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¿Precisamos de un serpentario en
las leyes morales? |
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El ciclo zodiacal está compuesto de 12 signos, una
tradición milenaria que ganó espacio en la cultura
occidental y que hoy permite cualquier discusión sobre
tendencias del futuro y sobre el autoconocimiento, en
especial por la práctica de la construcción de mapas
astrales, ocupando espacios en la televisión y en las
redes sociales, con gran popularidad.
Pero, la astrología ya fue objeto de una cuestión
controvertida reciente. Por detenerse la observación del
cielo, y por tener su origen en la antiguedad, se
discutió que el cielo, como era en la época, es
diferente de lo que es hoy. Y que en verdad, después de
muchas discusiones, los astrónomos llegaron a la
conclusión de que el ciclo zodiacal sería compuesto de
13 signos, con el surgimiento de uno nuevo, llamado por
estos de serpentario (Ophiucus).
Por obvio esa cuestión de la astronomía, al encontrarse
con la astrología, fue objeto de gran polémica, que no
es el foco de nuestra discusión. Ella nos interesa por
un sesgo metafórico. Una idea de que así como el cielo
cambia, en la dinámica del universo, a los ojos del
observador humano, el mundo también se modifica, y cosas
que fueron pensadas en el pasado pueden hoy ser objeto
de ajustes y actualizaciones.
Ahí llegamos al objeto de análisis de este artículo. Las
doce leyes morales traídas en la parte tercera de El
Libro de los Espíritus, una estructuración traída
por Kardec para el tratamiento de los asuntos relevantes
para la vida del espíritu, de un mundo de 1857, y que
hoy, pasados más de 160 años, aun pauta nuestras
discusiones, dado su destaque en la obra básica de la
doctrina espírita. (1)
¿Esas doce leyes, como están allá en El Libro de los
Espíritus, atienden a la realidad de la sociedad
moderna? ¿Cabe algún ajuste, añadido? ¿Sería necesaría
una nueva “cajita”, representando una nueva ley para
contemplar lo que no fue tratado, incluido un
serpentario en la parte de las Leyes morales? No se
trata aquí de desvirtuar o empequeñecer nuestra obra
básica, pero sí una discusión de cómo conducir nuestro
esfuerzo interpretativo de esas verdades a la luz del
mundo actual, entrever su pertinencia, pero también
lagunas que precisamos suplir, por la reflexión,
anclados en esa base sólida.
En la ley divina o natural se trazan límites entre el
bien y el mal, siendo pionera la codificación al huir
del maniqueísmo de un mal total, en una tendencia que
hoy se vuelve consenso en los debates filosóficos más
elaborados y en las piezas cinematográficas. La vida del
siglo XXI se vuelve más compleja, y se hace necesario
que esa discusión de cumplir la ley divina sea más
densa, para que entendamos bien lo que es estar en el
camino del bien.
Tratando de temas áridos, la ley de adoración se detiene
sobre nuestras formas de lidiar con la espiritualidad,
con nuestra percepción de la divinidad, muy pertinente
en un mundo de sepulcros encalados y la persistencia de
soluciones contemplativas para los problemas reales. La
prevalencia de esos modelos, pasado tanto tiempo, por sí
solo, ya es un motivo de profunda reflexión y debate.
En una sociedad de hiperconexión y de exploración
desalmada de la fuerza de trabajo, los saberes traídos
por la Ley del trabajo aun se hacen relevantes. Pero,
carece aun de una discusión doctrinaria más profunda el
trato de las nuevas formas de exploración del hombre por
el hombre en relaciones con tonos esclavagistas, y que
aun persisten, aliadas a la ganancia que destruye
hogares y la salud por el acúmulo del vil metal.
Superpoblación, sexualidad y relaciones humanas figuran
juntas en la ley de reproducción, pero esas cuestiones
transcienden la visión de la perpetuación de la especie,
y mucho se ha de discutir en esos temas, a la luz de los
argumentos de la Doutrina Espírita, como fuente de
esclarecimiento delante de temas tan actuales y que aun
atraviesan las bancadas de científicos y las
conversaciones del sentido común.
En la ley de conservación los espíritus traen el tema
actualísimo de “¿cuánto vale una vida?”, la nuestra y la
de nuestro prójimo, lo que dialoga en mucho con una
sociedad de consumo, en la cual la vida se disipa en el
cambio por cosas, muchas de ellas superfluas, al mismo
tiempo que para muchos falta lo esencial. La discusión
de la necesidad nunca fue tan apremiante y la doctrina
espírita tiene mucho que contribuir con esa discusión.
Una sociedad que ha sido tomada por una gramática de
truculencia, en la cual avances en los derechos humanos
obtenidos en la pós-guerra pierden fuerza, precisa del
contenido en la ley de destrucción de El Libro de los
Espíritus, en una visión amplia de la defensa de la
vida, de una cultura de no violencia y de entendimiento
de que la guerra es un fenómeno a ser barrido.
Discusiones antiguas de un problema que aun se presenta
tan actual.
La ley de sociedad viene a llenar el vacío de un tiempo
de nihilismo, de individualidad, de fosos entre los
ciudadanos, olvidados de la interdependencia entre todos
nosotros. La vida social, en los diversos espación, es
una necesidad traída por la Doctrina espírita y que aun
figura como lección no aprendida, aislados en nuestros
muros y copropiedad, atemorizados por el otro y por la
violencia, en una sociedad tecnológica y que aun padece
de problemas seculares.
Al leer en las páginas espíritas sobre la marcha
inevitable del progreso, tenemos la ilusión de que este
se dará sin nuestro concurso, alimentando la idea de ser
arrastados para la regeneración y no de que eso es una
construcción. Tal vez esté faltando ese rescate de la
Ley del progreso, de que el derivará de nosotros, y no
una imposición externa, mesiánica. Esa reflexión nos
ahorraría de muchas afirmaciones equivocadas que vemos
por ahí, en las discusiones espíritas.
Un mundo aun tan desigual, en múltiples aspectos, y que
oscila entre discursos torcidos de meritocracia aliados
al desprecio por los flagelos sociales, ciego para los
bolsillos de pobreza y todo que deriva de la falta de lo
necesario, se debate, aun, en la falta del
enfrentamiento real de la cuestión de la desigualdad,
que solo hace aumentar desde los tiempos de Kardec,
aunque nos veamos vanidosos con los avances
conquistados. ¿Revisar esa ley podría rescatarnos de esa
encrucijada?
Tal vez la libertad sea la palabra más polisémica de
este siglo XXI, cabiendo en sus significados
tradicionales y en sus antítesis. Pasados más de 160
años, la esclavitud resiste y se reinventa, de diversas
formas, y el fatalismo congelante que se propone a
enfrentar el miedo de la inseguridad, aun figura en
palabras distantes de la racionalidad necesaría,
haciendo también de la Ley de libertad un base para
muchas discusiones actuales.
La dureza de la justicia encuentra la candidez del amor
en la décima primera ley, la de justicia, de amor y de
caridad, mediando las relaciones humanas con el
sentimiento cristiano por excelencia: el amor. Verdades
aun tan presentes y poco aprendidas, en una vida que
anda con mucho amor en los labios y poco en el corazón.
Un amor que vea al otro, sus límites, aliado la idea de
justicia, siendo así un sentimiento sustentable.
Por fin, Kardec trata “De la perfección moral”, del
autoconocimiento, de las virtudes y del hombre de bien.
En un mundo en el cual la hipocresia, como gramática,
resurge de forma visceral, el conocimiento espírita
contenido en esa ley moral se presenta como un antídoto
para el moralismo farisaico, en la construcción de un
hombre de bien real, vivo, y necesario para el mundo que
despunta.
Como se ve, las doce leyes de la parte tercera aun traen
la base de relevantes discusiones, de problemas que aun
asolan al hombre del siglo XXI, que ve las estrellas,
pero no percibe a su prójimo. ¿Precisamos de un
serpentario, de uma décima tercera ley moral para
construir el reino de Dios tan deseado? Tal vez no...
Esos doce tópicos traidos por los espíritus de la
codificación ya se presentan como un mapa a guiarnos en
ese mundo tan nebuloso.
Hay aun mucho que discutir, adaptar y combinar de las
Leyes morales de 1857 con el mundo del siglo XXI. Los
breves análisis indicaron que en algunas de estas muy
poco se avanzó, y en algunas, tuvimos el llamado vuelo
de gallina, corto y decepcionante. Falta al espírita
redescubrir esas leyes, en un sentido amplio,
concatenado, para la aplicación de esas discusiones en
los rumbos a ser adoptados en estos tiempos tan
conflictivos. Respuestas que están allá, esperando
apenas nuestras interpretaciones para que ellas sean
instrumentos de transformación del mundo.
(1) Conforme
dispone la pregunta 648 de El Libro de los Espíritus,
la ley natural se divide en diez partes. Con todo, como
la décima parte incluye tres temas (justicia, amor y
caridad), el articulista consideró en este artículo,
para nuestra reflexión, la existencia de doce leyes.
(Nota de la Redacción)