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Obsesión: la experiencia de
Edith Fiore |
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Edith Fiore es una psicóloga norte-americana que admitió
los conceptos de la sobrevivencia del alma y de la
reencarnación, y los aplicó en su práctica
psicoterapéutica. Publicó, en 1987, una obra - Posesión
espiritual -, relatando gran parte de su
experiencia, conquistada durante varios años, habiendo
atendido a más de quinientos pacientes.
Edith se valió del término posesión para
referirse a las influencias perniciosas de seres
desencarnados sobre los individuos. Los espíritas
prefiren la expresión obsesión, pues posesión da
la idea equivocada de que el Espíritu toma posesión del
cuerpo de su víctima. Lo que ocurre, en verdad, es una
influencia en el campo mental. La personalidad envuelta
pasa a asimilar los pensamientos y sentimientos del
desencarnado, derivando de ese hecho, una sintomatología
variada.
Fiore se graduó en psicología por la Universidad de
Miami, en 1969, e inició su actividad psicoterapéutica
por la técnica de la hipnosis. A través de la hipnosis,
ella conseguía un mayor relajamiento del paciente,
auxiliándolo a comprender la dinámica de sus trastornos
mentales. Ella consideraba la hipnosis como uno de
los medios más rápidos de alcanzar la mente
subconsciente, deposito de todos los recuerdos.
Algo extraño, eventualmente, ocurría con algunos de sus
pacientes. Inducidos al relajamiento, se comportaban de
una forma extraña, como si estuviera manifestándose, a
través de ellos, otra personalidad. Dialogando con esa
supuesta personalidad, verificó que eran seres
desencarnados que venían acompañando a su paciente, a
veces, por muchos años, y que los síntomas perturbadores
estaban relacionados a aquella influencia. Y lo más
importante. Al dialogar con la supuesta “alma del otro
mundo” y esclarecerla de su condición, convenciéndola a
acompañar a los “seres de luz”, los pacientes mejoraban
acentuadamente. Muchos pacientes se quejaban de tener
a alguien dentro de ellos. Edith supuso que fuesen médiuns
reacios. Cuando los Espíritus se mostraban
dispuestos a repasar el propio comportamiento, ella
invocaba a amigos espirituales próximos de la vcítima o
parientes desencarnados para ayudarlos.
Según ella las entidades que no habían hecho
transiciones bien exitosas para la vida futura causaban
problemas, afectando a las personas de maneras dañinas y
destructivas por medio de la posesión. Del auxilio dado
a los espíritus obsesores para salir resultaba la
eliminación de los efectos devastadores, no es raro
modificando dramáticamente vidas interas.
La sorprendió profundamente el hecho de que desde que
me di cuenta de ese fenómeno descubrí que por lo menos
el setenta por ciento de mis pacientes eran poseídos y
que esa situación les causaba la molestia. Mostró
que la mayoría de los casos tuvo soluciones directas y
sin complicaciones – algunos pacientes mejoraban con
apenas una sesión - pero algunos casos demandaron una
serie larga de intervenciones psicoterapéuticas. Unos
pocos no consiguieron librarse de la influencia
espiritual. La psicóloga percibió que los casos más
difíciles eran aquellos en que se notaba una conexión
entre el Espíritu y el encarnado que se reportaba a una
existencia pasada. Esa conexión se daba por el odio o
por fijaciones afectivas pasionales. En algunos casos,
el paciente se sentía tan unido a la entidad
desencarnada, que lo atraía, no permitiendo que él fuese
encaminado por los Espíritus amigos para condiciones
apropiadas a su situación espiritual.
Fiore creía que la mayoría de los pacientes internados
en instituciones mentales presenta sus síntomas en
derivación de influencia obsesiva. Dice ella: las
voces que oyen son reales; algunas de sus alucinaciones
visuales son vislumbradas del plano astral inferior. Sobre
la esquizofrenia ella afirmó: No me parece que todos
los esquizofrénicos sean psicóticos por causa de la
posesión. Tengo la impresión de que ellos – en adicción
a su dolencia mental – son indudablemente poseidos. La
posesión es un fardo adicional que les incumbe cargar.
Edith encaraba a las entidades posesoras como a los
verdaderos pacientes. Afirmó que ellos sufren
intensamente, tal vez hasta sin comprenderlo.
Prisioneras virtuales, están presas al plano de la
tierra y se sienten exactamente como se habían sentido
momentos antes de su muerte, que puede haber ocurrido
decenios atrás. En consonancia de eso, procuraba
tratarlos con mucho cariño. Decía que mi meta
terapéutica es ayudar a los espíritus posesores, que se
encuentran volcados con el mayor de los sufrimientos,
aunque eso signifique para los pacientes necesidad de
continuar sobrecargados por más tiempo, en cuanto se
cultivase la disposición de los posesores para partir.
Si yo fuese capaz de “auyentarlos”, estaría creando un
problema monstruoso, porque ellos volverían a ser
personas desequilibradas y tal vez se aferrasen a otras
personas insospechadas.
La autora de Posesión espiritual, relacionó
varios motivos que, en su experiencia, hacían ciertas
entidades permanecer atadas al plano material, en vez de
completar la transición para el mundo espiritual. Las
más comunes son, según ella, la ignorancia, la confusión
y el miedo, apegos excesivos a personas o lugares, o a
las inclinaciones por las drogas, por el alcohol, por el
tabaco, por la comida o por el sexo.
Un sentido sin proposito de negocios no concluidos
también impulsa a menudo a los Espíritus a quedarse en
el mundo físico. Curiosamente, eso puede hacer que la
víctima sienta una compulsión inexplicable para hacer
cosas por las cuales, hasta, entonces no manifestó
interés alguno.
Algunos se quedan determinados a vengarse y unirse,
odiosamente, a aquellos que los perjudicaron.
Comunicandose con los Espíritus, a través de sus
pacientes, quedó sabiendo que algunas personas estaban
tan convencidas, durante la propia existencia, de que no
había nada después de la muerte, que simplemente se
negaban a ver a los miembros de la familia o los guías
espirituales que venían a buscarlas. En vez de eso,
deambulaban sin rumbo en un estado de confusión e
ignorancia, que, no es raro, duraba años. Algunas
personas se encontraban en un estado tan profundo de
confusión al morir que simplemente no percibían que
estaban muertos. Eso era particularmente verdadero
tratándose de suicidas.
Sobre el suicidio comentó: Independientemente de
cualquier otra cosa, parece que al suicidarse, están
apenas postergando el aprovechamiento de sus lecciones y
retardando su progreso espiritual, pues tendrán que
encontrarse aun en otra situación de prueba, en que el
suicidio será una seria opción en alguna existencia
futura.
El apego excesivo a los vivos era una fuerte razón acto
de algunas entidades para permanecer presas a la Tierra.
Los padres quedaban para “ayudar” a los hijos, mientras
estos crecían; parejas matrimoniales permanecían, merced
de un interés afectuoso por sus respectivos conyuges, o
por celos. Pero por más bien intencionados que fuesen
los motivos, el apego de los Espíritus siempre
ocasionaba problemas graves: los padres superprotectores
retardaban el desarrollo de los hijos, porque les
infundían sus temores; los esposos amantes quedaban muy
perturbados, cuando los conyuges volvían a casarse, y
muchas veces, procedían a la destrucción deliberada de
los nuevos casamientos.
En un caso, el Espíritu de un joven quedó cerca del
hermano más joven que lo idolatraba, a fin de
“ayudarlo”. Porque la entidad había sido viciada en
marihuana, el hermano vivo acabó usando la droga – y,
luego después, pasó a usar otras también.
De acuerdo con Edith Fiore uno de los lazos más robustos
que prenden los Espíritus al mundo físico es la
propensión para el alcohol, para las drogas, para el
sexo y para la comida. Si una persona muriese mientras
se encontrase bajo el dominio de un declive de esa
naturaleza, la necesidad más irresistible sentida
inmediatamente después de la muerte era por la sustancia
o sensación objeto de la inclinación. El Espíritu, ciego
a la propia partida, buscaba apenas satisfacer su
compulsión. Los viciados espirituales, según ella,
acostumbraban aglomerarse en torno de los viciados vivos
y de los lugares por ellos frecuentados, intentando
experimentar de nuevo lo que fuera antes el tema
dominante de su vida.
Edith examinó, en detalles, las diversas manifestaciones
clínicas de las influencias obsesivas. Creía que la
influencia dependia de algunos factores como la fuerza
intrínseca del individuo comparada con la del Espíritu
obsesor y las condiciones que debilitabán al obsesado,
como el estrés, o uso de drogas o alcohol y dolencias
físicas.
Muy importante, también, según ella, la actitude mental
y el control de las emociones, que cuando son
desequilibradas generán la vulnerabilidad que prepara
la escena para la posesión. Ella creía que la
mayoría de sus pacientes eran constituída de médiuns
no controlados, y que su papel terapéutico en
relación a tales personas llevaba a una interrupción
de la mediumnidad y una ayuda a la persona para volverse
más firme, centrada y equilibrada.
La autora relacionó, en su obra, varias señales que
pueden estar relacionadas a la influencia obsesiva,
tales como:
1 - Voz (es) que hablan con el individuo
2 - Nivel bajo de energía, con la sensación permanente
de cansancio físico o mental.
3 - Abusos de drogas, incluido el alcohol
4 - Comportamiento impulsivo, llevando al individuo a
hacer cosas sin pensar, y, muchas veces, arrepentiéndose
de lo que hizo.
5 - Problemas de memoria
6 - Concentración débil
7 - Inicio repentino de ansiedad y depresión
8 - Inicio repentino de problemas físicos sin causa
manifiesta, tales como, dolores de cabeza, dolores por
el cuerpo, sensación de hinchazón, insomnio, ganar peso,
alergía, olas intensas de calor
9 - Reacciones emocionales y/o físicas a las lecturas
edificantes
10 – Reducción del impulso sexual
11 - Tensión y distanciamiento entre parejas
matrimoniales o parientes
12 - Visión empañada, dolores de toda especie y
cansancio generalizado (especialmente cuando el Espíritu
influenciador había muerto en edad avanzada).
13 - Fobias diversas, algunas veces, relacionadas con
las circunstancias de la experiencia de muerte del
obsesor.
14 – Cambios de personalidad, llevando a los pacientes a
pensar: ¡Este no soy yo!
En el proceso de liberación espiritual de los envueltos,
Edith se valía del diálogo fraterno y afectuoso con los
desencarnados, y orientaba a sus pacientes en cuanto a
la necesidad de cuidarse física y emocionalmente.
Recomendaba a ellos que grabasen mensajes edificantes y
esclarecedores y oyesen esos mensajes una o más veces al
día. Eso auxiliaba a los pacientes en mantener una
actitud mental elevada y también a las compañías
espirituales. Los pacientes deberían dialogar con los
Espíritus de forma amorosa, motivándolos a asumir su
condición de Espíritus, confiando en los benefactores
espirituales, que deberían orientarlos. Los pacientes
deberían orar y aplicar una especie de visualización
mental, que ella denominaba técnica de la luz blanca:
Utilizando su imaginación creativa, imagine que usted
tiene un sol en miniatura, exactamente igual al sol de
nuestro sistema solar, enterrado profundamente en el
plexo solar. Ese sol irradia a través de cada átomo y de
cada célula de su ser. Llénelo de luz desde las puntas
de los dedos hasta la coronilla de la cabeza y las
plantas de los pies. Resplandece a través y más allá de
usted a una distancia de un brazo de largo en todas las
direcciones – arriba de la cabeza, debajo de los pies,
para fuera de los costados, creando un aura – una Luz
Blanca brillante, brillante, radiante, que lo cerca y
protege completamente contra cualquier negatividad o
daño.
Finalmente, pedia a los pacientes que organizaran un
grupo de personas amigas y que se reuniesen con ese
grupo. Ellos deberían orar, visualizar la luz blanca e
imponer sus manos sobre el paciente, pero sin tocarlo.