Tema: Empatía, respeto
No sabía que dolía tanto
Cuando yo y Renato, mi hermano menor, éramos niños
todavía, nos gustaba mucho jugar en el patio de nuestra
casa.
Vivíamos en el interior del país y nuestro patio era
grande, con muchas plantas y algunos árboles, los cuales
nos gustaba trepar.
Una vez, mi Hermano, que había subido al árbol de
ibapurú, sin querer apoyó su pierna contra una taturana.
Las taturanas son orugas que provocan mucho dolor en la
piel de las personas que se recuestan en ellas, como si
fuese una quemadura.
Mi hermano lanzó un grito tan fuerte que mi mamá, que
estaba dentro de la casa, lo escuchó y vino corriendo.
Mamá encontró a Renato desesperado, gritando en la cima
del árbol y trató de ayudarlo a bajar; pero, sin
entender lo que estaba pasando, mi hermano terminó
tocando nuevamente a la oruga.
Recién cuando él bajó, mi mamá entendió lo que había
pasado. Renato lloraba y mostraba en su piel las heridas
rojas que tanto dolían.
Mi mamá llevó a mi hermano al baño y lavó con agua fría
sus piernas. Después puso compresas de agua helada en
los lugares de las quemaduras.
Pero a pesar de todo eso Renato no paraba de llorar.
Eso empezó a molestarme hasta que un momento grité:
- ¡Deja de llorar, Renato! ¡Mamá ya te ha cuidado! ¡Ahora
cállate!
- Ten paciencia, hijo – me dijo mi mamá. – Dicen que los
accidentes con la taturana duelen muchísimo.
Renato dejó de llorar solamente para hablarme, nervioso:
- ¡No tienes idea de cuánto me duele, egoísta! ¡Deja
tú de reclamar!
Y diciendo eso, volvió a llorar.
Mi hermano siguió sufriendo y llorando por un buen
tiempo, pero poco a poco fue calmándose.
Cuando finalmente eso pasó no dije nada, pero pensé:
“¡Qué escándalo! ¡Hasta parecía que se le había caído la
pierna! ¡Si nuestros amigos de la calla lo vieran
llorando así, por culpa de un insecto, hasta se
avergonzaría!”
Los días pasaron, Renato se recuperó y nadie habló más
del acontecimiento. Hasta que un día, cuando yo estaba
en lo alto del árbol de ibapurú, estiré el brazo para
alcanzar un fruto de ibapurú grande en una rama más alta
y… también rocé levemente el brazo en una taturana.
En ese momento, me dolió tanto que sentí como si me
hubieran desgarrado la piel. Me llevé un susto enorme y
no di un grito. ¡Fue
más un bramido!
Inmediatamente me acorde de lo que había pasado con mi
hermano y salté del árbol, corriendo para buscar a mi
mamá, desesperado.
Mamá me cuidó, como había cuidado de él.
Y así como él, yo no paraba de llorar y hasta de gritar.
Mi hermano, vino corriendo para ver lo que había pasado.
Cuando lo vi, solo pude decir:
- ¡Renato, no sabía que dolía tanto! ¡Hasta lloraste un
poco!
- ¡Pues sí! Mira
que yo me lastimé en más lugares que tú. ¡Yo sé cómo
dolió! No me voy a quejar por llorar, no. Solo puedo
decirte que aguantes fuerte, porque va a pasar. Toma un
tiempo, pero después el dolor va disminuyendo hasta que
sana. ¡Ánimo,
hermano! Eres fuerte y vas a estar bien.
Quedé agradecido con mi hermano porque él tuvo paciencia
conmigo, a pesar de que lo no la tuve con él.
Más tarde entendí que su experiencia es lo que lo ayudó
a comprender la mía también.
Así es como Dios saca el bien del mal. A nadie le gusta
sufrir. Pero cuando sufrimos algún tipo de situación
difícil, cualquiera que esta sea, tenemos más
condiciones de comprender a los demás. Y más condiciones
para ayudarlos también.
Todavía recuerdo ese terrible dolor y cuánto grité por
eso. El dolor pasó, pero me enseñó a respetar el dolor
de los demás, y eso lo llevo conmigo hasta el día de
hoy.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
Material de apoio para evangelizadores:
Clique para baixar:
Atividades
marcelapradacontato@gmail.com