Tema: Hay males que vienen para el bien
La flor y el muro
Érase una vez una flor que vivía en el patio trasero del
Sr. Milton.
A él le gustaban mucho las plantas y cuidaba de ellas
con cariño. Por eso, su patio trasero era un lugar muy
agradable y sus plantas muy bonitas.
A pesar de que todo iba bien ahí, había una flor que
estaba insatisfecha.
A ella le gustaba la tierra suave, el agua fresca que
llegaba a sus raíces y hasta las de sus vecinas. Le
gustaban también los elogios que el Sr. Milton le hacía,
apreciando su color, sus pétalos delicados y su suave
perfume. Pero ella no aceptaba
el hecho de haber sido plantada cerca del muro del patio
trasero. Vivía
quejándose de eso.
La flor adoraba cuando los rayos del sol de la mañana
llegaban hasta ella con ese calorcito delicioso. La flor
era vanidosa y pensaba que se veía más vistosa con la
luz del sol. Pero el muro tapaba el sol en determinadas
horas del día y a ella no le gustaba ni un poco quedarse
en la sombra.
Además, a la flor tampoco le gustaba que el muro le
impidiera ver a las personas que pasaban al otro lado,
en la vereda de esa calle. A ella también le gustaría
poder ser vista y admirada por todos.
- ¡Este muro gigante solo sabe estorbar! No sé por qué
el Sr. Milton me plantó aquí.
La flor reclamaba casi todos los días y creía que era
realmente desafortunada por vivir en esas condiciones.
Pero el muro había sido construido hacía mucho tiempo.
Estaba torcido y amenazaba con caerse en cualquier
momento. Un día, el Sr. Milton contrató a unos hombres
que vinieron y derrumbaron el muro.
La flor no creyó lo que estaba pasando.
- ¡Hoy es mi día de suerte! Dios debe haber escuchado
mis oraciones. O debe haber
visto que merecía mucha más libertad. ¡Qué bueno! Adiós,
muro indeseable – dijo con desdén.
Cuando los hombres se fueron y la polvareda bajó, la
flor, muy feliz, se quedó admirando
la calle y las personas que pasaban. Pero
también pasaban algunos animales.
Y uno de ellos, un perrito muy curioso, decidió entrar
en el patio trasero del Sr. Milton y además se hizo pipí
en una de las plantas.
La flor quedó horrorizada.
- ¡Qué barbaridad! ¡Qué perro atrevido! ¡Es
inaceptable!
A pesar de ese suceso desagradable, la flor estaba
disfrutando de la novedad, pues algunas personas que
pasaban, miraban hacia el interior, y admiraban las
plantas de ese bello patio trasero. La flor se envanecía
y se estiraba para aparecer aún más.
De hecho, ella era notada por todos, pues era una flor
muy bonita. Por ser tan bella, una niña quiso tener esa
flor para ella. Y así, entró en el patio trasero y
sujetó el tallo de la flor para arrancarla. Felizmente,
el Sr. Milton apareció justo a tiempo y la niña,
avergonzada, salió corriendo, sin llevarse la flor.
La flor no murió arrancada. Pero casi murió del susto.
Jamás había imaginado que eso pudiera pasar.
Y las horas fueron pasando. A la flor ya no le estaba
gustando ni un poco estar expuesta. Pero
la situación empeoró todavía más.
Sin el muro, no había nada más que tapara el fuerte sol
de la tarde. La flor, que siempre estaba protegida por
la sombra del muro, no conocía ese calor tan intenso.
Ella, que antes pensaba que cuanto más sol hubiera,
mejor, ya no podía aguantar más.
El día pasó y, con la noche, la flor pudo descansar un
poco. Pero no por mucho tiempo, pues un viento que venía
de la calle comenzó a soplar con fuerza y balancear
tanto las plantas del patio que varios pétalos de la
flor cayeron. Hasta
sus hojas quedaron lastimadas.
Al otro día, la flor no se sentía nada bien. Cuando el
sol de la mañana alcanzó nuevamente a la flor, en vez de
aprovechar, como hacía antes, ella se quedó preocupada,
imaginando que ese sería otro día difícil. Y lo fue. Y
al día siguiente también.
- Dios mío, no sé hasta cuando podré soportarlo – decía
exhausta.
La flor, desgastada, ya no parecía la misma. Sin
pétalos, marchita, sin belleza y sin alegría, ya estaba
perdiendo hasta la esperanza de conseguir sobrevivir.
Hasta que, en una bella mañana, un camión se estacionó
en la calle y descargó una pila de ladrillos. Más tarde
vinieron dos hombres y comenzaron a reconstruir el muro.
Y con eso reconstruyeron también las esperanzas de la
flor.
En pocos días el nuevo muro quedó listo.
Cuando la flor sintió nuevamente el frescor de la sombra
del muro, exclamó:
- ¡Gracias a Dios! ¡Muchas gracias, Dios mío!
A la flor y las otras plantas del patio todavía les
llevó algún tiempo para recuperarse. Pero poco a poco
todo volvió a la normalidad. La flor volvió a ser bonita
y alegre.
Solo algo fue diferente: la flor nunca más se quejó del
muro.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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