“Y quien estuviera sobre el tejado no descienda a coger
alguna cosa de su casa.” (Mateus,
24:17)
En el capítulo VI de El Libro de los Espíritus,
que trata de la Ley de Destrucción, hay preguntas que
versan sobre los flagelos destructores. Antes de todo,
vamos a conceptuar la palabra flagelo. Según el Diccionario
Online de Portugués, flagelo es sinónimo de
adversidad, calamidad, desgracia, epidemia, angustia,
entre otras palabras. En el sentido figurado, significa tortura
moral.
Allan Kardec pregunta, en la cuestión 737 y siguientes,
a los Espíritus Superiores cuál es el objetivo de Dios
alcanzar a la humanidad por medio de los flagelos
destructivos: los Espíritus respondieron que es para
hacerla progresar más deprisa. Un ejemplo de flagelo
destructivo es la pandemia del Covid-19.
Al final de la respuesta, los Benefactores Espirituales
dicen que es necesario frecuentemente esa perturbación
para que más rápidamente se de la instauración de un
orden mejor de cosas y para que se realice, en algunos
años, lo que habría exigido muchos siglos.
Ocurre que, en este momento, el planeta está pasando por
una transformación. Todo lo que Dios crea tiene que
expandirse, crecer, evolucionar. Los mundos, como
nosotros que somos Espíritus, también evolucionan.
En el libro Obras Póstumas, de Allan Kardec, en
la segunda parte, hay un mensaje titulado “Regeneración
de la Humanidad”, cuyo trecho que importa para los fines
de este estudio reproducimos:
“La Tierra ha progresado, desde su transformación; tiene
aun que progresar y no quiere ser destruida. La
Humanidad, entre tanto, llegó a uno de los periodos de
su transformación y el mundo terreno va a elevarse en la
jerarquía de los mundos.
Lo que se prepara no es, pues, el fin del mundo
material, sino el fin del mundo moral. Es el viejo
mundo, el mundo de los preconceptos, del orgullo, del
egoísmo y del fanatismo que se desmorona [desmorona].
Cada día lleva consigo algunos destrozos. “Todo de el
acabará con la generación que se va y la generación
nueva levantará el nuevo edificio, que las generaciones
siguientes consolidarán y completarán (resaltamos).”
Esa transformación de la humanidad quedó conocida como
transición planetaria. Es una especie de caos
controlado. Cuando precisamos limpiar un estante de
libros, colocamos por norma los libros en el suelo, y la
sala o cuarto verá un desorden. Mas ese desorden es
controlado, porque tenemos un plan. Vamos a coger los
libros, limpiarlos, limpiar el estante, tal vez vamos a
separar algunos libros que no queremos más, y donarlos.
Pero ese caos, más allá de momentáneo, es controlado.
Eso es la transición planetaria. Podemos, no es raro,
creer que está todo equivocado, que la humanidad no
tiene forma, pero Jesús y los Espíritos que coordinan
ese proceso tienen el control de todo, y saben
exactamente todos los pasos que precisan ser dados para
alcanzar el objetivo.
De esa forma, hay necesidad de los cambios, y a veces
que ellos sean apresurados. De ahí las dificultades y la
gravedad del momento que estamos viviendo. Por eso
precisamos tener un cierto sentido de urgencia. Muchas
veces, oímos: “¡Ah, no voy a cambiar en esta existencia,
tengo la eternidad por delante!” Sin embargo, no nos
damos cuenta que no siempre tendremos las mismas
oportunidades. Pensamos que vamos a reencarnar en el
mismo país, en la misma familia, teniendo los mismos
recursos, pero no siempre es así.
Por otro lado, es pertinente una consideración. No
estamos entrando en el mérito si el mundo de regeneração
se iniciará en 2057, 2300 o en 3000. Hasta porque eso
poco importa. Lo que es relevante es entender la
gravedad del momento para realizar los cambios posibles
en nuestra conducta y alinearnos, lo máximo possible,
con la ley de amor.
En el Evangelio de Mateo, capítulo 24, versículos 15 al
17, Jesús hace referencia al momento por el cual estamos
pasando en la actualidad:
“Cuando, pues, veáis que la abominación de la
desolación, de que habló el profeta Daniel, está en el
lugar santo; quien lea, entienda;
Entonces, los que estuviesen en Judea, huyan para los
montes;
Y quien estuviera sobre el tejado no descienda a coger
alguna cosa de su casa [...].”
Comentando ese periodo difícil, el Espíritu Emmanuel, en
el libro Camino, Verdad y Vida, dice que: “[...]
la actualidad de la Tierra es de los más fuertes cuadros
en ese género. En todos los rincones, se establecen
luchas y ruinas. Venenos mortíferos son inoculados por
la política inconsciente en las masas populares. La
bajada está repleta de nieblas tremendas. Los lugares
santos permanecen llenos de tinieblas abominables.
Algunos hombres caminan al siniestro esplandor de
incendios. Se abona el suelo con sangre y lágrimas, para
la siembra del porvenir”.
Y añade el Benefactor: “[...] Es indispensable
mantenerse el discípulo del bien en las alturas
espirituales, sin abandonar la cooperación elevada que
el Señor ejemplificó en la Tierra; que ahí consolide su
posición de colaborador fiel, invencible en la paz y en
la esperanza, convencidos de que, después del pasaje de
los hombres de la perturbación, portadores de destrozos
y lágrimas, son los hijos del trabajo que siembran la
alegría, de nuevo, y reconstruyen el edificio de la
vida”.
De ese modo, verificamos que ese momento – en cierta
medida – es de destrucción, que se opera para que algo
nuevo surja. Lo que va al encuentro de que los Espíritus
Superiores se refirieron en la pregunta 737 de El
Libro de los Espíritus, al respecto de la
instauración de un orden mejor de cosas.
Esas alturas espirituales, mencionadas por Emmanuel, es
un estado de espíritu. Es la permanencia sobre el
tejado. La recomendación de Jesús es la de que, en ese
momento de nuestro planeta, permanezcamos encima del
tejado.
¿Y cómo hacer eso? Manteniéndonos, lo máximo posible, en
elevada vibración. La doctrina espírita enseña que el
pensamiento actual sobre los fluidos espirituales, así
como el sonido actua sobre el aire.
En el libro Los Poderes de la Mente, Suely Caldas
Schubert explica que nuestra mente es como si fuese un
motor que genera energía constantemente. La cualidad de
esa energía dependerá del tenor de los pensamientos y de
los sentimientos que la revisten, e irán a contaminar a
aquellos que están en el mismo patrón vibratorio.
Bajo esa óptica, añade Suely que todos nosotros estamos
sujetos a contagios de los más diversos, tanto por esos
procesos mentales, como porque “[...] siendo nuestro
periespíritu de naturaleza idéntica a la de los fluidos
espirituales, él los asimila con facilidad, como una
esponja se embebe de un liquido”.
Así, cuando frecuentamos un ambiente que está saturado
de malos fluidos, tenemos una sensación mala. Ocurre que
los poros de nuestro períespiritu absorven aquellos
fluidos. ¿Eso no ocurre con nosotros en determinados
lugares? Ese efecto de los malos fluidos espirituales
que contaminan la psicoesfera (atmósfera espiritual) del
lugar. Vulgarmente se dice: “El ambiente está pesado”.
La psicoesfera es el conjunto de los pensamientos de las
personas. Cada uno tiene la suya. Es un campo
eletromagnético que nos envuelve. Cada hogar tiene la
suya, cada ciudad, cada país, así como nuestro planeta.
Hay una creencia de que basta apenas pensar en positivo
para tener una vida plena. Pero no es apenas eso.
Evidentemente, el pensamiento positivo colabora mucho
para nuestra felicidad. No obstante, para mantenernos
encima del tejado en estos días revueltos, o sea, en
buena vibración, precisamos realizar la transición
planetaria dentro de nosotros mismos.
Pero, ¿en qué consiste esa transición? Es la renovación
interna, es la búsqueda del conocimiento de nosotros
mismos, es ese trabajo de transformación moral para
mejor. Porque sólo esa transformación mejorará la
psicoesfera del planeta y, de forma natural, alterará
los paisajes espirituales del orbe, porque la cualidad
moral de la población desencarnada guarda relación con
la cualidad moral de la población encarnada.
Por eso, el Benefactor Emmanuel acentuó que, “después
del pasaje de los hombres de la perturbación [los malos
alumnos de esta escuela, que es la Tierra], portadores
de destrozos y lágrimas, son los hijos del trabajo que
siembran la alegría, de nuevo, y reconstruyen el
edificio de la vida”.
Avanzando, vamos a abordar una de las varias causas de
descendida del tejado, que representa, en la
intepretación que hicimos del texto evangélico, la
descendida moral.
Existen los flagelos colectivos, que envuelven pueblos,
o hasta la humanidad como un todo, pero existen también
los flagelos personales, nuestras angustias, la
depresión, la ansiedad. En ese contexto, es oportuno
decir que en 2006 fuei publicado, por el Ministerio de
la Salud, un manual de Prevención al suicidio. Conforme
ese manual, los impactos psicológicos (perdidas
recientes) son factores de riesgo importantes.
La escritora Lya Luft, que desencarnó no hace mucho,
aseveró: “No queremos perder, ni deberíamos perder:
salud, personas, posición, dignidad o confianza. Pero
perder y ganar forma parte de nuestro proceso de
humanización”.
Por tanto, perder está en el paquete de nuestra
reencarnación. Durante la existencia terrena, tendremos
que lidiar con las perdidas, que son inevitables. En ese
sentido, en un seminario, Divaldo Franco recibió la
siguiente pregunta: ¿Cómo solucionar la perdida de un
ente querido, por medio de una tragedia proporcionada
por el amor? El médium respondió: si esa tragedia fue
por intermedio del amor, fue el amor de los sentidos (o
sea, mera atracción física).
Contó, pues, la siguiente historia, del tiempo en que él
(Divaldo) visitaba cementerios. Había ocurrido un caso
que conmocionó la ciudad de Salvador y también algunas
personas de la ciudad de Rio de Janeiro. Una jovem muy
bella, de familia tradicional, fue a hacer un curso con
un profesor de música. Él era un artista; ella un alma
sensible. Inevitablemente ella al piano y él al violín,
acabaron encontrándose en el lugar común de la música, y
se enamorarón.
La familia resolvió mandar a la joven a estudiar en
Europa, rompiendo ese vínculo; el joven, sin embargo,
descubrió donde la joven se encontraba. Fue entonces al
país donde ella estaba y reestablecieon la relación.
Volvieron a Brasil y fueron a residir en Rio de Janeiro.
La desesperación de la familia de la joven fue tan
grande, que los dos, percibiendo eso, hiciron un pacto
de amor, un pacto de locura, y se suicidaron.
Los periódicos de la época comunicaron lo ocurrido.
Divaldo halló aquello tan doloroso, tan terrible.
Estando en RJ y yendo al Cementerio San Juan Bautista,
para llevar el cuerpo de la madre de una amiga suya,
después de ver aquellas escenas que se desarrollaban en
el cementerio: es un “palco vivo de destinos”. Muchas
cosas que no fueron solucionadas aquí en el plano
físico, continúan en litígio en el cementerio o en otros
lugares.
Él veía entidades profundamente vinculadas al cuerpo
físico, cuando de repente escuchó una música muy bien
tocada en un violín, y un canto muy triste. Divaldo fue
en la dirección de la música, por cierto guiado por los
Buenos Espíritus, y vió sentado sobre una tumba de
marmol, a un hombre que tocaba violín y, al lado de él,
una joven arrodillada, con las marcas de la sustancia
tóxica que ingirió.
Entonces, el Espíritu Joanna de Ângelis afirmó: “Es la
pareja de la tragedia, solamente que entre ellos hay un
abismo, están tan próximos; y como optaron por la
destrucción del cuerpo, no se ven”. Ella gritaba por él,
y él amargado tocaba para poder evocar aquel amor no
concluido, que era un amor carnal. Porque el amor
verdadero no proporciona tragedia, el amor libera.
De esa forma, es necesario que aprendamos a desenvolver
un sentido de eternidad, a pensar como Espíritus, como
seres inmortales. Porque cuando nosotros pensamos apenas
como cuerpo (o sea, como si fuesemos sólo el cuerpo), no
conseguimos hacer la lectura correcta de lo que está
sucediéndonos, y acabamos desesperándonos por falta de
perspectiva.
La doctrina espírita esclarece que todo sufrimiento
tiene fecha y hora para terminar. Todavía, la manera de
por qué cada Espíritu reencarnado pasa por las
experiencias varia mucho. En el capítulo XIV, ítem IX,
de El Evangelio según el Espiritismo hay una
comunicación muy esclarecida del Espíritu San Agustín,
lo cual alecciona que las pruebas duras son, de
ordinario, indício de un fin de sufrimiento y de un
perfeccionamiento del Espíritu, dado que aceptas con el
pensamiento en Dios, o sea, sin reclamaciones. Es, de
esa forma, “un momento supremo, en el cual, sobre todo,
cumple al Espíritu no desfallecer murmurando, si no
quisiera perder el fruto de tales pruebas y volver a
recomenzar. En vez de vosotros quejaros, agradeced a
Dios la enseñanza que os proporciona de vencer, a fin de
somereros al premio de la victoria. Entonces, saliendo
de la turbación del mundo terrestre, cuando entrarais en
el mundo de los Espíritus, sereis ahí aclamados como el
soldado que sale triunfante de la refriega”.
Por tanto, en tiempos desafiantes como los actuales,
como ya referimos, es imprescindible el esfuerzo sincero
para manteneros encima del tejado. Y cuando, por
contingencias de la vida, sinsabores, traumas,
decepciones, estuviéramos a punto de descender del
tejado, que podamos cerrar los ojos y respirar hondo,
por cuanto habrá siempre una voz amiga dispuesta a
decirnos: “¡No descieda!”
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com
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