En todas las épocas de la Humanidad, vinieron a la
Tierra mensajeros diversos, con la misión de orientar el
procedimiento del Hombre, a través de la concienciación
y aplicación de las Verdades Eternas.
En el siglo 19 antes de Cristo, Abraham, el patriarca de
los hebreos, llevó a su pueblo la concienciación del
Dios único; en el siglo 13 antes de Cristo, Moisés, más
allá de recibir, en el Monte Sinai, los Diez
Mandamientos, creó la ley civil y disciplinaria. Una,
invariable; la otra, apropriada a las costumbres y al
cáracter del pueblo, modificándose con el tiempo.
Aproximadamente 20 siglos después de Moisés, vino a la
Tierra aquel que se constituyó en el guía espiritual de
toda la Humanidad: Jesús.
Alguien dice que el nacimiento de Jesús fue tan
importante, que su nacimiento no cupo en la Historia de
la Humanidad. Jesús no está en la Historia. Él es la
Historia. El mundo en que él vivió es el mundo
cristiano, nacido de sus enseñanzas.
El escenario de la venida de Jesús fue Galilea, situada
al Norte de Palestina. En medio de ese escenario se
situaba Nazarét, a las márgenes del lago de Genesarét.
Aunque viviese en Nazarét, Jesús no es originario de
allí. De acuerdo con las profecías mesiánicas, su pueblo
natal fue Belén, el nacimiento del rey David.
En esa época, en Nazarét, vivía José, con
aproximadamente 38 años. Por otro lado, en los alredores
de Jerusalén, vivía una joven llamada María (Miriam, en
hebraico), que tenía, en esa época, aproximadamente 17
años. Huérfana de padre a los 15 años, ella vivía con su
madre, la viuda Hanan, en los alredores de Jerusalén.
Espíritu de elevadas virtudes, Miriam era también una
gran médium. Tenía sueños y visiones y, en esos sueños,
los Espíritus le anunciaban determinados hechos que
estaban por ocurrir, como, por ejemplo, que en poco
tiempo ella iría a encontrarse con un joven llamado
José, de cuyo casamiento iría a nacer el Mesías tan
esperado en Israel.
Y en una de esas noches en que todo era paz nacía Jesus
en Belén, teniendo el pesebre como punto inicial de la
lección del Cristo, una verdadera lección de humildad,
porque la humildad es la clave de todas las virtudes.
Jesús simplificó la ley creada por Moisés, basada en el
ojo por ojo, diente por diente, en leyes basadas en la
caridad, en la humildad y en el amor al prójimo.
Jesús enseñó al hombre a pensar. Por ejemplo: cuando los
llamados doctores de la ley le hacían una pregunta
capciosa, él respondía, inicialmente, con otra pregunta,
obligando, al inquisidor, a razonar sobre el asunto. Es
el caso, por ejemplo, de la pregunta sobre "¿cuál es el
mayor mandamiento de la ley?" (Mateo, 22:34 a 40),
(Marcos, 12:28 a 34), (Lucas, 10:25 a 27) y de la
pregunta del pago del tributo a César (Mateo, 22:15 a
33), (Marcos: 12:13 a 17), (Lucas, 20:20 a 26).
Jesús enseñó al hombre a pensar, punto de partida para
la fe razonada, adoptada por la Doctrina Espírita, o la
interpretación del Evangelio en Espíritu y Verdad. Y con
el paso del tiempo, después de Jesús, el 3 de octubre de
1804, nace en Lyon, en Francia, aquel que vendría a
codificar una nueva doctrina, la Doctrina Espírita, que
vino a traer nuevas y definitivas luces a las enseñanzas
de Jesús.
Así es que el 18 de abril de 1857 surge el primer libro
de la Codificación Espírita, El Libro de los
Espíritus. Es con El Libro de los Espíritus que
se da el inicio de los seis periodos del Espiritismo,
clasificados por Allan Kardec.
La Revista Espírita, que circuló en la capital
francesa durante doce años seguidos, de 1858 a 1869, y
que fue fundada y dirigida por Allan Kardec, trae en la
edición de diciembre de 1863 un estudio hecho por Allan
Kardec sobre los sucesivos periodos que serían
experimentados por el Espiritismo: el de la curiosidad,
el filosófico, el de la lucha, el religioso, el
intermediario y el de la regeneración social.
El periodo de la curiosidad corresponde a la época de
las mesas giratorías, o mesas parlantes, porque se
movían en diversas direcciones y maneras y respondían,
con golpes (para sí o para no), las preguntas que eran
hechas. Era un fenómeno común en toda Europa, en el
siglo diecinueve. De 1853 a 1855, constituían un
pasatiempo para animar la frivolidad de los salones y la
curiosidad de las masas, pero atendían, en verdad, a
una determinación de lo Alto, despertando las
conciencias para la inmortalidad del alma y la realidad
del Espíritu.
El periodo filosófico fue marcado por la publicación de El
Libro de los Espíritus, cuya primera edición surgió
el 18 de abril de 1857, con 501 preguntas de Allan
Kardec y las respuestas de los Espíritus a las
cuestiones importantes del conocimiento humano.
Contiene, escritas en negrita, explicaciones de Allan
Kardec, en complemento a algunos asuntos relacionados.
La segunda (y definitiva) edición surgió el 16 de marzo
de 1860, con 1.019 preguntas.
El periodo de la lucha fue señalado por el auto-de-fe de
Barcelona, que ocurrió el 9 de octubre de 1861, con la
quema, en una plaza pública, de ejemplares de El
Libro de los Espíritus, El Libro de los Médiuns, colecciones
de la Revista Espírita y diversas obras y
folletos espíritas, en un total de 300 volumes, enviados
por Allan Kardec al editor Maurice Lachatre, establecido
en Barcelona. Los libros fueron interceptados en
Correos por el obispo de Barcelona, Don Antonio Palau Y
Termens, que ordenó la quema de los mismos en la
hoguera de la Inquisición. El acto infame fue cometido a
las diez horas y media de la mañana sobre la colina de
la ciudad de Barcelona, en el lugar donde eran
ejecutados los condenados a la pena máxima.
El periodo religioso es este que estamos viviendo,
cuando son trazadas las directrices para la regeneración
moral del hombre; cuando las luces del Evangelio se
esparcian en todas las direcciones, invitando a todos
para un vivir más feliz, en la ejemplificación de las
enseñanzas de Jesús, que, como ya dijimos, enseñó al
hombren a pensar y lanzó las bases para la fe razonada,
valorada por la Doctrina Espírita.
El periodo intermediario será la continuación de este
periodo que estamos viviendo.
El periodo de regeneración social ocurrirá cuando la
Tierra pase de mundo de expiación y pruebas y alcance la
categoría de mundo de regeneración. Es cuando la
Humanidad que poblará la Tierra será compuesta por
personas que solamente deseen el bien.
Las personas que actualmente están volcadas a la
práctica del bien tendrán la oportunidad de volver a la
Tierra en una próxima reencarnación, para continuar
a desenvolver el buen trabajo que desenvolverán aquí, en
pro del progreso de la propia Tierra. Mientras a
aquellos que, hoy, están barbarizando y esparciendo la
violencia, la gran mayoría de ellos no podrán más volver
para acá, yendo a reencarnar en un mundo atrasado, que
esté de acuerdo con la evolución que consiguieran
alcanzar, aquí. No es que, en esos casos, el Espíritu
involucione. En su caminata, él jamás involuciona. En
el caso, el Espíritu queda en el estado estacionario en
que se encuentra, para de ahí seguir su caminata, rumbo
a su evolución.
En este periodo de regeneración social predominarán los
valores cristianos, basados en la caridad, en la
humildad y en el amor al prójimo. Los hombres
desplegarán solamente la bandera de la unión y de la
solidariedad.
La sociabilidad es una tendencia natural y obedece al
imperativo de la Ley del Progreso. Es en la vida de
relación que el hombre se desenvuelve, se enriquece y
satisface los anhelos de compartir que caracterizan la
natureza de su Espíritu. Es en la vida social que se
revela la esencia divina que habita el Espíritu humano.
Dentro de estos conceptos, surge la solidariedad, que
solo puede ser ejercida por los que no viven solamente
para sí. Es una palabra que asusta a los egoístas,
porque impone a cuidar de recursos en favor del prójimo.
Ser solidario es sentir necesidad íntima de compartir
alguna cosa con el prójimo. La solidarización es el
sentimiento de identificación con los problemas de los
otros, que lleva a las personas a ayudarse mutuamente.
Es el compromiso por el cual nos sentimos en la
obligación de ayudarnos unos a los otros.
En este punto, la solidariedad espírita se proyecta en
el plano social general de la comunidad espírita a
través de los Grupos, Centros e Instituciones
Espíritas, envolviendo a todas las criaturas,
protegiéndolas, amparándolas, estimulándolas en sus
luchas y necesidades diarias, procurando ayudarlas sin
nada pedir a cambio, ni icluso la simpatía doctrinaria,
pues quien ayuda no tiene el derecho de imponer cosa
alguna.
La Ley de Sociedad impulsa al hombre a la comunión, a la
solidaridad. Y al amor, centella divina que todos, sin
excepción, tienen en el fondo del corazón, haya visto
que un hombre, por más vil que sea, dedica a alguien, a
un animal o a un objeto cualquiera, vivo y ardiente
afecto.
Amemonos. Solidaricémonos. Ejerzamos la caridad moral,
soportándonos unos a los otros, a pesar de las
diferencias. Pongamos en práctica el consejo de Lázaro
(Espíritu), registrado en el ítem 8 del capítulo 11
(Amar al prójimo como a sí mismo), de El Evangelio Según
el Espiritismo: "¡Feliz aquel que ama, porque no
conoce las angustias del alma, ni las del corpo! Sus
pies son leves, y él vive como que trasportado fuera de
sí mismo. Cuando Jesús pronunció esta palabra divina -
amor –, hizo estremecer a los pueblos, y los mártires,
ébrios de esperanza, descendieron al circo”.
Hagamos de esa manera de proceder el comienzo de un
nuevo modo de vida, con la práctica diaria y constante
del amor, de la unión y de la fraternidad, únicos
caminos que conducen al hombre a la evolución de su
Espíritu, rumbo a una sociedad mejor y un mundo más
feliz.