Tema: Caridad y felicidad
El tren para la Felicidad
En la misma calle donde vivía Fabio, también vivía un
señor muy anciano y simpático llamado cariñosamente por
todos como Abuelo Milton.
Se sentaba en una silla frente a su casa y le encantaba
conversar con los vecinos y contarles historias a los
niños de la calle.
Un día le contó a Fabio y a sus amigos esta historia:
– Existe un pueblito, con muchas flores, con un cielo
muy azul, lleno de sol y de color, o si no, con esa
lluvia deliciosa, que refresca y da vida y tras ella
aparece el arcoíris. En esta ciudad, los pájaros viven
libres y cantan a todas horas. La gente se saluda en las
calles diciendo “buenos días” y “buenas tardes”, siempre
con una sonrisa en la cara.
Ahí hay mucho respeto. Nadie ofende a nadie. La gente
dice "disculpe" y "por favor". Se dicen “gracias”
sinceras. Todos trabajan con satisfacción y siempre
están dispuestos a ayudar.
Al caer la tarde los vecinos se reúnen en los hermosos
jardines coloridos, en las calles y plazas muy limpias o
bajo los árboles bien cuidados, para conversar, cantar y
reír un poco. No existen mentiras, ni falsedades, ni
falta de coraje, ni miedos, ni violencia, ni agresiones,
y los niños están bien cuidados y pueden jugar en todas
partes.
Los niños, sentados alrededor del Abuelo Milton,
imaginaban la ciudad que les narraba, cuando él
preguntó:
– Muchachos, esta ciudad se llama Felicidad. ¿Saben
dónde queda?
Los chicos dijeron que no, pero curiosos siguieron
atentos a las palabras del Abuelo Milton:
– Bueno, para llegar a Felicidad debemos tomar un tren
en una estación que se llama Corazón.
El tren es un Ferrocarril de esos que hace ruido cuando
llega a su destino. Es grande y pesado y tiene el nombre
“Esperanza” grabado en letras doradas muy grandes.
Esperanza tiene muchos vagones y llega todos los días
cargado de amor, fraternidad, fe y paz.
Este tren pasa por la estación Corazón a cualquier hora
y en cualquier minuto, son muchas las oportunidades para
tomarlo.
El maquinista es inteligente y no deja a nadie atrás,
rápidamente prende el fuego en el horno y pone a
funcionar el tren. El vendedor de boletos casi siempre
pregunta sin demora:
– ¿Quién va a Felicidad?
Los muchachos permanecían atentos, cautivados por la
forma de hablar del Abuelo Milton.
Queriendo completar la imaginación de la escena que se
había formado en su mente, Fabio preguntó:
– ¿Tienes que pagar para tomar este tren, Abuelo Milton?
– ¡Claro que sí, hijo mío! - respondió el buen anciano -
El billete de este tren cuesta caridad.
- ¿Caridad? ¿Pero no hay otra manera? ¿No acepta dinero?
- insistió Fabio.
- ¡Lo siento, muchacho, pero sin caridad no hay
salvación! En este tren que va a Felicidad, ¡nadie sube
solo con dinero!
– ¡Pero entonces, es difícil tomar este tren! Quien no
tiene caridad, no sabe hacerla o no puede hacerla, no
llega a Felicidad.
- ¡No es no! Todos pueden subir a bordo, porque todos
pueden hacer algún tipo de caridad. Es solo prestar
atención y tener buena voluntad. Ustedes aprenderán a
viajar en este tren, muchachos. ¡Ustedes son
inteligentes y buenos muchachos! – dijo el Abuelo
Milton, sonriendo y finalizando la pequeña historia que
había creado para hablar a los niños sobre cómo alcanzar
la felicidad.
Los chicos se levantaron para abrazar al amable señor,
que tanto los quería. Le dieron las gracias y se fueron
a la cancha a jugar al fútbol. Pronto se distrajeron con
otras conversaciones, pero se llevaron esa importante
lección de alguien, que ya había vivido mucho tiempo y
sabía las cosas importantes de la vida: Sin caridad no
hay salvación.
(Adaptación del cuento La Pequeña
Felicidad)
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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