“Y dijo Dios: Toma a tu hijo, su único Isaac, a quien tú
amas, ve a tierra de Moriá y ofrecelo ahí en holocausto
sobre una montaña que yo voy a mostrarte (...). Y
llegando al lugar, Abraham amarró a Isaac y tomando el
cuchillo para inmolar a su hijo, cuando un Ángel del
Señor lo detuvo” (Génesis
22: 1-24) (1)
“Yo percibo el significado trágico de la bomba atómica
(...). Es una responsabilidad terrible que llegó hasta
nosotros (...). Agradecemos a Dios que vino a nosotros,
en vez de ir para nuestros enemigos; y oramos para que
Él nos guie para usarla en Sus caminos y para Sus
propósitos”. (2).
“Acione el impacto, pues él erró la respuesta... otra
vez... ahora aumente el voltaje del impacto... Eso,
continue... La instrucción del investigador fue dada de
forma tranquila al colaborador de la investigación que,
entonces, giraba el botón aumentando el voltaje”. Registro
resumido basado en las publicaciones sobre la
investigación conducida por Stanley Milgran (3), sobre
obediencia a la autoridad, dieciseis años después del
término de la 2ª. guerra mundial. (3)
El primer registro de arriba consta en la Biblia
(Génesis), libro de varias religiones cristianas. La
narración ofrece indicaciones sobre la atribución de una
tarea a Abraham, por Dios. Abraham fue instruido a
ofrecer al hijo en holocausto. La orden no daba margen a
duda, pues mencionaba el nombre de Isaac (“único hijo, Isaac a
quien amas”), especificaba también el lugar donde
debería ocurrir la ejecución (Moriá). Una inmensa
parcela de religiosos defiende que los relatos bíblicos
se refieren a acontecimientos reales y que, en ese
trecho de la Biblia, Dios habría aparecido para Abraham
y ordenado que este ejecutase a su hijo.
El segundo registro es un recorte del discurso proferido
por Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos,
dirigido a la nación pocos días después de las
explosiones de las bombas atómica y de plutonio
(9/8/1945), lanzadas, respectivamente, sobre Hiroshima y
Nagasaki. Los términos de la orden usada por el
presidente, transmitida al alto comando, no fueron
divulgadas íntegras. Se sabe que hubo una orden dada por
el presidente, pues cabía a este, como autoridad suprema
de la nación, la tarea de autorizar el uso de esas armas
de gran poder destructivo. Por tanto, como se trataba de
artefactos aun no utilizados en una guerra, cabia al
presidente la decisión de dirigir al alto comando la
orden de vuelo para el lanzamiento de las bombas. El
alto comando, inmediatamente, retransmite la orden para
la fuerza-tarea en la persona del líder de la misión
(4). Las informaciones repasadas a la sociedad y el
discurso de Truman tenía como objetivo principal
justificar el empleo de esas armas de gran poder
destructivo en un país que estaba próximo a la
rendición, considerando que las demás naciones del eje
ya habían firmado la capitulación. La nación americana y
el mundo precisaban de una justificación para esos
ataques devastadores y, entonces, los asesores
convencieron al presidente que la mejo justificación
sería la de agradecer a Deus que había guiado los pasos
de los americanos en esa dirección. Dicho de otra
manera, tomar a Dios como socio, lo que fue prontamente
aceptado por Truman.
El tercer registro selecionado sobre el tema
obediencia-autoridad, curiosamente ocurrió 16 años
después del término de la segunda guerra mundial y se
trata de una investigación de laboratorio conducida por
un investigador judío, Stanley Milgran. Resumidamente,
Milgran, perplejo con lo que observó durante la guerra,
pretendía investigar si ciudadanos comunes, cumplidores
de sus deberes en la sociedad, obedecerían la orden de
producir dolor en otros por medio de shocks eléctricos
en voltaje creciente. La investigación fue conducida en
la Universidad de Yale, mas también en ambientes no
universitarios. Los interesados en mayores detalles
podrán tener acesso a la descripción del experimento en
un estilo menos académico en YouTube. Conviene anticipar
al lector que los participantes de la investigación de
Milgran juzgaban aplicar shock en personas que
participaban de un “experimento sobre aprendizaje”.
Entre tanto, los que “sufrían” shock eran miembros del
equipo de investigación y simulaban reacciones de
malestar, con todo nada sufrían. Los que “aplicaban los
shocks”, siguiendo instrucciones podrían rechazar
hacerlo, sin embargo, en su mayoría, continuaron
“obedeciendo”, como en el pasaje bíblico Abraham aceptó
sacrificar al hijo y los oficiales americanos arrasaron
las dos ciudades japonesas cuando el presidente Truman
autorizó el uso de las bombas. El relato completo de la
investigación de Milgran muestra que los participantes
firmaron el TCLA (Término de Consentimiento Libre y
Esclarecido), que aseguraba el derecho a cada
participante de abandonar la investigación en cualquier
momento que deseasen, sin ninguna consecuencia para sí
(3).
El primer registro fue recogido de un libro religioso y
los otros dos de fuentes laicas y permiten algunas
evasivas sobre obediencia y autoridad. Se podría
cuestionar la inclusión del primer registro, dada su
fuente. De hecho, una vez que no se puede garantizar
como real lo ocurrido con Abraham, ¿qué justificaría su
inclusión aquí? Entre tanto, aunque eso pueda
sorprendernos producir sufrimiento al “mando de Dios”
aun tiene su actualidad y a lo largo del tiempo viene
siendo usado como estrategia militar para obtener
adhesiones a misiones suicidas por los fieles.
El lector atento puede también reflexionar que esos
relatos no son los únicos que ilustran el tema de la
obediencia. Muchos otros casos podrían ser incluidos
para estudio como, por ejemplo, el de Adolf Eichmann
(4), verdugo nazi, capturado en Argentina bajo la
acusación de haber conducido a la muerte centenas de
millares de judíos, obedeciendo órdenes de deportarlos
en comboys para los campos de concentración, donde eran
asesinados. No obstante otros casos, los tres registros
seleccionados ejemplifican condiciones genéricas
presentes en los que ordenan y en los que obedecen.
Incluso estando separados por periodos temporales y
geográficos distintos y, por tanto, no reducibles
culturalmente entre sí, ellos se asemejan en las
características de los comportamientos de
ordenar-obedecer y en los resultados previsibles
contenidos en el comportamiento de obediencia.
1. Obediencia y autoridad
A lo largo de la historia la obediencia desempeñó un
papel importante en la sobrevivencia de los humanos y,
también, de organismos no humanos, por ejemplo de
antropoides, como los gorilas. Se puede decir que es
casi imposible vivir en grupo sin mandantes y
obedientes. Esa dualidad, cuando es productiva al grupo,
resulta en normas, que pueden generar comportamientos
deseables. Estudios antropológicos (5) muestran que las
habilidades sociales fueron fundamentales para la
sobrevivencia y expansión del homo sapiens en el
planeta. Entre esas habilidades sociales las subclases
oír, concordar y atender a pedido u orden están
presentes en gran parte de las interacciones duales o
grupales.
2. Resultados del mando y de la obediencia
El mandar y el obedecer no siempre producen beneficios
para la comunidad. Con mucha frecuencia pueden llegar a
resultados negativos devastadores, subdividiendo grupos
(nosotros y ellos) que alcanzan a inocentes creando
rivalidades. Pueden también favorecer intrigas y
conflictos, que a veces se prolongan por generaciones.
De ahí la importancia de las investigaciones de
diferentes ciencias sobre esa cuestión, como
Antropología, Psicología, Sociología, Educación etc.
Hanna Arendt (6), que acompañó el juicio de Adolf
Eichmann, quedó sorprendida al depararse con un
individuo común y de apariencia inofensiva. Después de
mucha observación, propuso la categoría “banalidad del
mal” para auxiliar en la explicación de ese fenómeno. En
otras palabras, cuando muchas de las órdenes no
aceptadas no criticamente por cierto contingente de
personas es porque la banalización del mal se está
generalizando. En la actualidad, el mando ejercido por
alguien de autoridad y la obediencia por colaboradores y
principalmente por individuos anónimos, viene ganando
una dimensión preocupante. La difusión de órdenes (más o
menos disfrazadas) en varios canales de internet puede,
en apenas algunas horas, producir reacciones colectivas
delirantes.
3. ¿A quién y a qué orden obedecer?
Primeramente podemos reflexionar sobre los efectos
probables de las órdenes que nos son dirigidas, con
ayuda de algunas preguntas: ¿El resultado de aceptar esa
orden trae beneficios o malefícios para otros? ¿Los
posibles beneficios derivados son justos y no perjudican
a terceros? Posterior o simultáneamente a esas
preguntas, otras pueden ser útiles para la decisión:
¿Quién es el demandante? ¿Quiénes son los beneficiados
por el cumplimiento de la orden? ¿Cuáles las razones
para ejecutar la orden? ¿Cuáles los problemas derivados
por la aceptación de la orden? ¿Cuáles son las
consecuencias por el rechazo en el cumplimiento de la
orden. Esos ítems, a nuestro entender, deberían formar
parte de la educación familiar y escolar, adaptados en
lenguaje y dosificados conforme la edad de los niños. En
la familia, desde pronto el niño puede aprender a quién
él debe aproximarse o evitar, cuáles invitaciones
rechazar, de qué trabajos y asuntos participar. El
principal rechazo educativo disponible, tanto en la
familia como en la escuela, es el modelo. Los niños
imitan a padres, hermanos más mayores, primos, amigos,
tíos, abuelos, profesores, héroes fictícios, sin
necesitar de instrucción. Kardec (8) preguntó a los
espíritus sobre el modelo dado por Dios a los hombres,
buscando evidentemente el progreso espiritual. La
respuesta fue: Jesús. Todos nosotros sabemos que cuanto
más evolutivamente distante en el progreso espiritual se
encuentra alguien, más difícil es imitarlo; con todo
Jesús, jamás propuso tareas imposibles de ser
realizadas. Un ejemplo es el de la parábola del buen
samaritano (9), que ciertamente cada uno de nosotros ya
observó a alguien obrando de manera semejante aunque en
situación diferente.
4. Banalidad del bien
En la actual crisis social que estamos viviendo, se
observa un fenómeno que han llamado la atención de
algunos analistas de la comunicación. Se trata de una
feliz generalización de comportamientos solidarios en
diferentes comunidades, en su mayoría desasistidas por
el poder público. Personas que compran, organizan,
preparan, transportan y entregan los “calentitos” para
aquellos que muchas veces no tienen más alimento alguno
para enfrentar el hambre. Son muchos los “samaritanos”
que se empeñan en esa meritoria tarea. En esos casos, la
rápidez de la comunicación vía internet es una
herramienta imprescindible y al revés de grupos que
cambian órdenes, intrigas, maledicencias, se verifican
intercambios en WhatsApp sobre horario de recogimiento
del pan, de frijoles, de la inclusión de un pequeño
comercio más de carne, cuyo propietario también quiere
contribuir... Y el movimiento solidario creciente nos
permite la osadia de soñar con la banalización del
bien, lo opuesto de lo que observó Arendt en su
estudio.
5. A guisa de conclusión: conócete a ti mismo
Esa frase escrita en el templo de Delfos en Atenas
parece muy oportuna para el tema aquí abordado.
Precisamos conocernos para verificar si: (a) ¿aceptamos
órdenes con contenido que nos instigan al mal?; (b)
identificamos fakes y objetivos subyacentes a su
divulgación; (c) ¿atendemos la invitación de participar
en grupos que se dedican a dar ropas nueva a
acontecimientos ya pasados?; (d) nuestra práctica
cultural, disfrazada o explicita, permanece en el código
de Hamurabi, “ojo por ojo, diente por diente” o ya
ensayamos la práctica de la Regra Áurea, defendida por
Jesús, “hacer al otro lo que nos gustaría que este nos
hiciese”? Conviene recordar aun que Jesús estuvo a
vueltas con cuestiones semejantes. El maestro
desobedeció todas las normas culturales que se oponían a
las leyes mayores (defensa de la vida). Por ejemplo, la
práctica de curar en sábado. También, rechazó atender
pedidos abusivos cuando un grupo de fariseos y saduceos
pidieron que exhibiese alguna señal extraordinaria (8).
Para finalizar invito al lector para una reflexión sobre
el trecho del ítem CARACTERES DEL HOMBRE DE BIEN: “El
verdadero hombre de bien es aquel que practica la ley de
justicia, de amor y de caridad en su mayor pureza...”
(9)
Referências:
(1) Bíblia
Sagrada (Gênesis). Edições Paulinas, 1990.
(2 e 4) Wikipédia (Consultas, 11/8 e
23/08/21).
(3 e 5) Milgran, S. Behavioral study
of obedience. Journal of abnormal and social
Psychology (Vol. 67, 1963, Pág.
371-378).
(6) Harari, Y.N. Homo Deus. São
Paulo. Amazon, 2018
(7) Arendit, A. Eichmann em Jerusalém.
Um relato sobre a banalidade do mal. São Paulo.
Companhia das Letras, 1999.
(8) Mt,16, 1-4
(9) Kardec, A. O Livro dos Espíritos.
Instituto de Difusão Espírita. Araras (SP), 1998
Nota del Autor:
Mis agradecimientos a Zilda A. P. Del
Prette por la lectura de este texto y por sus
sugerencias.