Jesús, sabiendo que Sus enseñanzas, aunque anotadas por
algunos discípulos, sufrirían interpretaciones y
modificaciones variadas, prometió enviar el Consolador:
Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, para
que quede con vosotros para siempre. (Juan,
14: 16).
Pero aquel Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mí nombre, ese os enseñará todas las cosas, y
os hará recordar todo cuanto os he dicho. (Juan,
15: 26).
Aun tengo mucho que deciros, pero vosotros no lo podéis
soportar ahora. Pero, cuando viniera aquel Espíritu de
verdad, él os guiará en toda la verdad; porque no
hablará de sí mismo, si no dirá todo lo que hubiera
oído, y os anunciará lo que ha de venir. (Juan,
16: 12 e 13).
Por las afirmaciones de Jesús, se ve claramente que el
Consolador prometido no sería una persona. Sería un
mensaje, recordando Sus enseñanzas y portador de nuevas
informaciones a la Humanidad.
Entre tanto, ese mensaje habría, necesariamente, de ser
divulgado por un agente, por un Misionero, encarnado en
la Tierra.
Pero, ¿cuál debería ser el perfil de ese Misionero?
Tendría que ser alguien muy culto, práctico y objetivo,
capaz de incentivar un retorno a la simplicidad y a la
objetividad de las enseñanzas y ejemplos de Jesús,
retirándolos de las solemnidades de los templos y
volviendolos a la vida común, a la convivencia humana,
conforme Sus recomendaciones registradas por dos
evangelistas: Id, he que os mando como corderos en
medio de lobos. (Lucas, 10:3) He que os envío
como ovejas en medio de lobos; por tanto sed prudentes
como las serpientes y simples como las palomas. (Mateo,
10:16)
El Misionero encargado de divulgar ese nuevo mensaje
debería ser alguien muy espiritualizado, pero no un
místico que pensase y obrase fuera de la objetividad de
la vida humana. Ni podría ser un líder ya comprometido
con alguna religión, como se dió con Lutero, que era
sacerdote católico cuando se rebeló contra la
interpretación del Nuevo Testamento y contra las
interpretaciones y las prácticas religiosas del
Catolicismo, fundando el Protestantismo.
Ese Misionero tampoco no podría ser un místico, aislado,
encastillado en un templo religioso, apenas para repetir
oraciones, a presidir actos litúrgicos en medio de
rituales y cánticos de adoración y loor. Debería ser
alguien que conviviese con las personas en lo cotidiano,
conociendo los desafios de la lucha en la convivencia en
sociedad. Debería ser alguien capaz de presentar
directrices para enfrentar esos desafios, dentro de los
parámetros éticos y morales trazados por Jesús, conforme
es registrado en los Evangelios.
El Misionero encargado de cumplir la promesa de Jesús
encarnó en Francia, en Lyon en el día 3 de octubre de
1804, hijo de una familia católica, de tradición en el
área del Derecho, que lo envió a Suiza, a Iverdum, aun
niño, a fin de estudiar en un colegio laico, dirigido
por uno de los más ilustres y competentes educadores que
el mundo conoció: Pestalozzi.
Ahí surge una pregunta: ¿Por qué una familia católica
enviaría a un niño francés a un colegio extrangero que,
aunque no confesional, se orientaba dentro de los
principios religiosos registrados en el Nuevo
Testamento, cuyo director, profundamente cristiano, era
adepto de la Reforma?
Porque el conocimiento de los hechos relatados en el
Nuevo Testamento – base esencial para el cumplimiento de
su misión de traer el Consolador Prometido – no era de
libre acceso al público religioso, a no ser en el medio
laico o protestante. En el medio católico, el manoseo y
el estudio del Nuevo Testamento eran restringidos apenas
al círculo sacerdotal.
En Iverdum, o futuro Misionero tendría donde informarse
directamente sobre las directrizes espirituales
enseñandas y vividas por Jesús, registradas en esa parte
de la Biblia. Compulsando directamente ese libro, desde
niño, el joven francés conoció a Jesús amparando,
enseñando, curando, consolando, en todos los lugares a
donde iba, hablando de Dios, de amor, de caridad, de
fraternidad, en cuanto curaba heridos y lisados del
cuerpo y del alma, casi siempre lejos de los templos y
de las solemnidades religiosas.
Así, el niño conoció a Jesús como un educador de almas,
enseñando y actuando en la vida práctica, lejos del
ambiente eclesiástico, místico, creado por el
Catolicismo Romano y por otras concepciones cristianas.
Esa fue la preparación del Misionero que sería el
divulgador del Consolador prometido por Jesús.
En la edad adulta, de vuelta a Francia, se dedicó al
magisterio durante treinta años, actividad en que se
notabilizó no sólo como docente en varios sectores, sino
también como autor de muchas obras, destacándose
aquellas volcadas a la educación. Publicó más de una
decena de libros, habiéndose revelado no solo como
profesor, si no sí como un profundo educador, como
hombre de alta religiosidad, sin ser un místico.
Espíritu perspicaz, inteligencia superior, a los 50
anos, fue invitado a participar de reuniones en que se
suponía la comunicación de Espíritus, hecho que no le
era del todo extraño delante del conocimiento que tenía
del intercambio con el Mundo Espiritual recomendado por
el Apóstol Pablo: Seguid la caridad y procurad con
celo los dones espirituales, pero principalmente el de
profetizar. (I Co, 14).
Entendiendo la necesidad de la aplicación de las
enseñanzas de Jesús a la vida práctica, fuera de los
templos, el Misionero sometió a los Espíritus Superiores
a preguntas que surgieron a lo largo de los dicienueve
siglos de evolución que la sociedad humana conoció. La
inteligencia humana produjo maravillas. Las preguntas
eran otras, pues la inteligencia produjo verdaderos
prodigios en todas las actividades humanas. El mundo
cambió. En el ambiente religioso fueron introducidas
actividades inexistentes en el tiempo de Jesús. Por eso,
ese nuevo mensaje debería llevar a las criaturas de
vuelta a la simplicidad, a la objetividad y,
principalmente, a la espiritualidad del mensaje de
Jesús, retirándola de los templos, de las solemnidades
religiosas, llevandola a la vida cotidiana, conforme
ejemplos del Maestro al dejar una de Sus más valiosas
enseñanzas en el Monte, que fueron registradas como el
Sermón del Monte.
En el estudio del Nuevo Testamento, cuando joven,
entendió, por las enseñanzas y ejemplos de Jesús, que
religión es para la vida, para ser vivida en todos los
lugares, en todas las horas y no sólo durante el culto
en lugares dichos sagrados. En ese libro, encontró aun
la recomendación de la oración en el hogar, lejos de
rituales y de solemnidades religiosas practicadas en el
interior de templos:
Pero tú, cuando oraras, entra en tu aposento, y,
cerrando tu puerta, ora a tú Padre que está oculto; y tú
Padre, que ve secretamente, te recompensará. (Mateo,
6:6)
Y, orando, no uses de vanas repeticiones, como los
gentiles, que piensan que por mucho hablar serán oídos. (Mateo,
6:7)
Así, desde la infancia, vió a Jesús enseñando y actuando
directamente en la vida práctica, lejos del ambiente
místico, eclesiástico, creado por el Catolicismo Romano.
En París, el Profesor Rivail fue invitado a participar
de un grupo de estudiosos que mantenían investigación
sobre comunicación con Espíritus, donde verificó que el
profetismo, que conoció en el Nuevo Testamento,
continuaba, esto es, que Espíritus se comunicaban como
en los tiempos apostólicos, conforme leyó en la Primera
Carta del Apóstol Pablo, dirigida a los Coríntios, en su
capítulo 14: Seguid la caridad, y procurad con celo
los dones espirituales, pero principalmente el de
profetizar.
Así, estableció provechoso diálogo con Espíritus a
través de profetas del mundo moderno los cuales denominó
“médiuns”. Ese provechoso diálogo le posibilitó
publicar inicialmente El Libro de los Espíritus,
bajo el pseudónimo de Allan Kardec, buscando que la obra
se revelase por su valor propio y no escudada en su
nombre ya famoso en los medios literarios de París. En
esa obra, aborda y esclarece numerosas enseñanzas de
Jesús que no habían sido objeto de estudio y de
aplicación a la vida por los estudiosos de varias
religiones, dejándolos apenas en el campo abstrato de la
teología.
Con los conocimientos asimilados en el Nuevo Testamento,
el Misionero encontró numerosos fundamentos seguros para
presentar al mundo moderno la doctrina de las vidas
sucesivas, la reencarnación, proclamada por el propio
Maestro en varias ocasiones, como en esa afirmación a
los discípulos, refiriéndose a Juan Bautista: Porque
todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y,
si queréis dar crédito, es este Elías que había de venir.
(Mat. 11:13 y 14).
Dentro de actuaciones muchos rescates de los tiempos
apostólicos, está el pase, nombrado en el Nuevo
Testamento como “imposición de manos”, práctica
llevada a efecto por Jesús y por él recomendada: ... y
pusieron las manos sobre los enfermos, y los curaron. (Marcos,
16:18).
Así, se ve que cupo a ese Misionero sacar las enseñanzas
de Jesús del campo eminentemente emocional en que fueron
confinados por los teólogos, demostrando que el Maestro
hablaba al corazón, usando un discurso religioso
fundamentado en la razón, conforme puede ser constatado
en afirmaciones como esa: ¿Y Cúal de vosotros es el
hombre que, pidiéndole pan su hijo, le dará una piedra?
¿Y pidiéndole un pez, le dará una serpiente? Si
vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre, que está en
los cielos, dará bienes a los que los pidieran? (Mat,
7:9 a 11).
El Consolador vino no para combatir las interpretaciones
asumidas por las varias corrientes religiosas que se
habían formado con base en interpretaciones particulares
de las enseñanzas de Jesús, si no para restaurar la
esencia de Sus enseñanzas y ejemplos en su pureza y
simplicidad originales.
Vino para sacar del medio eclesiástico, místico, de los
templos, las enseñanzas y las prácticas de Jesús,
lanzándolos a la vida, de conformidad con la respuesta
dada a la bera del pozo de Jacob por el Maestro a la
samaritana, que Le preguntó si debería adorar a Dios en
Jerusalén, en el templo: ... ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. Dios es Espíritu, e
importa que los que lo adoran lo adoren en espíritu y en
verdad. (Ju, 4:24)
Basandose en el más amplio y profundo diálogo habido
entre el Mundo Material y el Mundo Espiritual, el
Misionero enviado por Jesús publicó en 1860 la edición
definitiva de El Libro de los Espíritus, bajo el
pseudónimo de Allan Kardec, pues, como ya dijimos, no
deseó que su obra se abrigase bajo su nombre ya famoso
en los medios académicos franceses: Prof. Hippolyte Léon
Denizard Rivail.