El tema es palpitante, pues las nociones del deber y del
derecho, bases fundamentales para el establecimiento de
la justicia, viene siendo discutidas a lo largo de todo
nuestro proceso evolutivo, esto en lo que alcanza esta
parte de la Humanidad Universal.
En función de nuestra aun incipiente comprensión de los
principios divinos, y, a pesar del esfuerzo continuado
en bien aprender los conceptos del deber y del derecho,
algunos aun entienden haber injusticias. Creen haber
sido alcanzados por males que no merecerían haber sido
alcanzados. Sí, creen piamente: ¡hay injusticiados!
Con todo, cuando recordamos uno de los necesarios
atributos del Creador - la perfecta justicia y
misericordia -, entre tantas otras perfecciones
caracterizando la Divinidad, podríamos acortar nuestro
sencillo análisis sobre el tema y ya responder, con
categórica certeza: ¡No, no hay injusticiados, no puede
haber! En virtud de, si los hubiese, caso pudiésemos
apuntar a algún Espíritu, encarnado o desencarnado
pasando por una situación injusta, seríamos obligados a
concluir que Dios también sería injusto en la forma como
controla a su propia Creación, al permitir que, alguna
vez por otra, uno de sus amados hijos recibiese un daño,
un mal, o incluso tuviese un perjuicio cualquiera, sin
merecimiento, y, por consecuencia, sufriendo
injustamente. Y más, seríamos obligados a aceptar que
sus sabias leyes eternas e inmutables no tendrían
condiciones de evitar las alegadas injusticias, haciendo
de ellas también leyes erróneas, incompletas, impotentes
para impedir estas “incomprensibles” situaciones.
¿¡Cómo la Perfecta Justicia podría permitir cualquier
injusticia, por menor que sea!?
Entre tanto, a pesar de este simple y directo raciocinio
que, de nuestro punto de vista podría servir de base
para apaciguar los corazones afligidos al suponer que
Dios pueda ser, eventualmente, injusto, nada más
gratificante y motivador que reflexionar un poco sobre
un tema cualquiera para mejor entenderlo y, por la justa
comprensión del asunto, proporcionar duradera paz a la
conciencia.
Siendo así, podemos iniciar nuestras reflexiones
recordando que la popularización de las primeras
nociones de justicia en la Terra, ocurrió, según algunos
historiadores, alrededor de 1500 a.C., traídas por un
Espíritu de alta evolución cuando por aquí estuvo –
Moisés -, el autor de la Tora, el conjunto de los cinco
libros fundamentales de la fe hebraica. Entre tanto,
antes de él, dice nuestra Historia que algunas
propuestas sobre justicia, tal como la máxima del diente
por diente, ojo por ojo,
ya constaban de un antiguo código de leyes, elaborado en
Mesopotamia, en el reino de Babilonia, llamado Código de
Hamurabi (siglo XVIII a.C.).
La revelación de la Ley del talión a la Humanidad, fue
de fundamental importancia. Buscaba impedir a aquel
pueblo aun bruto de cometer atrocidades en el
resarcimiento de posibles perjuicios, cuando hubiese
cualquier fricción en las relaciones sociales. La lógica
era simple: en la época, era costumbre cobrar una deuda
en valor superior al daño sufrido, por pura venganza - y
algunos aun lo hacen incluso en el siglo XXI -, con
todo, aplicando la Ley del talión, o sea, autorizando el
cobro de modo igual a la perdida sufrida, y nada más,
disminuyó sobremanera la posible violencia entre los
litigantes. A propósito, esta Ley aun existe,
contrariando a los que creen que ella se fue desde su
surgimiento en los tiempos bíblicos, habiendo sido
registrada por Allan Kardec en el siglo XIX en varias
obras, tal como:
Dice Jesús: Quien mató con la espada, morirá por la
espada. ¿Estas palabras no consagran la pena del talión
y, así, la muerte impuesta al asesino no constituye la
aplicación de esa pena?
“¡Cuidado! Estáis equivocados en cuanto a estas
palavras, como
sobre muchas otras.
La pena del talión es la justicia de Dios; es Él quien
la aplica. Todos vosotros sufrís esa pena a cada
instante, pues que sois castigados en aquello en que
habéis pecado, en esta existencia o
en otra.
[...]1
A los interesados en leer un poco más sobre el principio
del talión, podrá encontrar otras consideraciones sobre
el tema en el texto titulado El
siglo XXI llegó. ¿La ley del talión finalmente se fue?2
Con todo, dejemos nuestra atención de lado sobre esta
particular modalidad de la justicia divina, pues la
aplicación de la justicia, de modo general, siempre nos
interesó de cerca, creemos que sea en función de la
centella divina, grabada en nuestra esencia espiritual,
desde el inicio del proceso de individualización de este
principio, ofreciéndonos el sentido embrionario de la
moral y de la ética, impulsándonos, en consecuencia, a
la búsqueda de la conquista de las muchas virtudes.
Entre tanto, a lo largo de nuestra jornada evolutiva,
por elecciones y conductas personales, sin que hubiese
cualquier determinación divina, muchas así entendidas
injusticias han sido perpetradas, considerando que
muchos de nosotros optamos por el camino evolutivo
distanciados de los postulados divinos, otros, no. Los
primeros, obrando de modo contrario a las leyes divinas,
causaron males diversos a sí mismos y al prójimo y,
eventualmente, fueron injustos en las interacciones
entre las muchas sociedades que ya formaron parte.
Resáltese: podemos obrar injustamente, con todo, jamás
el alcanzado por nuestras injustas conductas, podrán
decirse injusticiado. ¿Y por cuál razón?
Más allá de lo que fue anteriormente mencionado sobre la
perfecta justicia y misericordia del Creador, hay otro
necesario atributo de Dios - la omnisciencia - también
fundamental para la comprensión del tema. Podríamos
definir como: el saber absoluto, total, el conocimiento
infinito sobre todas las cosas, o sea, Dios tiene
ciencia de tudo lo que ocurre en el mundo de los vivos,
sea en cual reino fuera, sobre toda la Naturaleza.
Siendo también esta una de las imprescindibles
características del Padre, no se entiende como Él
podría, consciente de todo, permitir que uno de sus
hijos sufriese una injusticia cualquiera.
Podemos también recordar otro principio divino que
asegura, incuestionablemente, no existir el acaso,3 además,
todos los espíritas deberían estar plenamente
convencidos de esta realidad, ahora, si nada ocurre
imprevisiblemente, no se concibe que un Espíritu sea
alcanzado por un mal que no tenga que necesariamente
enfrentar. El agente de este mal puede existir,
adquiriendo un débito, y deberá, sin sombra de duda,
quitarlo con la Ley Divina, por dolor o por ejercicio
continuado del amor, mas, jamás podremos imaginar que
aquel recibiendo el maleficio estaría sufriendo
injustamente. Siendo así, una vez más indagamos: ¿Y por
cual otra razón?
Más allá de las justificaciones anteriormente
levantadas, debido a la ley de causa
y efecto,
tan bien explicada por Allan Kardec. Este otro principio
divino esclarece básicamente que todos los eventos de la
vida son el resultado de condiciones previamente
establecidas sea en que campo de actuación fuera. O sea,
lo que nos ocurre es el resultado, invariable, de un
conjunto de actitudes que tomamos en el pasado de la
existencia presente, sumadas a otro grupo de conductas
practicadas en otras existencias – causa
y efecto.
Adicionalmente, podríamos ponderar que si hubiéramos
escogido una prueba para probarnos las virtudes y, en
consecuencia de estas pruebas, previamente
seleccionadas, estuviera previsto que seamos
“injusticiados” por la sociedad, este aparente mal que
recibiremos, no es verdaderamente una injusticia, pues
yo estoy deseoso y, de hecho, espero que el ocurra,
conforme es combinado antes de reencarnar. De esta
forma, yo puedo verificar en la práctica la conquista de
mis alegadas virtudes, aquellas que supongo detentar,
tales como: paciencia, tolerancia, sumisión, entre otras
necesarias que permitirán aceptar resignadamente las
llamadas “injusticias” del mundo.
La injusticia tiene algo de imprevisibilidad, esto es,
caso existiese, el Espíritu no debería sufrir el
maleficio que le fue impuesto, situación que, una vez
más, no encuentra respaldo en la omnipotencia del
Creador, otro atributo característico de la Divinidad.
Él no podría permitir males sin justificaciones o
razones teniendo el poder absoluto sobre todo y todos.
Siendo así, ¿cómo quedan los agentes de las así dichas
injusticias? ¿Los que cometieron los actos indecorosos,
crueles, deshumanos?
Enfatizamos, una vez más: tendrán que enfrentar las
consecuencias de sus acciones, pues nadie se hurtará de
los resultados dañinos de sus actos, incluso obrando
como instrumentos de la propia ley de Dios. No es
posible atribuir a Dios la responsabilidad por nuestros
actos, esto jamás ocurrirá, somos siempre responsables
por lo que hacemos.
He por esta razón que Jesús orientó:
Ay del mundo por causa de los escándalos; pues es
necesario que vengan escándalos, mas ay del hombre por
quien el escándalo venga.4
¿Volviendo al pasado por dos mil años podríamos indagar
si estarían los verdugos del Cristo previamente
designados para cometer injusticias?
De modo alguno, pues no puede haber misión para el mal,
sería un absurdo creer en esta posibilidad:
¿Los Espíritus que buscan inducirnos al mal y que ponen
así en prueba nuestra firmeza en el bien, recibiran
misión de hacerlo? ¿Y si es una misión que cumplen,
tendrá alguna responsabilidad en eso?
“Ningún Espíritu recibe la misión de hacer el mal.
Cuando lo hace, es por su propia voluntad y, por
consiguiente, sufre las consecuencias. Dios puede
permitir que él lo haga para probaros, mas no lo ordena,
cabiendo a vosotros repelirlo.”5 (subrayamos)
Judas tampoco, cualquier uno de los que infringieron
sufrimientos al Cristo, mucho menos aquellos que
martirizaron a los millares de cristianos en las arenas,
estaban marcados para errar, ya que, sería otro
contrasentido creer que la Perfecta Bondad pudiese
forzar u obligar a ciertos Espíritus, también sus hijos,
a cometer actos malvados contra otros hijos, sus
hermanos. Los que se sublevaron contra el Cristo lo
hicieron por motu propio, sin cualquier destino para el
mal, evidentemente, cargando con las consecuencias de
los resultados obtenidos.
Adicionalmente, es oportuno reflexionar aun: ¿podríamos
obrar injustamente contra nosotros mismos, por ejemplo,
cuando el remordimiento y el arrepentimiento nos visitan
y no nos concedemos el autoperdón por cuenta de
irreflexivas actitudes cometidas contra el prójimo, o
incluso contra nosotros mismos? ¿¡En este caso, el
Espíritu sería víctima y verdugo de sí mismo!?
¿¡Injusticiado por él mismo!?
En resumen: hay injustos, sin sombra de dudas, pues gran
parte de esta Humanidad aun se porta de modo contrario
al hacer
al prójimo lo que desearían que les fuese hecho,
todavía, en cualquier caso, no puede haber
injusticiados.
En relación al caso de la posible auto injusticia,
dejamos al lector las reflexiones sobre esta indagación.
Referências:
1 KARDEC,
Allan. O
livro dos espíritos.
Trad. Evandro Noleto Bezerra. 4. ed. 9. imp. Brasília:
FEB, 2020. q. 764.
2 Reformador. O
século XXI chegou. A lei de talião finalmente se foi? abril
2013.
3 NOTA:
Sugerimos ao leitor consultar em O
livro dos espíritos as
questões: 8, 37, 386, 388, 525a, 536 e 663.
4 KARDEC,
Allan. O
Evangelho segundo o Espiritismo.
Trad. Evandro Noleto Bezerra. 2. ed. 1. imp. Brasília:
FEB, 2013. cap. VIII. item 11.
5 KARDEC,
Allan. O
livro dos espíritos.
Trad. Evandro Noleto Bezerra. 4. ed. 9. imp. Brasília:
FEB, 2020. q. 470.