Tema: Merecimiento, comprensión, ayuda
Uma
clase especial
Doña Valeria era una profesora de una escuela sencilla
en una ciudad pequeña del interior.
Ella era una educadora estricta que siempre exigía de
sus alumnos disciplina y dedicación. Pero también era
bastante afectuosa. Se preocupaba por cada niño, daba
consejos, los animaba a ser personas de bien.
Uno de los mejores alumnos de Doña Valeria era William,
un niño estudioso y trabajador. Su
familia vivía en un lugar muy lejos de la escuela.
Para estudiar, William tenía que salir muy temprano de
su casa y, con su bicicleta, recorría unos kilómetros
hasta llegar a la escuela.
De regreso, pedaleaba nuevamente, a veces bajo el fuerte
sol, a veces bajo la lluvia. Pero
no le importaba. Le gustaba estudiar y aprender.
Un día, durante la clase, mientras explicaba la materia,
Doña Valeria se dio cuenta de que William no estaba
prestando atención. Recostado sobre su mesa, con la
cabeza apoyada en su mano, tenía la mirada perdida y los
párpados caídos.
- ¡Niños, vamos a prestar atención! Estoy explicando
algo importante – dijo la profesora.
William se acomodó en la silla y miró fijamente a Doña
Valeria, que volvió a hablar. Pero no tardó mucho y el
niño estaba nuevamente en la misma situación.
Doña Valeria lo llamó por su nombre y le pidió que
mejorara su postura y su atención y William se esforzó
durante algunos minutos en conseguirlo. Sin embargo, tan
pronto como la profesora se dio la vuelta para escribir
en la pizarra, William recostó su cabeza sobre los
brazos apoyado en la mesa y se quedó dormido.
Doña Valeria, al voltear hacia el grupo, vio al niño
dormido en su clase y lo llamó nuevamente:
- ¡William! ¡Levanta la cabeza! ¡Estamos en mitad de
clase!
El niño ni se movió. Ni siquiera la escuchó llamarlo. Estaba
profundamente dormido.
- Pero ¿qué es esto, William? Este no es un lugar para
dormir – dijo la profesora con firmeza, dispuesta a
despertarlo.
- ¡Espere, Doña Vale! – dijo Octavio de repente,
impidiendo que la profesora continuara. - ¡William está
muy cansado! ¡No puede soportarlo!
Octavio era uno de los mejores amigos de William y le
contó a la profesora que el padre del niño estaba
enfermo y, por eso, William estaba haciendo todo el
trabajo de la granja solo durante toda la semana.
William se levantaba de madrugada para ordeñar las
vacas, antes de ir a la escuela. Cuando volvía a casa,
hasta la noche, trabajaba bastante y además hacía las
tareas de la escuela, antes
de dormir. Por
eso estaba tan cansado.
La profesora escuchó, pensó un poco y después dijo a sus
alumnos:
- El momento adecuado para ayudar a alguien es cuando lo
necesita. William no está durmiendo por pereza o
indisciplina, al contrario, está cansado porque trabaja
mucho, ayudando a su padre. No ha faltado a clases
ningún día. Está esforzándose y merece nuestra ayuda.
Vamos a dejar que nuestro amigo descanse y continuemos
la clase. Escribiré la historia de hoy en la pizarra.
Quiero que copien y volveremos a la explicación en la
próxima clase.
La profesora llenó la pizarra de anotaciones y los
niños, en silencio, copiaron.
Doña Valeria cogió, de la mochila de William, su
cuaderno y ella misma copió también el tema de la
pizarra.
Cuando sonó la campana, al final de la clase, William
despertó avergonzado y se acomodó en la silla. Uno de
los compañeros comenzó a reírse y se preparaba para
burlarse de él, cuando recibió una mirada de reprobación
de Doña Valeria y se cayó.
La profesora no comentó nada, ni sus compañeros. Todos
fingieron que no se habían dado cuenta de nada para no
avergonzar al niño.
Doña Valeria terminó la clase diciendo que felicitaba a
todo el grupo, pues eran grandes alumnos y como estaban
adelantado en la materia ella no les dejaría tareas para
la casa ese el fin de semana.
- ¡Descansen, jueguen y aprovechen el tiempo en cosas
útiles! ¡Buen fin de semana para todos! ¡Hasta
el lunes! – dijo ella.
Los niños contentos recogieron sus cosas y salieron.
William se quedó hasta el final. Guardó sus cosas, se
levantó y, cabizbajo, pidió disculpas a Doña Valeria,
pensando que le iban a llamar la atención.
- Ven aquí, hijo mío – dijo ella, abrazándolo. – Octavio
me contó que estás ayudando a tu papá, que está enfermo.
¡Quien ayuda merece ser ayudado también! Todo está bien.
Los dos no se dieron cuenta, pero los niños no se habían
ido. Se habían quedado espiando desde la puerta del
salón y desde la ventana.
Ese día, los niños aprendieron más que la materia
escolar. Habían tenido una clase especial, una práctica
sobre merecimiento, comprensión y ayuda.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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