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La apatía y el entusiasmo en
nosotros |
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La apatía representa el estado de sopor o de angustia
que probablemente estaba presente desde los tiempos
primordiales en el ser humano, pero que tuvo especial
destaque en la Edad Media. Ella tiene especial conexión
con los monjes cristianos de la época medieval. La
palabra viene del griego akedía, negligencia1,
y denota un estado depresivo, melancólico, de tristeza o
falta de fuerza que tiende para abajo, tal como modo de
rebajar al individuo, tal vez hasta por él mismo. A
pesar de parecer inicialmente malo, la cuestión no es
exclusiva del ser humano. En el mundo animal, la
angustia se relaciona con la hibernación que algunos
animales hacen para ahorrar energía hasta la llegada de
otros tiempos y ambientes. Si para los animales hibernar
puede ser fundamental para la manutención de la vida
futura, en el caso del ser humano, eso parece ser
peligroso, dependiendo del abordaje de enfrentamiento
hecho por el individuo. O sea, si ahorra en la
existencia puede significar su desperdicio, una vez que
“ayúdate a ti mesmo, que el cielo te ayudará”2.
La apatía, así como el entorpecimiento de la voluntad,
de la energía y de la alegría de vivir, puede presentar
riesgos tanto para el momento presente como para el
futuro. Y esta falta de voluntad puede venir tanto de
una idea errónea de mundo y de felicidad, como por el
uso (exhaustación o estacionamiento) de nuestra energía
personal, sea por estar demasiado de prisa, o entonces,
paralizados hace mucho tiempo.
De acuerdo con James Hollis3, el mundo
moderno posee diferentes peligros, llamados por él como
cuervos, que aguardan algún momento de aproximarse
cuando estamos con la guardia baja. Uno de esos cuervos
es la falta de costumbre y la angustia. Bajar la
vibración y la energía personal puede significar peligro
que los monjes cristianos conocían bien. A tal “dolencia
de los monjes” representaba esta falta de energía, de
propósito, la tristeza prolongada que puede llevar a
situaciones aun más problemáticas.
Las personas que acostumbran a entrar en el ritmo
frenético del trabajo y de sus obligaciones personales
pueden sentirse agotadas y desgastadas de tiempo en
tiempo, así como también aquellos que están con
problemas personales y profesionales y que no se sienten
productivos durante el periodo. Estar en “baja
productividad” durante algún tiempo debido a problemas
de contexto es normal y precisa ser lidiado de modo a
superar ese terreno árido. Todavía, hay aquellos que se
acomodan y creen que no tienen fuerzas para superar el
problema, o, entonces, no quieren enfrentar el desafío
debido a formas erróneas de patrones de pensamiento
formado y arraigado, experiencias pasadas y creencias
limitadoras. Asumir el desafío de la responsabilidad por
la propia vida y destino es fundamental para la
superación y victoria sobre esa tristeza. “Todo hombre,
pudiendo deshacerse de las imperfecciones por el efecto
de su voluntad, puede ahorrarse a sí mismo los males que
de ellas derivan, y asegurar su felicidad futura”4.
La apatía representa entonces esta señalización, este
llamado de que precisamos estar conectados (¡lo que no
siempre estamos!) con la responsabilidad por nuestra
propia vida, tal como legítimos constructores de nuestro
destino. Negar las señales es empeorar aun más el
problema.
La existencia cobra responsabilidad, pero apenas
aquellos que tienen condiciones de enfrentar sus malas
inclinaciones y de descartar las falsas promesas de una
vida infantilizada consiguen hacer este pasaje. La
apatía puede representar esta duda existencial o hasta
incluso una desconexión entre el individuo consciente y
los propósitos del inconsciente y de la necesidad de
alineamiento con su partícula divina y con Dios.
Cuando hay este encuentro real entre el yo consciente y
el reino interior, cuando hay la comunión verdadera
entre el propósito del individuo con el progreso del
universo, hay el rescate del sentido, de la energía, del entusiasmo5.
Además, la palabra entusiasmo viene del griego enthousiasmos y
significa tener un Dios dentro de Sí. Lo que permite
poner en práctica aquello que Nietzsche y Viktor Frankl
expresan como: “quien tiene un porqué en la vida,
enfrenta casi todo como”. Es salir fortalecido y de
haber desafiado a su enemigo interior y vencido. La
superación de la apatía hace que la persona salga
fortalecida y preparada para nuevos desafíos y
fortalecidas. Se sabe que a los discípulos avanzados
caben también las pruebas más complejas.
En fin, vencer la apatía, encontrar su entusiasmo
interior, configura parte de esta jornada magnífica del
ser humano rumbo a las estrellas.
A pesar del trabajo hercúleo, la tarea no es imposible.
Conocimiento, estrategia personal es disciplina son
fundamentales para que la victoria venga de modo seguro.
Hay diferentes modos por los cuales un individuo puede
combatir la apatía. Uno de ellos es la concienciación de
sus propósitos de vida, así como el mejor ajuste o
reintegración con Dios. Nada mejor que los ejercicios de
autoconocimiento para tal fin. Estar alineado con los
propósitos superiores, los espíritus de élite,
pueden ayudar en asumir una postura proactiva. Todavía,
se sabe que cuanto más afinado la persona está con Dios,
como buen trabajador y combatiente6, hay
siempre enemigos queriendo lo contrario. Así, la buena
compañía auxilia en el avance a pesar de los problemas,
contratiempos y pruebas.
En la sapiencia de los antiguos, se puede decir que el
dicho popular “Quien anda con puercos fazofía come”
simboliza esa cuestión. Tener personas que nos ayuden,
sea con una palabra amiga cuando se reconoce que estamos
cabizbajos más allá de lo normal, sea con un gesto
simple que nos llena de alegría. Pases terapéuticos,
agua fluidificada también representan esta donación de
un ser humano para con el otro. Es la superación por
medio de la ayuda de terceros que vuelve al trabajo
“sólido” debido a la "solidaridad" existente.
Otro punto que puede auxiliarnos en el combate de la
apatía es mantener el humor siempre presente. El humor
es una manera del cerebro de desgarrarse de ideas
desagradables, evitando que siemientes ruines broten y
crezcan en la flora mental. Es esencial para que el
trabajador diligente tenga la precaución de no cultivar
ideas nocivas, para que no venga a tener cosechas
amargas más tarde. En algún momento de la vida, la
obsesión podía ser una elección. El humor saludable, sea
por medio de palabras, historias, imágenes o vídeos,
permite el rehacimiento de las energías y de las
estaciones mentales. Todo buen trabajador de la
espiritualidad precisa manejar con satisfacción el humor
para que sea no apenas portador de la Buena Nueva para
los demás colaboradores, sino también el puerto seguro
del ánimo, del entusiasmo y de la esperanza.
Más allá del humor, toda vez que surge una idea nefasta
es esencial que la persona sepa cambiar de “estación
mental”, para que el sopor no venga a ser buen compañero.
Cambiar de idea, dominar la mente representa aspecto
fundamental para que el desánimo no “toque a la puerta”.
Autocontrol de la mente y de las emociones es
fundamental para que el individuo sepa no sólo enfrentar
los problemas “allá fuera”, sino también los del reino
interior.
En fin, a pesar de parecer un problema, la apatía puede
significar legítimo punto de verificación del avance del
ser sobre sus propias maldades.
Autoconocimiento, autodescubrimiento, autocontrol son
etapas sine qua non para el avance sobre la
apatía y el encendido de la luz interna del conocimiento
y del amor que auxiliarán en el desenvolvimiento y
progreso de la humanidad. Progreso ese que debe tener la
base interna, del individuo fuerte y consciente, para
que consiga enfrentar de modo justo y adecuado a la
expresión “Yo no soy lo que me ocurrió; yo soy lo que
escogí ser”7.8
[2] Allan
Kardec, O Evangelho segundo o Espiritismo,
cap. 25.
[3] James
Hollis. Os pantanais da alma. São Paulo:
Paulus, 1998.
[4] Allan
Kardec, O céu e o inferno ou a justiça divina
segundo o Espiritismo. Código penal da vida
futura.
[5] La
palabra entusiasmo viene del griego enthousiasmo (en
theos), y significa tener un dios dentro de
sí.
[7] James
Hollis. Os pantanais da alma. São Paulo:
Paulus, p. 175, 1998.
[8] Em
homenagem aos meus queridos genitores, Paulo
Hayashi e Ioko Ikefuti Hayashi, que já se
encontram na Pátria Espiritual.