Especial

por Giovana Campos

El autoconocimiento para la evolución espiritual

¿Cuál es el medio práctico más eficaz que tiene el hombre de mejorar en esta vida y de resistir a la atracción del mal? “Un sabio de la antiguedad os lo dice: Conócete a ti mesmo.” (El Libro de los Espíritus, pregunta 919)

 

Al hablar sobre el autoconocimiento, acostumbramos a pensar en el engrandecimiento personal, social o profesional, como forma de conectarnos a nuestra esencia y mejorar nuestras relaciones interpersonales.

¿Pero sería posible también considerar la porción religiosa o espiritual?

La respuesta es sí. Conocerse a sí mismo nos permite saber lo que queremos en la vida, sea en grandes proyectos o en el día a día. También nos permite dirigir mejor nuestras emociones incluso en las situaciones más difíciles. Más allá de eso, el autoconocimiento está íntimamente relacionado a la inteligencia emocional, pues saber interpretar nuestras emociones está relacionado a la autorreflexión y a la mejora de la salud mental.

Por otro lado, conocer a sí mismo también es muy importante para el desenvolvimiento de nuestro espíritu. ¿Cuándo examinamos con profundidad nuestros interior, estamos ayudándonos a establecer metas realistas y saber identificar donde estamos en nuestras vidas.

Conforme encontramos en la pregunta 919 del El Libro de los Espíritus, el autoconocimiento es fundamental y eficaz para mejorarnos en esta vida y resistir a la atracción del mal. Esta posibilidad de autorreflexión es importante para comprender cuánto podemos modificarnos, siempre recordando que nuestro cambio, nuestra reforma no se concluye en apenas una encarnación. Espíritus inmortales que somos, estamos en continuo proceso de evolución, donde podemos mejorarnos de forma constante e ilimitada.

¿Pero por qué llevar el autoconocimiento para el lado espiritual?

Conscientes de que somos seres espirituales y, por consecuencia, inmortales, podemos entender mejor la transitoriedad de la vida, de sus problemas y de sus angustias, así como canalizar las adversidades para algo menos penoso o sombrio.

En la misma pregunta citada arriba, el espíritu de San Agustín coloca: “Haced lo que yo haría, cuando viví en la Tierra: al fin del día, interrogaba a mí conciencia, pasaba revista a lo que hice y me preguntaba a mí mismo si no faltaría a algún deber, si nadie tuviera motivo para de mí quejarse. Fue así que llegué a conocerme y a ver lo que en mí precisaba de reforma”. ¿Quién de nosotros consigue revisar lo que pasó en un día y quedarse tranquilo? ¿Admitir que no hirió, no fue injusto o no utilizó de palabras ásperas al dirigirse a un hermano de camino?

Claro que siempre procuramos hacer lo mejor en nuestras vidas diarias, pero no siempre el día termina con éxito total en relación a las buenas venturas. Precisamos siempre reexaminar nuestras actitudes para con nosotros y para con los prójimos. Precisamos crear algunos hábitos saludables conforme nuestros benefactores espirituales nos apuntan para nuestra evolución:

1. Vigilar nuestros pensamientos, emociones, palabras y gestos incluso en cuanto estemos solos, para certificar que estamos con la nitidez moral necesaria;

2. Aprender a apartar ideas o pensamientos impuros, sustituyéndolos por otros más edificantes;

3. Despertar nuestra luz interior cultivando en nuestra casa mental el hábito de lecturas y otras actividades de placer que propicien mayor reflexión en la siembra del bien y cultivar la conversación más elevada para conectarnos a los nobles amigos espirituales.

Las conexiones con lo Alto parecen más distantes cuando no estamos trabajando en nuestra evolución espiritual. Al paso que buscamos resaltar nuestro autoconocimiento, estamos más próximos de las verdades que aprendemos en el Evangelio ilustrado por los diversos pasajes de Nuestro Hermano Mayor en nuestro mundo terrenal.  Emmanuel, en el libro El Consolador, escribió que “la verdad es esencia espiritual de la vida”.  Tal aprendizaje implica, necesariamente, estudio y trabajo, responsabilidad con compromisos y deberes; combate a las malas tendencias y esfuerzo perseverante en el bien. Y, cuando menos se espera, ocurren cambios en la calidad de los pensamientos emitidos por el individuo, reflejadas en las palabras y comportamientos.

Kardec, en Obras Póstumas, también ya nos alertó que la Doctrina Espírita “no se limita a preparar al hombre para el futuro, lo forma también para el presente, para la sociedad. Esto indica que al mejorarse moralmente los hombres prepararán en la Tierra el reinado de paz y de la fraternidad”. ¿Y cómo realizar esta acción sin el curso de la voluntad de autoconocercer?

El libro El Evangelio según el Espiritismo, en su capítulo XXV, nos invita a una reflexión del eterno mejorarse a que podemos someternos, ejemplificando las leyes del trabajo y del progreso, como camino seguro que debemos seguir en la búsqueda de la evolución: vivir de las enseñanzas de Jesús, contenidas en su Evangelio de amor y luz. Así como cualquier trabajo terrestre pide la sincera dedicación a que a él se dedica, el autoconocimiento exige constancia mental de esfuerzo en el bien y disciplina para que podamos perfeccionarnos.

Sólo con el autoconocimiento podremos comprender y mejorar nuestros aspectos personales, sociales, profesionales y también espirituales. Podemos con esta tarea continua no sólo conocer nuestras limitaciones, lidiar con nuestras emociones y sentimientos, pues ella nos abre la posibilidad de tener una nueva mirada para el mundo, de librarnos de nuestras prisiones interiores, de transformar el hombre viejo en hombre nuevo. En otras palabras, poner en práctica la reforma íntima como propulsora de una nueva alma, abierta a lo nuevo, al bien y a la evolución que tanto deseamos.

Importante también recordar en no ser inmediatistas, pues creyendo en la pluralidad de la vida estamos abiertos a las existencias pasadas y futuras como forma de comprender la transitoriedad a que todo y todos estamos sujetos. Al extender la comprensión de que no estamos circunscritos a una única existencia, ampliamos nuestra mirada sobre la pequeñez de vicios como la prepotencia, el orgullo, la vanidad, entre otros trazos de carácter que podemos cultivar en sucesivas encarnaciones. Tomar conocimiento de que somos los protagonistas de nuestra evolución, utilizando la premisa reencarnacionista de que somos inmortales, queda más clara nuestra meta. Despidiéndonos de esos malos hábitos, podemos tener más claridad de pensamientos y actitudes y volver nuestra conectividad para con nosotros y para con el Padre, buscando así mejorar inclusive nuestra salud integral.

Para autoconocernos es necesario un sumergirnos en nosotros mismos. Como citó San Agustín, una revisión de nuestro día, de nuestros pensamientos, de nuestras ideas o en sus palabras: “El conocimiento de sí mismo es, por tanto, la clave del progreso individual”.

Esas experiencias a que la vida nos invita, un eterno proceso de aprendizaje de este alma que nos acompaña por numerosas existencias de esta camintada. Lecciones pasadas por nuestros amigos espirituales para una rememoración de experiencias anteriores, aplicando a nuestro espíritu una atención a la Reforma Íntima, este perfeccionamiento continuo de nuestra intimidad espiritual, modelándonos en la vivencia evangélica.

Para finalizar, al recordar la frase atribuida a Sócrates “conócete a ti mismo” estamos volviendos a trabajar no sólo la existencia en que nos encontramos, mas sí el perfeccionamiento del alma, el reconocimiento de nuestra divinidad interior, de nuestra esencia milenaria que cargamos en diversas vivencias. Y, conforme orientación de Allan Kardec en El Evangelio según el Espiritismo: “Se reconoce al verdadero espírita por su transformación moral y por los esfuerzos que emplea para domar sus inclinaciones malas”.

Que podamos buscar en los ejemplos descritos en nuestro Evangelio la fuerza para aceptar nuestras imperfecciones, la voluntad real para reconocer nuestros errores y el coraje y humildad para rehacernos a cada instante.

 

Bibliografia:

EMMANUEL (Espírito). O Consolador. Psicografado por Francisco Cândido Xavier. Brasília: FEB, 2006.
KARDEC, Allan. Obras Póstumas. Trad. de Salvador Gentile. Araras: IDE, 1993
KARDEC, Allan. O Egangelho segundo o Espiritismo. Trad. de Salvador Gentile.
Araras: IDE, 2003.
KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos. Trad. de Salvador Gentile. Araras: IDE, 2005

 


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita