La forma como la Humanidad se conduce actualmente
representa la prueba cabal, inequívoca: las sociedades
están enfermas. Hambre, violencia, guerras son
características marcantes y comunes de muchas
civilizaciones y culturas actuales, y eso se debe en
función de las células básicas, formadoras de las
sociedades, las familias, en su generalidad, haber
enfermado.
¿Y por qué razón las familias enferman?
Una de las más importantes razones, no hay duda, se debe
al desconocimiento por parte de sus integrantes de que
la concepción sobre la formación de la familia es
divina. Fue Dios que, sabiamente, determinó que todos
sus hijos pudiesen evolucionar agrupándose, con
regularidad, en cada existencia, con un conjunto de
otros Espíritus – la familia -, para auxiliarse
mutuamente, promoviendo, de esa forma, el progreso
individual de cada uno y del grupo.
Siendo así, a cada nueva existencia en el plano
material, deberíamos tener mucha atención a ese
compromiso establecido con el Creador, antes de para
aquí volver, honrando todas las posiciones ocupadas,
sean ellas cuales fueran, en nuestras nuevas familias.
Hay otra ley de Dios – de la Reproducción -, también de
suma importancia a ser observada en las organizaciones
familiares, pues, sin el buen funcionamento de esta
posibilidad divina, la vida humana desaparecería de la
faz de la Tierra, permanecerían apenas los irracionales,
pues estos no cuestionan la ley de reproducción de las
especies, muy por el contrario, viven este principio de
manera instintiva y sin interrupciones, sin obstáculos.
Por eso, para la perpetuación de la especie humana,
debemos recordar el creced y multiplicaos, y,
lógico, en los tiempos modernos, esta máxima bíblica no
es para ser ejercida sin responsabilidad, pues la visión
espírita difiere significativamente de la forma como se
interpretaba, en el pasado, este principio de Moisés.
Los hijos no deben ser generados de forma similar a una línea
de producción - el ochenta es fuera de cuestión, con
todo el otro extremo - el ocho - es siempre preocupante,
o sea, ni hijos en gran cantidad, inviabilizando las
condiciones de bien educarlos como se espera, ni
familias sin hijos, por motivos muchas veces destituidos
de cualquier justificación moral.
Con todo, en estos tiempos modernos, ha sido observada
una tendencia preocupante, del punto de vista de la
manutención de este mecanismo divino de perpetuación de
la especie, pues los matrimonios están retardando, o
incluso literalmente impidiendo la llegada de nuevos
Espíritus a la Tierra, bajo diversas justificaciones. Y
más, la opinión materialista sugiere no tener hijos,
pues el mundo no presta y es preciso aprovechar la
propia vida; al final, dicen, los hijos crean muchos
problemas y dan mucho gasto.
Es de notar que cuando el matrimonio recela la
natalidad, y expresa por palabras o por los pensamientos
sus preocupaciones y contrariedades en asumir la
educación de un hijo, en gran parte de los casos,
programado en el plano espiritual antes de la venida de
los futuros pais, se inicia un proceso de alejamiento
del futuro hijo, pues él, aun del lado de allá,
percibe ese descontento, iniciando una situación de
conflicto, antes incluso de haber renacido.
Solo la Doctrina de los Espíritus puede explicar esta
grave coyuntura, una vez que, cuando el hijo consigue
venir al mundo, ya llega receloso, tal vez hasta
amargado, con la indisposición demostrada por los
padres. Por eso, la preparación de los padres para
ser padres se inicia bien pronto de que el hijo
nazca, a través de los sentimientos de alegría y de
amor, que deberían ser expresados en relación al futuro
hijo, cuando la concepción aun ni siquiera ocurrió.
Otra situación indeseable ocurre cuando el matrimonio,
después de la llegada de más de un integrante de la
familia, no percibe que es preciso cambiar la forma como
vivía, pues no reflexionó adecuadamente sobre la llegada
de un integrante más a la familia. No será más posible
continuar con una rutina de vida de soltero, o de
matrimonio sin hijos. Cuando un niño nace, será preciso
realizar algunos sacrificios, de ambos, para ajustar el
nuevo escenario a las luchas rutinas domésticas.
El Espíritu recién nacido pide una serie de especiales
atenciones que, muchas veces, los padres no están
preparados aun para observar, considerando que no
soperarán bien la dimensión de la nueva condición, pues
muchas veces cederan a la presión de los deseosos y
futuros abuelos, tal vez de ambas partes, o incluso de
la sociedad y de los amigos, y se vuelven padres sin la
madurez adecuada para lidiar con el binómio
paternidad-maternidad, o sea, no se prepararán.
El Espiritismo es rico de conceptos y explicaciones
ayudando, de manera significativa, en la comprensión de
la importancia de la familia, orientando que el hijo,
más allá de las alegrías proporcionadas, viene para
progresar, siendo esta evolución proporcionada por medio
de capitales leyes, como ejemplo, la de la
reencarnación.
Muchos creen haber sido el alma del hijo generada
durante la gestación, sin percibir que, en realidad, el
Espíritu ya existía y está apenas cambiando de cuerpo en
relación al de la existencia anterior, que se deshizo
volviendo a la Naturaleza. Este entendimiento es
absolutamente fundamental, ya que el niño de ahora ya
vivió otras vidas, y no perdió el aprendizaje,
manteniendo las conquistas morales e intelectuales, otra
ley de Dios. Desconociendo este principio, los padres se
impactan cuando el niño, o más adelante, el joven,
comienza a obrar y pensar de modo diverso de aquel que
los padres gustarían que pensase y obrase, pues el ideal
para ellos es que el hijo viviese estrictamente según
los patrones educacionales paternos. Ese desconocimiento
es motivo de grave conflicto, con posibilidades de crear
desentendimientos y fricciones innecesarias, enfermando
a la familia.
La inmortalidad de los Espíritus es otro concepto a ser
bien entendido, y, más allá de eso, aceptar que los
hijos no son verdaderamente nuestros, pues pertenecen a
Dios, el Creador de todos y de todo.
Otro factor de fricciones en la familia es que los hijos
traen tendencias innatas para pensar de ese y no de
aquel modo, siendo así, cuando llega la hora de escoger
la profesión o el encaminamiento en una actividad
material, el matrimonio debe tener la justa comprensión
de que sus hijos, en muchos casos, no desearán seguir
las profesiones de los padres, pues no poseen índole
para tanto.
La maternidad y la paternidad fueron creadas para
conducir a los hijos - préstamos de Dios -, para una
jornada evolutiva necesaria a los hijos, siendo útil a
ellos y no obligatoriamente a los padres.
Además de eso, este pasado implica, muchas veces,
afinidades y antagonismos natos entre padres e hijos.
Sin esta importante información, que podría haber sido
aprendida previamente, los padres viven esas
particulares relaciones sin percibir que pueden estar
privilegiando a un hijo en detrimento de otro, por
cuenta de la simpatia instintiva con este, y no con
aquel otro, conducta generadora de incontables
fricciones familiares, con posibles repercusiones
negativas para toda la vida adulta del hijo pasado.
Los padres precisan estudiar y leer bastante, de esta
forma, preparándose, antes de asumir compromisos con
Espíritus que, propiamente dicho, no les pertenecen.
Aquellos imposibilitados en costear programas de
estudios en áreas de interés deben buscar organizaciones
que gratuitamente ofrezcan nociones de educación,
puericultura, sanas conductas psicológicas, como
administrar una casa. Son varias las opciones, basta
encontrar la oferta apropriada y disporse a frecuentar
los cursos, mejor organizándose para el futuro desafio.
Por el hecho de citar el creced y multiplicaos,
no significa que sea prohibido no tener hijos, pero es
siempre oportuno informar sobre la mecánica de la vida,
de modo que se alcance el equilibrio, entre no asumir la
paternidad o tener hijos por razones y motivaciones
equivocadas o livianas.
Si los futuros padres, a su vez, no recibieron ejemplos
de vida más apropiados, deben ahora empeñarse en criar
buenos modelos de vida, en vez de continuar en la línea
de la inmoralidad en que, tal vez, hayan sido educados,
manteniendo conductas indecorosas, mal educando ahora a
sus descendientes. La prole imita, repite patrones
recibidos, de ahí surge la responsabilidad de los padres
en bien prepararse para dar lo mejor, no apenas del
punto de vista material, pues no basta solamente
alimentar y agasajar, sino, principalmente, promover una
saludable educación bajo la óptica moral y ética. Esta
es la nutrición espiritual, formada por los ejemplos,
avisos y necesarias correcciones. Mañana, el hijo será
el fiel retrato de los padres.
Hay padres juzgando que deben apenas trabajar, este
sería su único papel dentro del organismo familiar,
buscando dar todo a sus hijos, exactamente lo que no
poseyeron durante sus “infelices” infancias. No hay duda
de que esta conducta tiene sus beneficios, su valor, con
todo, más de lo que comprar objetos y proporcionar
diversiones materiales de toda suerte, es preciso dar el
ejemplo del ejercicio del trabajo digno a la prole,
enseñándo como se obtiene noblemente el dinero y
mostrando que hay un coste para todo en la vida. Dando
indiscriminadamente todo lo que el niño pide, estaremos
creando adultos temperamentales, inquietos, insaciables,
destinados a enfrentar serios problemas en el futuro al
verse obligados a conviver con una sociedad competitiva
y egoísta.
Paciencia, renuncia y buena voluntad – fragmentos del
amor – son las virtudes necesarias para bien conducir a
los hijos y deben ser consideradas y cultivadas como
preparación buscando a la futura paternidad y maternidad,
para, enseguida, poder bien aplicar este aprendizaje
moral a los hijos de Dios.
Consideremos aun: la tarea de bien educar a los hijos es
una preparación para desempeñar misiones más
significativas en el futuro, y quien no tiene
condiciones de auxiliar a pocos jamás estará habilitado
para conducir a muchos.