Tema: Controlar el miedo
El miedo
Era domingo. Rodrigo
estaba en casa. Pero, en vez de estar descansando o
divirtiéndose, el niño estaba preocupado. Desde temprano
el cielo tenía muchas nubes. El pronóstico era de
lluvias fuertes durante todo el día. Y Rodrigo no se
sentía bien en días así. Sentía inseguridad y hasta
tristeza. No
veía la hora en que la lluvia acabara.
Cuando Rodrigo era pequeño, un día de fuerte lluvia, en
el que la familia no estaba en casa, Rex, su perro,
asustado por los truenos, saltó la verja y escapó.
Cuando llegaron, se dieron cuenta que el perro no
estaba. Además de que llovía, soplaba el viento y hacía
frío. Ese día Rodrigo se fue a dormir llorando y
pensando en Rex. Cada rayo que veía por la ventana, o
trueno que escuchaba, su mente le hacía imaginar cosas
terribles que podrían estar pasando con su perrito.
Rex fue encontrado después de casi dos días. Estaba
lastimado, pero fue cuidado y todo terminó bien. Pero no
para Rodrigo que, incluso sin acordarse de los detalles
del acontecimiento, guardó una impresión de tristeza
asociada a la lluvia.
Su madre Tania, sabiendo lo que pasaba, intentando
ayudar, llamó a su hijo y le dijo:
- Querido, quiero que vengas conmigo a la casa de
nuestra vecina Angélica.
- ¡Está lloviendo, mamá! – dijo Rodrigo asustado. – No
se puede salir.
- Sí se puede, ella vive aquí cerca, ¡vamos!
Rodrigo no quería, pero su mamá insistió, explicándole
que el miedo paraliza a las personas, impide que hagamos
cosas buenas e incluso nos hace sufrir. Por eso vale la
pena encarar el miedo e intentar disminuir su fuerza
sobre nosotros.
Rodrigo acabó aceptando y los dos fueron caminando
abrazados bajo el paraguas. Así, bien juntito a su
madre, Rodrigo no sentía tanto miedo.
Cuando tocaron la campanita de la casa de la vecina,
ella los recibió con una gran sonrisa y dijo,
abrazándolos:
- ¡Hola, Tania! ¡Hola, Rodrigo! ¡Qué bueno verlos!
¡Entren! ¡Temprano en la mañana ya sentía que hoy sería
un gran día y lo es!
- ¡Sabía que estarías feliz, Angélica! No conozco a
nadie a quien le guste tanto una lluvia como esta, como
a ti – dijo Tania, sonriendo.
- Exacto, amiga mía. Hacía días que estaba angustiada.
Nuestra cisterna, de donde recogemos agua de lluvia, ya
estaba casi seca. Tengo miedo de que falte agua para la
población, para la higiene, para producir alimentos,
para beber… ¿Ya pensaste si pasáramos sed o hambre?
¡Dios nos libre! Cuando viene una buena lluvia como
esta, me imagino a Dios, allá en el cielo, dejando caer
esas gotas
bendecidas de vida para nosotros. ¡No
hay forma de no alegrarme!
- ¿Ya pasaste sed alguna vez, Angélica? - quiso saber
Tania.
- ¡Gracias a Dos, en esta vida, al menos, no! –
respondió Angélica sonriendo y levantando las manos
hacia arriba. – Pero he visto muchos reportajes que
muestran ríos secándose, animales muriendo, personas
teniendo que huir de la sequía y dejando sus tierras… No
sé, la mayoría de las personas no piensa que eso
pueda pasar, pero yo tengo miedo. Es
algo que me impresiona mucho.
Angélica no había terminado de hablar cuando entraron
corriendo Gabi y Fátima por la puerta principal. Gabi
era la hija de Angélica y Fátima, su mejor amiga.
Las dos niñas saludaron a Tania y Rodrigo y la madre
preguntó a Gabi:
- ¿Cómo te fue, lo lograste Gabi?
Y volteándose hacia Tania explicó:
- A Gabi le da mucho miedo los perros. A ella no le
gusta ir a jugar a casa de Fátima porque tiene un
perrito, incluso siendo pequeño y muy bueno.
- Yo sé que es lindo – dijo Gabi – pero también tiene
dientes y se me pone la piel de gallina con solo ver esa
boquita abierta con la lengua afuera. Pero hoy me fue
mejor, mamá. Fátima lo sostenía en su regazo y yo me
quede sentada cerca de ellos por cinco minutos. Seguí
concentrándome en los pensamientos que habíamos acordado
de que solo quiere cariño y que le agrado. ¡También
controlé mi respiración y lo conseguí!
- ¡Solo que después de cinco minutos Gabi salió
corriendo y tuvimos que volver aquí! – dijo Fátima.
- Todo bien, ¡pero es genial, hija! Para quien no quería
ni ver al perro, esta es una gran victoria. Hay que ir
poco a poco. ¡Ahora pueden ir a jugar, entonces!
Las niñas llamaron a Rodrigo para jugar cartas con
ellas. Tania y Angélica conversaron mucho e hicieron
buñuelos de lluvia.
A Rodrigo le parecieron deliciosos los buñuelos y le
pidió a Tania que le escribiera la receta y se lo
preparara cada vez que lloviera. Afuera seguía lloviendo
y el agua se escurría por la ventana. Pero Rodrigo pasó
una tarde agradable, jugando, conversando y riendo.
Tania y su hijo volvieron a su casa, nuevamente
abrazados bajo el paraguas. Rodrigo estaba sintiéndose
mucho mejor. Él se había dado cuenta de que la misma
lluvia que lo entristecía, alegraba a otra persona.
Entonces el problema no era la lluvia sino lo que cada
uno asocia con ella. Se dio cuenta también de que es
normal sentir miedo. A él le gustaban los perros, pero
Gabi les tenía miedo.
Ella estaba intentando vencer su miedo, modificando sus
pensamientos y sentimientos y era lo que él estaba
dispuesto a hacer también.
Después de todo, un día de lluvia como ese ya no parecía
ser tan malo.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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