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Comunicaciones
de Más Allá de la tumba |
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Las razones para condenar las relaciones con los
Espíritus no resisten a un examen serio
“(...) Repeler las comunicaciones mediúmnicas es repudiar
el medio más poderoso de instruirse”. -
Allan Kardec 1
La Comunicabilidad de los Espíritus, consecuencia
inmediata de la Inmortalidad del Alma, son los
puntos básicos del Espiritismo, en los cuales está
anclado el aspecto CONSOLADOR de esta Doctrina
maravillosa. Y no es sin razón que Jesús profetizó2 su
advenimiento con tal identificación: “Yo rogaré al
Padre, y Él os dará otro CONSOLADOR...”
¡¿Al final, no es un gran consuelo tener la certeza
absoluta de que las personas que amamos y que nos
antecedieron en el viaje de vuelta para Casa, en el
Mundo Mayor, no están perdidas del Lado de Allá?! ¡¿No
es una buena-nueva saber que es apenas una cuestión de
tiempo para que se establezca el reencuentro feliz con
los que se nos vinculan en las expresiones de cariño?!
Cuando comumente oímos decir: “perdí a fulano”, refiriéndose
a la “muerte” de alguien, es evidente que quien
así se pronuncia, no detenta el conocimiento espírita.
De la misma forma cuando también dicen: “¡Ah! El
infeliz! ¡descansó! (¿?)”.
Tales criaturas – desinformadas – no saben que existen
muchos Espíritus rogando la reencarnación para que, una
vez encarcelados en el cuerpo somático, puedan descansar
un poco, una vez que del Lado de Allá se sienten muy
cansados, estenuados, agotados...
En su portentosa y singular serie, André Luiz a través
de la bendecida y también inigualable mediumnidad de
nuestro añorado Chico Xavier, desvela algunas faces del
Mundo Espiritual a nuestros ojos y entonces, podemos
percibir, aunque superficialmente, la complejidad de los
trabajos a la disposición de quien los desea ejecutar.
Por tanto, lugar de descanso, el Otro Lado no es,
absolutamente... ¿Y por el “andar de la cosas”, muchos
de esos Espíritus que solicitaron el reingreso en el
cuerpo físico para descansar ya están por aquí, porque
¿Qué pasa con la gente "por nada en la vida", (¿Notaste
las multitudes que entran atropelladamente en el
carnaval? ¿Puedes cuantificarlo?". Pero, dejemoslos de
lado, porque en verdad lo que va incluso “sambar” para
tales es la posibilidad de ascensión espiritual, y
volvamos a nuestro tema: “Comunicabilidad de los
Espíritus”.
La Comunicabilidad de los Espíritus es un hecho
comprobado hasta incluso en la Biblia ancestral que
muchos sólo cargan debajo del brazo, pero no dejan
penetrar en el cerebro su contenido, perdidos que están
en los obstáculos y prejuicios de la “letra que
mata”.
Disfrutemos con la lógica incuestionable del ilustre
Maestro Lionés cuando ál analiza las “anémicas” e
infundadas argumentaciones de esos líderes
espiritofóbicos, mostrándoles la incoherencia en que se
encuentran y que siempre comienzan por decir que Moisés
prohibió la mediumnidad, olvidándose, (de propósito),
que existe dos partes distintas en la ley de Moisés: la
Ley de Dios propiamente dicha, promulgada en el Monte
Sinaí, (por señal a través de un fenómeno mediúmnico de
pirografia), y la ley civil o disciplinaría, apropiada a
las costumbres y carácter del pueblo. La primera, [la
Ley de Dios], es invariable, al paso que la otra [la ley
civil], se modifica con el tiempo. Y la prohibición de
comunicarse con los “muertos” es del ámbito de
esta última, ya revocada por el propio Moisés, cuando en
su luminosa aparición junto con Elías en el Monte Tabor,
ante el asombro de Pedro, Santiago y Juan, testimonios
oculares del hecho, conversó con Jesús, sobre Sus
últimos momentos en el planeta y coronamiento de Su
misión junto a nosotros, inaugurando, así la era de la
mediumnidad.
Sigamos, pues, en este paso, el luminoso raciocinio del
incomparable Maestro Lionés3: “(...) si
Moisés prohibió evocar a los muertos, es que estos
podían venir, pues de lo contrario inútil sería la
prohibición. Ahora, si los muertos podían venir en
aquellos tiempos, también lo pueden hoy; y si son
Espíritus de muertos los que vienen, no son
exclusivamente demonios. Demás, Moisés de modo alguno
habla en esos últimos.
Es doble, por tanto, el motivo por el cual no se puede
aceptar lógicamente la autoridad de Moisés en la
especie, a saber: — primero, porque su ley no rige el
Cristianismo; y, segundo, porque es impropio a las
costumbres de nuestra época. Pero, supongamos que esa
ley tiene la plenitud de la autoridad por algunos
otorgada, y aun así ella no podrá, como vimos, aplicarse
al Espiritismo. Es verdad que la prohibición de Moisés
abarcar la interrogación de los muertos, sin embargo de
modo secundario, como accesoría a las prácticas de la
hechicería. El propio vocablo interrogación, junto a los
de adivino y agorero, prueba que entre los hebreos las
evocaciones eran un medio de adivinar; entre tanto, los
espíritas sólo evocan a los muertos para recibir sabios
consejos y obtener alivio en favor de los que sufren,
nunca para conseguir revelaciones ilícitas. Cierto, si
los hebreos usasen las comunicaciones como hacen los
espíritas, lejos de prohibirlas, Moisés las colocaría,
porque su pueblo sólo tendría que lucrarse.
(...) Cuando la evocación es hecha con recogimiento y
religiosamente, cuando los Espíritus son llamados, no
por curiosidad, sino por un sentimiento de afecto y
simpatía, con deseo sincero de instrucción y progreso,
no vemos nada de irreverente en apelar para las personas
muertas, como se hiciera con los vivos. Hay, con todo,
otra respuesta perentoria a esa objección, y es que los
Espíritus se presentan espontáneamente, sin presión,
muchas veces incluso sin que sean llamados. Ellos
también dan testimonio de la satisfacción que
experimentan por comunicarse con los hombres, y se
quejan a veces del olvido en que los dejan. Si los
Espíritus se perturbasen o se irritasen con nuestras
llamadas, cierto lo dirían y no volverían.
Aun otra razón es alegada: — las almas permanecen en la
morada que la justicia divina les designa — lo que
equivale a decir en el Cielo o en el infierno. Así, las
que están en el infierno, de allá no pueden salir,
puesto que para tanto la más amplia libertad sea
otorgada a los demonios. Las del Cielo, enteramente
entregadas a su beatitud, están muy superiores a los
mortales para de ellos ocuparse, y son bastante felices
para no volver a esta tierra de miserias, en el interés
de parientes y amigos que aquí dejasen. Entonces esas
almas pueden ser comparadas a los ricachones que de los
pobres desvían la vista con recelo de perturbar la
digestión. ¡Pero si así fuera esas almas se mostrarían
poco dignas de la suprema bienaventuranza,
transformandose en patrón de egoísmo! Entonces es el
caso de decir: si las almas no pueden venir, no hay de
que recelar por la perturbación de su reposo.
Pero aquí repunta otra dificultad: si las almas
bienaventuradas no pueden dejar la mansión gloriosa para
socorrer a los mortales, ¡¿por qué invoca la Iglesia la
asistencia de los santos que deben disfrutar aun mayor
suma de beatitud?! ¿Por qué aconsejar invocarlos en
casos de molestia, de aflicción, de flagelos? ¿Por qué
razón y según esa misma Iglesia los santos y la propia
Virgen aparecen a los hombres y hacen milagros? Estos
dejan el Cielo para bajar a la Tierra; ¡entre tanto los
que están menos elevados no lo pueden hacer!
¡Que los excépticos nieguen la manifestación de las
almas vanas, ya que en ellas no creen; pero lo que se
vuelve extraño es ver encarnizarse contra los medios de
probar su existencia, esforzándose por demostrar la
imposibilidad de esos medios, aquellos mismos cuyas
creencias reposan en la existencia y en el futuro de las
almas! Parece que sería más natural acoger como
beneficio de la Providencia los medios de confundir a
los excépticos con pruebas irrecusables, pues que son
los negadores de la propia religión. Los que tienen
interés en la existencia del alma deploran
constantemente la avalancha de la incredulidad que
invade, diezmándolo, el rebaño de fieles. Entre tanto,
cuando se les presenta el medio más poderoso de
combatirla, lo rechazan con tanta o más obstinación que
los propios incrédulos. Después, cuando las pruebas
avultan de modo a no dejar dudas, he que procuran como
recurso de supremo argumento la prohibición del asunto,
buscando, para justificarlo, un artículo de la ley
mosaica del cual nadie reflexiona, prestandole, a la
fuerza, un sentido y aplicación inexistentes. Y tan
felices se juzgan con el descubrimiento, que no perciben
que ese artículo es aun una justificación de la Doctrina
Espírita.
Todas las razones alegadas para condenar las relaciones
con los Espíritus no resisten a un examen serio. Por
el ardor con que se combate en ese sentido es fácil
deducir el gran interés ligado al asunto. De ahí la
insistencia. Viendo esta cruzada de todos los cultos
contra las manifestaciones, se diría que de ellas se
atemorizan.
El verdadero motivo podría bien ser el recelo de que los
Espíritus muy esclarecidos viniesen a instruir a los
hombres sobre puntos que se pretende oscurecer, dandoles
conocimiento, al mismo tiempo, de la certeza de otro
mundo, a la par de las verdaderas condiciones para en el
ser felices o desgraciados. El culto que estuviera con
la verdad absoluta nada tendrá que temer de la luz, pues
la luz hace brillar la verdad y el demonio nada puede
contra esta.
Repeler las comunicaciones del más allá de la tumba es
repudiar el medio más poderoso de instruirse, ya por la
iniciación en los conocimientos de la vida futura, ya
por los ejemplos que tales comunicaciones nos ofrecen.
La experiencia nos enseña, más allá de eso, el bien que
podemos hacer, desviando del mal a los Espíritus
imperfectos, ayudando a los que sufren a desprenderse de
la materia y a perfeccionarse. Excluir las
comunicaciones es, por tanto, privar a las almas
sufridoras de la asistencia que les podemos y debemos
dispensar”.