Especial

por Rogério Coelho

Comunicaciones de Más Allá de la tumba

Las razones para condenar las relaciones con los Espíritus no resisten a un examen serio


(...) Repeler las comunicaciones mediúmnicas es repudiar el medio más poderoso de instruirse”. - Allan Kardec 1


La Comunicabilidad de los Espíritus, consecuencia inmediata de la Inmortalidad del Alma, son los puntos básicos del Espiritismo, en los cuales está anclado el aspecto CONSOLADOR de esta Doctrina maravillosa. Y no es sin razón que Jesús profetizó2 su advenimiento con tal identificación: “Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro CONSOLADOR...”

¡¿Al final, no es un gran consuelo tener la certeza absoluta de que las personas que amamos y que nos antecedieron en el viaje de vuelta para Casa, en el Mundo Mayor, no están perdidas del Lado de Allá?!  ¡¿No es una buena-nueva saber que es apenas una cuestión de tiempo para que se establezca el reencuentro feliz con los que se nos vinculan en las expresiones de cariño?!

Cuando comumente oímos decir: “perdí a fulano”, refiriéndose a la “muerte” de alguien, es evidente que quien así se pronuncia, no detenta el conocimiento espírita. De la misma forma cuando también dicen: “¡Ah! El infeliz! ¡descansó! (¿?)”.

Tales criaturas – desinformadas – no saben que existen muchos Espíritus rogando la reencarnación para que, una vez encarcelados en el cuerpo somático, puedan descansar un poco, una vez que del Lado de Allá se sienten muy cansados, estenuados, agotados...

En su portentosa y singular serie, André Luiz a través de la bendecida y también inigualable mediumnidad de nuestro añorado Chico Xavier, desvela algunas faces del Mundo Espiritual a nuestros ojos y entonces, podemos percibir, aunque superficialmente, la complejidad de los trabajos a la disposición de quien los desea ejecutar. Por tanto, lugar de descanso, el Otro Lado no es, absolutamente... ¿Y por el “andar de la cosas”, muchos de esos Espíritus que solicitaron el reingreso en el cuerpo físico para descansar ya están por aquí, porque ¿Qué pasa con la gente "por nada en la vida", (¿Notaste las multitudes que entran atropelladamente en el carnaval? ¿Puedes cuantificarlo?". Pero, dejemoslos de lado, porque en verdad lo que va incluso “sambar” para tales es la posibilidad de ascensión espiritual, y volvamos a nuestro tema: “Comunicabilidad de los Espíritus”.

La Comunicabilidad de los Espíritus es un hecho comprobado hasta incluso en la Biblia ancestral que muchos sólo cargan debajo del brazo, pero no dejan penetrar en el cerebro su contenido, perdidos que están en los obstáculos y prejuicios de la “letra que mata”.

Disfrutemos con la lógica incuestionable del ilustre Maestro Lionés cuando ál analiza las “anémicas” e infundadas argumentaciones de esos líderes espiritofóbicos, mostrándoles la incoherencia en que se encuentran y que siempre comienzan por decir que Moisés prohibió la mediumnidad, olvidándose, (de propósito), que existe dos partes distintas en la ley de Moisés: la Ley de Dios propiamente dicha, promulgada en el Monte Sinaí, (por señal a través de un fenómeno mediúmnico de pirografia), y la ley civil o disciplinaría, apropiada a las costumbres y carácter del pueblo.  La primera, [la Ley de Dios], es invariable, al paso que la otra [la ley civil], se modifica con el tiempo.  Y la prohibición de comunicarse con los “muertos” es del ámbito de esta última, ya revocada por el propio Moisés, cuando en su luminosa aparición junto con Elías en el Monte Tabor, ante el asombro de Pedro, Santiago y Juan, testimonios oculares del hecho, conversó con Jesús, sobre Sus últimos momentos en el planeta y coronamiento de Su misión junto a nosotros, inaugurando, así la era de la mediumnidad.

Sigamos, pues, en este paso, el luminoso raciocinio del incomparable Maestro Lionés3: “(...) si Moisés prohibió evocar a los muertos, es que estos podían venir, pues de lo contrario inútil sería la prohibición. Ahora, si los muertos podían venir en aquellos tiempos, también lo pueden hoy; y si son Espíritus de muertos los que vienen, no son exclusivamente demonios. Demás, Moisés de modo alguno habla en esos últimos.

Es doble, por tanto, el motivo por el cual no se puede aceptar lógicamente la autoridad de Moisés en la especie, a saber: — primero, porque su ley no rige el Cristianismo; y, segundo, porque es impropio a las costumbres de nuestra época.  Pero, supongamos que esa ley tiene la plenitud de la autoridad por algunos otorgada, y aun así ella no podrá, como vimos, aplicarse al Espiritismo. Es verdad que la prohibición de Moisés abarcar la interrogación de los muertos, sin embargo de modo secundario, como accesoría a las prácticas de la hechicería. El propio vocablo interrogación, junto a los de adivino y agorero, prueba que entre los hebreos las evocaciones eran un medio de adivinar; entre tanto, los espíritas sólo evocan a los muertos para recibir sabios consejos y obtener alivio en favor de los que sufren, nunca para conseguir revelaciones ilícitas. Cierto, si los hebreos usasen las comunicaciones como hacen los espíritas, lejos de prohibirlas, Moisés las colocaría, porque su pueblo sólo tendría que lucrarse.

(...) Cuando la evocación es hecha con recogimiento y religiosamente, cuando los Espíritus son llamados, no por curiosidad, sino por un sentimiento de afecto y simpatía, con deseo sincero de instrucción y progreso, no vemos nada de irreverente en apelar para las personas muertas, como se hiciera con los vivos. Hay, con todo, otra respuesta perentoria a esa objección, y es que los Espíritus se presentan espontáneamente, sin presión, muchas veces incluso sin que sean llamados. Ellos también dan testimonio de la satisfacción que experimentan por comunicarse con los hombres, y se quejan a veces del olvido en que los dejan. Si los Espíritus se perturbasen o se irritasen con nuestras llamadas, cierto lo dirían y no volverían.

Aun otra razón es alegada: — las almas permanecen en la morada que la justicia divina les designa — lo que equivale a decir en el Cielo o en el infierno. Así, las que están en el infierno, de allá no pueden salir, puesto que para tanto la más amplia libertad sea otorgada a los demonios. Las del Cielo, enteramente entregadas a su beatitud, están muy superiores a los mortales para de ellos  ocuparse, y son bastante felices para no volver a esta tierra de miserias, en el interés de parientes y amigos que aquí dejasen. Entonces esas almas pueden ser comparadas a los ricachones que de los pobres desvían la vista con recelo de perturbar la digestión. ¡Pero si así fuera esas almas se mostrarían poco dignas de la suprema bienaventuranza, transformandose en patrón de egoísmo! Entonces es el caso de decir: si las almas no pueden venir, no hay de que recelar por la perturbación de su reposo.

Pero aquí repunta otra dificultad: si las almas bienaventuradas no pueden dejar la mansión gloriosa para socorrer a los mortales, ¡¿por qué invoca la Iglesia la asistencia de los santos que deben disfrutar aun mayor suma de beatitud?! ¿Por qué aconsejar invocarlos en casos de molestia, de aflicción, de flagelos? ¿Por qué razón y según esa misma Iglesia los santos y la propia Virgen aparecen a los hombres y hacen milagros? Estos dejan el Cielo para bajar a la Tierra; ¡entre tanto los que están menos elevados no lo pueden hacer!

¡Que los excépticos nieguen la manifestación de las almas vanas, ya que en ellas no creen; pero lo que se vuelve extraño es ver encarnizarse contra los medios de probar su existencia, esforzándose por demostrar la imposibilidad de esos medios, aquellos mismos cuyas creencias reposan en la existencia y en el futuro de las almas! Parece que sería más natural acoger como beneficio de la Providencia los medios de confundir a los excépticos con pruebas irrecusables, pues que son los negadores de la propia religión. Los que tienen interés en la existencia del alma deploran constantemente la avalancha de la incredulidad que invade, diezmándolo, el rebaño de fieles.  Entre tanto, cuando se les presenta el medio más poderoso de combatirla, lo rechazan con tanta o más obstinación que los propios incrédulos. Después, cuando las pruebas avultan de modo a no dejar dudas, he que procuran como recurso de supremo argumento la prohibición del asunto, buscando, para justificarlo, un artículo de la ley mosaica del cual nadie reflexiona, prestandole, a la fuerza, un sentido y aplicación inexistentes. Y tan felices se juzgan con el descubrimiento, que no perciben que ese artículo es aun una justificación de la Doctrina Espírita.

Todas las razones alegadas para condenar las relaciones con los Espíritus no resisten a un examen serio. Por el ardor con que se combate en ese sentido es fácil deducir el gran interés ligado al asunto. De ahí la insistencia. Viendo esta cruzada de todos los cultos contra las manifestaciones, se diría que de ellas se atemorizan.

El verdadero motivo podría bien ser el recelo de que los Espíritus muy esclarecidos viniesen a instruir a los hombres sobre puntos que se pretende oscurecer, dandoles conocimiento, al mismo tiempo, de la certeza de otro mundo, a la par de las verdaderas condiciones para en el ser felices o desgraciados. El culto que estuviera con la verdad absoluta nada tendrá que temer de la luz, pues la luz hace brillar la verdad y el demonio nada puede contra esta.

Repeler las comunicaciones del más allá de la tumba es repudiar el medio más poderoso de instruirse, ya por la iniciación en los conocimientos de la vida futura, ya por los ejemplos que tales comunicaciones nos ofrecen. La experiencia nos enseña, más allá de eso, el bien que podemos hacer, desviando del mal a los Espíritus imperfectos, ayudando a los que sufren a desprenderse de la materia y a perfeccionarse. Excluir las comunicaciones es, por tanto, privar a las almas sufridoras de la asistencia que les podemos y debemos dispensar”. 
 


[1] - KARDEC, Allan. El cielo y el infierno. 51.ed.Rio [de Janeiro]: FEB, 2003, 1er. parte, cap. XI, inciso 15, párrafo 1.

[2] - Juan, 14:16.

[3] - KARDEC, Allan. El cielo y el infierno. 51.ed. Río [de Janeiro]: 2003, 1ª parte, cap. 11, ítems 8, 10 a 15, p. 161-165.


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita