|
Los excesos de la
“justicia” humana |
|
|
|
La ley celestial de la justicia está muy bien explicada
en la seminal obra de Allan Kardec, El Libro de los
Espíritus. En la pregunta nº 875, el Codificador
indaga a la entidad espiritual que lo asistía en la
elaboración del lapidario libro: “¿Cómo se puede
definirl la justicia?” Y la respuesta es instigante: “La
justicia consiste en cada uno respetar los derechos de
los demás”.
Note que ella no se refiere o alude a las cuestiones
técnicas ni tampoco usa una frase hermética. Por el
contrario. Ella simplemente realza la esencia del asunto
al emplear el verbo respetar –recurso vital, por señal,
a la construcción de una sociedad verdaderamente digna
armoniosa y equilibrada. En efecto, donde no hay respeto
tampoco no hay justicia.
Puesto esto, conviene recordar que el papel de la
justicia ha sido ampliamente criticado en nuestra patria
en los tiempos presentes por causa de los arrobos de los
magistrados al interpretar la ley sin el debido amparo
legal registrado en la letra de la Constitución. No sin
razón, muchos juristas eminentes, algunos sectores más
esclarecidos de la imprenta y destacados miembros de la
sociedad han apuntado los peligros derivados de la juristocracia que
ahora difunde en nuestras regiones. El resultado de
tales excesos no podría ser peor a los ciudadanos, ya
que sus derechos de poder libremente expresarse están
siendole lentamente subtraídos. A fin de cuentas, en la
actualidad, una simple conversación entre amigos o
parientes a través de WhatsApp, por ejemplo, puede ser
posible de severas implicaciones legales a sus
participantes si la autoridad judicial así lo entiende.
Volviendo a Kardec y su obra arriba citada, él
profundiza aun más el asunto conforme respuesta dada a
la pregunta nº 877: “[...] En vuestro mundo, porque
la mayoría de los hombres no practica la ley de
justicia, cada uno usa las represalias. Esa es la
causa de la perturbación y de la confusión en que viven
las sociedades humanas. La vida social otorga derechos e
impone deberes recíprocos”. De hecho, la práctica de la
justicia en nuestro mundo aun es de veras imperfecta,
hasta porque sus ejecutores – personas igualmente
pasibles de graves defectos comportamentales - tampoco
no consiguen operacionalizarla de manera satisfactoría,
teniendo en cuenta lo que vige hoy en nuestro país, así
como en otras naciones del planeta. Ciertamente poco
afectos a las cosas espirituales, pues, de lo contrario,
serían más cuidadosos en el ejercicio de su menester, no
divisan el mal que están causando no a penas a los
otros, sino inclusive a sí mismos. No perciben que “Toda
la realidad es la del Espíritu y toda la paz es la del
entendimiento del reino de Dios y de su justicia”,
conforme argumenta el Espíritu Emmanuel, en el libro A
Camino de la Luz (psicografia de Francisco Cândido
Xavier).
Buscando el examen criterioso de tan delicado tema,
Kardec inquiere en la pregunta nº 874: “¿Siendo
la justicia una Ley de la Naturaleza, cómo se explica
que los hombres la entiendan de modos tan diferentes,
considerando unos justo lo que a otros parece injusto?”
Y la respuesta ofrecida no podría ser más esclarecedora:
“Es porque a ese sentimiento se mezclan pasiones que
lo alteran, como sucede a la mayor parte de los otros
sentimientos naturales, haciendo que los hombres vean
las cosas por un prisma falso”.
Sigue, entonces, que las distorciones interpretativas de
los agentes de la justicia vienen sobre todo de premisas
falsas o equivocadas, lo que vuelve confusa o, peor aun,
mal-intencionada la aplicación de la ley. En sus
comentarios a la pregunta nº 521, el Codificador del
Espiritismo observa: “[...] Haciendo reinar en su
seno la justicia, los hombres combaten la influencia de
los malos Espíritus. Donde quiera que las leyes
consagren cosas injustas, contrarias a la humanidad, los
buenos Espíritus quedan en minoría y la multitud que
fluye de los malos mantienen la nación aferrada a sus
ideas y paraliza las buenas influencias parciales, que
quedan perdidas en el conjunto, como aisladas espigas
entre espinos. [...]”.
Se concluye, así, que las emociones y sentimientos menos
edificantes aun intervienen las decisiones proferidas
por muchos operadores de la justicia en el mundo.
Especificamente estos, al aplicar la injusticia, están,
en verdad, haciendo la voluntad de entidades malignas,
que intentan obstar al progreso de todas las formas. De
otra maneira, si optasen por seguir escrupulosamente los
dictames de la ley y de la justicia harían un enorme
bien espiritual al conjunto de la sociedad y también a
sí mismos. No obstante, desconocedores de los códigos
divinos, y sin propensión a la autoiluminación, se
adentran en los despeñaderos de la incuria y mala-fe que
les cobrarán pesado tributo en la hora cierta.
En la obra Acción y Reacción, dictada por el
Espíritu André Luiz (psicografia de Francisco Cândido
Xavier), una importante entidad de élite, el Espíritu
Druso, pondera sobre eso: “[...] De
esa forma, todas las almas ya investidas en el
conocimiento de la verdad y de la justicia y por eso
mismo responsables por la edificación del bien, y que,
en la Tierra, resbalan en ese o en aquel delito,
despreocupadas para con el deber ennoblecedor que el
mundo les señala, después de la muerte del cuerpo
estacionan en estos sitios [de profundo sufrimiento] por
días, meses o años, reconsiderando sus actitudes, antes
de la reencarnación que les compete abrazar, para el
reajustamiento tan breve como posible”.
El respetable mentor espiritual añade aun: “[...] La Ley
Divina, basada en la justicia infalible, funciona con
igualdad para todos. Por ese motivo, nuestra conciencia
refleja la tinieba o la luz de nuestras creaciones
individuales. La luz, aclarándonos la visión, nos
desvela el camino. La tiniebla, cegándonos, nos encadena
a la cárcel de nuestros errores. [...]”. Ocurre, no
obstante, que la mayoría no atenta para tal imperativo
de la justicia divina y, así, se atiborran en el
banquete de la perversidad no atentando para el hecho de
que la ley divina a todo observa. Por tanto, menoscabar
oportunidades de realizar el bien a través del trabajo
(y el raciocinio es igualmente válido para los que
desempeñan sus funciones en el plano de la justicia
humana) ciertamente traerá enormes sinsabores al ser
errante.
Además, el relato de abajo contenido en el libro Cuentos
y Apólogos, capítulo Justicia de Arriba, del Hermano
X (también psicografiado por Francisco Cândico Xavier)
refuerza tal percepción:
“Cuatro trabajadores solteros, casi todos de la misma
edad, comparecieron al tribunal de la Justicia de
Arriba, después de haber perdido el cuerpo físico, en un
accidente espectacular.
En la Tierra, fueron analizados por idéntico patrón.
Excelentes jóvenes, aniquilados por la muerte, con los
mismos homenajes sociales y domésticos.
En la vida espiritual, con todo, se mostraban diferentes
entre sí, reclamando variados estudios y diversa
apreciaciones.
Ostentando, cada cual, un halo de irradiaciones
específicas, fueron conducidos al juez que les examinó
el proceso, durante algunos días, atentamente.
El magistrado invitó uno a uno a escucharle las
determinaciones, en nombre del Derecho Universal,
delante de numerosa asamblea de interesados en las
sentencias.
Al primero de ellos, cercado de puntos oscuros, como si
estuviese envuelto en una atmósfera pardusca, el
compasivo juzgador dice, bondadoso:
— De tus notas, translucen los pesados compromisos que
asumiste, utilizando tus recursos de trabajo para fines
inconfesables. Hay viudas y huérfanos, llorando en el
mundo, guardando amargos recuerdos de tu influencia.
Y porque el interpelado inquiriese en cuanto al futuro
que lo aguardaba, el arbitro amigo observó, sin
afectación:
— Vuelva al paisaje donde viviste y recomienza la lucha
de redención, reajustando el equilibrio de aquellos que
perjudicaste. Es naturalmente obligado a restituirles la
paz y la seguridad.
Se aproximó el segundo, que se movía bajo irradiaciones
cenicientas, y oyó las siguientes consideraciones:
— Revelan los informes a tu respecto que perjudicaste la
fábrica en que trabajabas. Detuviste vencimientos y
ventajas que no corresponden al esfuerzo que utilizaste.
Y, percibiéndole las interrogaciones mentales, añadió:
— Vuelve a tu antiguo núcleo de servicio y auxilia a los
compañeros y las máquinas que explotaste en mal sentido.
Es indispensable rescates el débito de algunos millares
de horas, junto a ellos, en actividad asistencial.
Al tercero que se aproximó, a destacar de los
precedentes por el aspecto con que se presentaba, dice
el juez, generoso:
— Las informaciones de tu camino en el Planeta Terrestre
explican que demonstraste loable corrección en el
proceder. No te valiste de tus posibilidades de servicio
para perjudicar a los semejantes, no traicionaste las
propias obligaciones y solamente recibiste del mundo
aquello que te era realmente debido. Tu conciencia está
libre con la Ley. Puedes escoger tu nuevo tipo de
experiencia, pero aun en la Tierra, donde precisas
continuar en el curso de la propia sublimación.
Enseguida, surgió el último. Venía nimbado de bello
esplendor. Rayos de zafira claridad envolvíanlo todo,
pareciendo emitir felicidad y luz en todas las
direcciones.
El juez se inclinó, delante de él, e informó:
— Mi amigo, la cosecha de tu siembra te ofrece la
elevación. Servicios más nobles te esperan más alto.
El trabajador humilde, como que deseoso de ocultar la
luz que lo coronaba, se apartó con lágrimas de júbilo y
gratitud, en los brazos de viejos amigos que lo
cercaban, contentos, y, en razón de las preguntas a
explotar en los colegas despechados, que aseveraban en
él conocer a un simple hombre de trabajo, el juzgador
esclareció, persuasivo y bondadoso:
— El hermano promovido es un héroe anónimo de la
renuncia. Nunca impuso cualquier perjuicio a alguien,
siempre respetó la oficina que se honraba con su
colaboración y no se limitó a ser correcto para con los
deberes, a través de los cuales conquistaba lo que le
era necesario a la vida. Se sacrificaba por el bien de
todos. Supo ser delicado en las situaciones más
difíciles. Soportaba el hígado enfermo de los colegas,
con bondad y entendimiento. Inspiraba confianza.
Distribuía estímulo y entusiasmo. Sorreía y auxiliaba
siempre. Centenas de corazones lo siguieron, más allá de
la muerte, ofreciéndole oraciones, alegrías y bendición.
La Ley Divina jamás se equivoca.
Y porque el juicio fue satisfactoriamente liquidado, el
tribunal de la Justicia de Arriba cerró la sesión.”
Delante del embrollo ahora configurado en el
funcionamiento de la “justicia” humana, particularmente
en el contexto de nuestra nación, se vuelve vital, para
el bienestar espiritual de sus ejecutores, la práctica
de la reflexión y meditación constantes, más allá del
recurso de la oración. Más allá de eso, es altamente
deseable buscar inspiración en las saludables páginas
del Evangelio de Jesús, abrazar el comportamiento
virtuoso en el cual la humildad tiene alto valor
espiritual y cumplir las tareas inherentes tomando la
brújula del bien como guía. Tales providencias
ciertamente atienden las expectativas de lo más alto,
así como ayudan a evitar sufrimientos innecesarios a los
agentes de tan relevante actividad.