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El “Camino de Damasco” de
Eurípedes Barsanulfo
Parte 1 |
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Eurípedes vino a aliviar el dolor, donar su amor y vivir
lo que el Evangelio dice
Todo comenzó en el
año de 1903, en el siglo pasado... ¡Por más increible y
paradoja que pueda parecer – aun que indirectamente –
fue, en verdad, un padre de la Iglesia Católica quien
colocó a Eurípedes Barsanulfo en las huestes
espiritistas!... El padre Augusto Teodoro da Rocha Maia,
(que más tarde vendría a sufrir de las facultades
mentales causadas por conflictos íntimos), en
conversación amistosa, le presentó un compendio y, en
tono confidencial le dice: – “Eurípedes, sé que tú
eres un buen y fervoroso católico, amigo de las buenas
lecturas. Tú vas a leer este libro – ¡pero, cuidado! – No
lo pases después. La lectura de este libro es prohibida
por la Iglesia a sus adeptos”.
¡El sacerdote pasó a las manos de Eurípedes un ejemplar
de la Biblia!...
Aquel préstamo sería de gran importancia para su
conversión al Espiritismo, como veremos más adelante...
Examinemos las páginas luminosas del libro “Eurípedes,
el hombre y la misión”, de Cora Novelino, ed. IDE,
para informarnos
del resto de la historia:
“(...) Un
brillo de interés santo iluminó los bellos ojos del
joven. En pocos minutos, helo de vuelta a la casa
comercial del padre, portando la Biblia bajo el brazo
derecho. Al
pasar por la residencia del Sr. Leão Coelho de Almeida,
Eurípedes fue abordado por ese gran amigo y por José
Martins Borges, muy unidos desde el Colegio Miranda por
profundas afinidades, en las áreas del trabajo y del
estudio. Aludiéndose
al libro que Eurípedes sostenía con cuidado, el Sr. Leão
exclamó, jocosamente: — “¡Hola, Eurípedes, solo te
falta ahora la sotana! No tardará mucho y tendremos
padre nuevo en la tierra!” — José Martins
secundó al amigo, riendo gustosamente.
— “Los señores bien saben cuanto aprecio los buenos
libros y como amo conocer y analizar todo. Las buenas
lecturas son para mí como la miel es para la abeja...” La
respuesta evasiva y sincera, acompañada de un gesto
cortés de despedida, dejó a los amigos sin otras
argumentaciones... Eurípedes alcanzó la tienda del
padre, a pocos pasos de allí, ansioso por iniciar la
lectura, que se le antojaba apasionante. Todo lo que
conocía de los Evangelios se resumía en las enseñanzas
que los padres, buenos amigos, sin duda, sin embargo muy
sobrios y omisos en la exposición de la palabra sagrada,
le suministraban. El joven comenzó la lectura por el
Nuevo Testamento... En los intervalos, el pensamiento,
la razón, el cerebro, se le volcaban irresistiblemente
para aquel compendio extraordinario. Hizo anotaciones,
que le servirían para futuras hojas de rutas. Leyó,
paciente y con fervor creciente todos los capítulos y
versículos de los Evangelios. El discernimiento vigoroso
se despertaba, aprendiendo con justicia las lecciones
del Señor...
SE INSTALA LA DUDA
Una página, por señal de significativa importancia, no
conseguía él entender: el discurso del Cristo, expresado
en letras de oro en Mateo y Lucas, caps. V e VI
respectivamente, en el cántico de las Bienaventuranzas.
Se apegaba al Sermón de la Montaña, como supremo óbice a
su raciocinio. Se le chocaban las aspiraciones de
entendimiento, al impacto de aquella barrera. Vio a
tantos desconsolados en la vida bajar a la tumba sin los
prometidos consuelos, grabados en la promesa divina...
No comprendía, entonces, como el Cristo — Sabio y
Misericordioso — prometía consuelos a pobrecitos sin
era ni bera — los que fueron injusticiados en todos los
tiempos y que no es raro sucumben a la acción de la
revuelta...
En la mente del joven hervían angustiosos puntos
reticentes, cuando buscó al Pe. Augusto Teodoro da Rocha
Maia para un esclarecimiento más directo del asunto.
Puso al párroco a la par
de sus elucubraciones metafísicas; y este le habló,
bondosamente: — “Mi
hijo, el Cristo jamás fue tan claro, como en el Sermón
de la Montaña. No hay necesidad de interpretaciones.
Todo clarísimo como el sol de la mañana...”
— “De acuerdo, Padre, a lo que se refiere a la
extraordinaria belleza de las expresiones del Señor.
Pero, lo que no entiendo es hasta dónde va el
pensamiento del Maestro, en lo tocante a las promesas
que no se realizan...”
— “No
digas así, hijo mío. Siempre hay un motivo oculto — un
misterio — en la enseñanza cristiana, que no podemos y
ni debemos penetrar. ¿Comprendes Eurípedes?”
Evidentemente tales consideraciones no satisfacieron al
Espíritu analista del joven. Con todo, bajó la cabeza,
en base a la imposibilidad de proseguir, en el
desdoblamiento del absorvente tema. Se despidió
cordialmente del buen amigo y consejero, pero traía
clavados en el Espíritu las primeras espinas de la
duda...
Por algunos meses, se mantuvo el joven preso a la
lectura de los Evangelios. Gradualmente, marcaba con
profundidad la distancia entre el dogmatismo católico
tan complejo en su estructura, esencialmente asentada en
la tela mística de la letra y el Sublime Código de
enseñanzas morales, con base en las máximas tan
sencillas como sabias y en las parábolas de luminosa
tesitura educativa del Maestro. Permanecía, con todo,
el discurso de la Montaña como obstáculo mayor a los
sublimes empeños del joven para la comprensión de la
palabra divina... Se le instaló en el Espíritu la
llave, que le abriría las puertas de la verdad bajo el
panel del análisis comparativo. Se encontraba bajo el
dominio de la duda.
EL TOQUE DE DESPERTAR
Mariano da Cunha, el “tío Sinhô”, espírita
convencido, pero sin mayores alcances intelectuales,
hermano de doña Meca, madre de Eurípedes hacía viajes
periódicos a Sacramento. Muy amigo del tío, Eurípedes
pedía a la madre le arreglase la cama en el cuarto de
él, Eurípedes, aunque prefiriese, habitualmente, tener
su aposento separado. Por esas ocasiones, se establecía
entre el tío y el sobrino porfiadas polémicas al
respecto del Espiritismo. Eurípedes hacía todo lo que
podía para apartar al tío de aquella “doctrina del
diablo”. Él no podía entender como personas
honestas y equilibradas, a pesar de incultas, como tío
Sinhô, madrina Sana y otros tíos, se empeñaban tanto en
la difusión de aquella abominable doctrina... Las
discusiones se repetían, en el conflicto fraterno, entre
tío y sobrino, a veces de noches larga...
Eurípedes, señor de invidiable cultura adquirida en la
lectura de todos los días, presentaba argumentos
brillantes, sublimados siempre por su delicadeza
innata. Del otro lado, el tío, hombre rudo del campo,
elementalmente instruido en la Doctrina de los Espíritus
— por señal naciente en la región —, muchas veces se
mantenía en silencio a falta de argumentación segura.
Se justificaban, así, las victorias de Eurípedes
en esos “duelos” desiguales, en que se
entrechocaban diferentes puntos de vista religiosos.
En el comienzo de 1903, tío Sinhô visitó a la familia de
Meca, en una tarde monotona de la ciudad de
Sacramento-MG. Como siempre, Eurípedes lo recibió con
sinceras demostraciones de júbilo y aprecio. Por la
noche, como de costumbre, el joven inició la
conversación: — “¿Cómo es, tío Sinhô, las sesiones
continúan?”. — “Nada cambió. Antes el trabajo
crece, porque el dolor aumenta día a día”. La
respuesta sencilla del buen campesino penetró el corazón
sincero del joven... El tío parecía dominado por
extraño poder de persuasión. ¡Se diría la anticipación
de un triunfo, hace mucho soñado!
A las primeras envestidas del sobrino, se mostró sobrio.
¿Para qué hablar? Aun si Eurípedes fuese oído y a los
otros médiuns en Santa María... Allí, bajo la acción
benefactora de Espíritus Protectores, se aclararían
tantos asuntos que, normalmente, les sería imposible
hacerlo. Pero, vino “armado”, bajo la
inspiración de lo Alto...
En aquella noche,
Eurípedes se esforzaba — más que de costumbre — por
envolver al tío en las mallas de brillante
argumentación. Cuando el joven terminó la perorata, tío
Sinhô retira del bolsillo de la chaqueta un libro y lo
coloca en las manos, y vuelve con simplicidad
característica: “
lo que no puedo explicarte a ti, este libro va a hacer,
por mí”.
Eurípedes tomó el volumen y lo abrió en la primera
página. Era la emocionante dedicatoria del autor — el
filósofo francés Léon Denis — para Entidades
Benefactoras que lo habían inspirado, en el esquema y en
la estructura del libro.
— “Esto es muy bonito y profundo” — dice
Eurípedes — reflejando en la mirada franco e
indisfrazable interés.
Tío Sinhô se acomodó,
algo cansado... En el otro lado, el sobrino comenzó la
lectura, ya a la luz floja de una lampara de queroseno.
El tío despertó, algunas veces, y sorprendió al sobrino
aun leyendo. Al clarear del día inmediato, el joven
brindó el corazón del buen Mariano da Cunha con alegre
exclamación: — ¡Muchas
gracias, mí tío! ¡Esto es un monumento!”
Eurípedes leyó toda la
obra en
aquella
noche
memorable
y se confesaba
plenamente emocionado
con
la
lógica expresivamente convincente del autor.
Trescientas treinta
y cuatro
páginas repletas de interés. El libro
traía el título: “Después
de
la
muerte”. Era la
primera obra del gran
filósofo, traducida
recientemente
para el idioma
portugués, y que
mereció de
la
crítica francesa las
más
elogiosas referencias. (Continua
na próxima edição desta revista.)