Tema: Oración
Un pedazo de pan
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Era una linda mañana llena de sol. Los pajaritos
cantaban alegremente saltando entre las ramas de
los frondosos árboles. Mariposas
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coloridas cruzaban los aires en graciosos vuelos
como si danzaran al son maravilloso del piar de
los pájaros. ¡Todo era alegría! |
Pero en la casa de la pequeñita Alda había tristeza,
aunque los niños jugaran despreocupados.
Es que la familia estaba pasando por momentos difíciles.
El papá estaba desempleado, no tenía trabajo y ya se
habían comido toda la compra de ese mes que hicieron en
el supermercado.
¡Mamá Laura estaba abatida! Sus ojos rojos e hinchados
mostraban las lágrimas silenciosas que habían caído por
su rostro cansado. No sabía de dónde conseguir alimentos
para darle a sus cuatro hijos. Y, mientras arreglaba la
casa, pensaba afligida:
- ¿Qué debo hacer? ¿Papá habrá conseguido trabajo?
¿Traerá algún dinero? ¿Demorará en volver?
Y llena de angustia, miraba el reloj. Pero las horas
iban pasando, pasando…
De repente, la menor de 5 años, la pequeña Alda, habló:
- Mamá, tengo hambre.
- No tengo nada para darte, hija mía – respondió doña
Laura, con voz temblorosa.
Alda levanto la cabeza asustada y volvió a decir
despacio.
- ¡Pero tengo hambre, mamá!
Entonces, la mamá, en la necesidad de hacer algo, fuera
lo que fuera, se sentó al lado de su hija, que la miraba
sorprendida, y dijo con tristeza:
- Vamos a orar, hija. Vamos a pedir al Padre del cielo
un pedazo de pan.
Y doña Laura, abrazando a la menor, oró a Dios
suplicando la ayuda.
Cuando terminó, Alda levanto los ojos hacia su mamá y,
pasando su manita por el rostro mojado de lágrimas,
habló sonriendo:
- Tal vez el Papá del cielo está cortando el pan para
nosotros.
Doña Laura sonrió y, más animada, buscó distraer a sus
hijos.
Mientras tanto, el señor Gustavo, el padre, caminaba por
las calles de la ciudad buscando trabajo. Estuvo en
varios lugares y en todos recibió la misma respuesta:
- No tenemos lugar. No estamos admitiendo a nadie.
Y el señor Gustavo iba adelante, siempre adelante. Hasta
que, desanimado, volvió a casa. Pero, cuando estaba casi
llegando, escuchó una voz:
- ¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin verte!
Era un gran amigo del señor Gustavo, que acababa de
llegar de un largo viaje. Los dos se abrazaron y, al
notar la fisonomía abatida y afligida de Gustavo, el
amigo quiso saber lo que le pasaba.
El señor Gustavo le contó. ¡No tenía trabajo! ¡No tenía
dinero! No tenía nada que dar para alimentar a su
familia. El amigo era dueño de un mercado y le dio un
empleo en la caja, autorizándolo a retirar
inmediatamente los suministros necesarios, que serían
descontado de su salario.
Poco después, un joven repartidor del mercado llamaba a
la puerta de doña Laura. Traía una cesta llena de
paquetes: arroz, papa, frijoles, aceite, azúcar, etc. Y
un gran pan encima. ¡Fue lo primero que Alda vio!
- ¡Mamá! – gritó ella. - ¡Mira eso! ¡Dios no cortó el
pan! ¡Lo mandó entero para nosotros!
Y, muy feliz, agregó:
- Muchas gracias, Papá del cielo, ¡muchas gracias!
(Historia extraída del programa de
Evangelización, Primaria A, de la Editorial Alianza.)
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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