Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Empatía, respeto


No sabía que dolía tanto


Cuando yo y Renato, mi hermano menor, éramos niños todavía, nos gustaba mucho jugar en el patio de nuestra casa.

Vivíamos en el interior del país y nuestro patio era grande, con muchas plantas y algunos árboles, los cuales nos gustaba trepar.

Una vez, mi Hermano, que había subido al árbol de ibapurú, sin querer apoyó su pierna contra una taturana.

Las taturanas son orugas que provocan mucho dolor en la piel de las personas que se recuestan en ellas, como si fuese una quemadura.

Mi hermano lanzó un grito tan fuerte que mi mamá, que estaba dentro de la casa, lo escuchó y vino corriendo.

Mamá encontró a Renato desesperado, gritando en la cima del árbol y trató de ayudarlo a bajar; pero, sin entender lo que estaba pasando, mi hermano terminó tocando nuevamente a la oruga.

Recién cuando él bajó, mi mamá entendió lo que había pasado. Renato lloraba y mostraba en su piel las heridas rojas que tanto dolían.

Mi mamá llevó a mi hermano al baño y lavó con agua fría sus piernas. Después puso compresas de agua helada en los lugares de las quemaduras.

Pero a pesar de todo eso Renato no paraba de llorar.

Eso empezó a molestarme hasta que un momento grité:

- ¡Deja de llorar, Renato! ¡Mamá ya te ha cuidado! ¡Ahora cállate!

- Ten paciencia, hijo – me dijo mi mamá. – Dicen que los accidentes con la taturana duelen muchísimo.

Renato dejó de llorar solamente para hablarme, nervioso:

- ¡No tienes idea de cuánto me duele, egoísta! ¡Deja tú de reclamar!

Y diciendo eso, volvió a llorar.

Mi hermano siguió sufriendo y llorando por un buen tiempo, pero poco a poco fue calmándose.

Cuando finalmente eso pasó no dije nada, pero pensé: “¡Qué escándalo! ¡Hasta parecía que se le había caído la pierna! ¡Si nuestros amigos de la calla lo vieran llorando así, por culpa de un insecto, hasta se avergonzaría!”

Los días pasaron, Renato se recuperó y nadie habló más del acontecimiento. Hasta que un día, cuando yo estaba en lo alto del árbol de ibapurú, estiré el brazo para alcanzar un fruto de ibapurú grande en una rama más alta y… también rocé levemente el brazo en una taturana.

En ese momento, me dolió tanto que sentí como si me hubieran desgarrado la piel. Me llevé un susto enorme y no di un grito. ¡Fue más un bramido!

Inmediatamente me acorde de lo que había pasado con mi hermano y salté del árbol, corriendo para buscar a mi mamá, desesperado.

Mamá me cuidó, como había cuidado de él.

Y así como él, yo no paraba de llorar y hasta de gritar.

Mi hermano, vino corriendo para ver lo que había pasado. Cuando lo vi, solo pude decir:

- ¡Renato, no sabía que dolía tanto! ¡Hasta lloraste un poco!

- ¡Pues sí!  Mira que yo me lastimé en más lugares que tú. ¡Yo sé cómo dolió! No me voy a quejar por llorar, no. Solo puedo decirte que aguantes fuerte, porque va a pasar. Toma un tiempo, pero después el dolor va disminuyendo hasta que sana. ¡Ánimo, hermano! Eres fuerte y vas a estar bien.

Quedé agradecido con mi hermano porque él tuvo paciencia conmigo, a pesar de que lo no la tuve con él.

Más tarde entendí que su experiencia es lo que lo ayudó a comprender la mía también.

Así es como Dios saca el bien del mal. A nadie le gusta sufrir. Pero cuando sufrimos algún tipo de situación difícil, cualquiera que esta sea, tenemos más condiciones de comprender a los demás. Y más condiciones para ayudarlos también.

Todavía recuerdo ese terrible dolor y cuánto grité por eso. El dolor pasó, pero me enseñó a respetar el dolor de los demás, y eso lo llevo conmigo hasta el día de hoy.   

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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