Tema: Humildad, confianza en Dios
El limonero
Doña Jacira vivía en una ciudad pequeña del interior. Su
casa tenía un enorme patio donde ella plantó un huerto
con diferentes árboles que producían frutas deliciosas.
El huerto era muy bien cuidado por doña Jacira y por el
jardinero que venía de vez en cuando para podar y hacer
la limpieza del patio.
Las frutas producidas ahí eran apreciadas por todos.
Todas las tardes doña Jacira iba a su pomar a comer
algunas de ellas. Sus hijos también lo aprovechaban
mucho. Incluso traían a sus amigos. Ellos subían a las
ramas y comían allí mismo las guayabas, los guapurús,
las acerolas, las mandarinas...
Los árboles vivían allí contentos, cumpliendo lo que la
vida les proponía. Usaban los recursos que habían
recibido para producir los mejores frutos que podían y
se sentían realizados porque contribuían a la
alimentación y la salud de esa familia.
Solo uno de los árboles no se sentía realizado. Era
el limonero. Él notaba la alegría de la gente
y los elogios que daban a las frutas que comían allí en
el huerto y se entristecía porque nadie comía sus
frutos. Nunca, nadie había probado siquiera uno de sus
limones.
Se sentía inútil.
- ¡No sirvo para nada! ¡Nadie come mis limones! No sé
por qué sigo todavía plantado en este huerto – era los
que él pensaba.
A veces hasta se avergonzaba, porque siempre lo trataban
muy bien. Doña Jacira siempre recogía sus frutos con
delicadeza para no dañar sus ramas, regaba sus raíces
con abundante agua cuando tardaba mucho en llover y
llamaba periódicamente al jardinero para que lo abonara
y lo podara según fuera necesario.
A pesar de la decepción que sentía, creyendo que su
desempeño no era bueno, el limonero no desistía en
tratar de dar siempre lo mejor de sí.
- ¡Hago mi parte y eso es todo lo que me toca hacer! -
pensaba. – No puedo obligar a nadie a que le gusten mis
limones, ¡pero al menos tengo mi conciencia tranquila!
Y así pasaron los días...
El limonero, con humildad, produjo hermosos limones,
pero ni los pájaros los picoteaban.
Cada dos o tres días venía doña Jacira con una bolsita y
recogía varios limones. Nadie
entendía por qué.
– Creo que las recoge para tirarlas a la basura, para
que no se caigan aquí. Parece que no quiere ni esas
frutas en el suelo del huerto – pensaban algunos.
Un día, sin embargo, sucedió algo diferente: Doña Jacira
llegó a la huerta con su vecina Doña Cida.
Vinieron con varias bolsitas y doña Jacira dijo:
– Cida, amiga mía, siéntete libre, recoge la fruta que
quieras. Nuestros árboles han producido mucho y son
frutas deliciosas. Pero quiero sugerirte algo: no dejes
de recoger limones. Son espectaculares, llenos de jugo y
sabor. ¡No puedo prescindir de mis limones en mi cocina!
Ya me acostumbré a usarlos para todo. En verano hago
limonadas para refrescarme y, en invierno, infusiones
con limón para ahuyentar la gripe. Aprendí recetas
deliciosas, como esa tarta de limón que sirvo siempre
que tengo invitados. Sin mencionar que uso limón para
sazonar ensaladas y frituras. Sobre todo, este
maravilloso limón es la mejor medicina cuando mi
estómago no se siente bien, para ayudar con la
digestión. Puedes recoger varios, Cida, porque este
árbol produce muchos. ¡Es una bendición! Este
limonero merece mis mejores cuidados.
El limonero no podía creer lo que acababa de escuchar.
De repente, todo tuvo sentido. Comprendió
que sus frutos no se comían allí, sino que se usaban de
muchas maneras en la cocina y que doña Jacira dependía
mucho de ellos. El
limonero se sintió útil y feliz y pensó:
“¡Qué bueno que nunca dejé de hacer mi trabajo! No tenía
que haber dudado. Si
me cuidaba era porque me quería bien”.
Nada cambió en la rutina del huerto, en los tiempos que
siguieron, excepto el aprendizaje que tuvieron el
limonero y los demás árboles: nuestra parte en la vida
es siempre servir, dando lo mejor de nosotros. Dios es
el responsable del resto y si nosotros cumplimos con
nuestra parte, Él también cumplirá con la Suya.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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