Tema: Ley de Sociedad
El joven y el anciano
En un pequeño poblado distante, vivía un joven muy bueno
que ansiaba adquirir más conocimientos espirituales.
Un día, decidió subir a una montaña que no quedaba muy
lejos de ahí y buscar a un hombre de quien había
escuchado hablar desde pequeño.
Ese hombre, cuando todavía era joven, también había
demostrado interés por acercarse a Dios. Hacía muchos
años, en su búsqueda de espiritualidad, había dejado el
poblado y había subido a la montaña. Pasó a vivir ahí,
aislado, en profundo contacto con la naturaleza,
cultivando la paz y la sabiduría.
El joven, deseando seguir el mismo camino, fue a su
encuentro.
Después de una larga caminata, el joven buscó por algún
tiempo y encontró al hombre, que ahora ya era un
anciano.
Con mucha humildad, el joven explicó al viejo señor sus
intenciones y le pidió gentilmente que aceptara su
compañía por algún tiempo, para poder entrar en
contacto, por lo menos, con una muestra pequeñita de los
grandes conocimientos que él había adquirido en toda su
experiencia.
El viejo, halagado, aceptó la propuesta. Así, ellos
pasaron a convivir por algunos días, en los cuales el
joven conoció el modo de vida que el anciano llevaba.
Durante ese período, los dos meditaban, contemplaban la
naturaleza y recolectaban alimentos. De vez en cuando,
el anciano parecía pensativo, con la mirada distante.
Otras veces, parecía contrariado. Casi no hablaba. Aun
así, el joven se daba cuenta de cuánto conocía el viejo
sobre las estrellas, la luna, los sonidos de los
animales y muchas otras cosas y lo admiraba por eso.
Después de unos días, el joven anunció su partida.
A la hora de la despedida, el joven abrazó al señor que
lo había recibido y le entregó frutas que había
recogido, en agradecimiento por la oportunidad de
conocerlo.
El anciano cogió las frutas, las colocó en una canasta,
cogió algunas cosas más y dijo:
- Podemos ir. Voy contigo. Espero que también puedas
aceptar mi compañía, por algún tiempo, de regreso a
nuestro poblado.
El joven se quedó muy sorprendido y preguntó al señor
por qué había tomado esa decisión, abandonando su modo
de vida tan especial con el cual había alcanzado tanta
paz.
El hombre respondió:
- Porque la paz que yo conseguí fue muy frágil. Cuando
llegaste, creí que podría enseñarte a vivir en paz y
armonía como yo pensé vivía. Pero, después, me sentí
incómodo y algunas veces hasta enojado con tu presencia,
aunque no había ningún problema. Me di cuenta de que no
sabría cómo perdonarte si hubieras hecho algo mal.
También te escuché hablar sobre tus familiares con amor
y conmoverte porque los extrañabas. Aquí, aislado, yo no
amo ni soy amado por nadie. No desarrollé paciencia ni
la tolerancia, ni siquiera contigo, que fuiste amable y
humilde.
Él continuó:
- La paz que yo deseo alcanzar no puede ser alterada tan
fácilmente. Voy a irme también. Ya perdí demasiado tempo
aquí -concluyó.
El joven se sorprendió con esas palabras, pero
comprendió que eran sinceras y verdaderas.
Los dos volvieron al poblado. El anciano tuvo que
readaptarse para vivir entre las personas, pero lo hizo
con mucho empeño. Con el pasar del tiempo, se volvió
querido y admirado por mucha gente. En vez de evitar a
sus hermanos, pasó a vivir con ellos para ayudarlos.
Cuando estuvo ya muy viejito, aconsejaba a las personas
según lo que había aprendido con la vida: que la paz
verdadera venía del cumplimiento de las leyes de Dios y
que el amor, la caridad y el trabajo en el bien son la
manera de conquistarlas.
Y así el anciano pudo auxiliar al joven. Él siguió sus
pasos en el poblado y se volvió también un hombre
espiritualizado y feliz.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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