Estudios científicos, a lo largo del tiempo, vienen
comprobando revelaciones hechas por los Espíritus
Superiores con los cuales Allan Kardec dialogó en la
elaboración de “El Libro de los Espíritus”. De entre
esas comprobaciones está la de la respuesta dada por los
Espíritus en relación a la familia, que era tenida por
algunos intelectuales como resultado de una costumbre
social y no una obediencia a una ley de la Naturaleza.
Ese posicionamiento llevó al Codificador al siguiente
diálogo con los Espíritus:
¿Por qué es que, entre los animales, los padres y los
hijos dejan de reconocerse, desde que estos no precisan
más de cuidados?
Los animales viven una vida material y no vida moral. La
ternura de la madre por los hijos tiene por principio el
instinto de conservación de los seres que ella dio a
luz. Luego que esos seres pueden cuidar de sí mismos,
está ella con su tarea concluida; nada más le exige la
Naturaleza. Por eso es que los abandona, a fin de
ocuparse con los recién venidos.
(773).
Nótese que Kardec hace esa pregunta apenas para preparar
la siguiente:
Hay personas que, de que el hecho de los animales al
cabo de cierto tiempo abandonaran sus crias, deducen no
ser los lazos de familia, entre los hombres, más que el
resultado de las costumbres sociales y no efecto de una
ley de la Naturaleza.¿ Qué debemos pensar a ese
respecto?
La respuesta de los Espíritus es clara y concluyente:
Hay en el hombre alguna cosa más, además de las
necesidades físicas: hay la necesidad de progresar. Los
lazos sociales son necesarios al progreso y los de
familia más apretados se vuelven los primeros. He por
qué los segundos constituyen una ley de la Naturaleza.
Quiso Dios que, por esa forma, los hombres aprendiésen a
amarse como hermanos. (774).
Aun, en el ítem 775, para reforzar, Kardec pregunta: ¿Cuál
sería, para la sociedad, el resultado del relajamiento
de los lazos de familia? A lo que los Espíritus
responden: Una recrudescencia del egoísmo.
Esa programación divina para la organización familiar ya
se constata en el chimpancé, conforme un relato de Roger
Fouts, investigador norte-americano, que, aunque no haga
la menor alusión a la Teoría de la Evolución, tituló su
trabajo con chimpancés, elaborado en más de treinta años
de investigación, “El Pariente más Próximo”. (1) Es
realmente impresionante el modo por el cual él se
refiere a esos animales, en los cuales ve y respeta como
un esbozo avanzado de un ser humano. Crió una chimpancé
desde pequeñita, le enseñó el lenguaje humano de
señales, nunca dirigiéndole la palabra en lengua humana,
en el caso, el inglés. Ella, a su vez, se comunicaba con
su hijo a través del lenguaje humano de señales,
enseñado por ella misma.
Como trabajó siempre con animales nacidos en los Estados
Unidos, ese investigador fue al habitat natural de los
chimpancés a fin de verificarles el comportamiento fuera
del cautiverio. Allá, el constató que la madre
amamantaba al hijo hasta aproximadamente los cuatro
años. En ese periodo ella no embaraza. Después de
destetar, durante el nuevo embarazo, ella conserva al
hijo en su compañía, y esa protección se extiende hasta
los diez años. Por tanto, una madre chimpancé casi
siempre tiene, bajo su guarda, tres hijos. El joven
chimpancé sólo se libera de la autoridad de la madre a
los diez años aproximadamente.
La ciencia ha demonstrado que el chimpancé es el ser que
más se aproxima a la especie humana, y el Espiritismo
enseña que la entidad espiritual que anima a aquel
cuerpo peludo, en el futuro – no se sabe después de
cuantos milenios -, estará animando una forma humana.
Delante de eso se concluye que aquel esbozo de familia
vivido por la madre chimpancé y sus hijos hace parte de
una programación divina que hará que esos seres, al
alcanzar la condición humana, ya tengan una programación
para la vida familiar.
Como se puede deducir claramente, una vez más, la
Ciencia comprueba lo que fue dicho en la Codificación
Espírita: La organización de la familia deriva de un
determinismo divino, de efecto permanente, y no de una
simple costumbre social.
La base de la familia es el casamiento, y, por así
entender, es que Kardec trata del asunto en dos partes
de “El Libro de los Espíritus”: “Casamiento y Celibato”
y “Ley de Sociedad”, cuando hace la siguiente pregunta a
los Espíritus: ¿Qué efecto tendría para la sociedad
la aboliciónção del casamiento? Y la respuesta de
los Espíritus fue clara: Sería una regresión a la
vida de los animales. (775). En un
juicioso comentario, el Codificador refuerza la
imprescindibilidad de la vida familiar:
El estado de naturaleza es el de la unión libre de los
sexos. El casamiento constituye uno de los primeros
actos de progreso en las sociedades humanas, porque
establece la solidariedad fraterna y se observa entre
todos los pueblos, si bien que en condiciones diversas.
La abolición del casamiento sería, pues, regresar a la
infancia de la Humanidad y colocaría al hombre debajo
mismo de ciertos animales que le dan ejemplo de uniones
constantes. (696).
En concepto del Codificador y de los Espíritus que le
respondiron las preguntas, el casamiento, como base de
la vida familiar, está muy encima de cualquier bendición
religiosa o de la firma de algún documento delante de
una autoridad civil. Se trata de una sociedad conyugal,
establecida por la propia pareja, en un plano
eminentemente moral, ético. Es compromiso sagrado, que
lleva uno a ver en el otro al prójimo más
próximo.
A medida que el tiempo pasa, más se evidencia el avance
del pensamiento del Codificador en relación a sus
contemporáneos, pues el casamiento ha perdido, a lo
largo de los años, el carácter de acto social, religioso,
pasando a ser conceptuado y respetado como acto
personal, íntimo. Actualmente, una pareja se
impone delante de la sociedad como legitimamente
constituido, no más por haber sido su compromiso
matrimonial asumido en un templo, bajo bendiciones
sacerdotales, o hasta incluso en un despacho, pero sí
por el ambiente de respeto y seriedad en que ambos viven
la unión.
Más allá de eso, quien es que da a un hombre el derecho
de establecer ese vínculo sagrado entre dos personas, y
de decir, al final de la ceremonia: ¿ “Lo que Dios unió,
el hombre no lo separe”? El casamiento, por tanto, no
depende de nada exterior, de ninguna acción ajena a la
voluntad de los dos. Las dos criaturas se casan, pues
nadie tiene el poder de establecer vínculos entre ellas.
En la gramática, se aprende que el verbo casar puede,
entre otros regímenes, ser transitivo directo, pero
filosóficamente, moralmente, esa clasificación es falsa.
Se podría decir, innovando en la gramática, que el verbo
es recíproco, por el hecho de que las personas se
casaran, sin la intervención de nadie.
Ni el Juez de Paz promueve el casamiento. Esa Autoridad
apenas registra en los anales de la sociedad, para los
efectos legales, el casamiento que es delante de lo
declarado.
Con ese entendimiento, se concluye que la pareja
espírita se presenta delante de la autoridad civil
apenas para declarar su casamiento, solicitando sea el
registrado para los efectos legales, y no para recibir
cualquier tipo de legitimación. La legitimidad del
casamiento es dada por el grado de responsabilidad y de
amor que presidió la formación de la pareja, que desea
constituir una familia.
Cuanto más espiritualizada la pareja, más el casamiento
transciende los límites de la vida material, alcanzando
níveles de conciencia espiritual, lo que lleva
naturalmente al deseo de una comunión con lo Alto, a
través de una oración, en el momento en que formaliza,
delante de la sociedad, esa declaración tan importante.
Esa oración podrá ser proferida por uno o por ambos
novios, o hasta incluso por persona afectivamente ligada
a ellos, pues sólo el amor puede legitimar la condición
de alguien, en la condición de suplicante, para rogar
bendiciones de lo Alto sobre una nueva familia que se
forma en la Tierra.
(1) “El
Pariente Más Próximo”, Roger Fouts, Editora Objetiva
Ltda., 1998.