Tema: Fe
El ciego de Jericó
Hace muchos años, en los tiempos en que Jesús vivió
entre nosotros, había en la ciudad de Jericó un hombre
llamado Bartolomeo, que era ciego.
Bartolomeo, además de ciego, era mendigo. Su
vida era de dificultades y de pobreza. Vivía
en las calles, pidiendo limosnas.
No veía con los ojos, pero prestaba atención y percibía,
por los otros sentidos y también por el corazón, las
cosas importantes que pasaban.
Una vez escuchó a las personas comentar sobre un hombre
muy bueno que hablaba sobre Dios y curaba a las
personas. Escuchó también que ese hombre se llamaba
Jesús y que conversaba con las personas que sufrían
varios tipos de problemas y ellos quedaban con su alma
curada, sintiéndose aliviadas y en paz.
- Por donde Jesús pasa todo se vuelve mejor – decían las
personas. Su bondad se esparce. Las personas quieren
estar cerca de él, escuchar sus palabras buenas y
sabias, sentir su dulzura que envuelve a todos en paz.
El ciego se interesó mucho en saber sobre Jesús y
todavía más cuando supo que él curaba también las
dolencias del cuerpo. Hasta dolencias graves, como lepra
y ceguera.
Bartolomeo era muy humilde y tenía mucha fe en su
corazón. Confiaba en Dios y en su bondad. Y tuvo el
deseo de encontrarse con Jesús, pero no sabía cómo
hacerlo.
Los días pasaban y Bartolomeo continuaba escuchando
comentarios sobre ese gran hombre:
- Jesús anda en medio del pueblo y quien tiene la
oportunidad de conocerlo nunca más lo olvida.
- ¡Él es una luz en la oscuridad!
- Jesús es enviado de Dios. Solo así puede hacer lo que
hace.
En Bartolomeo crecía cada vez más el deseo de encontrar
a Jesús y también la esperanza de que pudiera curarlo.
Un día muy especial, Bartolomeo estaba en la calle, como
siempre, cuando escuchó a alguien anunciar con
entusiasmo:
- ¡Jesús está viniendo! ¡Va
a venir a Jericó! ¡Jesús
está llegando!
La esperanza creció en el corazón de Bartolomeo y quedó
atento a todo lo que pasaba.
El número de personas en la calle comenzó a aumentar.
Escuchaba el alboroto de la gente agitada a su
alrededor, los pasos rápidos de un lado para el otro.
Y comenzó a escuchar a lo lejos a las personas llamando
a Jesús:
- ¡Jesús ayúdame! ¡Jesús quiero ser curado!
Bartolomeo se dio cuenta de que Jesús y la multitud que
lo seguía se acercaban y sin ver con sus ojos, pero
viendo con su corazón lleno de fe, que era la
oportunidad de ser curado estaba cerca, comenzó a gritar
también.
- Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí.
Bartolomeo, ahí parado, sin poder ver dónde estaba
Jesús, sin poder ir detrás de él, no tenía muchas
oportunidades de conseguir hablar con el maestro.
Aun así, no desistió. Su fe era grande. Tenía confianza,
tenía esperanza. Creía que cosas buenas podrían pasar a
través de ese hombre que él creía que era el mesías tan
esperado.
El pueblo de esa época esperaba que naciera el mesías,
es decir, el salvador, enviado por Dios y que él sería
descendiente de David. Por eso Bartolomeo llamaba a
Jesús “hijo de David”, pues él creía que Jesús era el
mesías, aquel que iría a salvar al pueblo de todos los
males.
Las personas, sin embargo, se incomodaron al ver a
Bartolomeo llamar a Jesús.
- Deja de gritar. ¿Crees que aquí en medio de la
multitud vas a ser escuchado por Jesús?
Pero Bartolomeo no paraba.
- ¡Jesús, ten compasión!
De repente, sucedió lo que nadie esperaba. Jesús
interrumpió su caminata. Había percibido ese llamado tan
lleno de sentimiento y de fe. Se detuvo y toda la
multitud se quedó quieta esperando lo que iría a pasar.
Entonces, escucharon a Bartolomeo gritar, con humildad y
esperanza:
- ¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí!
Jesús pidió que sus discípulos le trajeran a ese hombre
que lo llamaba.
Bartolomeo se quitó su capa de mendigo y fue ayudado a
llegar hasta Jesús, que le preguntó:
- ¿Qué quieres que yo haga?
- ¡Maestro, que yo vea! – respondió el ciego de Jericó.
Jesús colocó cariñosamente sus manos sobre los ojos de
Bartolomeo y quedó curado. Tuvo su visión restaurada y
con inmensa alegría pudo ver a Jesús decirle:
- Ve en paz – dijo Jesús -, tu fe te ha curado.
La humildad de Bartolomeo en pedir ayuda al maestro, su
confianza en él y la esperanza de conseguir lo que tanto
quería, hicieron que Bartolomeo fuera atendido.
Esa cura que Jesús hizo no solo transformó la vida de un
ciego, sino también fue una enseñanza que quedó para
siempre, para toda la humanidad, sobre el poder de la
fe.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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