Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Ley de Destrucción


El árbol del patio


Marcelo vivía en una casa que tenía un patio espacioso donde le gustaba jugar.

En el patio había un árbol muy grande. Marcelo acostumbraba a trepar en él y quedarse sentado ahí arriba. Desde ahí, observaba de cerca los pajaritos y sus nidos, veía otros animales, admiraba de cerca la belleza de las hojas y sentía el frescor de la sombra de la gran copa.

Le gustaba llevar libros y cómics para leer ahí en la cima y también podía ver desde lo todo el patio y hasta la calle, más allá del muro.

A la hora de bajar, Marcelo se colgaba de una rama más baja y se balanceaba antes de saltar y caer de pie en el pasto.

Desde pequeño Marcelo jugaba en el árbol. Se había mudado a esa casa con su familia cuando todavía era un bebé. Y el árbol ya estaba ahí.

Un día, como siempre hacía, Marcelo se colgó de una rama para bajar del árbol, pero cuando tomó fuerza para balancearse, de repente, la rama se rompió y Marcelo se cayó.

Felizmente, no se lastimó. Pero se asustó. Y se quedó triste al ver la rama caída.

Marcelo le contó a sus padres lo que había pasado y les pidió:

- Por favor, Papá, ¿puedes arreglar la rama pronto? La mejor forma de bajar del árbol es con ella.

El papá le explicó que necesitaría llamar a un especialista en árboles para ver lo que había pasado.

A Marcelo no le importó. Pensaba que solo tendría que esperar unos días hasta que todo se resolviera. Pero eso no fue exactamente lo que pasó.

El especialista vino y dijo que la rama se había roto porque el árbol estaba afectado por una enfermedad y con varias ramas podridas. Por su recomendación, las ramas del árbol tendrían que ser cortadas. No aguantarían un viento muy fuerte y podrían caer encima de la casa o causar algún accidente y lastimar al mismo Marcelo.

El día en que cortaron el árbol el niño lloró. Él comprendía la necesidad de hacer eso, pero no podía evitar la tristeza de ya no tener su árbol.

Con el árbol cortado, Marcelo casi ya no iba al patio. Los días fueron pasando y tuvo que buscar otras cosas para hacer. Comenzó, entonces, a jugar con sus vecinos en la calle o en sus casas. A veces, también llamaba a algún amigo para que viniera a su casa.

Marcelo, que antes se quedaba solo por mucho tiempo, cambió su forma de ser. Empezó a agradarle la convivencia con los niños e hizo muchos amigos.

Era delicioso y tranquilo quedarse en la cima del árbol leyendo u observando la naturaleza. Pero Marcelo descubrió que pasar el tiempo con los amigos también era bueno. Aprendió nuevos juegos y se reía mucho con ellos. Y se divertía tanto que muchas veces ya era de noche y no quería dejar de jugar.

Un día, después de hacer las tareas del colegio, Marcelo se levantó de la mesa y fue hacia el patio para caminar un poco. Se acordó del tronco del árbol y fue a verlo. Fue entonces cuando se llevó una gran sorpresa. De los laterales del tronco cortado habían brotado dos ramas verdes. El árbol no había muerto.

Marcelo se puso muy feliz. Estaba delante de la renovación de la vida. Una fase había sido cerrada, pero otra estaba surgiendo.

Se quedó ahí pensando unos minutos. Amaba su árbol, pero si todavía estuviera ahí, él no habría tenido las otras oportunidades que llegó a tener.

Emocionado se acordó de lo delicioso que era subir al árbol y sintió gratitud por él. Pero comprendió que ahora él y el árbol estaban en una nueva fase, renovados. Se dio cuenta de que eso era bueno y la tristeza que todavía sentía por las ramas cortadas dejó de existir.

Marcelo entró a la casa y fue a contarle a su mamá sobre los brotes del árbol.

- Qué bueno, hijo. Va a crecer saludable ahora – dijo la mamá.

- ¡Sí! – asintió Marcelo, sonriendo.

Su corazón estaba en paz.
 

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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