Tema: Ángel de la Guarda; queja
Mauro y su ángel de la guarda
Mauro estaba dormido, pero se despertó con el sonido de
su despertador.
De mal humor, refunfuñó:
- ¡Que ruido tan molesto! No
aguanto más escuchar todos los días ese despertador insoportable.
¡Tengo que cambiarlo por otro lo más rápido posible!
Mauro tenía que ir a trabajar. Él vivía en una ciudad
grande, lejos de su trabajo y, aun yendo en carro, se
demoraba en llegar, pues siempre había mucho tráfico.
Por eso, se arregló rápidamente, tomó su desayuno y
entró en su carro.
¡Mauro había adquirido un pésimo hábito!
¡Se quejaba de todo!
Ese día, además del sonido del despertador también se
quejó de que no tenía buena ropa, que se le había
acabado la mermelada, que su casa estaba lejos de su
trabajo y que su carro no era tan buen como el de su
vecino.
Su ángel de la guarda siempre escuchaba, con tristeza,
las quejas de Mauro y se daba cuenta de que ese mal
hábito le estaba haciendo mucho daño.
Mauro se estaba volviendo un pesimista. No lograba ver
el lado bueno de las cosas. Pensaba que todo estaba mal
en su vida y en consecuencia se sentía muy infeliz.
Por eso, su ángel de la guarda, ese día, lo acompañó más
de cerca hasta su trabajo.
Luego, en el comienzo del trayecto, Mauro entró en una
avenida y tuvo que parar en un semáforo rojo. Un joven,
fue hasta su carro, le mostro un cartel que informaba
que era sordo y pedía la contribución de dos reales por
un paquetito de caramelos.
El ángel de la guarda, aprovechando la ocasión,
transmitió a la mente de Mauro sus pensamientos. Él,
entonces, se dio cuenta de la dificultad que ese joven
debía enfrentar. Estaba arriesgándose ahí, en medio de
los carros, podría incluso ser atropellado. Se acordó de
cómo le gustaba escuchar música y pensó que incluso el
ruido desagradable del despertador era mejor que no
escuchar nada.
Mauro compró los caramelos, esperó que el semáforo
cambiara a verde y siguió.
Más adelante el carro se detuvo nuevamente debido a un
congestionamiento y Mauro vio, sentado en la vereda, a
un hombre, de ropas rasgadas y sucias, que extendía la
mano a cada persona que pasaba frente a él, pidiendo una
limosna.
Con el auxilio del ángel de la guarda, que buscaba
enseñarle, Mauro reconoció lo bueno que era tener un
empleo. Incluso si fuera lejos de su casa. Era una
bendición poder trabajar, ganar su sustento.
Él tenía dinero para comprar buena ropa, lo suficiente
para lo que necesitaba vestir y dinero para comprar
comida deliciosa y no pasar hambre.
Continuando su camino, Mauro también vio a una mujer
apresurada, cargando con esfuerzo su bolso y un paquete
pesado. Ella corría en dirección a la parada de buses,
intentando alcanzar el ómnibus que estaba ahí detenido
dejando a algunos pasajeros. Pero la mujer no pudo
llegar al paradero a tiempo. El ómnibus partió y ella
tuvo que esperar al siguiente. Mauro
pudo ver el su rostro cuán decepcionada quedó.
Una vez más, bajo la influencia amiga de su ángel de la
guarda, Mauro agradeció a Dios por tener ese carro, que
tanto le facilitaba su vida.
Llegando a su trabajo, a tiempo y en paz, Mauro dio los
buenos días a sus compañeros.
- ¿Buenos días? ¡Qué dices! ¡Hoy es lunes! Todavía
tenemos que trabajar la semana entera – dijo uno de sus
compañeros.
Normalmente Mauro se quejaría también del lunes, estando
de acuerdo con su amigo, pero en ese día, él estaba
diferente. Se sentía bien. No respondió nada. Pero le
pareció bastante desagradable ese comentario que él
mismo acostumbraba a hacer.
A la hora del desayuno otro colega comentó:
- ¡Quiero el mío con bastante azúcar! ¡La vida ya es
suficientemente amarga!
Era común para Mauro escuchar, o incluso hacer, ese
comentario, pero en ese día se quedó molesto al escuchar
a su amigo hablar como si hallara la vida amarga y mala.
Cuando Mauro cerró su expediente y volvió a casa, estaba
viendo todo de otra manera. Vio el carro del vecino,
pero no sintió envidia. Agradeció a Dios por todo lo que
tenía, inclusive su carro. Se sintió feliz y deseó que
el vecino también estuviera feliz con los bienes que
poseía.
Felizmente, Mauro acogió los buenos pensamientos de su
ángel de la guarda. En los días que siguieron muchas
veces tuvo ganas de quejarse, pues eso ya era un hábito
para él. Pero, poco a poco, Mauro pasó a cambiar la
queja por la gratitud y sin darse cuenta, pasó también a
ser mucho más feliz.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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