más productos
disponibles habrá para exportación. Así, los grandes
hacendados y latifundistas se lucran más. En
contrapartida, llenarán menos los cofres si la comida
quedara por aquí, ya que los beneficios oriundos del
mercado interno no son tan abundantes si son comparados
con lo que ganan cuando venden comida para otros países.
Por eso, muchas veces, pagamos caro por los alimentos
que compramos en el supermercado. Ahí, frutas que
podrían estar en la mesa de gente como Adélia y Salviano
se vuelven inaccessibles. Sobran plátanos y naranjas; si
bien que, en la actual conyuntura, creo que, para mucha
gente, está difícil garantizar las dos en la frutería.
Hay un agravante en la historia del matrimonio: Salviano
es gordito y Adélia, obesa. A ojo vista, jamás vemos en
ellos personas con problemas nutricionales. Al final,
parecen bien alimentados. Puede parecer extraño para
muchos, mas hubo una época, en el país, en que ser gordo
era sinónimo de opulencia, salud y ostentación. Señal de
que la persona tenía dinero para tener una mesa
abundante y encantada en magníficos cafés de la mañana,
almuerzos y cenas. Al mismo tiempo, ser delgado era
sinónimo de miseria, principalmente cuando el emigrante
nordestino era retratado en pinturas de artistas como
Cândido Portinari y en romances como “El Quince”, de
Rachel de Queiróz, y “Vidas Secas”, de Graciliano Ramos.
La situación se invirtió. Hoy en día, quien tiene dinero
demuestra eso por medio de un cuerpo en forma – sea a
través de ejercicios físicos, alimentación bien hecha e
intervenciones como lipoaspiración, cirugías plásticas y
afines. Al final, mantener todo eso cuesta caro. Por
otro lado, quien tiene poco dinero para sustentarse irá
a optar por alimentos más baratos, más saturados de
grasa, azúcar, sal, sódio etc. y parcos en nutrientes.
Estamos hablando de bizcochos, harina blanca, frituras,
arroz branco, dulces variados... Es un exceso de peso
debido a una alimentación pobre en zinc, hierro,
betacaroteno, yodo, cálcio, vitaminas... El resultado es
la obesidad y dolencias como hipertensión, insuficiencia
respiratoria, más allá de variaciones de humor,
contracciones musculares y otros tantos disturbios.
Una alimentación desprovista de los nutrientes como los
ya citados provoca un hambre intermitente que los
pasteles y fritos de la vida no consiguen saciar, por
más que sean consumidos. Se da a ese fenómeno el nombre
de síndrome del hambre oculto. Según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), ella es una carencia
“desenvuelta en personas que no hacen alimentaciones
variadas en relación a los grupos alimentarios. De esa
forma, una persona puede hasta consumir una cantidad
determinada de calorías por día, mas si en la
alimentación no hubiera diversos nutrientes, ella no
provocará saciedad y desencadenará el hambre oculta”,
conforme explica el sit Mundo Educación en un texto
titulado “Hambre oculta”. Personas que comen de esa
forma corren el riesgo, aun según el sit, volverse
obesas desnutridas, por más paradoja que pueda ser. Es
el hambre y sus más variadas facetas, desencadenadas por
el egoísmo de los hombres poderosos.
En El Evangelio según el Espiritismo, Allan
Kardec, en el capítulo XIX, ítem 8, transcribe la
Parábola de la Higuera que se Secó. Ella está contenida
en el Nuevo Testamento. Más precisamente, en el
Evangelio de Marcos, 11: 12 al 14, 20 al 23. Dice la
parábola que Jesús, al salir de la ciudad de Betania
junto con los discípulos, tuvo hambre y se dirigió a una
higuera. Como no era tiempo de higos, solo había hojas.
Jesús, entonces, dice al árbol: “Que nadie coma de ti
fruto alguno”. Al día siguiente, al pasar nuevamente por
el lugar, la higuera estaba seca.
Jesús, por ser un espíritu de elite, no íba a maldecir a
un pobre árbol porque el no le sació el hambre. Además,
él nada maldecía. Estamos hablando de un Espíritu muy
elevado que pasó por la Tierra. Él aprovechó el hecho de
no ser época de higos (y tal vez de la higuera ya estar
en proceso de secarse) para mostrar que toda y cualquier
persona, institución o similar que viven solo de brillo
y no tienen solidez están vaticinadas a perecer. Eso
dice respecto también, a mi ver, a un sistema
político-económico que empuja para las personas a una
alimentación profusa en embalajes coloridos, nombres
atrayentes y millonarias campañas publicitarias; pobres,
sin embargo, de contenido. En suma: una alimentación
bastarda que en nada contribuye para la salud física. Al
mismo tiempo, ese mismo sistema privilegia al mercado
externo en detrimento de los hijos de la propia tierra.
Es como si las estanterías repletas de supérfluos y
productos pobres en nutrientes fuesen huertos de
higueras secas para producir hambrientos ocultos y
potenciales detentores de enfermedades ocasionadas por
mala alimentación. El tiempo se encargará de secarlas y
de hacer brotar árboles con higos carnosos, o sea,
alimentación rica en nutrientes y accesible a todos.
Y la higuera seca, por increible que parezca, también
está presente en el colorido de la clase de frutas. ¿Por
cuál motivo? Porque, aunque tiernas y atrayentes, se
muestran inaccesibles a la gran parte de la población,
que no tiene condiciones de financiar una mesa
abundante. Una higuera que seca por estar tan cerca y,
al mismo tiempo, distante de las manos hambrientas por
una alimentación saludable. ¿Alguien aquí ya paró para
pensar cómo debe ser duro a una persona entrar en el
supermercado, mirar los puestos de frutas y resentirse
por no tener condiciones de llevar para casa una buena
cantidad de lo que está a su frente? ¿Ya imaginaron cómo
debe ser duro sentir el olor de la piña y no tener
dinero para comprarla? Día vendrá en que esas higueras
estarán al alcance de todas las manos. Al final, quien
tiene hambre y sed de justicia (social, inclusive) será
saciado.
Cuando yo era niña, jugaba a “Pera, uva o manzana”.
Dependiendo de la elección, recibía un apretón de mano,
un abrazo o un beso de quien había escogido de forma
aleatoria, ya que quedamos de espaldas para los demás
participantes. Quedo imaginando a Salviano y Adélia
entrando en el mercado para hacer compras y teniendo que
coger apenas lo esencial. En la sección de frutas, a
pesar de la abundancia de espécimes que hay, solo irán a
llevar plátano y naranja. Garantizo a ustedes que la
visión, el olfato, el tacto y el paladar de ambos se
agudizan ante la profusión de colores y sabores ofrecida
por las demás frutas. Para ellos, no obstante, apenas
plátano y naranja. Ni pera, ni uva, ni manzana. Tampoco
papayas, fresa, melocotón, piña, melón, aguacate, caqui,
mango, sandia, higo, mandarina...
Este asunto no se agotó para mí. Volveré a él en breve.
Bibliografia:
1- Espíritas
à esquerda – Espiritismo e combate à fome. Para
acessar o vídeo, clique
neste link-1
2- Kardec,
Allan – O Evangelho segundo o Espiritismo, 2ª
edição, 2018, Federação Espírita Brasileira, Brasília,
DF.
3- Mundo
Educação – Fome oculta. Para acessar, clique
neste link-2