Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Caridad


El libro de la vida


 

Hace mucho tiempo, en un reino muy lejos de aquí, había un rey que buscaba un anciano para ser ministro de su reino. El rey era muy fiel a Dios y quería ser un buen
soberano para su pueblo. Por eso quería encontrar a alguien que conociera las Leyes de Dios, que viviera sabiamente y que pudiera ayudarlo a cuidar de su pueblo.

En el reino había una ley según la cual todas las acciones significativas que alguien hiciese fueran registradas en un libro. Cada ciudadano tenía un libro de su propia vida.

Los enviados del rey recorrieron, durante varias semanas, todas las partes del reino buscando personas que tuvieran las cualidades necesarias para el puesto. Finalmente, dos hombres fueron llevados al palacio.

El rey los recibió en el salón del palacio, donde se presentaron.

Los libros de la vida de cada uno fueron entregados al rey y él comenzó a hojear uno de ellos.

- Veo que uno de ustedes ha hecho muchas buenas obras - dijo el rey admirado. – Distribuyó muchas donaciones a muchos necesitados. Y lo hizo muchas veces.

Entonces uno de los hombres, dirigiéndose al rey, dijo:

– Majestad, probablemente ese es mi libro. Vengo de una familia adinerada y he sido rico toda mi vida. Aunque vivía con bastante comodidad, me acordaba periódicamente de los que no tenían muchos recursos y los ayudaba, haciendo donaciones a varias familias e incluso a organizaciones de caridad en varias ocasiones.

- ¡Muy bien! Es Ley de Dios que nos preocupemos por los que tienen menos que nosotros y practiquemos la fraternidad. Me alegro de que hayas actuado de esa manera.

Al ver que había complacido al rey, el hombre sonrió. Confiado, pensó que sería difícil no ser elegido. Como tenía mucho dinero, había hecho grandes donaciones. El otro hombre difícilmente podría haber donado tanto dinero, ropa y comida como él.

El rey entonces comenzó a hojear el segundo libro, que no tenía tantas anotaciones como el primero.

El segundo hombre, tranquilo y de mirada amable, esperaba los comentarios del rey. Pero, con humildad, no creía tener condiciones de competir con su colega.

- Dígame, buen hombre, cómo fue su vida. ¿También es rico y ha repartido parte de tu fortuna?

– Majestad, estoy muy feliz de poder conocerlo personalmente y me gustaría inmensamente tener las condiciones para servirle como ministro. Su bondad y dedicación a nuestro pueblo es reconocida y comentada incluso lejos de aquí. Pero, desafortunadamente, mi libro no tiene tantas anotaciones como me gustaría.

Y prosiguió:

– Soy huérfano, fui criado por una familia pobre, que me acogió. Desde muy joven tuve problemas de salud y muchas veces necesité de la ayuda de los demás – continuó el pobre hombre.

- ¿Como así? - preguntó el rey. – Veo aquí que organizó trabajos comunitarios, hizo campañas para ayudar a las familias necesitadas. Trabajó horas extras, de noche y los fines de semana, para conseguir dinero y comprar medicinas para los niños enfermos... Me dice que no es rico, y sin embargo hizo donaciones a los necesitados.

– Sí, lo que está escrito allí no es mentira. Siempre hice lo que pude, pero creo que no fue tanto. Desearía haber hecho mucho más. La gente siempre necesita algo. A veces, bienes materiales. Otras veces, atención y cariño. Cada vez que lograba hacer algo por alguien, yo era el que se alegraba. Sé de la importancia del gesto de donación, tanto para quien recibe como para quien da. Así que desearía haber podido hacer mucho más.

Al oír estas palabras, el rey sonrió satisfecho, pues había encontrado a su ministro. Incluso dando menos cantidades de dinero y otros recursos, las donaciones del hombre pobre valían mucho más para el rey que las del rico, porque el primero incluso hizo sacrificios para ayudar al próximo. Incluso pobre y enfermo, todavía encontró muchas maneras de ayudar a los necesitados.

El hombre rico también era un buen hombre, sin duda. Pero donó lo que le sobraba.

Y así fue como el hombre pobre fue llevado a vivir al palacio y ser el ministro del reino. Los dos se llevaban muy bien y juntos pudieron trabajar por el bienestar del pueblo. Y todo el reino se llenó de abundancia y felicidad.

Así es también la forma como Dios considera nuestras actitudes. Él no espera que hagamos lo que no nos es posible. Pero, dentro de nuestras condiciones, que hagamos todo el bien que podamos.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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