|
El autoconocimiento para la evolución espiritual |
|
¿Cuál es el medio práctico más eficaz que tiene el
hombre de mejorar en esta vida y de resistir a la
atracción del mal? “Un
sabio de la antiguedad os lo dice: Conócete a ti mesmo.”
(El Libro de los Espíritus, pregunta 919)
Al hablar sobre el autoconocimiento, acostumbramos a
pensar en el engrandecimiento personal, social o
profesional, como forma de conectarnos a nuestra esencia
y mejorar nuestras relaciones interpersonales.
¿Pero sería posible también considerar la porción
religiosa o espiritual?
La respuesta es sí. Conocerse a sí mismo nos permite
saber lo que queremos en la vida, sea en grandes
proyectos o en el día a día. También nos permite dirigir
mejor nuestras emociones incluso en las situaciones más
difíciles. Más allá de eso, el autoconocimiento está
íntimamente relacionado a la inteligencia emocional,
pues saber interpretar nuestras emociones está
relacionado a la autorreflexión y a la mejora de la
salud mental.
Por otro lado, conocer a sí mismo también es muy
importante para el desenvolvimiento de nuestro espíritu.
¿Cuándo examinamos con profundidad nuestros interior,
estamos ayudándonos a establecer metas realistas y saber
identificar donde estamos en nuestras vidas.
Conforme encontramos en la pregunta 919 del El Libro
de los Espíritus, el autoconocimiento es fundamental
y eficaz para mejorarnos en esta vida y resistir a la
atracción del mal. Esta posibilidad de autorreflexión es
importante para comprender cuánto podemos modificarnos,
siempre recordando que nuestro cambio, nuestra reforma
no se concluye en apenas una encarnación. Espíritus
inmortales que somos, estamos en continuo proceso de
evolución, donde podemos mejorarnos de forma constante e
ilimitada.
¿Pero por qué llevar el autoconocimiento para el lado
espiritual?
Conscientes de que somos seres espirituales y, por
consecuencia, inmortales, podemos entender mejor la
transitoriedad de la vida, de sus problemas y de sus
angustias, así como canalizar las adversidades para algo
menos penoso o sombrio.
En la misma pregunta citada arriba, el espíritu de San
Agustín coloca: “Haced lo que yo haría, cuando viví
en la Tierra: al fin del día, interrogaba a mí
conciencia, pasaba revista a lo que hice y me preguntaba
a mí mismo si no faltaría a algún deber, si nadie
tuviera motivo para de mí quejarse. Fue así que llegué a
conocerme y a ver lo que en mí precisaba de reforma”.
¿Quién de nosotros consigue revisar lo que pasó en un
día y quedarse tranquilo? ¿Admitir que no hirió, no fue
injusto o no utilizó de palabras ásperas al dirigirse a
un hermano de camino?
Claro que siempre procuramos hacer lo mejor en nuestras
vidas diarias, pero no siempre el día termina con éxito
total en relación a las buenas venturas. Precisamos
siempre reexaminar nuestras actitudes para con nosotros
y para con los prójimos. Precisamos crear algunos
hábitos saludables conforme nuestros benefactores
espirituales nos apuntan para nuestra evolución:
1. Vigilar nuestros pensamientos, emociones, palabras y
gestos incluso en cuanto estemos solos, para certificar
que estamos con la nitidez moral necesaria;
2. Aprender a apartar ideas o pensamientos impuros,
sustituyéndolos por otros más edificantes;
3. Despertar nuestra luz interior cultivando en nuestra
casa mental el hábito de lecturas y otras actividades de
placer que propicien mayor reflexión en la siembra del
bien y cultivar la conversación más elevada para
conectarnos a los nobles amigos espirituales.
Las conexiones con lo Alto parecen más distantes cuando
no estamos trabajando en nuestra evolución espiritual.
Al paso que buscamos resaltar nuestro autoconocimiento,
estamos más próximos de las verdades que aprendemos en
el Evangelio ilustrado por los diversos pasajes de
Nuestro Hermano Mayor en nuestro mundo terrenal.
Emmanuel, en el libro El Consolador, escribió que
“la verdad es esencia espiritual de la vida”. Tal
aprendizaje implica, necesariamente, estudio y trabajo,
responsabilidad con compromisos y deberes; combate a las
malas tendencias y esfuerzo perseverante en el bien. Y,
cuando menos se espera, ocurren cambios en la calidad de
los pensamientos emitidos por el individuo, reflejadas
en las palabras y comportamientos.
Kardec, en Obras Póstumas, también ya nos alertó
que la Doctrina Espírita “no se limita a preparar al
hombre para el futuro, lo forma también para el
presente, para la sociedad. Esto indica que al mejorarse
moralmente los hombres prepararán en la Tierra el
reinado de paz y de la fraternidad”. ¿Y cómo realizar
esta acción sin el curso de la voluntad de
autoconocercer?
El libro El Evangelio según el Espiritismo, en su
capítulo XXV, nos invita a una reflexión del eterno
mejorarse a que podemos someternos, ejemplificando las
leyes del trabajo y del progreso, como camino seguro que
debemos seguir en la búsqueda de la evolución: vivir de
las enseñanzas de Jesús, contenidas en su Evangelio de
amor y luz. Así como cualquier trabajo terrestre pide la
sincera dedicación a que a él se dedica, el
autoconocimiento exige constancia mental de esfuerzo en
el bien y disciplina para que podamos perfeccionarnos.
Sólo con el autoconocimiento podremos comprender y
mejorar nuestros aspectos personales, sociales,
profesionales y también espirituales. Podemos con esta
tarea continua no sólo conocer nuestras limitaciones,
lidiar con nuestras emociones y sentimientos, pues ella
nos abre la posibilidad de tener una nueva mirada para
el mundo, de librarnos de nuestras prisiones interiores,
de transformar el hombre viejo en hombre nuevo. En otras
palabras, poner en práctica la reforma íntima como
propulsora de una nueva alma, abierta a lo nuevo, al
bien y a la evolución que tanto deseamos.
Importante también recordar en no ser inmediatistas,
pues creyendo en la pluralidad de la vida estamos
abiertos a las existencias pasadas y futuras como forma
de comprender la transitoriedad a que todo y todos
estamos sujetos. Al extender la comprensión de que no
estamos circunscritos a una única existencia, ampliamos
nuestra mirada sobre la pequeñez de vicios como la
prepotencia, el orgullo, la vanidad, entre otros trazos
de carácter que podemos cultivar en sucesivas
encarnaciones. Tomar conocimiento de que somos los
protagonistas de nuestra evolución, utilizando la
premisa reencarnacionista de que somos inmortales, queda
más clara nuestra meta. Despidiéndonos de esos malos
hábitos, podemos tener más claridad de pensamientos y
actitudes y volver nuestra conectividad para con
nosotros y para con el Padre, buscando así mejorar
inclusive nuestra salud integral.
Para autoconocernos es necesario un sumergirnos en
nosotros mismos. Como citó San Agustín, una revisión de
nuestro día, de nuestros pensamientos, de nuestras ideas
o en sus palabras: “El
conocimiento de sí mismo es, por tanto, la clave del
progreso individual”.
Esas experiencias a que la vida nos invita, un eterno
proceso de aprendizaje de este alma que nos acompaña por
numerosas existencias de esta camintada. Lecciones
pasadas por nuestros amigos espirituales para una
rememoración de experiencias anteriores, aplicando a
nuestro espíritu una atención a la Reforma
Íntima, este perfeccionamiento continuo de nuestra
intimidad espiritual, modelándonos en la vivencia
evangélica.
Para finalizar, al recordar la frase atribuida a
Sócrates “conócete a ti mismo” estamos volviendos a
trabajar no sólo la existencia en que nos encontramos,
mas sí el perfeccionamiento del alma, el reconocimiento
de nuestra divinidad interior, de nuestra esencia
milenaria que cargamos en diversas vivencias. Y,
conforme orientación de Allan Kardec en El Evangelio
según el Espiritismo: “Se reconoce al verdadero
espírita por su transformación moral y por los esfuerzos
que emplea para domar sus inclinaciones malas”.
Que podamos buscar en los ejemplos descritos en nuestro
Evangelio la fuerza para aceptar nuestras imperfecciones,
la voluntad real para reconocer nuestros errores y el
coraje y humildad para rehacernos a cada instante.