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La reencarnación y el
funcionamiento de la ley de
causa y efecto - Parte
2 e final |
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La reparación, por tanto, puede efectuarse por medio de
la práctica del bien, lo que abarca el perdon, la
gratitud, la dedicación a las personas o a causas.
Corroborando este punto de vista, Carrara finaliza su
artículo, aseverando que:
“Por otro lado, a título de ilustración del asunto,
solicito al lector considere también que no todo
equívoco pasado puede presentarse actualmente a través
de dificultades. Muchas veces, equívocos pueden ser
reparados a través de trabajo y dedicación a causas y
personas. Esto es todo porque, conforme ya sabemos, "el
amor cubre la multitud de pecados"1.
EL FUNCIONAMIENTO DE LA LEY DE CAUSA Y EFECTO: ESTUDIO
DEL CASO
Delante de lo que fue hasta aquí expuesto, es preciso
hacer la siguiente pregunta: ¿A quién debemos? ¿A la Ley
o al ofendido?
Estudiando un caso denominado de “rescate interrumpido”,
que se encuentra en el capítulo XIV de la obra Acción
y Reacción,2 André Luiz e Hilário pasaron
a cooperar en la rearmonización de una pequeña familia
domiciliada en el suburbio de una popular capital.
Ildeu, hombre de un poco más de treinta y cinco años de
edad, estaba casado con Marcela, esposa abnegada y madre
de sus tres hijitos: Roberto, Sonia y Marcia; todavía,
seducido por los encantos de la joven Mara, muchacha
liviana e inconsecuente, todo hacía para que la esposa
lo abandonase.
No obstante el esfuerzo del Asistente Silas, de André
Luiz y de Hilário, que diariamente realizaban tareas
asistenciales en el atormentado hogar, Ildeu se
mostraba, cada día, más indiferente y distante.
Irascible y molesto, ni siquiera saludaba a la esposa,
la cual pasó a odiar, en virtud de la fascinación por
Mara. Pretendía divorciarse de Marcela y trillar nuevo
camino. De ese modo, anteviendo el placer y la libertad
de que podría disfrutar en la convivencia con la amante,
nació en el cerebro del jefe del hogar la idea de
asesinar a la esposa, escondiendo el propio crimen, para
que la muerte de ella a los ojos del mundo pasase como
siendo auténtico suicidio.
Para tanto, procuraría dejar de lado la irritación y
fingiría ternura para ganar confianza. Después de
algunos días, cuando Marcela durmiese, despreocupada, le
dispararía una bala en el corazón, despistando a la
propia policía.
Naturalmente, percibiendo los pensamientos expresados
por Ildeu, homicidas desencarnados comenzaron a
influenciarlo. Así, en determinada noche, el jefe de la
familia intentaría aniquilar a la compañera.
Por tal motivo, el Asistente Silas no vaciló, razón por
la cual los tres trabajadores del Bien demandaron la
casa sencilla.
Revistiendo todo el cerebro de Ildeu, le surgía la
escena del asesinato, calculadamente previsto,
moviéndose en sorprendente sucesión de imágenes.
El irreflexibo padre pensaba en demandar el aposento de
los hijos, para encerrarlos, de manera que no
testimoniasen el hecho, cuando Silas, de improviso,
avanzó para la cama de las niñas y, utilizando los
recursos magnéticos de que disponía, llamó a la pequeña
Márcia, en cuerpo espiritual, a fin de contemplar los
pensamientos paternos.
La niña, en comunión con el cuadro terrible, experimentó
tremendo choque y volvió, rápidamente, al cuerpo físico,
gritando, desvariada, como quien se hurtase al dominio
de asfixiante pesadilla:
“- ¡Papá!...¡Papaíto! ¡No la mates! ¡No la mates!...”
Ildeu, en ese momento, ya se encontraba en la puerta,
asegurando el arma con la mano derecha e intentando
abrir la cerradura con la mano libre.
Los gritos de la niña sonaron en toda la casa,
provocando un alarido. Marcela, entonces, se puso de
pie, incapaz de sospechar las intenciones del esposo,
recogió cautelosamente el arma y, creyendo que él
pretendía suicidarse, imploró en llanto:
“- ¡Oh! Ildeu, ¡não te mates! Jesús es testigo de que he
cumplido rectamente todos mis deberes... ¡No quiero el
remordimiento de haber cooperado para semejante
desatino, que te lanzaría entre los réprobos de las
leyes de Dios!... Procede como quieras, pero no te
despeñes en el suicidio. Si es de tu voluntad, monta
nueva casa en que vivas con la mujer que te haga
feliz... Consagraré mi existencia a nuestros hijos.
Trabajaré, conquistando el pan de nuestra casa con el
sudor de mi rostro...entre tanto, suplico, ¡no te
mates!...”
Fue así que, en efecto, Ildeu se apartó del hogar.
Delante de tal escenario, el Asistente Silas,
respondiendo a la pregunta formulada por Hilário,
aseveró que Marcela, con la deserción del esposo, fue
llamada a encargos dobles:
“Deseamos sinceramente que ella sea fuerte y se
sobreponga a las vicisitudes de la existencia, pero si
resbalara para delictuosos desequilibrios, que le
comprometan la estabilidad doméstica, en la cual los
hijos deben crecer para el bien, más complicado y más
extenso se hará el débito de Ildeu, por cuanto los
fallos que ella venga a cometer serán atenuados por el
injustificable abandono en que la lanzó el marido. Quien
se hace responsable por nuestras caídas, experimenta en
sí mismo la ampliación de los propios crímenes.”3
Delante de la respuesta, Hilário meditó y dijo,
enseguida:
“Imaginemos, sin embargo, que Marcela y los hijitos
consigan vencer la crisis, agotando con el tiempo las
necesidades de que son ahora víctimas... Figurémoslos
terminando la actual reencarnación con plena victoria
moral en enfrentamiento con Ildeu, retardado,
impenitente, deudor... Si la esposa y los hijos,
entonces definitivamente erguidos a la luz, dispensaran
cualquier contacto con la sombra, en franca ascensión a
las líneas superiores de la vida, ¿a quién pagará Ildeu
el montante de las deudas en que se agrava?”4
Estampando significativo gesto facial, Silas explicó:
“Aunque estemos todos, unos delante de los otros, en
proceso reparador de culpas recíprocas, en verdad, antes
de todo, somos deudores de la Ley en nuestras
conciencias. Haciendo el mal a los otros,
practicamos el mal contra nosotros mismos. Caso
Marcela y los hijitos se eleven, un día, a plenos
cielos, y en la hipótesis de guardarse nuestro amigo
sumergido en la Tierra, los verá Ildeu en la propia
conciencia, sufridores y tristes, como los volvió,
atormentado por los recuerdos que trazó para sí mismo y
pagará en servicio a otras almas de la senda evolutiva
el débito que le vejará el Espíritu, en vez que,
hiriendo a los otros, en la esencia estamos hiriendo la
obra de Dios, de cuyas leyes soberanas nos hacemos reos
infelices, reclamando exoneración y reajuste.”5
Es de esa forma, por tanto, que funciona la Ley de Causa
y Efecto. Perjudicando a otros o a nosotros mismos,
tendremos que dar cuenta, más pronto o más tarde, de las
consecuencias de las conductas equivocadas. Y si por
ventura alguien con bastante amor edificado en el
interior venga a perdonarnos, no por eso dejaremos de
estar en desajuste con la Ley. Nos cumple, pues, lo más
rápido posible, reparar el mal practicado, a fin de
estar en armonía con la Ley y con la propia conciencia.
Entre tanto, si permanecemos atrasados en la evolución,
no podremos quejarnos sino de nosotros mismos. En ese
sentido, Kardec alude que:
“[...] En cuanto unos avanzan rápidamente, otros se
arrastan por largos siglos en los lugares inferiores.
Ellos son, por tanto, los propios artífices de su
situación feliz o desgraciada, según estas palabras del
Cristo: A cada uno según sus obras. Cada Espíritu
que queda atrasado sólo puede lamentarse a sí mismo,
como aquel que avanza tiene todo el mérito de su
progreso.” 6
Por fin, al finalizar el estudio del caso Ildeu
(“rescate interrumpido”), el Asistente Silas afirma que
los que se retardan por gusto no pueden quejarse de
quien avanza.
Por otro lado, como ya fue referido, las disputas que
por ventura adquirimos en la actualidad llevaremos para
la próxima existencia. No es por otro motivo que el
Espíritu Emmanuel, en el prefacio de la obra Acción y
Reacción, acentua que la reencarnación “es un estado
sagrado de recapitulaciones de nuestras experiencias”.
Recapitulación es, según el Minidicionario Silveira
Bueno, sinónimo de repetición.7
De ese modo, traemos las tendencias – buenas y malas –
de las existencias anteriores para la actual. En
relación a las malas tendencias, existe la posibilidad
de incidir ellas nuevamente en nuestra conducta. Por
consiguiente, podremos venir a repetir, en la presente
existencia, los errores de existencias pasadas. Por tal
razón, el Espiritismo enseña que debemos trabajar por
mejorarnos moralmente, siendo hoy mejores de lo que
ayer, y mañana mejores de lo que hoy. Tal mejora se
funda en el autoconocimiento. Al final, precisamos
conocernos, porque quien no se conoce no sabe lo que,
dentro de sí, precisa ser modificado.
Comentando la importancia de la Doctrina de los
Espíritus en nuestra existencia, Emmanuel puntua que “la
Doctrina Espírita, reviviendo el Evangelio del Señor, es
foco resplandeciente en el camino evolutivo, ayudándonos
a regenerar el propio destino, para la edificación de la
felicidad real”,8 la cual es reflejo de la
felicidad que producimos en el otro; recibimos el amor
en la proporción que amamos, ya que nadie recibe lo que
no da. Es de la Ley.
CONCLUSIONES
A la vista de todo lo expuesto, extraemos las siguientes
conclusiones:
a) la reencarnación no tiene por finalidad el pago
de deudas contraídas en existencias pasadas, pues ella
busca el perfeccionamiento intelecto-moral de los
Espíritus y su consecuente mejoramiento progresivo;
b) cada existencia corporal representa una
inversión realizada por la Conciencia Cósmica en
nosotros, por eso tendremos que prestar cuentas de la
aplicación por nosotros dada de los recursos – tanto los
materiales como los espirituales – que con nosotros
trajimos para el estado terreno;
c) la necesidad de reajuste delante de la Ley de
Causa y Efecto es inherente a la existencia en mundos
expiatorios, de ahí es porque en la Tierra enfrentamos
con tantos dolores y miserias;
d) la “deuda” (para quien prefiera) es contraída
delante de la Ley y no delante del ofendido;
e) nadie avanza espiritualmente teniendo la
conciencia intranquila;
f) la reparación puede efectuarse por medio de la
práctica del bien, porque “el amor cubre la multitud de
pecados”.
Por fin, destacamos que la única deuda que tenemos unos
con los otros es el amor. Con todo, no se trata de
cualquier amor. En efecto, la enseñanza de Jesús es: “Un
mandamiento os doy: Que os ameis unos a los otros, como
Yo os amé. En esto todos conoceran que sois mis
discípulos, si os amarais unos a los otros” (Juan,
13:31-35, destaque).
Y para que consigamos alcanzar ese punto máximo del
sentimiento: el amor, precisaremos nacer de nuevo, tantas
veces cuantas fueran necesarias.