La muerte es un fenómeno inherente de la vida, que no
puede ser desconsiderado.
La notable profesora Joanna de Ângelis, la muy querida
mentora espiritual de Divaldo Franco, aborda con mucha
propiedad la recurrente cuestión de la muerte, su
implicación psicológica, la desesperación envuelta, en
fin, muestra que esa “(...) fatalidad biológica, (la
muerte) es fenómeno habitual de la vida”. (El Hombre
Integral, cap. 9)
“En el engranaje molecular, se asocian y se desagregan
partículas, transformándose a través del impositivo que
las constituye, en base a la finalidad específica de
cada una. Por efecto, lo mismo ocurre con el cuerpo, en
lo que resulta el fenómeno conocido como muerte.
Desinformado en cuanto a los mecanismos de la forma y de
la funcionalidad orgánica, desestructurado
psicológicamente, el hombre teme la muerte, en razón del
atavismo representativo del fin de la vida, de la
debilidad del ser.
En variadas culturas primitivas y contemporáneas, para
huir a la realidad de esta inevitable ocurrencia, fueron
creados ceremoniales y cultos religiosos que pretenden
disminuir el funesto acontecimiento, escamoteándolo, al
tiempo en que se adorna al muerto de esperanza en
cuanto a la sobrevivencia. En
muchas sociedades del pasado, era común colocar entre
los dientes de los fallecidos una moneda de oro, para
recompensar al barquero encargado de conducirlo al otro
margen del río de la Vida. En Grecia, particularmente,
este uso se volvió normal, buscando compensar la
avaricia de Caronte, que amenazaba dejar vagando a los
que no pagaban, en cuando la travesía del río Estige,
según su Mitología.
Modernamente, repitiendo los embalsamamientos en que se
destacaron los egipcios, en las Casas
de los Muertos, se
busca embellecer a los difuntos para que den la
impresión de vida y bienestar, así liberando a los vivos
de los temores y de las reminiscencias amargas.
Todavía, por más que se enmascare la verdad, llega el
momento en que todos la enfrentan sin escapismo,
invitados a vivirla. La muerte es un fenómeno
integrado de la vida, que no puede ser desconsiderado.
Neurosis y psicosis graves se establecen en el individuo
en razón del miedo a la muerte, paradójicamente, en las
expresiones maníaco-depresivas, llevando al paciente a
suicidarse ante el temor de aguardarla.
En un análisis psicológico profundo, el hombre teme la
muerte, porque recela la vida. Transfiere,
inconscientemente, el pavor de la existencia física para
el de la destrucción o transformación de los
cumplimientos que la constituyen. Acostumbrado a
evadirse de las responsabilidades, mediante los
mecanismos disculpistas, el inexorable acontecimiento de
la muerte se le vuelve un desafio que le gustaría de no
enfrentar, por conciencia, quizá, de culpa, pasando a
detestar ese enfrentamiento. Para huir, se sumerge en la
embriaguez de los sentidos consumidores y de las
emociones perturbadoras, abreviando el tiempo por el
desgaste de las energías mantenedoras del cuerpo físico.
El hombre, creyéndose precabido y ambicioso, aplica el
tiempo en la preparación del futuro y en la preservación
del presente. Entretanto, podría y debería invertir
parte de él en la reflexión del fenómeno de la muerte,
de modo a considerarlo natural y aguardarlo con
tranquila disposición emocional. Ni deseando o,
siquiera, evitando esquivarlo. La educación que se le
suministra desde pronto, en base al mismo atavismo
aterrador de la muerte, es centrada en el placer, en las
delicias del ego, en las ventajas que puede sacar del
cuerpo, sin el correspondiente análisis de temporalidad
y fragilidad de que se revisten. Gracias a esa
inadvertencia le surgen los conflictos, las fobias, la
inseguridad.
Un momento diario de análisis, en torno a la vida
física, predispone a la criatura a proyectar el
pensamiento para más allá del portal de ceniza y de lodo
en que se deteriora la organización somática. Todo, en
el mundo físico, es impermanente, y tal impermanencia
puede ser vista bajo dos formas: la exterior o grosera,
y la interior o sutil. Nada es siempre igual, pese a la
apariencia que preserva en los periodos de tiempo
diferentes. Por esto mismo, todo se encuentra en
incesante alteración en el campo de las micropartículas
hasta el instante en que la forma se modifica - fase
sutil de impermanencia. Un objeto que se rompe y un
cuerpo, vegetal, animal y humano, que muere, pasan por
la fase de la transición exterior grosera para otra
estructura, experimentando la muerte.
La muerte, todavía, no elimina el continuum de
la consciencia, después de la disyunción cadavérica. Si,
desde pronto, se crea el hábito de la meditación al
respecto de la consciencia sobreviviente, independiente
del cuerpo, la muerte pierde su efecto
tabú de
aniquiladora, odiosa destruidora del ideal, del ser, de
la vida. El tradicional enigma de lo que ocurre
después de la muerte debe ser de interés relevante para
el hombre que, meditando, encuentra el camino para
descifrarlo. Se deja arrastar por el pavor o no le da
cualquier importancia constituyen comportamientos
alienantes.
La curiosidad por lo desconocido, la tendencia de
investigar los fenómenos nuevos son atracciones para la
mente investigadora, que encuentra recursos hábiles para
los emprendimientos. La intuición de la vida, el
instinto de preservación de la existencia, las
experiencias psíquicas del pasado y parapsicológicas del
presente demuestran que la muerte es un vehículo de
transferencia del ser energético pensante, de una fase o
estadio vibratorio para otro, sin expresiva alteración
estructural de su psicología. Así, se muere como se
vive, con los mismos contenidos psicológicos que son los
cimientos (inconsciencia) del yo racional (consciencia.)
En esta panorámica de la vida (en el cuerpo) y de la
muerte (del cuerpo) resalta un factor decisivo en el
comportamiento humano: el apego a la materia, con las
consecuentes emociones perturbadoras y extractos del
comportamiento contaminados, yacentes en la
personalidad. Bajo un punto de vista, la manifestación
del instinto
de conservación es
valiosa, por limitar los arrebatos del hombre que,
delante de cualquier vicisitud, apelaría para el
suicidio, cual ocurrre con ciertos psicopatas. De cierto
modo, frenado, inconscientemente, enfrenta los
problemas y los supera con la acción eficiente de su
esfuerzo dirigido correctamente.
Por otro lado, los esclarecimientos religiosos, no
obstante la multiplicidad de sus enfoques, demostrando
que la muerte es periodo de transición entre dos fases
de la vida, contribuyen para desmitificar el pavor del
aniquilamiento.
Definitivamente, las experiencias psíquicas,
parapsicológicas y mediúmnicas, provocadas o naturales,
han traído importante contribución para ecuacionar el
problema de la muerte, dando sentido a la existencia. Conscienciándose,
el hombre, de la continuidad del ser pensante después de
las transformaciones del cuerpo a través de la muerte de
la forma, se le alteran, totalmente, los conceptos sobre
la vida y su conducta en el transcurso de la experiencia
orgánica. De cualquier forma, reservar espacios
mentales para el desapego de las cosas, de las personas
y de las posiciones, analizando la inevitabilidad de la
muerte, que obliga al individuo a dejar todo, es una
terapia saludable y necesaria para un tránsito feliz por
el mundo objetivo.”
Léon Denis, el extraordinario escritor francés, nos trae
un alentado estudio (El problema del ser, del destino
y del dolor) sobre la muerte y el morir, con muy
interesantes deducciones que pasamos a usted lector
amigo: “(...) la muerte es un simple cambio de estado.
La destrucción de una forma frágil que ya no proporciona
a la vida las condiciones necesarias a su funcionamiento
y a su evolución. Para más allá de la sepultura se abre
una nueva fase de existencia. El Espíritu, debajo de su
forma fluidica imponderable, se prepara para nuevas
encarnaciones; encuentra en su estado mental los frutos
de la existencia que finalizó.
Por todas partes se encuentra la vida. La Naturaleza
entera nos muestra, en su maravilloso panorama, la
renovación perpetua de todas las cosas. En parte alguna
hay la muerte como, en general, es considerada entre
nosotros, en parte alguna hay el aniquilamiento; ningún
ente puede perecer en su principio de vida, en su unidad
consciente. El Universo trasborda de vida física y
psíquica. Por todas partes el inmenso numero de los
seres, la elaboración de almas que, cuando escapan a las
demoradas y oscuras preparaciones de la materia, es para
proseguir, en las etapas de la luz, su ascensión
magnífica.
La vida del hombre es como el Sol de las regiones
polares durante el estio. Desciende despacio, baja, va
debilitándose, parece desaparecer un instante por debajo
del horizonte. Es el fin, en apariencia; pero, luego
después, vuelve a elevarse, para nuevamente describir su
orbita inmensa en el cielo.
La muerte es apenas un eclipse momentáneo en la gran
revolución de nuestras existencias; pero basta ese
instante para revelarnos el sentido grave y profundo de
la vida. La propia muerte puede tener también su
nobleza, su grandeza. No debemos temerla, sino antes
esforzarnos por embellecerla, preparándose cada uno
constantemente para ella, por la investigación y
conquista de la belleza moral, la belleza del Espíritu
que moldea el cuerpo y lo adorna con un reflejo augusto
en la hora de las separaciones supremas. La manera por
la que cada cual sabe morir, es ya, por sí misma, una
indicación de lo que para cada uno de nosotros será la
vida del Espacio. Hay como que una luz fría y pura
alrededor de la almohada de ciertos lechos de muerte.
Rostros, hasta ahí insignificantes, parecen aureolados
por claridades del Más Allá. Un silencio imponente se
hace en vuelta de aquellos que dejaron la Tierra. Los
vivos, testimonios de la muerte, sienten grandes y
austeros pensamientos desprenderse del fondo banal de
sus impresiones habituales, dando alguna belleza a su
vida interior. El odio y las malas pasiones no resisten
a ese espectáculo. Ante el cuerpo de un enemigo ablanda
toda la animosidad, se disipa todo el deseo de venganza.
Junto a un esquife, el perdón parece más fácil, más
imperioso el deber.
Toda muerte es un parto, un renacimiento; es la
manifestación de una vida hasta ahí latente en
nosotros, vida invisible de la Tierra, que va a
reunirse a la vida invisible del Espacio. Después de
cierto tiempo de perturbación, nos volvemos al
contrario, más allá de la tumba, en la plenitud de
nuestras facultades y de nuestra consciencia, junto a
los seres amados que participaron de las horas tristes
o alegres de nuestra existencia terrestre. La tumba
apenas cierra después. Elevemos más alto nuestros
pensamientos y nuestros recuerdos, si quisiéramos
encontrar de nuevo el rastro de las almas que nos fueron
queridas... No pidas a las piedras del sepulcro el
secreto de la vida. Los huesos y las cenizas que allá
yacen nada son, queda sabiendo. Las almas que los
animaron dejaron esos lugares, reviven en formas más
sutiles, más apuradas. Del seno de lo invisible, a donde
les llegan vuestras oraciones y las conmueven, ellas os
siguen con la vista, os responden y os sonríen... La
Revelación Espírita nos enseñará a comunicar con ellas,
a unir vuestros sentimientos en un mismo amor, en una
esperanza inefable. Muchas veces, los seres que lloráis
y que vais a buscarlo en el cementerio, están a vuestro
lado. Vienen a velar por vosotros aquellos que fueron el
amparo de vuestra juventud, que os mecieron en los
brazos, los amigos, compañeros de vuestras alegrías y
de vuestros dolores, así como todas las formas, todos
los tiernos fantasmas de los seres que encontraste en
vuestro camino, los cuales participaron de vuestra
existencia y llevaron consigo alguna cosa de vosotros
mismos, de vuestra alma y de vuestro corazón. Alrededor
de vosotros fluctuan la multitud de los hombres que
desaparecieron en la muerte, multitud confusa, que
revive, os llama y muestra el camino que tenéis que
recorrer. ¡Oh muerte, ah serena majestad! tú, de quien
hacen un espantajo, es para el pensador simplemente un
momento de descanso, la transición entre dos actos del
destino, de los cuales uno acaba y el otro se prepara.
Cuando mí pobre alma, errante hace tantos siglos a
través de los mundos, después de muchas luchas,
vicisitudes y decepciones, después de muchas ilusiones
deshechas y esperanzas aplazadas, fuera a reposar de
nuevo en tu seno, será con alegría que saludará la
aurora de la vida fluidica; será con ebriedad que se
elevará del polvo terrestre, a través de los espacios
insondables, en dirección a quellos a quien estremeció
en este mundo y que la esperan. Para la mayor parte de
los hombres, la muerte continúa siendo el gran misterio,
el sombrio problema, que nadie osa mirar de frente. Para
nosotros, ella es la hora bendita en que el cuerpo
cansado vuelve a la gran Naturaleza para dejar a la
Psique, su prisionera, libre pasaje para la Patria
Eterna.
Esta patria es la Inmensidad radiante, llena de soles y
de esferas. ¡Junto a ellos, como ha de parecer raquítica
nuestra pobre Terra! El Infinito la envuelve por todos
los lados. El infinito en la extensión y el infinito en
la duración, he lo que se nos depara, quiera se trate
del alma, quiera se trate del Universo. Así como cada
una de nuestras existencias tiene su término y ha de
desaparecer, para dar lugar a otra vida, así también
cada uno de los mundos sembrados en el Espaço tiene que
morrir, para dar lugar a otros mundos más perfectos. Día
vendrá en que la vida humana se extinguirá en el globo
enfriado. La Tierra, vasta necrópolis, rodará, lúgubre,
en la amplitud silenciosa. Han de elevarse ruinas
imponentes en los lugares donde existierón Roma, París,
Constantinopla, cadáveres de capitales, últimos
vestígios de las razas extinguidas, libros gigantescos
de piedra que ninguna mirada carnal volverá a leer. Pero
la Humanidad habrá desaparecido de la Tierra solamente
para proseguir, en esferas más bien dotadas, la carrera
de su ascensión. La oleada del progreso habrá impulsado
a todas las almas terrestres para planetas más bien
preparados para la vida. Es probable que civilizaciones
prodigiosas florezcan a ese tiempo en Saturno y
Júpiter; allí se han de expandir humanidades renacidas
en una gloria incomparable. Allá es el lugar futuro de
los seres humanos, su nuevo campo de acción, los
lugares bendecidos donde les será dado continuar a amar
y trabajar para su perfeccionamiento. En medio de sus
trabajos, el triste recuerdo de la Tierra vendrá tal vez
a perseguir aun a esos Espíritus; pero, de las alturas
alcanzadas, la memoria de los dolores sufridos, de las
pruebas soportadas, será apenas un estimulante para
elevarse a mayores alturas. En vano la evocación del
pasado les hará surgir a la vista los espectros de
carne, los tristes despojos que yacen en las sepulturas
terrestres. La voz de la sabiduría les dirá: “que
importan las sombras que se fueron! Nada perece. Todo
ser se transforma sobre los peldaños que conducen de
esfera en esfera, de sol en sol, hasta Dios. Espíritu
inmortal, acuérdate de esto: ¡la muerte
no existe”.