Tema: Paciencia, aceptación, gratitud
La terquedad del caballo
Roberto vivía en una hacienda y todos los días, después
de hacer sus deberes, salía con su caballo Tarzán, para
pasear.
Un día de mucho calor, Roberto tuvo ganas de nadar para
refrescarse. Cogió su caballo y partió con dirección al
lago.
Sucede que, para llegar hasta allá, tenían que salir del
camino de tierra, que era el camino más largo y entrar
en un camino más estrecho, abierto en medio de muchos
matorrales de hierba alta.
Tarzán estaba acostumbrado a pasar por ahí. Ya había ido
con Roberto al lago muchas veces. En algunas ocasiones
incluso se metió también al agua con el niño y los dos
se divirtieron juntos.
Pero, ese día, después de que salieron del camino y
tomaron el camino al lago, Tarzán dio unos pasos y se
detuvo. A Roberto le extrañó la actitud del caballo y lo
tocó con los talones, agitando las riendas y diciendo.
- Vamos, Tarzán, ¡ya casi llegamos!
El caballo, sin embargo, siguió parado. El niño hizo
nuevamente los gestos de comando, con más firmeza, pero
no sirvió. Tarzán
no se movía.
Roberto, irritado, insistía, en vano, intentando hacer
que el caballo andara.
- Tarzán, terco, ¿quién te ordenó detenerte?
El niño bajó del caballo e intentó jalarlo de la rienda,
pero entonces Tarzán se puso nervioso, relinchó, golpeó
las patas contra el suelo con fuerza y se dio la vuelta,
corriendo de regreso hasta el camino de tierra.
Roberto no tuvo otra opción. No se podía quedar sin su
caballo. El lago no estaba lejos, pero después volver a
pie sería una caminata muy larga. Por eso, también
regresó, encontró a Tarzán, se montó en él y volvieron a
casa.
Cuando Roberto llegó, su mamá, dándose cuenta de la
irritación del niño le preguntó qué había pasado.
- ¡Lo que pasó es que Tarzán es terco! – respondió. –
Cuando estábamos casi llegando, decidió pararse y no
hubo manera de hacer andar a ese caballo. Tuvimos
que volver, sin nadar, sin siquiera ver el lago. ¡Estoy
muy enojado con él!
- ¡Increíble! – se extrañó la mamá. – Tarzán nunca hizo
eso. Es un caballo dócil, tan acostumbrado a pasear
contigo…
Los dos todavía estaban conversando cuando el papá de
Roberto entró en la casa buscando a su hijo.
- Qué bueno que te encontré, hijo. Quería avisarte que
no vayas al lago hoy.
Roberto y su mamá se miraron sin entender lo que estaba
pasando.
El papá, entonces, explicó:
- Hoy fui a trabajar a la plantación y de regreso vine
por el camino del lago. De repente, Tupa, que estaba un
poquito adelante de mí, se detuvo y comenzó a ladrar,
pareciendo afligido. Me asusté y me detuve. Y cuando
miré bien, vi una serpiente de cascabel enorme,
enrollada, debajo de un matorral. No la habría visto si
no hubiera sido por Tupa. No sé si él la vio, la
escuchó, la olió o solo sintió que había una serpiente
ahí. Solo sé que me salvó. La serpiente debió haberse
incomodado con Tupa, porque se movió y entró en el
matorral. Pero todavía
puede estar por ahí. Por eso no quiero que pases por ahí
hoy. ¿Está bien, hijo? Puede ser peligroso.
Roberto se quedó sin palabras. Fue su mamá quien le
contó al papá lo que había pasado y todos concluyeron
que, así como su perro, Tupa, el caballo Tarzán también
debió haber percibido la presencia de la serpiente y
evitado una terrible situación.
- ¡Increíble! ¡Fui muy injusto con Tarzán! – dijo
Roberto, con tristeza.
- Si te arrepentiste hijo, ve a agradecer a Tarzán. Él
va a percibir tu sentimiento.
- Interesante, - continuó ella – mira como son las
cosas. Debes tener siempre paciencia con todo lo que
sucede, pues muchas veces podemos estar siendo librados
de situaciones que ni imaginamos, ¿no crees?
- ¡Ni me lo digas, mamá! – dijo Roberto, comprensivo.
El niño cogió dos zanahorias de la cocina y fue a
llevárselas a su amigo.
Mientras Tarzán comía, Roberto lo acariciaba con cariño
y pensaba en la lección que había tenido ese día: a
veces tenemos una contrariedad, o algo no sale como
queremos, pero solo Dios sabe si eso es realmente malo o
bueno para nosotros.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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