Especial

por Andres Gustavo Arruda

¡No descienda!

“Y quien estuviera sobre el tejado no descienda a coger alguna cosa de su casa.” (Mateus, 24:17)


En el capítulo VI de El Libro de los Espíritus, que trata de la Ley de Destrucción, hay preguntas que versan sobre los flagelos destructores. Antes de todo, vamos a conceptuar la palabra flagelo. Según el Diccionario Online de Portugués, flagelo es sinónimo de adversidad, calamidad, desgracia, epidemia, angustia, entre otras palabras. En el sentido figurado, significa tortura moral.

Allan Kardec pregunta, en la cuestión 737 y siguientes, a los Espíritus Superiores cuál es el objetivo de Dios alcanzar a la humanidad por medio de los flagelos destructivos: los Espíritus respondieron que es para hacerla progresar más deprisa. Un ejemplo de flagelo destructivo es la pandemia del Covid-19.

Al final de la respuesta, los Benefactores Espirituales dicen que es necesario frecuentemente esa perturbación para que más rápidamente se de la instauración de un orden mejor de cosas y para que se realice, en algunos años, lo que habría exigido muchos siglos.

Ocurre que, en este momento, el planeta está pasando por una transformación. Todo lo que Dios crea tiene que expandirse, crecer, evolucionar. Los mundos, como nosotros que somos Espíritus, también evolucionan.

En el libro Obras Póstumas, de Allan Kardec, en la segunda parte, hay un mensaje titulado “Regeneración de la Humanidad”, cuyo trecho que importa para los fines de este estudio reproducimos:

“La Tierra ha progresado, desde su transformación; tiene aun que progresar y no quiere ser destruida. La Humanidad, entre tanto, llegó a uno de los periodos de su transformación y el mundo terreno va a elevarse en la jerarquía de los mundos.

Lo que se prepara no es, pues, el fin del mundo material, sino el fin del mundo moral. Es el viejo mundo, el mundo de los preconceptos, del orgullo, del egoísmo y del fanatismo que se desmorona [desmorona]. Cada día lleva consigo algunos destrozos. “Todo de el acabará con la generación que se va y la generación nueva levantará el nuevo edificio, que las generaciones siguientes consolidarán y completarán (resaltamos).”

Esa transformación de la humanidad quedó conocida como transición planetaria. Es una especie de caos controlado. Cuando precisamos limpiar un estante de libros, colocamos por norma los libros en el suelo, y la sala o cuarto verá un desorden. Mas ese desorden es controlado, porque tenemos un plan. Vamos a coger los libros, limpiarlos, limpiar el estante, tal vez vamos a separar algunos libros que no queremos más, y donarlos. Pero ese caos, más allá de momentáneo, es controlado. Eso es la transición planetaria. Podemos, no es raro, creer que está todo equivocado, que la humanidad no tiene forma, pero Jesús y los Espíritos que coordinan ese proceso tienen el control de todo, y saben exactamente todos los pasos que precisan ser dados para alcanzar el objetivo.

De esa forma, hay necesidad de los cambios, y a veces que ellos sean apresurados. De ahí las dificultades y la gravedad del momento que estamos viviendo. Por eso precisamos tener un cierto sentido de urgencia. Muchas veces, oímos: “¡Ah, no voy a cambiar en esta existencia, tengo la eternidad por delante!” Sin embargo, no nos damos cuenta que no siempre tendremos las mismas oportunidades. Pensamos que vamos a reencarnar en el mismo país, en la misma familia, teniendo los mismos recursos, pero no siempre es así.

Por otro lado, es pertinente una consideración. No estamos entrando en el mérito si el mundo de regeneração se iniciará en 2057, 2300 o en 3000. Hasta porque eso poco importa. Lo que es relevante es entender la gravedad del momento para realizar los cambios posibles en nuestra conducta y alinearnos, lo máximo possible, con la ley de amor.

En el Evangelio de Mateo, capítulo 24, versículos 15 al 17, Jesús hace referencia al momento por el cual estamos pasando en la actualidad:

“Cuando, pues, veáis que la abominación de la desolación, de que habló el profeta Daniel, está en el lugar santo; quien lea, entienda;

Entonces, los que estuviesen en Judea, huyan para los montes;

Y quien estuviera sobre el tejado no descienda a coger alguna cosa de su casa [...].”

Comentando ese periodo difícil, el Espíritu Emmanuel, en el libro Camino, Verdad y Vida, dice que: “[...] la actualidad de la Tierra es de los más fuertes cuadros en ese género. En todos los rincones, se establecen luchas y ruinas. Venenos mortíferos son inoculados por la política inconsciente en las masas populares. La bajada está repleta de nieblas tremendas. Los lugares santos permanecen llenos de tinieblas abominables. Algunos hombres caminan al siniestro esplandor de incendios. Se abona el suelo con sangre y lágrimas, para la siembra del porvenir”.

Y añade el Benefactor: “[...] Es indispensable mantenerse el discípulo del bien en las alturas espirituales, sin abandonar la cooperación elevada que el Señor ejemplificó en la Tierra; que ahí consolide su posición de colaborador fiel, invencible en la paz y en la esperanza, convencidos de que, después del pasaje de los hombres de la perturbación, portadores de destrozos y lágrimas, son los hijos del trabajo que siembran la alegría, de nuevo, y reconstruyen el edificio de la vida”.

De ese modo, verificamos que ese momento – en cierta medida – es de destrucción, que se opera para que algo nuevo surja. Lo que va al encuentro de que los Espíritus Superiores se refirieron en la pregunta 737 de El Libro de los Espíritus, al respecto de la instauración de un orden mejor de cosas.

Esas alturas espirituales, mencionadas por Emmanuel, es un estado de espíritu. Es la permanencia sobre el tejado. La recomendación de Jesús es la de que, en ese momento de nuestro planeta, permanezcamos encima del tejado.

¿Y cómo hacer eso? Manteniéndonos, lo máximo posible, en elevada vibración. La doctrina espírita enseña que el pensamiento actual sobre los fluidos espirituales, así como el sonido actua sobre el aire.

En el libro Los Poderes de la Mente, Suely Caldas Schubert explica que nuestra mente es como si fuese un motor que genera energía constantemente.  La cualidad de esa energía dependerá del tenor de los pensamientos y de los sentimientos que la revisten, e irán a contaminar a aquellos que están en el mismo patrón vibratorio.

Bajo esa óptica, añade Suely que todos nosotros estamos sujetos a contagios de los más diversos, tanto por esos procesos mentales, como porque “[...] siendo nuestro periespíritu de naturaleza idéntica a la de los fluidos espirituales, él los asimila con facilidad, como una esponja se embebe de un liquido”.

Así, cuando frecuentamos un ambiente que está saturado de malos fluidos, tenemos una sensación mala. Ocurre que los poros de nuestro períespiritu absorven aquellos fluidos. ¿Eso no ocurre con nosotros en determinados lugares? Ese efecto de los malos fluidos espirituales que contaminan la psicoesfera (atmósfera espiritual) del lugar. Vulgarmente se dice: “El ambiente está pesado”.

La psicoesfera es el conjunto de los pensamientos de las personas. Cada uno tiene la suya. Es un campo eletromagnético que nos envuelve. Cada hogar tiene la suya, cada ciudad, cada país, así como nuestro planeta.

Hay una creencia de que basta apenas pensar en positivo para tener una vida plena. Pero no es apenas eso. Evidentemente, el pensamiento positivo colabora mucho para nuestra felicidad. No obstante, para mantenernos encima del tejado en estos días revueltos, o sea, en buena vibración, precisamos realizar la transición planetaria dentro de nosotros mismos.

Pero, ¿en qué consiste esa transición? Es la renovación interna, es la búsqueda del conocimiento de nosotros mismos, es ese trabajo de transformación moral para mejor. Porque sólo esa transformación mejorará la psicoesfera del planeta y, de forma natural, alterará los paisajes espirituales del orbe, porque la cualidad moral de la población desencarnada guarda relación con la cualidad moral de la población encarnada.

Por eso, el Benefactor Emmanuel acentuó que, “después del pasaje de los hombres de la perturbación [los malos alumnos de esta escuela, que es la Tierra], portadores de destrozos y lágrimas, son los hijos del trabajo que siembran la alegría, de nuevo, y reconstruyen el edificio de la vida”.

Avanzando, vamos a abordar una de las varias causas de descendida del tejado, que representa, en la intepretación que hicimos del texto evangélico, la descendida moral.

Existen los flagelos colectivos, que envuelven pueblos, o hasta la humanidad como un todo, pero existen también los flagelos personales, nuestras angustias, la depresión, la ansiedad. En ese contexto, es oportuno decir que en 2006 fuei publicado, por el Ministerio de la Salud, un manual de Prevención al suicidio. Conforme ese manual, los impactos psicológicos (perdidas recientes) son factores de riesgo importantes.

La escritora Lya Luft, que desencarnó no hace mucho, aseveró: “No queremos perder, ni deberíamos perder: salud, personas, posición, dignidad o confianza. Pero perder y ganar forma parte de nuestro proceso de humanización”.

Por tanto, perder está en el paquete de nuestra reencarnación. Durante la existencia terrena, tendremos que lidiar con las perdidas, que son inevitables. En ese sentido, en un seminario, Divaldo Franco recibió la siguiente pregunta: ¿Cómo solucionar la perdida de un ente querido, por medio de una tragedia proporcionada por el amor? El médium respondió: si esa tragedia fue por intermedio del amor, fue el amor de los sentidos (o sea, mera atracción física).

Contó, pues, la siguiente historia, del tiempo en que él (Divaldo) visitaba cementerios. Había ocurrido un caso que conmocionó la ciudad de Salvador y también algunas personas de la ciudad de Rio de Janeiro. Una jovem muy bella, de familia tradicional, fue a hacer un curso con un profesor de música. Él era un artista; ella un alma sensible. Inevitablemente ella al piano y él al violín, acabaron encontrándose en el lugar común de la música, y se enamorarón.

La familia resolvió mandar a la joven a estudiar en Europa, rompiendo ese vínculo; el joven, sin embargo, descubrió donde la joven se encontraba. Fue entonces al país donde ella estaba y reestablecieon la relación. Volvieron a Brasil y fueron a residir en Rio de Janeiro. La desesperación de la familia de la joven fue tan grande, que los dos, percibiendo eso, hiciron un pacto de amor, un pacto de locura, y se suicidaron.

Los periódicos de la época comunicaron lo ocurrido. Divaldo halló aquello tan doloroso, tan terrible. Estando en RJ y yendo al Cementerio San Juan Bautista, para llevar el cuerpo de la madre de una amiga suya, después de ver aquellas escenas que se desarrollaban en el cementerio: es un “palco vivo de destinos”. Muchas cosas que no fueron solucionadas aquí en el plano físico, continúan en litígio en el cementerio o en otros lugares.

Él veía entidades profundamente vinculadas al cuerpo físico, cuando de repente escuchó una música muy bien tocada en un violín, y un canto muy triste. Divaldo fue en la dirección de la música, por cierto guiado por los Buenos Espíritus, y vió sentado sobre una tumba de marmol, a un hombre que tocaba violín y, al lado de él, una joven arrodillada, con las marcas de la sustancia tóxica que ingirió.

Entonces, el Espíritu Joanna de Ângelis afirmó: “Es la pareja de la tragedia, solamente que entre ellos hay un abismo, están tan próximos; y como optaron por la destrucción del cuerpo, no se ven”. Ella gritaba por él, y él amargado tocaba para poder evocar aquel amor no concluido, que era un amor carnal.  Porque el amor verdadero no proporciona tragedia, el amor libera.[1]

De esa forma, es necesario que aprendamos a desenvolver un sentido de eternidad, a pensar como Espíritus, como seres inmortales. Porque cuando nosotros pensamos apenas como cuerpo (o sea, como si fuesemos sólo el cuerpo), no conseguimos hacer la lectura correcta de lo que está sucediéndonos, y acabamos desesperándonos por falta de perspectiva.

La doctrina espírita esclarece que todo sufrimiento tiene fecha y hora para terminar. Todavía, la manera de por qué cada Espíritu reencarnado pasa por las experiencias varia mucho. En el capítulo XIV, ítem IX, de El Evangelio según el Espiritismo hay una comunicación muy esclarecida del Espíritu San Agustín, lo cual alecciona que las pruebas duras son, de ordinario, indício de un fin de sufrimiento y de un perfeccionamiento del Espíritu, dado que aceptas con el pensamiento en Dios, o sea, sin reclamaciones. Es, de esa forma, “un momento supremo, en el cual, sobre todo, cumple al Espíritu no desfallecer murmurando, si no quisiera perder el fruto de tales pruebas y volver a recomenzar. En vez de vosotros quejaros, agradeced a Dios la enseñanza que os proporciona de vencer, a fin de somereros al premio de la victoria. Entonces, saliendo de la turbación del mundo terrestre, cuando entrarais en el mundo de los Espíritus, sereis ahí aclamados como el soldado que sale triunfante de la refriega”.

Por tanto, en tiempos desafiantes como los actuales, como ya referimos, es imprescindible el esfuerzo sincero para manteneros encima del tejado. Y cuando, por contingencias de la vida, sinsabores, traumas, decepciones, estuviéramos a punto de descender del tejado, que podamos cerrar los ojos y respirar hondo, por cuanto habrá siempre una voz amiga dispuesta a decirnos: “¡No descieda!”

 


[1] FRANCO, Divaldo Pereira. O Amor como Solução (Seminário). Parte 04-06 (13:10 a 16:40). Disponível em: LINK-1 Acesso em: 1 jun. 2022. Adaptado.


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita