Tema: Hacer el bien sin mirar a quién
Un hombre de bien
Ricardo era un hombre muy rico. Poseía varias empresas,
con muchos empleados. Pero su rutina era muy
desgastante.
Un día, decidió tomarse una tarde libre para descansar y
eligió ir a pescar. Ciertamente el contacto con la
naturaleza, el silencio y unas horas de paz le harían
mucho bien.
Ricardo acostumbraba a vestirse con ropas caras y
bonitas, pero ese día se vistió con
solo una camiseta, una bermuda y un par de zapatillas. Decidió
dejar el celular en casa. Quería relajarse.
Tomó su caña de pescar y otros objetos y se dirigió a la
ribera de un pequeño río, lejos de la ciudad, donde él
acostumbraba a ir con su abuelo cuando era pequeño.
Ricardo se sentó en la orilla del río, lanzó el anzuelo
y se quedó ahí, apreciando el paisaje, el viento, los
sonidos de la naturaleza…
Se quedó por un buen tiempo. Consiguió pescar algunos
peces y distraerse como quería. Pero Ricardo no estaba
acostumbrado a observar las señales del cielo y no
reparó en que se acercaba una fuerte tormenta. El viento
soplaba con fuerza
y no tardó mucho en caer un gran aguacero. Ricardo
terminó empapado totalmente en pocos segundos y se dio
cuenta de que no iba a poder pescar nada más con ese
clima. Entonces, recogió sus cosas y corrió para irse lo
más rápido posible. En la huida, resbaló y se ensució
todo en el barro.
Así que cuando consiguió llegar al carro, Ricardo lo
encendió y aceleró. El carro, sin embargo, a pesar de
ser potente, no se movía del lugar. Él había estacionado
en la tierra y ahora, con el terreno mojado, las ruedas
patinaban por el lodo. Nervioso, aceleró incluso más,
pero solo logró dejar el carro atascado.
Ricardo se quedó dentro del carro, esperando a que la
lluvia pasara. No sabía qué hacer. Cuando la lluvia fue
disminuyendo, Ricardo salió y caminó hasta el camino en
busca de ayuda.
Cuando pasaba algún carro él gesticulaba, pedía que el
carro se detuviera. Pero nadie paraba. Él no tenía ni
siquiera una oportunidad de explicar quién era y lo que
había pasado.
“Deben pensar que soy un asaltante”, pensó. “Nadie va a
detenerse aquí, en medio de la nada, ¡para ayudar una
persona con mi apariencia!”
Comenzó a tener con miedo. Pronto sería de noche. ¿Qué
iba a hacer?
Fue entonces cuando Ricardo vio a una persona caminando
por la misma calle, en dirección a él. Caminaba rápido y
Ricardo se asustó. ¿Y si se tratara de un ladrón?
Pero no lo era. Al contrario, el hombre era una persona
de bien. Cuando llegó más cerca, saludó a Ricardo,
bajando la cabeza. Ricardo todavía se sentía
desconfiado, no sabía si podía confiar en ese
desconocido.
El hombre se dio cuenta de que Ricardo tenía problemas.
Parecía aterrado, además de estar todo mojado, sucio y
con frío. El hombre imaginó que era una persona
sencilla, sin recursos y se adelantó:
- ¿Está perdido? ¿Puedo ayudarle de alguna forma?
Ricardo dijo que sí, que necesitaba un teléfono. El
hombre no tenía uno. Pero invitó a Ricardo a su casa que
estaba por ahí cerca, al borde del camino.
Ricardo lo acompañó y, mientras caminaban, la noche
cayó. La casa era muy sencilla y pequeña, pero limpia.
No tenía energía eléctrica, y por eso el hombre encendió
su linterna y unas velas.
Después, calentó comida para los dos y le ofreció ropa
seca y limpia que Ricardo tuvo que aceptar. Le dijo que
se llamaba Tadeo y que trabajaba en un local cerca de
ahí, haciendo servicios generales.
Ricardo no contó lo que hacía. Solo dijo que había
venido a pescar, pero hacía mucho tiempo que no pescaba
ahí y, con la lluvia, sin ver bien el camino, se había
perdido.
Después, Tadeo arregló su cama para que Ricardo durmiera
en ella. Él
mismo durmió en el piso sobre un cobertor.
Ricardo aceptó, conmovido, la generosidad del hombre. Él
no sabía de la riqueza de Ricardo, ni quién era, o qué
hacía, y aun así lo había salvado de aquella difícil
situación.
Al otro día, por la mañana, Tadeo hizo el desayuno para
su huésped y después llevó a Ricardo hasta una tienda,
donde pudo usar un teléfono.
En poco tiempo, llegaron dos carros grandes con choferes
y empleados de Ricardo. Uno de ellos para llevar a
Ricardo a su casa y el otro para ir a rescatar el carro
atrapado.
Solo entonces Tadeo se dio cuenta de que Ricardo era un
hombre rico.
Ricardo agradeció la ayuda y se fue. Pero volvió de unos
días después.
Trajo muchos regalos para Tadeo: una bicicleta, para que
ya no tuviera que ir caminando al trabajo, una canasta
con comidas deliciosas, ropa y zapatos bonitos y un gran
abrazo de amistad y gratitud.
Tadeo quedó sorprendido y muy feliz. Humildemente,
agradeció y dijo a Ricardo que no necesitaba
incomodarse.
- Lo sé, Tadeo. Me ayudaste de corazón, sin ningún
interés. Ni sabías si yo podía retribuirte. Pero si yo
puedo ayudarte también, soy yo quien queda feliz.
Incluso con vidas tan diferentes, los dos se volvieron
amigos porque tenían la sinceridad y la bondad en común.
Ricardo volvió a casa de Tadeo muchas veces. Algunas
veces para escapar del estrés, otras veces para llevar
alguna ayuda, o solo para simplemente conversar.
Y fue así como de una situación mala surgió una bonita
amistad.
Gracias a la buena voluntad de un hombre de bien.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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