Tema: Perdón, comprensión
No importa, ¡esas cosas pasan!
Mateo y sus amigos adoraban el fútbol y todo el fin de
semana se reunían para jugar en la cancha del barrio. No
siempre jugaban con una pelota adecuada. La mayoría de
las veces, la diversión se daba con una pelota
cualquiera, hasta una pelota desinflada servía.
Pero, ese día, los niños estaban animados porque iban a
usar la pelota de Lucas. La pelota era un espectáculo.
Era nueva y oficial. Los niños corrían, hacían buenos
pases y daban cada patada fuerte que daban gusto.
Los dos equipos hicieron muchas buenas jugadas y varios
goles. En cierto momento, Mateo consiguió la pelota y
quiso patearla al frente, para iniciar un contrataque. Por
eso, dio una patada muy fuerte.
Pero él estaba muy cansado y la patada acabó saliendo
mal. La pelota subió mucho y fue en una dirección que
nadie esperaba. Cayó dentro del terreno de la fábrica,
que quedaba al otro lado de la cancha.
La fábrica estaba cerrada, pues nadie trabajaba ahí el
fin de semana. Y en ella había dos enormes perros
guardianes que, sin perder el tiempo, mordieron la
pelota y la destruyeron completamente.
¡Qué desesperación para los niños! En pocos segundos, la
alegría de la pelota nueva se transformó en tristeza. No
había nada que hacer. Algunos pusieron las manos en la
cabeza, unos miraron a Lucas y otros a Mateo.
Mateo quedó devastado. Intentó gritar para que los
perros se detuvieran, pero no sirvió de nada. Se sentía
tan mal que casi comenzó a llorar. Pidió disculpas
avergonzado, sin coraje de mirar a Lucas.
Nadie sabía qué decir. Estaban tristes por perder la
pelota, pero se dieron cuenta de que la tristeza de
Mateo era incluso más grande que la de ellos, por haber
sido él quien dio la patada.
De repente, Lucas, viendo la preocupación de su amigo,
dijo sonriendo:
- Oigan, chicos, jugar con una pelota buena es genial,
pero igual podemos jugar con cualquier cosa. Mañana
jugamos de nuevo con la pelota de plástico de Jonás,
¿está bien?
Los niños se rieron. Lucas fue hacia Mateo y le dio un
abrazo diciendo:
- No hiciste nada malo, Mateo. ¡No importa! Esas cosas
pasan.
Mateo se sintió aliviado y quedó muy agradecido con
Lucas y con todo el equipo por tratarlo con comprensión.
En un minuto, pasó de la tristeza a la alegría, pues se
dio cuenta de que tenía amigos especiales y que Lucas
era un chico muy genial.
La situación quedó resuelta y se fueron.
Pero la historia no acabó ahí. Cuando
llegó a casa, Mateo quiso descansar y escuchar música
como le gustaba. Buscó
sus audífonos, pero no los encontró.
Ya se estaba cansando de buscar, cuando su hermano
Marcos entró en su cuarto.
- Mateo, ¿estás buscando tus audífonos? – le dijo
preocupado.
- Sí, ¿por qué, Marcos?
- Es que Juca vino a la casa hoy para jugar en la
computadora, pero los audífonos que trajo no funcionaban.
Entonces le presté los tuyos.
- Está bien. ¿Pero dónde dejaron mis audífonos?
- Bueno... ¡Ese
es el problema! Sin querer, Juca se equivocó de
audífonos. Dejó los suyos rotos aquí y se llevó los
tuyos, por error, a su casa. Él me llamó y me dijo que
me los entregará mañana en el colegio, ¿está bien? –
explicó Marcos, esperándose la bronca que se llevaría.
Pero, para su sorpresa, Mateo no se molestó. Solo dijo:
- No hay problema, Marcos, no importa. ¡Esas cosas
pasan!
Marcos no creyó en la reacción calmada del hermano. Pero
le agradeció mucho. Es que la comprensión de Lucas hizo
que Mateo se sintiera tan bien, que quiso actuar de la
misma forma con su hermano.
Y así, incluso con esas complicaciones, el día acabó muy
bien para todos. Al final, la gentileza genera
gentileza. La bondad atrae a la bondad. Y no son cosas,
sino los buenos sentimientos los que construyen la paz y
la felicidad.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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