Tema: Esfuerzo y progeso
El pez rojo
Érase una vez un pez rojo que vivía en un lindo lago,
donde vivián también otros peces.
Un pequeño canal traía agua al lago constantemente.
Al otro lado, otro canal, también angosto, drenaba el
exceso de agua y así el lago se mantenía siempre con la
misma cantidad de agua renovada. Los peces vivían muy
bien ahí. Sin esfuerzo, conseguían alimentarse de hojas,
insectos y larvas. No necesitaban nadar mucho, ni
esforzarse para nada. Algunos incluso vivían apoyados en
el fondo o en la ribera del lago, perezosos.
Sin embargo, con el tiempo, las condiciones del lago
fueron cambiando.
A veces, el flujo de agua, que llegaba al lago, se
reducía bastante o incluso se detenía. A
veces faltaba lluvia, otras veces algo bloqueaba el paso
del agua. Cuando esto sucedía, los peces comenzaban a
sentirse mal. El agua quedaba sucia, oscura, con poco
oxígeno...
Pero los peces no hacían nada más que esperar a que se
resolviera el problema. Cuando esto sucedía, se
aliviaban y rápidamente se olvidaban del problema, que
volvía cada vez con más frecuencia.
Solo un pez rojo, que era muy listo, se quedaba
preocupado.
- ¿Y si pasa de nuevo? ¿Y si dura más tiempo? ¿Podremos
sobrevivir? ¿Nuestro lago seguirá siendo el mejor lugar
para nosotros? – pensaba.
Rojo intentaba conversar con los demás, pero nadie
quería pensar en problemas.
Solo, comenzó a buscar una solución. Quería encontrar
otro lugar más seguro para que todos vivieran.
Primero aprendió a saltar fuera del agua. Para intentar
ver lo que había alrededor del lago. Tomaba impulso y
con fuerza daba grandes saltos. Pero no veía ningún otro
lago cercano.
Los otros peces se incomodaban por su comportamiento
agitado y se quejaban, diciéndole que se detuviera.
El pez rojo entonces comenzó a observar cómo funcionaba
el lago y se dio cuenta de que sería fácil seguir el
agua que salía del lago, siguiendo la corriente. El agua
tenía que ir a alguna parte y quería saber adónde.
Solo había un problema: el canal por donde el agua
corría era pequeño y angosto para Rojo.
Pero no se dio por vencido. Decidió mantener su cuerpo
más delgado, para poder pasar. Y así, comenzó a comer
menos. Solo lo suficiente para no pasar hambre y
mantener la salud.Un día se dio cuenta de que estaba lo
suficientemente delgado como para caber en el canal. Y
así, con un poco de esfuerzo y la ayuda del agua,
comenzó a moverse saliendo del lago.
El pez rojo emprendió entonces un largo viaje. Pero, un
viaje muy agradable. El canal estrecho pronto se fue
ensanchando y también recibiendo agua de otros canales.
Entonces este canal, ya mucho más grande, desembocó en
un río. Y el río, que también era pequeño al principio,
se hizo grande, con un caudal enorme de agua y animales
de varias especies.
A lo largo del camino, el pez rojo fue conociendo
paisajes, plantas y animales increíbles. Se maravilló de
todo lo que vio.
El pez rojo comenzó a vivir en ese gran río. Allí
aprendió cosas fantásticas, hizo buenos amigos y se
sentía seguro y muy feliz.
Pero un pensamiento todavía lo incomodaba. ¿Cómo
estarían sus antiguos compañeros? ¿Estarían
bien?
Siempre pensando en ellos, y sintiendo el compromiso de
ofrecerles su experiencia, el pez rojo decidió regresar.
Y, así, hizo el viaje de regreso, esta vez con mucho más
esfuerzo, pues nadó contracorriente. Tuvo que escurrirse
para pasar por el pequeño canal. Pero su voluntad fue
grande y lo logró.
Llegó, cansado pero feliz, a su antiguo hogar.
Sin embargo, su felicidad duró poco. Los otros peces no
le prestaron la mínima atención. Rojo les contó sobre el
río y habló de las diferencias y las ventajas que
encontró allá, pero los demás no parecían creerle o no
les importaba.
El pez rojo trató de explicar los peligros que ellos
corrían al continuar allí. Los animó a hacer dieta y
esforzarse para pasar por el pequeño canal de salida
del lago. Les
aseguró a todos que valía mucho la pena.
Pero los peces del lago, como se sentían cómodos, se
rieron como si Rojo estuviera proponiendo algo absurdo o
imposible.
Decepcionado con la reacción de sus compañeros, el pez
rojo decidió irse. No había nada más que pudiera hacer.
Una vez más hizo el largo viaje.
Al llegar al río, encontró de nuevo a sus amigos y el
bienestar.
Volvió a vivir feliz y en paz. El río era su hogar
ahora.
De vez en cuando pensaba en los peces del lago.
Se preocupaba por ellos, especialmente cuando tenía
noticias de que no había llovido por mucho tiempo.
Por eso, él rezaba, pidiendo a Dios por sus vidas y para
que comprendieran a tiempo, que sin esfuerzo, nadie
progresa.
(Adaptación de un cuento egipcio.)
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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